sábado, 28 de noviembre de 2020

EMILIA Y FERNANDA. FIGURAS DE LA DESPOSESIÓN

 

La pandemia en curso ha generado una experiencia de gobierno autoritario de gran envergadura, que es imperceptible desde los esquemas referenciales de numerosos sectores progresistas, en tanto que ahora se encuentran ubicados eventualmente en el espacio del gobierno político mismo. La Covid representa una conmoción de todo el sistema económico que penaliza severamente a los sectores más débiles. Pero la trama de la acción política, sindical y social de estos, imprescindible en la defensa de sus intereses, se encuentra en quiebra y suspensión. Esta derogación de este sistema de acción, constituye una amenaza para el precario equilibrio político y social. La única realidad que se hace patente sobre el vacío es la acción comunicativa del gobierno, que funciona mediante la producción de una cadena de simulacros que se hacen presentes en las pantallas. La acción se agota en los platós y los intereses de los vulnerables son defendidos por la representación fantasmagórica de los tertulianos.

Los partidos del gobierno se apropian de la totalidad de la representación de los intereses débiles y expropian a estos de su propia defensa, mediante una apoteosis de egocentrismo. Este se manifiesta en la asunción de sus propios tiempos de gobierno. Pero el proceso histórico que determina el presente es mucho más complejo, incluyendo varias temporalidades. En términos generales, se puede afirmar que en los últimos treinta años se ha producido una secuencia que puede ser definida apelando al fértil e inteligente concepto de “desposesión”. El capitalismo de bienestar va dejando de operar gradualmente y es reemplazado por una acumulación basada en la desposesión. Este término, es formulado por un autor imprescindible: David Harvey. Es un geógrafo insigne, pero su pensamiento rebasa con mucho las fronteras disciplinares establecidas en la academia.

El término desposesión, en el tiempo histórico del presente,  remite a una cadena de privatizaciones en áreas esenciales del sector público, reconversiones laborales duras, mercantilización agresiva del espacio y de la producción cultural. En la ciudad que vivo, Madrid, la desposesión alcanza niveles de intensidad insólita. Mi padre decía –refiriéndose al primer franquismo- que en las familias pudientes, los listos se ubicaban en las empresas privadas, en tanto que los menos dotados, que obtenían a duras penas sus licenciaturas en Derecho, se asentaban en la administración pública. La ilustre familia Aznar sigue esta pauta tantos años después. El padre, tras sus años en la política se prodiga en el sector privado más lucrativo. Pero sus hijos y yerno son apremiados a situarse en el núcleo duro que ejecuta la desposesión, las empresas poseedoras de activos que permiten prodigiosos beneficios.

En esta entrada voy a presentar a dos personas que son víctimas severas de la catástrofe económica derivada de la Covid, que, como afirmaba anteriormente, ha silenciado a los sindicatos y las débiles organizaciones de defensa. En estos meses se hacen visibles las acciones vigorosas de los empresarios y autónomos afectados por el diluvio, así como su presencia en las televisiones. Pero, los trabajadores de estos sectores, los camareros, las limpiadoras y otras categorías similares, permanecen en un silencio estricto, confinadas en sus guetos residenciales, en espera de que algún héroe gubernamental, tertuliano piadoso o experto revestido de rasgos humanos les restituya al mundo productivo en condiciones similares a las vigentes antes de marzo, que ya eran manifiestamente duras.

Emilia es una camarera madrileña, que está viviendo un intenso drama personal, en tanto que sus condiciones laborales han alcanzado un nivel inasumible. Fernanda es una mujer peruana que lleva muchos años en España y no ha conseguido prosperar. Ha trabajado en distintos trabajos coaccionados e informalizados, pero los últimos años ha enlazado varios empleos como niñera. Su situación actual es de desempleo radical, en tanto que tampoco puede buscar debido al repliegue de las familias acomodadas frente a la pandemia. En mis conversaciones con ellas he constatado la pertinencia de uno de los conceptos utilizados por Harvey para definir la desposesión. Este es el de “vidas pulverizadas”. Las vidas de ambas han estallado irremediablemente.

Pero lo más perverso de su situación actual es que se sienten habitantes de una realidad espectral que es invisible a los demás. Ellas no están en los discursos de los políticos, comunicadores, tertulianos, expertos, epidemiólogos y otras especies que pueblan el mundo fantasmático de los medios y las instituciones. En el flujo mediático aparecen como entidades impersonales asociadas a la categoría “puestos de trabajo”. Sus vivencias son radicalmente incomunicables. Tras mis encuentros cara a cara, he podido comprender la terrible pomposidad de la clase dirigente. La autocomplacencia de la izquierda encerrada en las instituciones abiertas solo a las cámaras. Así se genera un tipo de político de izquierda en este tiempo altanero, pretencioso y vacío. Estos comparten con los expertos el mundo de la ficción estadística y el distanciamiento abismal de las condiciones reales de numerosas categorías sociales. En las conversaciones con ellas, ha sido inevitable recordar a Irene Montero y su alegre, pomposa y autosatisfecha troupe de staff múltiple.

EMILIA

Emilia trabaja como camarera en un importante local de hostelería, en el que se alternan varios turnos de trabajo. En cada horario hay  un equipo. Lleva muchos años trabajando allí, encadenando períodos de trabajo y de desempleo, cobrando la prestación. Este es un mecanismo concertado con el propietario, que hace rotar a la plantilla. Es una buena profesional, curtida en el arte de lidiar con los públicos diversos que pueblan el local, así como con los numerosos compañeros y jefecillos que ha conocido. Antes trabajó esporádicamente en varios bares y restaurantes. Sus menguados salarios se incrementan con los extras de banquetes de bodas y celebraciones. Está conectada a un promotor de estos eventos, lo que le proporciona recursos adicionales a su salario.

La Covid ha llegado simultáneamente a una crisis biográfica. Para ella su imagen ha sido un activo personal muy importante en sus devenires personales y laborales. La llegada del cuarto decenio ha venido acompañada de los primeros signos de mutaciones en su cuerpo. Este hecho representa un golpe muy duro para ella. Es una mujer alta y vistosa. Su aspecto físico refuerza su personalidad fuerte, que es una componente esencial del servicio que brinda a los clientes. El inicio de este resquebrajamiento físico le afecta psicológicamente. Tras un matrimonio desventurado y algunas parejas temporales, su vida sentimental es muy parca. Ha tenido relaciones esporádicas con compañeros y jefes, que siempre se han resuelto insatisfactoriamente, y también conflictivamente. En los últimos años sus relaciones son esporádicas en fines de semana, donde acude a una discoteca en la que se fraguan pactos fugaces estimulados por el alcohol y sus acompañantes.

