viernes, 26 de junio de 2020

EL COVID-19 Y LA MALDICIÓN DE LAS TRASHUMANCIAS


Las sociedades del presente se encuentran sometidas a una gran conmoción determinada por un conjunto de cambios de gran profundidad que desbordan el paradigma convencional del progreso. Una de las dimensiones de esta mutación radica en que una gran parte de la población se encuentra en movimiento perpetuo. Según los distintos móviles de estos movimientos, se puede recurrir al concepto de trashumancia, que adquiere perfiles nuevos. Así, se puede establecer una analogía con los movimientos de población que determinó la revolución industrial. La nueva sociedad tecnológica avanzada implica un terremoto demográfico.

Sin ánimo de agotarlos, cabe distinguir entre varios flujos de poblaciones en movimiento. El principal es aquél compuesto por distintos segmentos de poblaciones de países no desarrollados que se desplazan buscando mercados de trabajo definidos por la temporalidad. Así se configura un ejército de reserva circulante que sigue las rutas del espacio-mundo para realizar tareas agrícolas principalmente. Junto a éste, el capitalismo cognitivo genera un espacio-mundo  académico por el que se desplazan los contingentes en situación de acumulación de capital académico, en espera de su acceso al trabajo inmaterial, rigurosamente credencializado. En este blog, este proceso fue definido como "la fiebre del oro inmaterial”. La tercera diáspora es aquella que tiene como móvil escapar de los sistemas de control social, que hasta hoy son principalmente estáticos y territoriales, mediante una vida caracterizada por dosis variables de errancias.

La multiplicación de diásporas y movimientos en este tiempo contrasta con el sesgo estático que caracteriza a los saberes de la población, que proceden a la deificación del censo, que es un mapa quimérico y engañoso en este tiempo. Los saberes médicos referenciados principalmente en la epidemiología, constituyen miradas afectadas gravemente por el sesgo censal. Así se incuba una concepción de la población como un conjunto estable y anclado en un territorio, que distorsiona la realidad del movimiento creciente y perpetuo. Las televisiones informan acerca del número de movimientos en fines de semana de los ciudadanos convertidos en viajeros de ocasión, muchos de ellos confinados en sus portentosas máquinas de la movilidad, que devienen en el sector industrial más relevante.

El Covid-19 representa una contradicción patente. Se instala en las sociedades mediante su acceso a los cuerpos viajeros, que lo diseminan por todo el espacio social, siendo transferido aleatoriamente a cuerpos ubicados en lo espacial-estático. La respuesta del confinamiento general tiene como consecuencia la suspensión de los movimientos, penalizando la expansión de este virus viajero. Sin embargo, tras un tiempo de recuperación, es imprescindible restablecer de nuevo los viajes. En esta restauración de los movimientos, prevalecen los obligatorios. Los temporeros de la agricultura no pueden esperar, en tanto que las frutas y las verduras tienen su tiempo, siendo esperadas por los ilustres confinados y sometidos a la restricción de movimientos. Así, la imagen de las calles vacías es una información sesgada, que hace invisibles los tránsitos obligados de este formidable segmento de riesgo, carente de patria audiovisual, ni discurso experto en la defensa de su seguridad.

El ejército de reserva circulante sigue desplazándose por su red de rutas, de posadas, de casas de acogida y refugio, de ayuda mutua, de estaciones de autobuses sórdidas, de coches de quita y pon que han pasado por muchas manos. Esta subsociedad deviene invisible a los ojos del poder somatocrático, de sus operadores de seguridad, de sus expertos epidemiológicos y sus asesores de imágenes editadas y fragmentadas. Pero está ahí. Los instalados estamos comiendo fresas, cerezas, melocotones y otras frutas y verduras que los ordenadores no pueden recolectar. No, han sido ellos, seguro. El resultado es la constatación de una gran área ciega, que funciona mediante la magia del teletrabajo, que niega a estas categorías de población, situándolos en el umbral de la no-existencia.

El confinamiento y la posterior desescalada, ha tenido el efecto de blindar a grandes sectores y espacios sociales frente a la expansión del virus. Las clases altas y medias han fortificado sus espacios y establecido defensas frente a las contingencias de relaciones sociales que puedan ser portadoras de algún peligro. Su pericia recién adquirida es celebrada por los agentes gubernamentales, los epidemiólogos de guardia y los operadores televisivos, todos afectados por el sesgo del censo. Mientras tanto, el camino a la nueva normalidad, la nueva versión dulcificada del orden nuevo, constituye una nueva edición de la edad media, en el que contrastaba la seguridad de los recintos amurallados donde se asentaban los estables, con los caminos y vías de tránsito, llenas de peligros.

