domingo, 13 de diciembre de 2020

EL ROMPECABEZAS EPIDEMIOLÓGICO IMPOSIBLE EN LAS NAVIDADES

 

Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven.
José Saramago

La emergencia de la pandemia de la Covid constituye un acontecimiento que, más allá de su naturaleza estrictamente sanitaria,  modifica sustancialmente los modos de gobierno de las sociedades del presente. Un autor tan importante como Castoriadis, entiende las sociedades -el social-histórico en su lenguaje- como un proceso incesante de invenciones que responden a situaciones nuevas, y que, con posterioridad, son instituidas e incorporadas al imaginario colectivo. La pandemia ha requerido nuevos métodos de gestión de la población, que descansan sobre la reinvención de la nueva institución del confinamiento de poblaciones, que alcanza la categoría de “sagrada” en el nuevo orden social.

Así, el confinamiento originario de los meses de marzo, abril y mayo, es la matriz sobre la que se experimenta la gestión de la población para contener la pandemia, estableciendo un nuevo orden social fundado en la trilogía contagiadores/contagiados/contagiables. El confinamiento instituye una cadena de ensayos de gobierno unificados por la severa constricción de lo social, que siguiendo la pauta ensayo/error, configuran un nuevo social histórico resultante de la nueva gestión de la población. El estado decreta normas que limitan la movilidad y las relaciones sociales, instituyendo un repertorio de unidades sociales artificiales, constituidas para aislar a racimos de personas en las burbujas convivenciales, así como una categorización de las gentes según su riesgo pandémico. Convivientes, allegados y extraños, conforman distintas geometrías en el nuevo social programado por el extravagante estado epidemiológico.

El ascenso a los cielos de la nueva ciencia de gestión de la población, tiene varias significaciones simultáneas. Una de las mismas es la estrictamente sanitaria, implementada para detener las cadenas de contagios. Pero, con independencia de esta, también significa la realización de un gran experimento político, que genera una nueva forma de conducir a las gentes, que no puede ocultar su naturaleza explícitamente coercitiva. La pandemia rescata distintas formas de gobierno procedentes de los viejos arsenales del derecho penal y de las gubernamentalidades estrictas anteriores a la irrupción del nuevo capitalismo desorganizado en los años ochenta, que Lipovetsky sintetiza en el sagaz término de “orden democrático-disciplinario”.

La nueva gestión de la población remite a la creación de facto de un nuevo gobierno mundial, que implica la generalización de las medidas implantadas por otros ejecutivos, que adoptan la forma de gobiernos-franquicia. Pero, tras esta convergencia de las élites gubernamentales, que intercambian medidas de emergencia frente a coyunturas críticas de la pandemia, subyace la hegemonía del modelo chino y de varios países asiáticos, caracterizados por una férrea disciplina social. La OMS adopta posiciones que suponen la promoción de este modelo, cuyos resultados, en términos de gestión de la pandemia, son concluyentes. La nostalgia de un poder efectivo contundente y sin contrapesos es manifiesta en el atribulado mundo profesional de médicos, salubristas y epidemiólogos, así como en la burocracia médica y salubrista que conforma la OMS.

El confinamiento, pues, adquiere una centralidad absoluta, que multiplica sus formas y variantes, configurándose como una institución flexible que se instala en una secuencia de metamorfosis sociales. Confinamiento integral en la primavera, perimetrales y parciales en el verano, limitados a segmentos de población, instaurados en horarios o tiempos específicos, como el toque de queda. Este modo prolífico de gestión de la población descansa sobre un supuesto esencial: la constricción severa de la vida social. El sujeto es encerrado en unidades sociales artificiales, establecidas por el poder, para restringir sus lazos sociales. Este es un experimento relativamente eficaz para gestionar la pandemia, pero muy peligroso en el plano político, en tanto que supone una regresión democrática y civilizatoria inquietante.