En sus años jóvenes era cortejada de múltiples formas por distintos clientes, compañeros y jefes. Ahora vive mal la presencia de compañeras mucho más jóvenes que la reemplazan en este sistema de mensajes y relaciones que se asienta sobre las barras, las mesas y las cocinas. Desde su perspectiva personal, este es un acontecimiento fatal. Siempre lleva pantalón largo. En una charla me confesó desolada que tiene unas varices monumentales. Decía que desde hace años no podía mirarse al espejo. En su sistema de significación ella se percibe como un despojo, en tanto que su declive corporal comienza a encerrar secretos cada vez más intensos. Vive en un piso con una vieja tía, lo que le condiciona en su autonomía personal. Pero su aspiración es encontrar una pareja estable que alivie su incipiente soledad y sus miedos al paso de los años.

El súbito confinamiento supuso una tragedia para ella, en tanto que se tuvo que encerrar con su tía. Para ella su trabajo es fundamental, en tanto que su actividad le blinda ante la introspección personal. Se puede afirmar que es una activista que busca estar muchas horas ocupada. En las largas jornadas de reclusión doméstica se presentaron todos sus fantasmas personales y sus miedos. El encierro quebró su frágil equilibrio y salió de él muy tocada. La conocí en el comienzo del verano. Cuando aparecieron dudas sobre la viabilidad de la hostelería me dijo que ella prefería morir a no trabajar. Estar ocupada durante horas le protegía de sus incertidumbres.

Cuando el local reabre tras el confinamiento, el propietario los reúne y les plantea una condición para permanecer abiertos. Esta es que la recaudación tiene que cubrir todos los gastos de mantenimiento, suministros y logística. Así, ellos cobrarían la parte restante una vez cubierta la cuota de los gastos. Esto generaba una contabilidad B, en tanto que se pactaba que no se cumplían los contratos. Naturalmente, todos aceptaron, en tanto que no tenían otra alternativa. Esta situación disminuyó drásticamente los recursos de Emilia, afectados por la suspensión de los banquetes de celebraciones sociales. Pero lo peor es el clima que se genera en la plantilla, que reparte el sobrante de la caja diaria. En esta situación, las rencillas personales adquieren un esplendor insólito y la vida diaria tras las barras se agrava. El catálogo de agravios comparativos percibidos, envenena todas las relaciones hasta límites tóxicos. En la plantilla se producen distintas realidades, desde los mayores que se encuentran en sus últimos años hasta los jóvenes salvajemente precarizados, que en su mayoría son latinoamericanos.

Lo que estoy narrando no se encuentra presente en los platós ni en el discurso de los distintos expertos. Es una apoteosis de lo negro, de una informalización extrema. Imagino un testimonio así en un plató de tarde en el que están presentes entre otros,  Monedero y Cristina Cifuentes. Supongo que esta diría con una pose indignada que debía denunciarlo, asignándole a la cuestión una categoría de excepción. En estas situaciones predomina la sobrevivencia. Emilia se ha adaptado a vivir en la jungla de la barra y las mesas, reforzando sus defensas. En un contexto así la ficción es inevitable. Ella espera el milagro de la pareja, de la vuelta a la normalidad anterior a marzo y la llegada a las pantallas evanescentes de algún comandante piadoso que la redima de su condición. Entre tanto, solo cabe vivir cada día y ser fuerte para soportar las desventuras de su vida. Y entrenarse en el arte -como recomendaría un psicólogo despiadado- de no tener malos pensamientos, de pensar en positivo.

Dejo para otro día el caso de Fernanda, que es todavía más denso. Estos son algunos de los seres humanos denegados por la desposesión, expulsados al limbo estadístico, transformados en etiquetas de categorías sociales. De ellas se espera que, cuanto menos, permanezcan invisibles, no tengan voz y no estropeen la fiesta de los integrados, cuyas vidas sofisticadas se hacen ubicuas en los escaparates de las pantallas y en los autorrelatos de las gentes en las redes, que se presentan como artistas de la vida.

Una noche, tras conversar con Emilia, me puse a ver First Dates en la Cuatro, en tanto que es el único programa en el que comparecen personajes del mundo de la vida que solo puede ser resuelta mediante la recombinación de varios milagros. El primer concursante decía que era de Barcelona y limpiacristales de profesión. Apagué la televisión pronunciando una interjección inevitable “Me caguen el capitalismo postfordista”. Tuve que recurrir al alivio se significa siempre para mí Bach.

 

miércoles, 25 de noviembre de 2020

LA SOCIEDAD EPIDEMIOLÓGICA AVANZADA Y EL EPIDEMIÓLOGO UNIDIMENSIONAL

 

La sociedad epidemiológica avanzada se constituye sobre el acontecimiento originario, que es la pandemia de la Covid 19. Se trata de un plano específico agregado sobre la sociedad neoliberal avanzada, que absorbe los cambios generados por la pandemia para reforzar sus procesos y sus estructuras. Así, la producción incesante del miedo, manufacturada industrialmente por los medios, encuentra una oportunidad de expansión. El terror a la incertidumbre económica, a la delincuencia, a la emergencia de mundos oscuros o a la expansión de la contingencia, se ve ahora acompañada del miedo a la enfermedad, la invalidez y la muerte. Así, las estrategias epidemiológicas ascendidas a la cúpula del estado-mercado, se fusionan con todos los procesos en curso, constituyéndose en un argumento demoledor que refuerza la eficacia de la gestión y gobierno de las poblaciones.

La apoteosis epidemiológica se constituye sobre un método intrínseco que aporta al conjunto de los operadores sistémicos una oportunidad formidable. Este es el confinamiento. En los últimos meses han comparecido, alternándose entre sí, distintas variantes del mismo. El confinamiento domiciliario estricto inicial, ha cedido el paso a distintas formas de confinamiento parcial, entre las que se encuentran varios modos de establecer regulaciones estatales que reducen las relaciones sociales. El confinamiento es un concepto versátil, que se manifiesta bien encerrando a todos, bien limitando su movilidad, o estableciéndolo en el tiempo de la noche. Pero el estado epidemiológico tiene la licencia de discernir entre distintas categorías en la población, que es catalogada, separada, conducida y gestionada por tan científico poder. Vivo en Madrid, una ciudad dual en la que los operadores epidemiológicos han escindido eficazmente los territorios según su composición social.

