miércoles, 30 de diciembre de 2020

OCHO AÑOS DE TRÁNSITOS INTRUSOS. ENTRE LA OBSOLESCENCIA INTELECTIVA

 

Sólo se es fecundo al precio de ser rico en antítesis

Nietzsche

La clarividencia de las palabras de Nietzsche adquieren mayor relevancia en el presente, que es un tiempo opaco, en el que no pocos proyectos en curso se maquillan y ocultan para adquirir el sagrado estatuto de la invisibilidad, en tanto que pueden ser vistos sus efectos, en tanto que sus objetivos y modos de operar permanecen ocultos. En un escenario así la antítesis se desvanece en las instituciones, siendo sepultada por una apoteosis de optimismo y positivismo pueril, cuya pervivencia depende de la preponderancia absoluta de los medios audiovisuales en detrimento de las instituciones que se reclaman herederas de la modernidad y sedes de la razón.

Precisamente en estos días se cumplen ocho años desde el comienzo del blog. Es mucho tiempo en un escenario socio-histórico que muta muy deprisa y se caracteriza por su opacidad. También es un período dilatado en mi biografía personal. Mi jubilación supone una situación muy nueva, en tanto que me constituye como un ser deslocalizado. En estos años se acrecienta la disonancia entre la velocidad y profundidad de las transformaciones en todos los órdenes y los esquemas referenciales arraigados en los distintos segmentos profesionales convencionalmente progresistas. Estos se muestran manifiestamente estáticos y parciales, de modo que construyen sus significaciones desde sinopsis que se referencian en el pasado, y también  desde posiciones sectoriales. Así, se configura un tiempo que contrapone las cogniciones microscópicas con las realidades macroscópicas, que se diseminan por todas las esferas sociales.

La pandemia de la Covid ha puesto de manifiesto la senilidad inquietante de los esquemas referenciales y los procesos de significación de lo que constituye la izquierda sociológica, fragmentada y diseminada en las distintas profesiones, que leen el mundo desde sus realidades locales. Este es el factor que configura una crisis de conocimiento que adquiere una envergadura insólita. El extravío parece inevitable en un mundo emergente muy diferente al del capitalismo del bienestar. Esta disonancia cognitiva determina una deriva en la que la impotencia de las acciones es manifiesta, siendo acompañada de un desconcierto creciente, en tanto que se actúa local/sectorialmente en una situación en la que los procesos globales se hacen presentes impetuosamente en cada sector.

Viví en la universidad la reforma impulsada por una maquinaria que representa un conjunto de instituciones globales que actúan concertadamente, que se encontró con la tímida oposición de varios sectores autoconfinados en la institución universitaria. La apisonadora reformista completó su marcha triunfal sin costes. En estos años se está completando la misma reforma, referenciada en el mismo complejo institucional, del sistema sanitario. Al igual que en el campo universitario, la definición de los profesionales que se oponen a esta la entienden como rigurosamente enclavada en el campo cerrado de la atención de la salud. En estas condiciones, la resistencia se encuentra condenada irremediablemente a su derrota estrepitosa. Este es el coste de este extraño taylorismo mental predominante.

Mi posición se ha radicalizado por el efecto demoledor de la pandemia de la Covid. Esta ha mostrado las sinergias entre todas las cegueras sectoriales acumuladas. Así, me siento en una situación de extrañamiento recombinado. Me percibo como un jubilado en el siglo XXI viviendo en un campo social entendido desde los conceptos del siglo XIX o de la primera parte del XX. La gran mayoría de gentes con las que me relaciono, es completamente ajena a los grandes procesos sociohistóricos en curso y a sus significaciones, que mutan radicalmente sus campos profesionales. Los esquemas referenciales del pasado desempeñan un papel letal, determinando la pérdida de orientación de los actores, condenados a vivir de sorpresa en sorpresa.

Twitter es un indicador concluyente de la falta de esta desincronización de tiempos históricos. La energía y tensión derivada del ínclito taylorismo mental al uso, tiene efectos demoledores en los usos de esta red, denotando la envergadura de la crisis de conocimiento. Muchos colegas me animaron a “digitalizarme” entrando en esa red. Mi decepción ha sido absoluta. No existe una conversación asentada, siendo sus usos rutinarios, y, salvo honrosas excepciones, destinados a difundir los textos o las actividades de cada cual, o repartir abrazos a los amigos. La inmensa mayoría sigue estrictamente la vieja recomendación de Franco a sus ministros, a los que aconsejaba no meterse en política. En esta red se cumple el precepto de cada uno con los suyos, y apenas existen mensajes cruzados entre gentes de distintas profesiones, ubicaciones y posicionamientos. Tengo la sensación de estar viviendo de nuevo los templos del silencio universitario, como los de mi departamento o facultad, en los que predominaba la quietud, la homogeneidad absoluta y los silencios debidos. El resultado es una extraña torre de babel que genera un ruido monumental, manteniendo las barreras de acceso y las fronteras entre unos y otros.

