sábado, 3 de abril de 2021

UN ENCUENTRO CON LA DEMOCRACIA SIN CONVERSACIÓN

 

Esa sociedad se mantiene de pie gracias al debilitamiento de sus miembros y al cinismo de sus dirigentes

Ivan Illich

Hace unos días me encontré en la calle con una mesa de Más Madrid, instalada para promocionar a su candidata y su programa para las elecciones del próximo 4 de mayo. Me aproximé a una mujer que repartía folletos con el rostro de Mónica García, adecuadamente preparado y facturado como imagen de impacto, tan creativamente trabajada como la más sofisticada de los automóviles u otros productos del mercado. Junto a esta, un parco texto de apoyo con el eslogan de la campaña. Mi pretensión era mantener una conversación breve, en la que fuese posible realizar un intercambio de impresiones y convicciones. La conversación es el acto más importante para facilitar un posicionamiento sólido de una persona. Pero esta experiencia refrendó mi idea de que este intercambio entre dos partes, que puede llegar a alcanzar la condición de inteligente, está rigurosamente excluido en las democracias de opinión pública formateadas por la institución televisión.

Le saludé cordialmente y ella me preguntó si conocía a Mónica García, una persona transformada en un producto audiovisual en una campaña publicitaria. Le respondí diciendo que era votante suyo en las últimas elecciones y que me encontraba decepcionado por la fuga estrepitosa de los dos cabezas de lista, Carmena y Errejón, hacia mejores posiciones en el ecosistema mediático-político. Le comuniqué mi duda acerca de si tal candidata iba a abandonar la ciénaga de la Asamblea de Madrid tras las elecciones. Ella se mostró sorprendida y también lamentó ambas ausencias. A continuación, me ofreció un bolígrafo y algún otro objeto de los que se exhibían en la mesa.

Le dije que no quería ningún producto, sino aclarar mis dudas acerca de la fiabilidad de los candidatos. Le hice saber mi perplejidad por el comportamiento de Carmena, que asociaba abiertamente su destino al éxito. Ella se mostró azorada y me dijo que ante el peligro de Ayuso era imprescindible votar a candidaturas de progreso. Le confirmé mi temor a una victoria de Ayuso, pero esto no quiere decir que renuncie a preguntar o a exponer mis objeciones. Su  inquietud era cada vez mayor ante una conversación imprevista e incontrolada por su parte. Se mostró huidiza. Ante la evidencia de que no estaba interesada en conversar me despedí cordialmente y le deseé suerte.

La conversación entre personas de rangos similares o diferenciados, se muestra imposible en una campaña electoral, en la que todos los partidos desarrollan sus medios masivos de persuasión, que excluyen manifiestamente cualquier conversación. En mis ensoñaciones comparecen escenas de los Reyes Magos, que reciben a los niños uno a uno, preguntando a cada uno y dedicándole palabras prometedores. En la Feria del Libro, los autores de éxito reciben a los lectores uno a uno para firmar sus libros, produciéndose un breve intercambio de palabras. No se puede afirmar, en ninguno de los dos casos, que eso sea una conversación verdadera, pero sí da lugar a una situación relativamente abierta en la que puede ser  posible, y en la que no se puede descartar un intercambio entre estos interlocutores efímeros.

Pero las democracias de opinión pública contemporáneas excluyen la posibilidad del encuentro uno a uno. Las metodologías en que se sustentan son las de los productos de la estructura formidable del mercado, que en este tiempo, debido al milagro tecnológico, detenta la capacidad de multiplicar y renovar incesantemente múltiples productos y servicios. De ahí la necesidad, dados los imperativos ineludibles del capitalismo, de vender permanentemente sin pausa, todo el flujo de bienes. Este es el fundamento del prodigioso desarrollo del marketing, la publicidad y otras disciplinas de la comunicación del mercado total. Estos saberes y métodos, se extienden a todas las esferas. También a las elecciones, en las que la preponderancia de los magos de la comunicación política genera sofisticados líderes iconográficos amparados en un conjunto de afirmaciones a las que llaman programa.