El fundamento del gobierno epidemiológico radica en un acto axial, como es la patologización de la población entendida en su conjunto. Se sobreentiende que el cuerpo social es equivalente a un paciente al que hay que pilotar, guiar y establecer actuaciones sobre su cuerpo,  negándole de facto su autonomía para su autogestión. Así, se recupera en su plenitud el concepto de inhabilitación, que tanto Illich como otros pensadores críticos enunciaron en los años setenta. La patologización implica la negativa a considerar que el ilustre paciente tenga la capacidad de pilotar su vida ordinaria. De este modo, sus órganos son suspendidos y sometidos a intervención del poder epidemiológico. Bajo este imperativo muchas de las actividades son impedidas o intervenidas, promulgándose normas que fijan límites a la vida, tanto en la esfera pública como de la privada. La sociedad civil es derogada por el estado epidemiológico, que toma sus decisiones fundadas en la abolición de la capacidad de las distintas instituciones para cogestionar su futuro.

El modo de operar del poder epidemiológico es la implementación de una mediatización audiovisual absoluta. Así se confirma una de las cuestiones básicas del camino hacia una sociedad neoliberal avanzada, que funda su poder sobre los medios de comunicación, que pierden radicalmente su condición de constituirse en “el cuarto poder”, para integrarse en el corazón del poder instituido. El alineamiento de todos los medios en posiciones activas a favor de sus patrones políticos alcanza cotas escandalosas. Se puede hablar, en rigor, de gobierno de los platós, en los que los políticos, los próceres de la comunicación y los expertos, se apoderan de la totalidad de los flujos de la comunicación y sus sentidos.

Pero el gobierno epidemiológico no significa de ninguna manera que los epidemiólogos detenten autonomía en sus decisiones. No, ellos son ensalzados por los operadores mediáticos y presentados fragmentariamente en las pantallas con reiteración. Pero sus recomendaciones son corregidas por los decisores, que operan en un área gris invisible en la que interaccionan los directivos del mercado con los huéspedes instalados provisionalmente en el gobierno. Los salubristas son presentados profusamente como expertos infalibles, de modo que sus decisiones tienen que ser aceptadas sin réplica alguna. Así refuerzan un aspecto central de las sociedades neoliberales avanzadas, que se fundan en la institución de la experticia como forma de reducción radical de la democracia.

Los expertos epidemiológicos son convertidos en consejeros aúlicos de un poder oscuro que reglamenta la vida estrictamente según criterios altamente discutibles. Así, durante el confinamiento duro y sus sucesivas desescaladas y revivals, en las pantallas no se muestran imágenes en relación con los afectados severamente por los contagios, ni tampoco por los fallecidos. Por el contrario, se muestran imágenes “positivas” de personajes centrales de la comunicación, que conforman un coro que interpreta la canción “Resistiré”. La figura central y única del dispositivo epidemiológico, que a imagen y semejanza de los líderes de los partidos no tiene número dos cuando se ausenta, Fernando Simón, desempeña un papel más cercano a la troupe mediática que la de un científico.

Los discursos de los científicos, advenidos a la cúpula de los estados-mercado, son manifiestamente inconsistentes e interesados, y no resistirían una conversación abierta en una sociedad democrática. Sus decisiones arbitrarias hacen desaparecer los contagios del transporte público, de las actividades laborales, comerciales y de las interacciones privadas. Así, asignan en monopolio del contagio a la hostelería, el ocio y la noche, que adquiere la condición de maldita. La cultura sociológica de las autoridades se inscribe en lo más patético que se pueda imaginar. Estos políticos y su corte de asesores epidemiólogos pretenden intervenir toda la vida y las instituciones desde sus posiciones. No consideran la opción de comunicar, escuchar, conversar, influir, acordar, concertar o ganar apoyos. Su imagen en los atriles, rodeados de autoridades policiales y militares es paradigmática.

Pero sus recetas son siempre variantes del confinamiento. En una situación así renacen inevitablemente las fuerzas corporativas y sociales que ocupan posiciones altas en la estructura social. El confinamiento, en todas sus variantes, debilita gravemente a los sectores sociales más débiles. En un cuadro como este, los sectores que se denominan progresistas se encuentran manifiestamente bloqueados, noqueados y desnortados, en tanto que sus posiciones se encuentran determinadas por la unidimensionalidad en un campo social que activa todas las dimensiones. Así, sus actuaciones muestran un extrañamiento mayúsculo con respecto a los distintos procesos que tienen lugar simultáneamente en el campo político y social. Algunas intervenciones de ilustres miembros de la progresía noble sanitaria en los últimos meses muestran inequívocamente el vacío derivado de la mutilación de su mirada unidimensionalidad sanitaria.

La ignorancia de los procesos en curso a favor de la consolidación de una poderosa sociedad de control, fundada en la vigilancia extrema y la gestión autoritaria de la población, confiere a sus posicionamientos una ingenuidad desoladora. En una situación de suspensión de las organizaciones sociales por parte del estado epidemiológico-neoliberal, que monopoliza las decisiones, cancela los procesos de concertación y deniega radicalmente la consulta y la cogestión, la mayor parte de los progresistas sanitarios se encuentra sumergida en el campo de la asistencia, ajena a la realidad inquietante de deterioro radical de las instituciones y la democracia. La situación epidemiológica deviene en un arma a favor del gobierno aristocrático de los poderosos, respaldado por su corte de expertos salubristas y sustentado en los cuerpos de seguridad.

Algunas declaraciones y actuaciones de personas relevantes del progresismo sanitario en este tiempo resultan desoladoras, en tanto que son monumentos de unidimensionalidad. He escuchado palabras punitivas de gentes de la Federación de Defensa de la Salud Pública caracterizadas por una trayectoria impecable, y que durante los largos años del postfranquismo han propugnado siempre la democratización, entendida como coparticipación en las decisiones. Mi amigo Rafa Cofiño, promotor de múltiples iniciativas y textos, autor de un blog sugerente y fértil, devenido ahora en director general de Salud Pública de Asturias, corre el riesgo de actuar como un autómata programado de las instituciones autoritarias, determinadas por los designios sistémicos del estado epidemiológico/neoliberal, convirtiéndose justamente en lo opuesto a lo que representa. El deterioro institucional lo puede convertir en Rafa Confiño, un ejecutor de confinamientos que generan un vacío político y social amenazante y atenazante.