LA GUBERNAMENTALIDAD EPIDEMIOLÓGICA Y EL ENCAPSULAMIENTO

La forma específica de gobierno epidemiológico, el confinamiento en sus distintas variantes, descansa sobre el supuesto esencial del encapsulamiento. Individuos, grupos, colectivos o segmentos de población son encapsulados para separarlos de los contiguos. Los métodos de encapsulamiento se organizan según el principio de constricción severa de la vida social. Una parte sustancial de esta, es eliminada drásticamente para preservar a la población encapsulada. Asimismo, la limitación de la movilidad es otro factor determinante. De este modo, la vida social ordinaria es intervenida por el poder epidemiológico pastoral, que constituye una sociedad artificial formada por distintas burbujas de convivientes, reales en algunas ocasiones, e imaginarios en la mayoría. La sanción y el castigo respaldan a este orden social, que se impone sobre la voluntad de las personas. Así, se suspenden los espacios públicos que albergan las fiestas, el ocio o el encuentro social.

El sujeto epidemiológico encapsulado, resultante de las operaciones epidemiológicas de los confinamientos y encapsulamientos, presenta analogías con el sujeto constituido por la gubernamentalidad neoliberal. Este se constituye en torno a sus capitales personales, que son inventariados por las instituciones de la evaluación, para establecer un sistema permanente de microdiferencias entre las personas, que constituyen el fundamento de la gestión del gobierno. Así, cada cual es un competidor permanente en una carrera de méritos que se extiende de lo profesional a lo cotidiano, espacio en el que cada uno debe acreditar la diversidad de prácticas y experiencias ante los demás en el sacramental espacio virtual.

La pandemia y sus epidemiologías desbocadas refuerzan esta severísima individuación. Cada uno debe permanecer disciplinadamente encuadrado en las cápsulas sociales o burbujas de convivientes asignadas. El solapamiento entre el modelo de sujeto acreditable en competencia y el del sujeto epidemiológico encuadrado, deviene en una necesidad ineludible. En ambos casos debe hacerse visible a los poderes que lo conducen, así como seguir estrictamente sus instrucciones y conminaciones, aunque en el primer caso se revista de la apariencia de la autodeterminación personal. El buen ciudadano neoliberal que se forja en la gestión de sí mismo en la competencia con los demás y el buen ciudadano epidemiológico, que se forja en la obediencia a la autoridad experta, se solapan en un extraño arquetipo personal.

EL ROMPECABEZAS EPIDEMIOLÓGICO

De estas operaciones gubernamentales resulta un misterioso rompecabezas fluctuante, compuesto por las burbujas impuestas por los ingenieros de la salud de la población. Sus antecedentes remiten a las operaciones realizadas por las potencias coloniales en los procesos y conflictos de la descolonización, en los que se creaban aldeas estratégicas para aislar las poblaciones de los insurgentes. La reinvención epidemiológica de la sociedad es el resultado del sumatorio de confinamientos y encapsulamientos. La sociedad ordinaria es reconfigurada y desviada para contener el furor vírico, instaurando un control social integral, con respecto al cual se pueden albergar dudas acerca de su desaparición en la pospandemia..

La sociedad artificial epidemiológica resulta algo patética, alcanzando en muchos casos el estatuto de la comicidad. La reinvención de la familia como espacio de convivientes, resulta desoladora. Esta se entiende como una mistificación del arraigo,  en tanto que los miembros de esta proverbial institución se encuentran, en una gran parte de los casos, sujetos a unas movilidades intensísimas. No me cabe duda que la persistencia de los contagios, que los operadores epidemiológicos ciegos no se explican, tiene como causa el cierre de las universidades y los tránsitos de los compradores de créditos en sus idas y venidas al hogar. Pero, la epidemiología remite siempre a la apoteosis de lo sincrónico, constituyendo un sesgo fatal. Se sobreentiende al hijo vinculado perennemente al papá y a la mamá, configurando una fantasía que se puede asignar a las viejas civilizaciones agrarias.

Un aspecto sugerente de la crisis de conocimiento resulta de la glorificación de los hogares familiares en una situación en la que una parte muy considerable de la población vive en hogares unipersonales, o en distintas formas de compartir espacio doméstico, que, en general, presentan también una movilidad superlativa, dando lugar a un gran mosaico móvil. Las visiones estáticas prevalentes en el estado epidemiológico se contraponen con la explosión de las movilidades, que desborda las piadosas categorías de convivientes y allegados, que remiten al orden de la quietud. He anhelado ser ahora profesor de sociología, como lo fui en mi pasado,. En un curso pondría a todos los distinguidos científicos a conseguir citas en portales de internet. Gozo solo con imaginar lo que sería la puesta en común final de los perplejos descubridores de los mundos de los flujos y las movilidades de las relaciones personales efímeras.

