miércoles, 25 de noviembre de 2020

LA SOCIEDAD EPIDEMIOLÓGICA AVANZADA Y EL EPIDEMIÓLOGO UNIDIMENSIONAL

 

La sociedad epidemiológica avanzada se constituye sobre el acontecimiento originario, que es la pandemia de la Covid 19. Se trata de un plano específico agregado sobre la sociedad neoliberal avanzada, que absorbe los cambios generados por la pandemia para reforzar sus procesos y sus estructuras. Así, la producción incesante del miedo, manufacturada industrialmente por los medios, encuentra una oportunidad de expansión. El terror a la incertidumbre económica, a la delincuencia, a la emergencia de mundos oscuros o a la expansión de la contingencia, se ve ahora acompañada del miedo a la enfermedad, la invalidez y la muerte. Así, las estrategias epidemiológicas ascendidas a la cúpula del estado-mercado, se fusionan con todos los procesos en curso, constituyéndose en un argumento demoledor que refuerza la eficacia de la gestión y gobierno de las poblaciones.

La apoteosis epidemiológica se constituye sobre un método intrínseco que aporta al conjunto de los operadores sistémicos una oportunidad formidable. Este es el confinamiento. En los últimos meses han comparecido, alternándose entre sí, distintas variantes del mismo. El confinamiento domiciliario estricto inicial, ha cedido el paso a distintas formas de confinamiento parcial, entre las que se encuentran varios modos de establecer regulaciones estatales que reducen las relaciones sociales. El confinamiento es un concepto versátil, que se manifiesta bien encerrando a todos, bien limitando su movilidad, o estableciéndolo en el tiempo de la noche. Pero el estado epidemiológico tiene la licencia de discernir entre distintas categorías en la población, que es catalogada, separada, conducida y gestionada por tan científico poder. Vivo en Madrid, una ciudad dual en la que los operadores epidemiológicos han escindido eficazmente los territorios según su composición social.

El fundamento del gobierno epidemiológico radica en un acto axial, como es la patologización de la población entendida en su conjunto. Se sobreentiende que el cuerpo social es equivalente a un paciente al que hay que pilotar, guiar y establecer actuaciones sobre su cuerpo,  negándole de facto su autonomía para su autogestión. Así, se recupera en su plenitud el concepto de inhabilitación, que tanto Illich como otros pensadores críticos enunciaron en los años setenta. La patologización implica la negativa a considerar que el ilustre paciente tenga la capacidad de pilotar su vida ordinaria. De este modo, sus órganos son suspendidos y sometidos a intervención del poder epidemiológico. Bajo este imperativo muchas de las actividades son impedidas o intervenidas, promulgándose normas que fijan límites a la vida, tanto en la esfera pública como de la privada. La sociedad civil es derogada por el estado epidemiológico, que toma sus decisiones fundadas en la abolición de la capacidad de las distintas instituciones para cogestionar su futuro.

El modo de operar del poder epidemiológico es la implementación de una mediatización audiovisual absoluta. Así se confirma una de las cuestiones básicas del camino hacia una sociedad neoliberal avanzada, que funda su poder sobre los medios de comunicación, que pierden radicalmente su condición de constituirse en “el cuarto poder”, para integrarse en el corazón del poder instituido. El alineamiento de todos los medios en posiciones activas a favor de sus patrones políticos alcanza cotas escandalosas. Se puede hablar, en rigor, de gobierno de los platós, en los que los políticos, los próceres de la comunicación y los expertos, se apoderan de la totalidad de los flujos de la comunicación y sus sentidos.

Pero el gobierno epidemiológico no significa de ninguna manera que los epidemiólogos detenten autonomía en sus decisiones. No, ellos son ensalzados por los operadores mediáticos y presentados fragmentariamente en las pantallas con reiteración. Pero sus recomendaciones son corregidas por los decisores, que operan en un área gris invisible en la que interaccionan los directivos del mercado con los huéspedes instalados provisionalmente en el gobierno. Los salubristas son presentados profusamente como expertos infalibles, de modo que sus decisiones tienen que ser aceptadas sin réplica alguna. Así refuerzan un aspecto central de las sociedades neoliberales avanzadas, que se fundan en la institución de la experticia como forma de reducción radical de la democracia.

Los expertos epidemiológicos son convertidos en consejeros aúlicos de un poder oscuro que reglamenta la vida estrictamente según criterios altamente discutibles. Así, durante el confinamiento duro y sus sucesivas desescaladas y revivals, en las pantallas no se muestran imágenes en relación con los afectados severamente por los contagios, ni tampoco por los fallecidos. Por el contrario, se muestran imágenes “positivas” de personajes centrales de la comunicación, que conforman un coro que interpreta la canción “Resistiré”. La figura central y única del dispositivo epidemiológico, que a imagen y semejanza de los líderes de los partidos no tiene número dos cuando se ausenta, Fernando Simón, desempeña un papel más cercano a la troupe mediática que la de un científico.

Los discursos de los científicos, advenidos a la cúpula de los estados-mercado, son manifiestamente inconsistentes e interesados, y no resistirían una conversación abierta en una sociedad democrática. Sus decisiones arbitrarias hacen desaparecer los contagios del transporte público, de las actividades laborales, comerciales y de las interacciones privadas. Así, asignan en monopolio del contagio a la hostelería, el ocio y la noche, que adquiere la condición de maldita. La cultura sociológica de las autoridades se inscribe en lo más patético que se pueda imaginar. Estos políticos y su corte de asesores epidemiólogos pretenden intervenir toda la vida y las instituciones desde sus posiciones. No consideran la opción de comunicar, escuchar, conversar, influir, acordar, concertar o ganar apoyos. Su imagen en los atriles, rodeados de autoridades policiales y militares es paradigmática.