El confinamiento, en cualesquiera de sus versiones, representa una agresión a la sociedad y a las personas, cuyas consecuencias son incalculables. En este tiempo estoy muy atento a las vicisitudes de la gestión autoritaria de la población. Por poner un ejemplo que sirva de muestra de los efectos demoledores de la cadena de confinamientos, me refiero a una figura frecuente en las sociedades posmodernas: los hijos solos. Para muchos niños, estar encerrados sin relación con las personas de su clase de edad, representa una fatalidad que los reconfigura psicológicamente. Los discursos epidemiológicos de estos meses con respecto a la figura espectral de los convivientes, omiten a estas personas, así como a muchas otras para las que ser encerrados representa una fatalidad irreparable.

Pero el poder epidemiológico procede mediante la reducción de todos a categorías uniformizadoras, que en muchos casos mutilan su condición. Nadie piensa en lo que representa para la vida sexual de las personas que viven solas el encierro y las restricciones. En estas exclusiones se manifiesta la naturaleza autoritaria del experimento epidemiológico en curso, que convierte a las personas en partes anónimas de ese gran paciente –la población total- que pretenden tratar frente al virus. Así, las personas tales como los niños sin hermanos o los singles de todas las condiciones, son privados de su singularidad humana, siendo reducidos a partículas sometidas a una lógica ajena a sus vidas, que acumulan sufrimientos derivados de su tratamiento pandémico.

Durante muchos años he entendido la reforma sanitaria de la atención primaria como la conformación de una red asistencial en la que sus operadores profesionales trasciendan la unidimensionalidad, recuperando la clínica su espacio natural.  Asimismo, siempre he albergado la esperanza de que se quebrase la ley fatal de la izquierda sanitaria, consistente en que, cuando son ascendidos a tareas de gobierno, son absorbidos por la lógica imperante en esos aparatos. En este tiempo de pandemia se acrecienta esta alienación derivada de la unidimensionalidad sanitarista. Así, la consolidación de una sociedad epidemiológica avanzada, caracterizada por sus métodos autoritarios y sus lógicas al servicio de los intereses sociales fuertes, apenas encuentran oposición. Otro progresismo sanitario es necesario y quizás posible.

 

 

jueves, 19 de noviembre de 2020

PAUL VIRILIO Y LA COVID COMO ACCIDENTE



Lo que vivimos como shock nos impide pensar; el tiempo real es una herramienta del poder y, también, de su resistencia.

Siempre se infunde miedo en nombre del bien.

Paul Virilio

 

Paul Virilio es un pensador francés, radicalmente fecundo, original e inclasificable. Fue arquitecto y director de la Escuela de Arquitectura de París durante muchos años, pero sus libros remiten a un prolífico pensador que descifra inapelablemente su tiempo histórico. Puede ser considerado, además de un urbanista, principalmente como un filósofo crítico con las sociedades del presente. Su lucidez le ha reportado un gélido vacío en la venerable institución de la Academia, en tanto que ha construido su obra en sus márgenes. Así forma parte de un catálogo de autores imprescindibles, cuyas aportaciones no son reconocidas por la extraña comunidad académica, entre los que tienen un lugar de honor, entre muchos otros, los situacionistas. Puede ser considerado como un autor inequívocamente autodidacta, como tantos de los grandes pensadores de la modernidad. Toda su obra se sostiene sobre posiciones que cuestionan las ideas dominantes arraigadas en el mundo de los media y el pensamiento patrocinado.

  Desde que, a finales de los años noventa, leí su primer libro, quedé fascinado por la potencialidad de su visión. Desde entonces siempre me ha acompañado y ayudado a comprender muchos de los enigmas del tiempo presente. Mi relación con su obra es morbosa, en el sentido de que un destacado prócer de la sociología académica española me dijo en una ocasión que este autor no tenía importancia, en tanto que no era un sociólogo. Ciertamente, el pensamiento de Virilio no puede ser reducido a una casilla de la matriz disciplinar que instituye la Academia. Su lectura a escondidas siempre me ha estimulado. Cualquier lector de este blog que conozca su obra, puede reconocer su influencia sobre mis textos.

Aunque murió en 2018, la emergencia de la Covid, pone de manifiesto la lucidez y actualidad de su obra, específicamente en lo que se refiere a una categoría central en su pensamiento, como es el accidente. La pandemia global es una catástrofe que puede comprenderse desde las coordenadas de sus libros. “El accidente originario”; “El arte del motor: aceleración y realidad virtual”; “Cibermundo: La política de lo peor”; “La administración del miedo”; “La bomba informática”; “Velocidad y política”; “Lo que viene”. En mi opinión, su obra constituye una aportación imprescindible para comprender la pandemia y las respuestas que ha suscitado desde unas instituciones agotadas y un pensamiento mutilado. Cada mañana, cuando comienzo a deglutir mi ración de “información” manufacturada mediáticamente, aparece su figura para esclarecer las cuestiones esenciales que permanecen invisibilizadas en la papilla mediática.

El concepto principal que articula toda su obra es el de la velocidad. Esta genera una destrucción progresiva de las instituciones y de los arquetipos personales de la época, sometidos a una dinámica de cambios y ritmos inasumible. La velocidad se constituye en el principio de autodestrucción, que se instala en todos los espacios del orden social. La consecuencia más notoria es el accidente, que es autoproducido por los efectos de la velocidad. Así, la tecnociencia misma se ha convertido en un arsenal de los accidentes mayores y una fábrica de catástrofes. El siglo XX es esclarecedor al respecto. La ciencia experimenta la presión de batir récords, a semejanza del mundo del deporte. De este modo se incuban las condiciones para la autodestrucción.

Afirma Virilio que “La velocidad domina, la velocidad de la luz, de las ondas se impusieron sobre la velocidad de los móviles, del transporte, de los medios de transmisión tradicionales. Es imposible comprender la realidad del mundo sin esta configuración. En los años cuarenta se hablaba de la aceleración de la historia, hoy estamos ante la aceleración de lo real, la aceleración de la realidad. Todos los sectores de nuestra civilización están afectados por la aceleración de lo real. Es una evidencia que aún no ha sido reconocida plenamente”. La aceleración termina afectando a todos los dominios, constituyéndose como un factor letal.