El rompecabezas epidemiológico, sus tipologías, catalogaciones y burbujas, quedan manifiestamente desbordadas por la multiplicidad de las sociedades del presente. Desde la perspectiva de una persona, el mundo inmediato registra la proliferación de los otros. Los otros pueden ser los desconocidos indescifrables; los desconocidos reconocibles; los extraños cotidianos; los extraños inquietantes; los vecinos; los próximos cotidianos;  los próximos profesionales; los espectrales presentes en el vivo espacio virtual; los amigos, los enemigos y los inesperados. Cada cual transita por un espacio social en el que se intersecciona con muy distintas clases de gentes. La reducción de ese mundo a las categorías de riesgo y de las dicotomías epidemiológicas resulta simplificadora.

LAS NAVIDADES COMO TIEMPO DE CONMOCIÓN EPIDEMIOLÓGICA

La llegada de las Navidades en una situación epidemiológica crítica ha desencadenado una secuencia de decisiones fundadas en los viejos conceptos de la familia y las relaciones sociales, almacenados en los desvanes del olvido. Así, se entiende que los convivientes en un hogar son estáticos. Sin embargo, el riesgo radica precisamente en que la Nochebuena y Navidad es un tiempo de encuentro de los consanguíneos diseminados. La enorme masa de becarios, estudiantes de los distintos ciclos, así como otras especies laborales vinculadas a la producción del conocimiento, se mueven hacia sus hogares para diseminarse de nuevo en la sagrada noche del Nochevieja.

Al tiempo, la nueva familia nuclear reactiva sus lazos con la familia amplia mediante encuentros, regalos, celebraciones y rituales amistosos. Las navidades significan un sustancial incremento de la actividad social. Esta efervescencia social implica una intensificación del uso de los espacios públicos para la actividad comercial imprescindible para los intercambios. En este tiempo, las personas mutan para transformarse en portadores de paquetes, al tiempo que las grandes plantaciones de paquetes (Amazon y otras) alcanzan su esplendor supremo. El paquete es el verdadero símbolo navideño que denota la movilización de todo el sistema social.

Las advertencias del nuevo estado epidemiológico acerca de las prohibiciones y los límites a las relaciones, han estimulado a las gentes a implementar estrategias para conservar estos rituales de relación. Así demuestran, su proverbial capacidad e desviar el orden administrativo en su favor. El elocuente ejemplo de las compras anticipadas de productos alimenticios para evitar la subida de precios final, se ha clonado en las relaciones. El pasado puente ha registrado un incremento de encuentros familiares sin precedentes, anticipándose así a las restricciones impuestas por los gestores de la pandemia. Los resultados en términos de cifras de infectados se harán patentes en los próximos días.

La forma de gobernar una población es la concertación, para multiplicar la fuerza. Los operadores del gobierno epidemiológico han renunciado a ella desde el principio. Solo confían en su control de los media y de la policía. El resultado es la intensificación de las resistencias sin discurso, que en Navidades va a alcanzar cotas excelsas. Uno de los ejemplos que visibiliza la crisis de conocimiento es la ilusión de control. ¿quién puede controlar efectivamente a los invitados de las comidas y cenas en espacios privados? ¿y quién puede avalar a los posibles allegados, interceptándolos en las calles? El nuevo estado autoritario ha perdido la cabeza. La inconsistencia de las burbujas que conforman su rompecabezas; las definiciones estáticas de las personas y de las familias; la negación de la multiplicidad de hogares; la denegación de las movilidades… Estamos asistiendo a las prodigiosas sinergias de las cegueras de las élites estatales y las élites salubristas y epidemiológicas, huérfanas en el exterior de los laboratorios.

Las arquitecturas del nuevo hospital de Madrid, que remite a la institución granja, así como las colas frente a los centros de salud y de las administraciones públicas, denotan una mutación en la forma de gobierno. Se están modificando los criterios de valoración de las personas, y todo apunta a una gran regresión. Cada uno es considerado como una unidad de un rompecabezas múltiple: comercial, epidemiológico, electoral...Pero esto lo analizaré en la siguiente entrega. Para etiquetar esta entrada he tenido dudas. Pero me he decidido por el presente, en tanto que lo epidemiológico-sanitario ya se ha instalado en el corazón del estado y los medios.

 

 

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