El objetivo de las campañas es el de obtener el apoyo a uno de los candidatos, excluyendo así a los demás. Este mercado detenta esta particularidad: el consumidor solo puede comprar uno de los productos en liza. Para ello es menester movilizar los apoyos de cada candidato y erosionar los de los adversarios, al tiempo que se desarrollan las estrategias para captar la atención del contingente de los que son denominados como “indecisos”. En este juego es tan importante congregar a los propios  “compradores”, como descalificar a los productos rivales, para desconcertar a los incondicionales de los mismos.

Esta especificidad del mercado electoral configura las comunicaciones en el intenso tiempo de campaña. El objetivo de eliminar a los competidores genera una tensión ineludible en las comunicaciones. Se trata de conseguir cada voto en detrimento de los rivales. Así se produce una impronta que se extiende a todas las comunicaciones, que adoptan el modelo de la guerra. En este contexto, la conversación dialógica, que tiene sus propias reglas de persuasión basadas en la argumentación, queda radicalmente excluida. Se trata de llegar al gran público mediante golpes de efecto contundentes, y sobre todo, de ganar invirtiendo el menor tiempo posible.

El resultado es que los candidatos solo comunican con su público mediante mítines y reuniones preparadas, en los que la comunicación es integralmente unidireccional. En estos actos, los candidatos se dan auténticos baños de masas entre sus incondicionales, que requieren de ellos que arrasen a sus rivales. La emoción preside estas concentraciones en la que cada aspirante conecta con su público generando estados de euforia. En estos contextos es imposible discernir, matizar o puntualizar nada. El arte se encuentra en administrar los énfasis teatralmente y estimular y gestionar la emoción en común.

En la campaña se activan los militantes, simpatizantes y adheridos, que colaboran en distintas tareas de apoyo en los actos y en el plano mediático. Pero los incondicionales raramente dialogan entre sí, ni lo hacen con las gentes de sus entornos cotidianos. Estos se encuentran en un estado de exaltación partidista que dificulta cualquier comunicación. Más que un activo son un pasivo, en tanto que su marcada propensión a idolatrar a los candidatos constituye una barrera formidable a la comunicación con los demás. La campaña deviene en el momento en que se maximiza la autorreferencialidad. Cualquier cuestionamiento o problematización es percibido como “un ataque”. La imposibilidad de conversar con los múltiples otros se hace patente en un momento de guerra simbólica.

Los actos partidarios declinan los últimos años a favor de la mediatización de la campaña. En las programaciones de los medios los tertulianos representan un papel muy importante como actores de la comunicación política. Son la extensión de los candidatos y argumentarios en esa fábrica de la charla. La casi totalidad de estos se encuentra identificado con una opción o bloque político, mostrando inequívocamente su percepción sesgada y su adhesión a un libreto invisible, pero omnipresente, que es elaborado desde las instancias de comunicación de cada partido. Los tertulianos no conversan, sino que practican el juego de la obstrucción del oponente. Pero constituyen, dada su presencia permanente, la secuencia argumental que los políticos intensifican en las campañas electorales.

Junto a los candidatos tratados por las factorías comunicativas comparecen los programas. Estos resultan de la síntesis de las aportaciones de distintos expertos que escoltan a los candidatos. Exponen múltiples propuestas y medidas organizadas y jerarquizadas en áreas temáticas. Pero estos apenas cuentan, en tanto que solo sirven para debates sectoriales entre los expertos de los candidatos. Pero la operación esencial resulta la de ser troceados, para convertir a sus fragmentos en municiones para la confrontación comunicativa, que se denomina debate, y que es precisamente lo contrario a una conversación. En los días de campaña se puede advertir el tráfico de fragmentos voladores cruzados, emitidos desde las sedes partidarias.