Las dos últimas semanas he leído pausadamente el libro de Shoshana Zuboff “La era del capitalismo de la vigilancia”. Este libro confirma las recensiones que había leído sobre el mismo. Efectivamente se trata de un libro de época. En mi caso ha logrado un verdadero terremoto intelectual. Desde el comienzo, sus aportaciones han irrumpido en mi esquema referencial, obligándome a reestructurarlo para acoger sus aportaciones. También ha alfabetizado muchas de las percepciones que tenía previamente, originadas en la observación de hechos que no se acomodaban bien a mi esquema personal.  Me ha obligado a revisitar a varios de mis acreedores intelectuales, como Lazzarato, Berardi, Marazzi, y, principalmente, Fumagalli, teóricos del capitalismo cognitivo, y a los autores de la Sociedad de la Vigilancia, Lyon y Whitaker.

El libro de Zuboff tiene el mérito de seleccionar el proceso social central, poniendo de manifiesto el núcleo esencial de la estructura social. Los teóricos de la sociedad de la vigilancia mostraban los nuevos panópticos y su acción concertada para establecer una vigilancia total, dando lugar al sujeto de cristal, cuya intimidad se encontraba amenazada por los poderosos dispositivos de las distintas vigilancias. Pero esta autora va más allá, estableciendo los objetivos y los fundamentos de las vigilancias. El concepto esencial que articula el libro es que estas son herramientas al servicio de un proyecto cuyos objetivos últimos son los cambios comportamentales de los atribulados vivientes.

Así, más allá del sujeto vigilado y transparente, comparece un sujeto coaccionado por un mecanismo de estudio de los comportamientos, transformación en datos y tratamiento de estos con la finalidad de modificar su conducta para adaptarla a los fines comerciales. En este proceso, la materia prima son los comportamientos, que son tratados para ser transformados en productos predictivos. De ahí resulta un mercado creciente de productos conductuales. Este se funda sobre una vigilancia estricta de los sujetos, que son minuciosamente observados para extraer de ellos los datos que convenientemente tratados e insertados en modelos sofisticados de análisis, son convertidos en algoritmos que automatizan las conductas. Estos saberes terminan ejerciendo distintas formas de persuasión y presión para que los sujetos adopten los comportamientos requeridos.

Estos procesos terminan por reducir la realidad a lo calculable por los algoritmos establecidos. El cambio histórico radica en que, a diferencia del capitalismo industrial que privilegiaba los medios de producción, el nuevo capitalismo de la vigilancia privilegia la modificación de la conducta y el fortalecimiento de un poder instrumental orientado a conocer los comportamientos y orientarlos a sus finalidades. La conexión digital es el instrumento esencial para la vigilancia de las personas, alimentando las nuevas industrias extractivas de datos que  van a reorientar e influir en los comportamientos.

En palabras de Zuboff “Los productos y servicios del capitalismo de la vigilancia no son los objetos de un intercambio de valor. No establecen unas reciprocidades constructivas entre productor y consumidor. Son más bien los ganchos que atraen a los usuarios hacia unas operaciones extractivas en las que se rebañan y empaquetan nuestras experiencias personales para convertirlas en medios para los fines de otros. No somos clientes del capitalismo de la vigilancia. Aunque el dicho habitual rece que “cuando el producto es gratis, el producto eres tú”, tampoco es esa la forma correcta de verlo. Somos las fuentes del excedente crucial que alimenta el capitalismo de la vigilancia: los objetos de la operación tecnológicamente avanzada de extracción de materia prima a la que resulta cada vez más difícil escapar. Los verdaderos clientes del capitalismo de la vigilancia son las empresas que comercian en los mercados que este tiene organizados acerca de nuestros comportamientos futuros”.

Este dispositivo de la industria extractiva de los datos para generar comportamientos automatizados pone de manifiesto una verdad inquietante. El nuevo sistema nos requiere para que nuestra vida sea eficaz para el sistema mismo. Para ello debemos aceptar ser monitorizados, observados, analizados y explotados como minas de datos, en la perspectiva de ser siempre modificados por los dispositivos persuasivos/coactivos de este sistema. De esta estructura central resulta un sujeto dependiente en grado extremo y conducido por un dispositivo externo que tiene la competencia de variar sus métodos cuando no consigue los resultados esperados. La democracia y la libertad parecen imposibles en un medio semejante.

Ignorar este proceso en marcha y concentrar el campo de visión en lo sectorial circundante, implica un grado de trivialización peligroso. Esto es lo que vivo a diario, accediendo a las comunicaciones de humanoides polarizados por minucias sectoriales y locales, ajenos al avance de este proceso. Lo que se dirime es la capacidad de neutralizar la máquina de modificación del comportamiento formidable que opera ante nuestros ojos inexorablemente. Se trata de recuperar el control sobre nuestra propia vida. Esta es la cuestión fundamental de este tiempo. Lograr la supremacía sobre las máquinas que moldean nuestros comportamientos.

Leyendo a la Zuboff he pensado en una iniciativa fértil. Voy a proponer a las autoridades educativas que las facultades de sociología pasen a denominarse “Industrias Extractivas de Datos Humanos”. Así, los ilustres graduados pueden ser definidos como los nuevos ingenieros extractivos de minas humanas. Eso sí que representa un progreso de la profesión, entonces preparada para nutrir el nuevo y próspero mercado de futuros conductuales.

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario