domingo, 19 de diciembre de 2021

LOS DESPLAZADOS: CIERRE SOCIAL Y AYUDAS ECONÓMICAS Y PSICOLÓGICAS

En los últimos tiempos prolifera la invocación a la palabrota de moda en los honorables escenarios profesionales vinculados al estado y a la izquierda: los vulnerables. Todos los discursos apuntan a restaurar el estatuto de ciudadanía de los mismos mediante un sistema de ayudas. La versión amplia española de lo que Pierre Bourdieu conceptualizó como “nobleza de estado” exhibe su adhesión a tan misteriosos súbditos, que son definidos como portadores de variables deficitarias. La izquierda política muestra su piadosa propensión a tomar medidas en su nombre. Pero, en tanto que en tan beneméritos ambientes los vulnerables devienen en las estrellas de los discursos, así como los beneficiarios de distintas medidas legislativas, estos se expanden irremediablemente en la sociedad, encontrando además dificultades crecientes en sus relaciones con los distintos agentes de tan misericorde estado.

Los discursos acerca de la vulnerabilidad de la izquierda política y profesional son manifiestamente ahistóricos. Su marco de referencia remite al sagrado modelo de estado de bienestar, que es recortado sucesiva y acumulativamente en distintas ocasiones por la derecha política. Sin embargo, los recortes de derechos y prestaciones también se producen en los períodos beatíficos de gobiernos de la izquierda. Así, esta se ubica imaginariamente en el espacio de la defensa del estado keynesiano, amenazado por el fantasma de la derecha polarizada a su reconversión fatal. Pero los recortes son solo una parte del proceso de reestructuración global. Van acompañados de un modelo de gestión y organización que destruye las organizaciones burocráticas, que son reconvertidas en maquinarias que destruyen el tejido organizacional y debilitan los vínculos horizontales entre profesionales y empleados. En esta parte de la reconversión existe una aceptación y consenso pétreo.

Si se analiza el movimiento histórico de los últimos cuarenta años, lo que está ocurriendo es un proceso que algunos autores califican como una contrarrevolución neoliberal. La definición más pertinente del proceso histórico global es conceptualizada por Judith Butler como desposesión, o David Harvey como acumulación por desposesión. Este concepto implica una mutación en curso en la que distintas clases sociales de la vieja sociedad industrial son incrementalmente penalizadas por la acción concertada de las corporaciones globales, el complejo de producción del conocimiento y los grupos mediáticos globales. Estos se apoderan de las agendas públicas, imponen sus definiciones y generan subjetividades asociadas a la desposesión. Este formidable conglomerado se sobrepone sobre los estados recortando su margen de acción y encauzando sus políticas de gobierno, haciéndolas compatibles con al mandato del dispositivo corporativo global.

La definición de la izquierda benevolente acerca de la restricción del estado de bienestar genera un marco de referencia muy alejado de las realidades derivadas del avance en todos los frentes del proceso de desposesión. La obsolescencia de las categorías conduce a una situación de shock cognitivo, que tiene como consecuencia la multiplicación de la perplejidad. Así, las respuestas ante los acontecimientos en los que se especifica la desposesión, son inexorablemente débiles. Las resistencias son protagonizadas por las generaciones que conocieron el prometedor comienzo de la democracia. He asistido en Madrid a lo que se puede denominar  como gerontomanifestaciones en defensa del sistema público. Los jóvenes se encuentran ausentes, en tanto sus subjetividades han sido esculpidas por las instituciones de la desposesión.

Entonces, lo que se entiende como vulnerables son los contingentes humanos resultantes del progresivo proceso de desposesión. Son los que pueden ser denominados como post-obreros industriales. Los que esperan el primer empleo; los que rotan por los servicios de baja productividad; los que se ubican el continente múltiple de la precarización, además de los resultantes de la recombinación de varios procesos de marginación. La diferencia esencial de estos con los antiguos trabajadores industriales radica en su dispersión y multiplicidad. Se pueden identificar innumerables combinaciones de circunstancias que generan situaciones singulares. La heterogeneidad es la divisa de los vulnerables. También las subjetividades errantes fundadas en el consumo que se recomponen en los márgenes de su situación estrictamente laboral.  La inexistencia de un locus territorial de los vulnerables los configura como una multitud crecientemente externa al sistema. Pero lo más característico de estas condiciones sociales radica en su inestabilidad. Los vulnerables se encuentran sometidos a un incesante movimiento que los cambia de posiciones temporalmente, desarrollando itinerarios cerrados que conducen al mismo lugar de la salida.