La presión a la tecnociencia es vehiculizada por una de las estructuras sociales productoras de la velocidad: los medios de comunicación. Estos se regocijan en la presentación del espectáculo de las distintas catástrofes: accidentes, atentados terroristas, catástrofes ambientales, criminalidad y otras similares. Así, amplifican sus efectos y generan una situación en la que es inviable la reflexión acerca de su causalidad y posibles soluciones anticipatorias. Los medios terminan por producir una apoteosis de las emociones colectivas, alimentando los temores colectivos. El miedo administrado por los medios, deviene en un instrumento de manipulación formidable. En un ambiente así, la acción política se encuentra con obstáculos insuperables. Esta es la sustanciade lo que Virilio denomina como “cronopolítica”. Las euforias derivadas de las sociedades de consumo colisionan con los estados de psicosis colectiva resultantes del miedo, generando así lo que denomina como “sociedad del desamparo”. Frente a una situación así, propone construir una nueva inteligencia preventiva.

Las categorías principales del pensamiento de Virilio, resultan pertinentes para la comprensión de la crisis derivada de la emergencia de la Covid. Las actuaciones de las autoridades, la preponderancia de los medios, la apoteosis del miedo y el manejo de las emociones negativas, la mediatización de la ciencia y la asistencia sanitaria, la catástrofe política derivada de la conversión del accidente en arma electoral, el silencio de la inteligencia, la incapacidad de los científicos para posicionarse globalmente y la gestión emocional de la población atemorizada. Este tiempo es un laboratorio para los conceptos claves de este autor. Quizás el más importante resulta de los estados colectivos derivados de esta apoteosis vírica. Dice Virilio que “las catástrofes son desagües emocionales donde van a parar las pasiones enfrentadas a un acontecimiento de riesgo”.

La catástrofe de la Covid ha puesto de manifiesto la debilidad de la inteligencia médica. La pandemia ha intensificado la aceleración, reforzando las condiciones que impiden comprender la asistencia en relación a la sociedad en la que se inscribe. En el caso de la salud pública, la ausencia proverbial de un pensamiento crítico actualizado, facilita pensar la sociedad como un ente subordinado a la esfera sanitaria. Así, se entiende aquella como un sumatorio de unidades (comunidades) locales. Esta visión tiene consecuencias nefastas para la inteligibilidad, en tanto que los procesos históricos que configuran el presente tienen el signo contrario. Son los procesos globales los que reconfiguran drásticamente lo local.

La pobreza severa de las referencias del pensamiento médico, con  pocas excepciones, se extienden a la izquierda sanitaria, que agota su campo de visión en el sistema sanitario, siendo radicalmente ajena a la progresiva implementación de una nueva sociedad de control. Así, sus propuestas se agotan en la defensa de un sistema público y universal, ausentándose de las realidades emergentes en los distintos planos sociales. La preponderancia de lo que se entiende como zonas básicas de salud, para esta visión egocéntrica de lo social, constituye un ejemplo de los efectos demoledores de un pensamiento mutilado, que puede ocupar un lugar de honor en el museo del descentramiento y las cegueras sanitarias en este tiempo histórico.

Esta es la razón que me ha llevado a presentar en este texto a Virilio, con la intención de recuperar sus fértiles aportaciones. El aspecto más relevante de su obra, desde la crisis Covid es el del miedo. Su libro “La administración del miedo” es premonitorio de la explosión securitaria que antecede a la Covid, y que ha sido reforzado por ella.  Para presentar a Virilio aquí, voy a reproducir algunos fragmentos de dos entrevistas publicadas en los años 2005 y 2009. Sus palabras testifican la lucidez con respecto a la naturaleza de las sociedades del presente. Recomiendo leer los textos. Aquí voy a reproducir algunos fragmentos que incluyen consideraciones de los entrevistadores y las respuestas del propio Virilio. En un panorama tan gris, dominado por las estrellas de las televisiones y los profesionales y científicos autorrecluidos en sus parcelas, sus reflexiones alcanzan el rango de lo prodigioso para la inteligencia y la sabiduría.

La primera entrevista es  la realizada por Pablo Rodríguez para Clarín el 26/03/2005. Su título es “Paul Virilio y la política del miedo”. 

https://cafedelasciudades.com.ar/carajillo/imagenes6/ENTREVISTA%20PARA%20FORO%20A%20VIRILIO.pdf

 Virilio considera que tiene una misión: alertar. En su urgencia se puede entrever lo que el alemán Hans Jonas denominó "la heurística del miedo", la convicción de que la acción política consiste en tomar nota de los peligros. En el caso de Virilio, se trata del peligro de desestabilizar absolutamente todos los aspectos de la conciencia y la percepción occidental, algo propio en realidad de la modernidad capitalista, cuando no paDos son las consecuencias de esta transformación sensible de la política.

 Al interior de las ciudades, el sujeto no sabe cuándo ser soldado ni cuándo ciudadano, porque desconfía del vecino, no sabe quién es el enemigo y las fuerzas de seguridad son a un tiempo una policía y un ejército. En este sentido, Virilio estudia la creciente indistinción de las fuerzas de seguridad en los Estados Unidos, máximo ariete de los procesos políticos contemporáneos. Las grandes urbes serían hoy el terreno de una silenciosa guerra de todos contra todos que deriva no sólo en la más evidente histeria que rodea a los atentados y a los accidentes, sino también en la comisión de crímenes que guardan características similares a los de los campos de concentración, pues son producto de bandas que atacan a seres indefensos (mediante secuestros, violaciones colectivas, asesinatos seriales, etcétera) en lugares cerrados sin importarles su vida. Fuera de las ciudades, sin embargo, este cambio de lógica obliga al establecimiento de una "guerra civil global" que por principio no se detiene en las fronteras nacionales y prerrogativas estatales, por más que esté comandada por un Estado-nación como los Estados Unidos.

El principal de estos nuevos problemas es lo que yo llamo la democracia de la emoción. Pasamos de una democracia de la opinión, con la libertad de la prensa, la estandarización de la opinión pública, a una democracia de la emoción donde lo que ocurre es la sincronización de las emociones.

Para mí, el paso de la geopolítica a la metropolítica implica la vuelta al Estado policial. La guerra contra el terrorismo, lo que ocurre concretamente hoy en Irak, es un ejemplo patente de esta vuelta al Estado policial. Las ciudades-Estado griegas, que están en el origen de nuestra idea de la democracia, era también estados policiales. Los ciudadanos eran soldados. La polis y la policía iban unidos. Pero hoy en día se disociaron estos dos aspectos y se rescata sólo el valor de policía. Es en este sentido que hay que entender el término "sociedades de control". Y además, estas sociedades de control operan con una lógica concentracionaria que, eso sí, no apunta como en el pasado a la exterminación a gran escala. El proceso actual en Estados Unidos lo ilustra perfectamente: la Patriot Act que restringe las libertades civiles, lo que ocurre en Guantánamo, en fin, toda la guerra contra el terrorismo consiste en la puesta en acto de un Estado policial global. Hemos salido de los grandes ejércitos nacionales a la policía de la metropolítica mundial.