Pero los programas ocultan la gran verdad de la época. Esta es que tienen límites establecidos por el conglomerado de poder global. Cualquier pretensión de cumplirlos desvela la presencia del partido transversal, que se sobrepone a todos los partidos, cuyos agentes tecnocráticos y mediáticos comparecen para frenar cualquier actuación gubernamental que desafíe los estrictos límites del programa común obligado. En esta legislatura, el partido transversal ha comparecido con todo su esplendor para impedir las medidas que amenacen su integridad. Así las reformas del mercado de trabajo o las privatizaciones educativas o sanitarias, parecen inamovibles.

La verdad de la época se acompaña de un secreto esencial. Este consiste en el efecto que tiene el incumplimiento de los programas de gobierno de la izquierda, que se constituye como un formidable factor de escepticismo de las clases con menores recursos. Aquí radica la clave de todas las elecciones. Todos los discursos electorales que pretenden modificar áreas que se encuentran más allá de los límites establecidos, son abatidos por el partido transversal mediante su sofisticada combinación de estrategias. La pasión y muerte de Carmena es un ejemplo paradigmático. Las reformas esenciales de su programa inicial son postergadas, para después ser abatidas. Así se disipa el entusiasmo y se minimiza el apoyo procedente de sus bases sociales relegadas.

En todo este conglomerado de actividades que conforman una campaña parece imposible la conversación. La gente común es segregada de las comunicaciones unidireccionales del complejo de partidos y actores políticos. Cada persona es convertida en un blanco de comunicaciones que buscan movilizar sus emociones y obtener su adhesión. En el argot político-mediático se denomina como “la calle”. En ocasiones, las cámaras bajan a este territorio para mostrar, en este caso sí, uno a uno, lo que sienten y dicen los segregados votantes. En estas emisiones comparece un muestrario de personas excéntricas, dotadas de gracejo, portadores de verdades de quita y pon, que exponen impúdicamente su incompetencia, en tanto que sujetos capturados por el sistema caótico de comunicaciones electorales, que lo convierten en receptor pasivo de comunicaciones cruzadas múltiples.

Por esta razón he seleccionado las palabras de Illich que encabezan este texto. Una cuestión primordial es la de debilitar a las personas para congregarlas en paquetes de votantes. Todas las actividades político-comerciales tienen esa finalidad de clasificar y modelar a todos como receptores pasivos. Instaurada la Torre de Babel del exceso de comunicación mediática, cada destinatario experimenta su finitud y  tiende a perderse. La conversación es el único método posible de reconstituir a cada uno como interlocutor. Sus beneficios se hacen patentes. Pero en este sistema de comunicaciones no tiene lugar y es manifiestamente disfuncional. Las campañas electorales son poco democráticas. En el tiempo del mercado total solo son una forma singular del mismo. La compra deviene en el modelo, y los votantes terminan siendo compradores efectivos. Y como es bien sabido, la compra tiene sus misterios profundos.

Desde esta perspectiva puede entenderse mi encuentro con la señora de la mesa. Mi posicionamiento me otorga la condición estigmática de inclasificable. Me encuentro fuera de juego, en tanto que no me identifico totalmente con una opción. Así se construye el estatuto de sospechoso, que en este juego es fatalmente entendido como posible agente del enemigo. Los no adictos incondicionales son expulsados del juego. Lo peor es que eso solo se resuelve conversando. Esta es la razón por la que me preparo para vivir en un exilio desértico durante la campaña, protegiéndome activamente de las tormentas de cuantiosos granizos procedentes del desguace de los programas.

 

 

 

1 comentario:

  1. Bueno de las campañas es imprescindible huir para evitar la desesperanza y luego siempre a la hora de votar hay que hacerlo al que nos parece menos malo aunque sea también infame, esa es la democracia que nos hemos dado entre todos pero en la que mandan los mismos que entre todos nos dieron la dictadura, en fin que nos damos y nos dan por......(ironía on) Un abrazo Juan.

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