La izquierda y sus distintos agentes se encuentran ubicadas en el pasado. Sus categorías remiten a la estabilidad y la permanencia. Así se construye un proceso de extrañamiento acumulativo con respecto a las poblaciones móviles y múltiples de los vulnerables.  Las trayectorias vitales de estos no caben en las categorizaciones estáticas de los estados bienpensantes que se reivindican imaginariamente como estado del bienestar. Las profesiones y las situaciones convivenciales de tan misteriosos súbditos son manifiestamente cambiantes. Cualquiera puede preguntarse acerca la inestabilidad de la situación de los concursantes del programa más sociológico de la televisión: First Dates. Un año después de la comparecencia es seguro que la gran mayoría ha cambiado tanto su trabajo como su situación convivencial. No pocos de ellos también la localización.

Por esta razón, me gusta denominar a los vulnerables como desplazados o sujetos de rotación obligatoria. En ausencia de una salida estable cada cual debe “buscarse la vida”, que siempre supone moverse y desplazarse. El resultado es que se materializa una gran escisión entre el imago de los profesionales de las organizaciones públicas y la ubicación de la gente, una gran parte de la cual se encuentra siempre en marcha. La distorsión del conocimiento profesional respecto la gente caminante tiende a hacerse monumental. Esta se encuentra en tránsito entre universos cambiantes, fases de su viaje personal y en un estado personal específico que se adapta a la mutación de sus posiciones. El mundo contemporáneo se caracteriza por un movimiento permanente que denota una desorganización social sin precedentes.

Desde siempre, he defendido la posición de que los profesionales de la educación, la salud o los servicios sociales detentan modelos de clase media. Estos son transferidos mecánicamente a gentes que no se encuentran en estas posiciones. Este desencuentro genera múltiples tensiones no siempre visibilizadas. Pero, en los últimos años, esta disonancia se amplía a niveles inconmensurables. Las legiones de transeúntes y sin futuro estable se encuentran armadas con sus smartphones desde los que reproducen su mundo ajeno a las conminaciones profesionales acerca de su comportamiento honorable de clase media. La crisis se amplía año a año y cada vez son más los que se conforman como difícilmente domesticables en la quimera de la clase media ilusoria.

En la última entrada comenté las peripecias de Alex, un personaje de una serie de Netflix que huye de la violencia de género. En el primer capítulo, en una secuencia antológica, narra su primera cita con los servicios sociales. Alex experimenta la situación de que no cabe en las categorizaciones de los venerables servicios, cuyas categorías remiten al escenario de la vieja sociedad industrial, más estable y cuya movilidad es reducida. Ni trabajo estable, ni vivienda estable, ni sistema estable de papá, mamá y pareja. Solo queda la sensación de infinitud frente al categórico monstruo benefactor que requiere tu autodestrucción como persona, al aceptar de que no eres claramente incluible en las categorías universalizantes de sus cuestionarios.

En este momento descubres que tu realidad se encuentra instalada más allá de la algoritmización imperante en el nuevo estado emprendedor. También puedes constatar la abolición de tus propias especificidades. Te puede invadir el sentimiento de que tu realidad es inverosímil, en tanto que no es reductible a los farragosos sistemas de categorías instauradas por las burocracias de la reestructuración neoliberal. Muchas personas en España lo han experimentado con la misteriosa Renta Mínima de Inserción. La dificultad de acceso a la misma produce un shock de anormalidad, conmoviendo la subjetividad del sujeto asistido, que es degradado al ser reconvertido a una homogeneización artificiosa.

Los desplazados, invocados por los profesionales y los contingentes de la izquierda misericordiosa, adquieren un estatuto extraño, en tanto que sus realidades son desconocidas. Así, en tanto que cogestionan con los poderes fácticos globales los procesos de segregación social que resultan de la educación y el mercado de trabajo dual, así como la gestión y los recursos humanos basados en la producción de las diferencias, que penalizan y desplazan al exterior de la zona de confort a tantos vulnerables, implementan una política de ayudas monetarias que se pueden homologar a las inyecciones. Un sujeto expulsado y desplazado de las posiciones aceptables del mercado del trabajo es recompensado mediante recursos económicos, lo que contribuye a estabilizarlo en su posición marginal.

Lo más paradójico del presente radica en que, una vez que se hacen visibles los efectos de la precarización, la competencia educativa desigual y las marginaciones que las acompañan, que se traducen en la ruptura de los equilibrios de salud mental, se pretende implementar la ayuda psicológica para las distintas categorías de la vulnerabilidad. Esta gran reestructuración neoliberal, caracterizada por su invisibilidad, multiplica las cegueras y los dislates, constituyendo un sentido común disparatado. No, lo que necesitan los vulnerables es la reapertura de las vías que conducen hacia arriba, hacia las posiciones estables de la estructura social. Las ayudas económicas y la psicología son medidas que refuerzan su inmovilidad. Seguro que la atención psicológica lo interpela para que acepte su realidad y asuma su condición subalterna permanente y sin esperanza.

 

 

 


1 comentario:

  1. Mi biografía laboral, médico de familia con casi 60 años, coincide plenamente con lo descrito en su artículo. Y los que vinieron detrás coinciden aún más. Gracias por contarlo

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