Para mí, la lógica concentracionaria tiene que ver con el abandono de la cosmópolis, la ciudad abierta al mundo, que es reemplazada por la claustrópolis, una vigilancia global a través de las tecnologías que América latina conoce bien, con los radares y los satélites que dominan el

subcontinente con el argumento que fuere (lucha contra el narcotráfico, guerra contra el terrorismo). Esto es un fenómeno netamente retrógrado. - —Se puede decir que el control a través del espacio, algo que usted llama "aeropolítica", no es un fenómeno nuevo.

El Ministerio de Información de 1984, y los mecanismos clásicos de la censura, trabajan en la lógica de la subexposición. Creo que hoy asistimos a una censura que es producto de la sobreexposición. La subexposición fracasa frente a la necesidad de sobreexponer, de dar información sin cesar. Pero esta sobreexposición no es un símbolo de libertad, porque al invadirnos completamente perdemos de vista la realidad y nos impide la acción. Hoy es muy difícil ocultar información, pero igual de difícil es que una revelación de información (que no es la revelación accidental que mencioné anteriormente) provoque un "despertar" de las conciencias y un cambio político profundo. O sea, el escenario es bastante más complicado que el previsto en 1984. El poder de los medios a nivel global es mucho más complejo que la televigilancia que describía Orwell. Este es un fenómeno nuevo, que yo estudié en varios de mis libros, pero que requiere todavía de muchos análisis. El Ministerio del Miedo que yo pienso se refiere a la obra homónima de Graham Greene, publicada en 1943. El miedo y el pánico son los grandes argumentos de la política moderna. Esto ya había comenzado con el equilibrio del terror de la Guerra Fría, pero el proceso fue relanzado con una potencia nueva por el desequilibrio del terrorismo. Asistimos a un relanzamiento del pánico como política y tenemos que trabajar mucho para comprenderlo y combatirlo.

La segunda entrevista es la realizada por Eduardo Febbro, ublicada en Cuadernos del CENDES en septiembre de 2010. Es un texto que sintetiza bien las posiciones del autor https://www.redalyc.org/pdf/403/40318704007.pdf

Algunas de sus respuestas:

La velocidad destruye. En una suerte de paradoja vinculante donde se combinan el progreso y la catástrofe, la velocidad y su corolario de soportes técnicos han interconectado al mundo al mismo tiempo que creado una peligrosa simultaneidad de emociones. Esta es la tesis central que, con una anticipación sorprendente, viene argumentando el urbanista y pensador francés Paul Virilio. Antes de que la extrema velocidad de Internet se instalara en la vida cotidiana de casi todo el planeta, Paul Virilio intuyó el riesgo intrínseco en el corazón de esa hipercomunicación y los desarreglos profundos que acarrean el desarrollo tecnológico y la velocidad. La férrea crítica que Paul Virilio despliega le valió el apodo de «pensador y promotor de la catástrofe»[…..] la velocidad de las transmisiones reduce el mundo a proporciones ínfimas», al tiempo que la rapidez reemplazó la uniformización de las opiniones por «la uniformización de las emociones». Para Virilio, los conceptos de democracia y derechos humanos están en peligro. El uso actual de la tecnología conduce a una reactualización del totalitarismo. La velocidad es poder, poder de destrucción, poder que inhibe la posibilidad de pensar. En su último libro, La administración del miedo, el ensayista francés apunta hacia otro de los mecanismos de control político con que el poder gestiona las sociedades humanas: el miedo.

Las sociedades de antes estaban bajo el signo de la estandarización de las opiniones. Si tomamos como referencia la Revolución Industrial nos encontramos con la estandarización de los productos, lo que llamamos la industria, y también de las opiniones. A través del desarrollo de la prensa y de los medios de comunicación se operó una uniformización de las opiniones públicas. Ahora, hoy, con la interactividad, ya no se trata más de la uniformización de las opiniones, sino de la sincronización de las emociones. Estamos ante una sociedad en donde la comunidad de emociones reemplaza la comunidad de intereses. Se trata de un acontecimiento político prodigioso. Las sociedades vivieron bajo el régimen de la comunidad de intereses, de allí la estructura de las clases sociales, los ricos y los pobres, el marxismo, etc., etc. Hoy vivimos bajo el régimen de una comunidad de emoción, estamos en lo que he llamado un comunismo de los afectos: resentir la misma emoción, en el mismo instante. El 11 de septiembre de 2001, delante de una catástrofe telúrica equivalente a un terremoto o un tsunami, el planeta estuvo en la misma sintonía de emoción. Es un acontecimiento político inédito en la historia de la humanidad. Se trata de un acontecimiento pánico que pone en tela de juicio la democracia. La tiranía del tiempo real representa una amenaza considerable que no ha sido tomada en cuenta. Se hacen bromas sobre la telerrealidad y esas cosas, pero este fenómeno nada tiene que ver con la telerrealidad. ¡Ocurre que se ha llegado a sincronizar a la misma realidad!

La democracia es la reflexión común y no el reflejo condicionado. No existe opinión política sin una reflexión común. Pero hoy lo que domina no es la reflexión sino el reflejo. Lo propio de la instantaneidad consiste en anular la reflexión en provecho del reflejo. Cuando me invitan a un debate en la televisión, me dicen: «Qué bien, usted trabaja desde el año 77 en los fenómenos de velocidad. ¿Tiene un minuto para explicarme todo eso?». No es posible. Estamos ante un fenómeno reflejo, pero la democracia reflejo es una imposibilidad, no existe. Lo mismo ocurre con la confianza. Las Bolsas están en crisis, porque hay una crisis de la confianza. ¿Y por qué hay una crisis de confianza? Porque la confianza no puede ser instantánea. La confianza en un sistema político o financiero no es automática. La opinión tampoco puede ser instantánea. Ahora bien, los sistemas administrados por los políticos, incluido el sistema financiero, son fenómenos que tienden hacia el automatismo. La automatización es todo lo contrario de la democratización.