Pero sus recetas son siempre variantes del confinamiento. En una situación así renacen inevitablemente las fuerzas corporativas y sociales que ocupan posiciones altas en la estructura social. El confinamiento, en todas sus variantes, debilita gravemente a los sectores sociales más débiles. En un cuadro como este, los sectores que se denominan progresistas se encuentran manifiestamente bloqueados, noqueados y desnortados, en tanto que sus posiciones se encuentran determinadas por la unidimensionalidad en un campo social que activa todas las dimensiones. Así, sus actuaciones muestran un extrañamiento mayúsculo con respecto a los distintos procesos que tienen lugar simultáneamente en el campo político y social. Algunas intervenciones de ilustres miembros de la progresía noble sanitaria en los últimos meses muestran inequívocamente el vacío derivado de la mutilación de su mirada unidimensionalidad sanitaria.

La ignorancia de los procesos en curso a favor de la consolidación de una poderosa sociedad de control, fundada en la vigilancia extrema y la gestión autoritaria de la población, confiere a sus posicionamientos una ingenuidad desoladora. En una situación de suspensión de las organizaciones sociales por parte del estado epidemiológico-neoliberal, que monopoliza las decisiones, cancela los procesos de concertación y deniega radicalmente la consulta y la cogestión, la mayor parte de los progresistas sanitarios se encuentra sumergida en el campo de la asistencia, ajena a la realidad inquietante de deterioro radical de las instituciones y la democracia. La situación epidemiológica deviene en un arma a favor del gobierno aristocrático de los poderosos, respaldado por su corte de expertos salubristas y sustentado en los cuerpos de seguridad.

Algunas declaraciones y actuaciones de personas relevantes del progresismo sanitario en este tiempo resultan desoladoras, en tanto que son monumentos de unidimensionalidad. He escuchado palabras punitivas de gentes de la Federación de Defensa de la Salud Pública caracterizadas por una trayectoria impecable, y que durante los largos años del postfranquismo han propugnado siempre la democratización, entendida como coparticipación en las decisiones. Mi amigo Rafa Cofiño, promotor de múltiples iniciativas y textos, autor de un blog sugerente y fértil, devenido ahora en director general de Salud Pública de Asturias, corre el riesgo de actuar como un autómata programado de las instituciones autoritarias, determinadas por los designios sistémicos del estado epidemiológico/neoliberal, convirtiéndose justamente en lo opuesto a lo que representa. El deterioro institucional lo puede convertir en Rafa Confiño, un ejecutor de confinamientos que generan un vacío político y social amenazante y atenazante.

El confinamiento, en cualesquiera de sus versiones, representa una agresión a la sociedad y a las personas, cuyas consecuencias son incalculables. En este tiempo estoy muy atento a las vicisitudes de la gestión autoritaria de la población. Por poner un ejemplo que sirva de muestra de los efectos demoledores de la cadena de confinamientos, me refiero a una figura frecuente en las sociedades posmodernas: los hijos solos. Para muchos niños, estar encerrados sin relación con las personas de su clase de edad, representa una fatalidad que los reconfigura psicológicamente. Los discursos epidemiológicos de estos meses con respecto a la figura espectral de los convivientes, omiten a estas personas, así como a muchas otras para las que ser encerrados representa una fatalidad irreparable.

Pero el poder epidemiológico procede mediante la reducción de todos a categorías uniformizadoras, que en muchos casos mutilan su condición. Nadie piensa en lo que representa para la vida sexual de las personas que viven solas el encierro y las restricciones. En estas exclusiones se manifiesta la naturaleza autoritaria del experimento epidemiológico en curso, que convierte a las personas en partes anónimas de ese gran paciente –la población total- que pretenden tratar frente al virus. Así, las personas tales como los niños sin hermanos o los singles de todas las condiciones, son privados de su singularidad humana, siendo reducidos a partículas sometidas a una lógica ajena a sus vidas, que acumulan sufrimientos derivados de su tratamiento pandémico.

Durante muchos años he entendido la reforma sanitaria de la atención primaria como la conformación de una red asistencial en la que sus operadores profesionales trasciendan la unidimensionalidad, recuperando la clínica su espacio natural.  Asimismo, siempre he albergado la esperanza de que se quebrase la ley fatal de la izquierda sanitaria, consistente en que, cuando son ascendidos a tareas de gobierno, son absorbidos por la lógica imperante en esos aparatos. En este tiempo de pandemia se acrecienta esta alienación derivada de la unidimensionalidad sanitarista. Así, la consolidación de una sociedad epidemiológica avanzada, caracterizada por sus métodos autoritarios y sus lógicas al servicio de los intereses sociales fuertes, apenas encuentran oposición. Otro progresismo sanitario es necesario y quizás posible.

 

 

1 comentario:

  1. Profesor Irigoyen, muchísimas gracias por la solidez intelectual y la lucidez que está compartiendo con nosotros en estos meses en los que se quiebran de forma general ambas cosas.
    Ayuda usted a mantener la esperanza cuando más difícil resulta.
    Un cordial saludo de un antiguo lector suyo.

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