En primer lugar, quiero decir que el mundo de la velocidad instantánea conduce a la inercia. De alguna manera, la lentitud de las sociedades antiguas anuncia la inercia de las sociedades futuras. La rapidez absoluta conduce a la inercia y la parálisis. La interactividad prescinde del desplazamiento físico y de la reflexión, por consiguiente, el incremento constante de la velocidad nos llevará a la inercia. El problema ya no concierne tanto a la lentitud o la velocidad, sino que concierne a la inteligencia del movimiento. Cuando me preguntan «¿Acaso hay que aminorar?», yo respondo: «No, hay que reflexionar».

Yo no expongo un trabajo retrospectivo sobre el bienestar del pasado, sino una reflexión sobre el porvenir. Soy un progresista. Por ello no hablo de desacelerar sino de elaborar una inteligencia del movimiento, una suerte de economía política de la velocidad. Esto consiste en reencontrarse con el tempo. El descontrol del tempo hizo volar en pedazos el sistema de producción y de trabajo. Las consecuencias de esta desregulación del tempo las constatamos en la empresa France Telecom, donde los empleados se suicidan. Nos falta el ritmo. Todas las sociedades antiguas eran rítmicas: estaban la liturgia, las fiestas, las estaciones, la alternancia del día y de la noche, el calendario, etc., etc. Pero con la aceleración de lo real hemos perdido esta organización rítmica. Vivimos en una sociedad caótica. La velocidad redujo el mundo a nada. El mundo es demasiado pequeño para el progreso, demasiado pequeño para la instantaneidad, la ubicuidad. Esta es una de las grandes cuestiones políticas y uno de los grandes planteos de mañana en materia de derechos humanos.

Ello explica el desarrollo de la televigilancia, las propuestas para recabar las huellas de los individuos. Hasta podemos pensar que, mañana, la noción de identidad, de documento de identidad, será remplazada por la trazabilidad de las personas. Una vez que se controlan todos los movimientos de un individuo, la cuestión de su identidad pierde todo interés. Basta con recabar informaciones sobre sus movimientos y la velocidad para localizar la persona o el producto. La trazabilidad es un elemento inquietante de la vigilancia. El miedo siempre ha sido un instrumento para gobernar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 14 de noviembre de 2020

LA COVID Y LA DESTITUCIÓN DE LA CIENCIA


El presente se pone en manos del futuro lo mismo que una viuda ignorante y confiada se pone en manos de un astuto y deshonesto agente de seguros.

Rafael Sánchez Ferlosio

 

 

La crisis generada por el Covid genera la exaltación de la ciencia y los científicos. Las televisiones les confieren un estatuto próximo a la divinidad, generando expectativas que se ubican en la frontera del animismo. Mientras tanto, el fracaso de las medidas y las predicciones alcanza proporciones insólitas. Los discursos mediáticos invisten a la ciencia justamente de manera inversa a lo que es. Esta se entiende a semejanza de los dogmas religiosos, es decir, como un bloque de certezas sin fisuras ni dudas, que es preciso asumir sin problematización alguna.

Pero el advenimiento de los científicos, así como de su corte de acompañantes, a las pantallas suscita muchas dudas. Estos formulan sus prescripciones referenciadas en el arsenal científico disponible. Pero este conocimiento experto se encuentra con el hándicap del fracaso de sus previsiones. Además, las líneas enunciadas por los mismos se encuentran tamizadas por decisiones de las autoridades que se desvían considerablemente de estas. Los intereses económicos y políticos se han asentado en el espacio decisional, desplazando a los expertos que piensan en términos exclusivos de salud. Así, la dupla Illa/Simón acredita una capacidad encomiable de asignar dobles sentidos a sus discursos y decisiones.

El tiempo inicial del confinamiento de marzo les otorgó una preeminencia total, que con el paso del tiempo se va corrigiendo. De este modo, la ciencia, que es la referencia de las decisiones, se va desgastando gradualmente a los ojos de crecientes sectores sociales, que manifiestan de diferentes formas su escepticismo y disconformidad. Este repliegue de la ciencia a un papel secundario se acompaña de un incremento de las ceremonias mediáticas para su glorificación. El paso del tiempo desdibuja y desgasta a los reservistas de la ciencia, convirtiéndoles en un cuerpo sacerdotal presente en las ceremonias mediáticas litúrgicas, pero cada vez más ajeno a las decisiones de gobierno.

Se puede afirmar que la alternativa propuesta desde el comienzo de la crisis viral, consistente en la realización de test, rastreo y aislamientos selectivos, supervisados por la Atención Primaria, ha fracasado estrepitosamente. Esta estrategia no ha sumado recursos para su realización, tampoco apoyos políticos tangibles. La verdad es que se sobreentiende que este tiempo es un intervalo en espera de la llegada de las vacunas, entendidas como objetos mágicos liberados de cualquier deliberación y problematización. El anuncio de Pfizer ha sido recibido mediante una explosión de mística colectiva, que genera un estado que recuerda al de las preguerras históricas, en las que los costes desaparecen a favor del fervor colectivo.

En la oposición para obtener mi plaza de profesor titular en la universidad, uno de los ejercicios era exponer un tema ante el piadoso tribunal. Elegí uno pleno de enjundia. Este era la crisis de las ciencias sociales por desincronización con el tiempo rápido imperante en los cambios sociales. Estos operaban a un ritmo vertiginoso, en tanto que la ciencia social necesita un tiempo dilatado para definir nuevos conceptos, generar el consenso en la comunidad científica e inscribirlos en construcciones teóricas. Las nuevas tecnologías aplicadas a la producción producen una cascada incesante de novedades en forma de productos y servicios inmateriales. Estos tienen un impacto inmediato en las prácticas sociales, y, por ende, en la conciencia social, las relaciones sociales y las instituciones.

Tal y como ha planteado una de las mentes más lúcidas e inquietantes de la época, Paul Virilio, la velocidad termina por destruir una parte sustantiva de la sociedad, reconfigurando las instituciones. Así, las ciencias sociales contemplan perplejas la invasión de lenguajes que tienen su origen en las tecnologías, la informática, las ciencias de la gestión empresarial –marketing, publicidad, recursos humanos- , en detrimento de su propio arsenal conceptual. Este proceso termina por destituir el pensamiento y las ciencias humanas, que es relegado a un papel subordinado con respecto al conglomerado de saberes derivados del cambio tecnológico, que ostenta el protagonismo mediático y la relación privilegiada con la industria.

Estos lenguajes y saberes, no tienen vocación alguna en establecerse y arraigarse en un esquema teórico. De ahí que sean reemplazados por otros en un perpetuo recambio. La consecuencia más importante radica en que, en tanto que son ligeros, triviales y livianos, contribuyen a la ininteligibilidad creciente del mundo. De ahí resulta el individuo contemporáneo, que, en ausencia de un marco sólido de interpretación, se entrega a la dependencia de los dispositivos expertos. Algunos de los malestares de la época se pueden explicar en referencia a esta situación.

En este tiempo de Covid se produce una situación semejante con la ciencia. Esta recala en las pantallas para convertirse en un espectáculo que proporcione validez y certeza a las decisiones. Sin embargo, el poderoso ecosistema comunicativo termina por neutralizar a la ciencia, invirtiendo sus contenidos y propósitos. Esta es sometida al tiempo de la televisión y las redes, sustentadas en la instantaneidad. Esta velocidad desborda los tiempos necesarios para el desarrollo científico, fundado en procedimientos que tienen unas exigencias temporales ineludibles. Se exige la inmediatez de las soluciones como contrapartida a convertir los platós en oráculos científicos. Así, bajo la apariencia de ser venerada, se destituye a la ciencia y se la priva de su sustancia.

Esta destitución adopta distintas y sutiles formas. La más relevante radica en eludir cualquier controversia, al tiempo que se multiplican los portavoces que difunden distintas informaciones, entre las que existen contradicciones manifiestas. La fragmentación de las informaciones son recodificadas por los operadores mediáticos, que las integran en un sistema de significación extranjero con respecto al propio de la ciencia. El resultado es la conformación de un espectáculo científico que se asemeja a una orquesta sin director único, en la que intervienen, a semejanza de los músicos de las distintas variedades de cuerda y viento. Virólogos, salubristas, epidemiólogos, médicos especialistas de varias clases, gerentes sanitarios, miembros de la nobleza profesional, catedráticos, políticos reconvertidos a científicos, divulgadores, charlatanes, aventureros, gentes con relevancia mediática  y otras especies del próspero zoo de la salud.

El efecto sobre los espectadores de este espectáculo Covid es demoledor. Esta es una verdadera fábrica de confusión, escepticismo y desolación. Así, se alteran no solo los procesos de obtención y validación del conocimiento, sino también los de difusión al gran público. Esta destitución de la ciencia mediante su instrumentación mediática al servicio de intereses políticos y económicos le priva, precisamente de su sustancia específica. Y también de la ética, en tanto que no es aceptable difundir resultados de procesos de investigación en curso, de los que no se pueden extraer conclusiones definitivas. La maldición de la instantaneidad que se hace presente en la comunicación televisiva se proyecta a la ciencia. De este modo se multiplica la incertidumbre científica, que, en estas condiciones de caos comunicativo, tiende a acrecentar su magnitud.

El sistema mediático de televisiones y redes genera un caos comunicativo imponente, en el que se solapan miles de voces diferentes en una sinfonía polisémica que contribuye a la confusión, el acrecentamiento de los temores colectivos y la renuncia a comprender, lo que implica la delegación en los científicos. Así se resignifica a la comunidad científica como un cuerpo sacerdotal, que instrumenta las celebraciones litúrgicas audiovisuales para calmar la inquietud de los atribulados espectadores. En este contexto, todo pierde su sentido. Así es posible que pasen desapercibidos los ancianos muertos en las residencias en lo que se denomina como segunda ola.

La preponderancia de los operadores mediáticos en el gran caos comunicativo resultante, contribuye a la disipación del sentido estrictamente sanitario. Así, la Atención Primaria es recibida en los platós y por los columnistas digitales con una gran solemnidad. Pero esta presencia en el ecosistema comunicativo no implica la asignación de recurso adicional alguno. Esta es recodificada como un arma política contra el pepé de Madrid, al tiempo que en las comunidades progresistas su bloqueo es manifiesto. Al ser reconvertida en un objeto de confrontación política es vaciada de contenido. Su puesta de largo mediática se realiza mediante la invocación a su reforzamiento, que se convierte en el equivalente a una oración religiosa, que carece de proyección administrativa. En tanto que la esta aterriza en la Sexta Noche, la consulta del Doctor Casado es invadida incrementalmente por los insectos, lo cual es un premonición inquietante. La comunicación mediática tiene como objeto una especie de regeneración psicológica ajena al campo de las decisiones.

Este proceso de mediatización y destitución de la ciencia se refuerza si se tiene en cuenta que el sistema científico no es, de ninguna manera, libre e independiente de las condiciones de su producción. Por el contrario, las condiciones de las sociedades en las que tiene lugar la investigación son determinantes en sus definiciones, elecciones y prioridades. En el caso del mundo de la salud, esta cuestión adquiere una envergadura monumental. La investigación se realiza en una red de empresas y organizaciones, que constituyen un gigante industrial esencial en el conjunto del sistema productivo. La industria teje una red formidable de relaciones con los investigadores y los profesionales. La sospecha de conflicto de intereses es inevitable en un mundo en el que ciencia y negocio comparecen en una sólida pareja de hecho.

En el caso de las vacunas Covid, parece necesario resaltar que esta historia ha comenzado mal, en tanto que las presiones han acortado los plazos y las empresas y los estados han tenido que pactar para liberarse de las consecuencias no deseadas de las vacunas. Este es un campo en el que el riesgo de iatrogenias es manifiesto. En esta situación, la ciencia y la ética constituyen una pareja tormentosa. Esperemos que comparezca la conciencia crítica, tanto de los científicos como la de los profesionales. Me ha estimulado conocer los primeros posicionamientos críticos a la nueva Expo de las vacunas. Ayer mismo lo hacía Juan Gérvas. Este es un tiempo de estar muy atentos a las voces de No Gracias y otras semejantes. En un momento como este es muy importante que cada cual sepa estar en su sitio.

La sociedad del espectáculo se sostiene sobre la atracción formidable de las cámaras. Los científicos las han descubierto y se muestran fascinados ante ellas. La deriva de Simón ilustra esta adicción a la imagen. Su conversión en deportista y aventurero ha dado paso a su presencia en Youtube para hacer chistes de enfermeras. El desvarío es manifiesto, pero la cuestión más relevante radica en que él mismo es absorbido por una estructura que lo resignifica, reduciendo lo estrictamente científico. Esta es la sustancia de la destitución. Un profesional que ingresa en el mundo de los guiñoles para satisfacer las necesidades de evasión del gran público, constituido en ese medio como “el respetable”, en tanto que es menester satisfacer sus necesidades de entretenimiento.