El resultado de esta secuencia es que el virus, que comienza a difundirse mediante su instalación aleatoria en cuerpos de todas las clases, ahora se hace selectivo y dual, renunciando a penetrar en los espacios fortificados de los asentados, para alcanzar los cuerpos desarmados de los transeúntes forzosos. Los rebrotes son selectivos y afectan a nudos de las redes del ejército de reserva circulante. El Covid termina por ser un agente activo de la dualización social, concentrándose en los espacios de libre acceso, que se corresponden con los que realizan los trabajos imposibles de virtualizar, que, además, son rigurosamente estacionales, lo que determina la precarización de sus ejecutores.

Así, los rebrotes se localizan principalmente en mataderos, industrias cárnicas, centros de acogida, empresas agrarias, pateras y otros espacios de concentración de los circulantes laborales. Estos contingentes se encuentran desprotegidos debido a sus condiciones, una de cuyas divisas es la transitoriedad. Pero el estado mayor de la guerra contra el virus, sigue manteniendo discursos universalistas referidos a toda la población sin distinciones. De este modo, se presupone que los rebrotes se deben al comportamiento individual irresponsable. Así se proyecta la culpabilidad en los circulantes obligados, que no pueden acceder al privilegio del universo on line y sus beneficiarios.

Los primeros efectos de esta gran estigmatización son las órdenes de busca y captura de varias personas responsables de varias infecciones debido a su movilidad obligatoria y falta de arraigo. Así se instituye una medievalización en la que es más que probable que estallen violencias en contra de los temporeros de las distintas clases. El miedo y la mediatización total se funden en la configuración de un estigma inquietante. Ahora se hacen inteligibles las coherencias de la presencia de las fuerzas de seguridad en el dispositivo somatocrático. Es la defensa de los buenos, los responsables, los solidarios, los limpios, los normales, los ciudadanos. Estos son amenazados por los nuevos metecos circulantes y peligrosos. La vigilancia y el rastreo alcanzan su apoteosis.

En tanto que el protagonismo de los rebrotes recae en el ejército de reserva circulante, los turistas irrumpen en los escenarios del ocio estival. Estos no son sometidos a vigilancia de modo equivalente al ejército de reserva del trabajo. Así se confirma la ley del valor económico establecida en la sociedad del rendimiento. Parece obvio que el gasto por día de estancia, es la licencia para ser aceptado y eximido del estigma de portador de riesgo. Cada diáspora tiene asignado un estatuto diferencial, en perjuicio de los caminantes en busca de un salario temporal, o algo que se parezca a esto.

En mis últimos años como profesor de sociología, una alumna europea de Erasmus presentó en la clase un trabajo elogiando a los viajes y los viajeros. Identificaba estos en los turistas, los viajeros buscadores de experiencias, los nómadas laborales cognitivos y universitarios en trance de vivir un tercer ciclo enriquecedor. Cuando concluyó le pregunté acerca de los africanos y asiáticos que realizan desplazamientos en los que se viven experiencias límite, tales como ahogarse, ser esclavizado u objeto de violencias superlativas, que culminaban en no pocos casos en la muerte. Esta intervención era una premonición de este tiempo que el Covid ha venido a apuntalar. La dualización rigurosa de los desplazamientos y el tratamiento diferencial de los viajeros.

El discurso oficial universal, y los discursos expertos que lo sustentan, que construyen la normalidad como propiedad de una persona con arraigo espacial estable, acompañado por una ubicación estable en el mercado de trabajo, parte integrante de una familia estable, y dotado de un estilo de vida de consumo normalizado, contribuye a generar un estigma sobre las numerosas categorías sociales que acampan en el exterior de este espacio social confortable. Las precauciones de los integrados con sus sirvientes externos, que en el confinamiento han sido distanciados discretamente, es un acontecimiento que permite vislumbrar un futuro de la novísima edad media on line. Se pueden esperar violencias que se correspondan con estos códigos. Trascender el censo es imprescindible para descriminalizar a los nuevos trashumantes.

Me pregunto acerca de su acceso imposible a la asistencia sanitaria, blindada al exterior y facturada como servicio on line que prescinde de los cuerpos, sustituidos ahora por las historias clínicas, que alcanzan el estatuto angelical. Espero que siga existiendo algún médico benevolente que atienda los problemas de estos transeúntes arraigados en sus propios cuerpos en movimiento.

2 comentarios:

  1. Sí, quizás la categoría de los temporeros es el ejemplo más evidente pero también es de interés los flujos intermitentes de las mujeres internas de procedencia latinoamericana que cuidan de personas mayores. Su rutina es estable, pero en su único día libre de la semana suelen desplazarse para visitar a familiares.

    También pienso en los fijos discontinuos españoles que trabajan en la hostelería durante 6 meses (de semana santa hasta septiembre). En el pueblo de Pedrera representan el contingente de migrantes de temporada. Antes podían llegar a permanecer casi todo el año fuera. Pero ahora retornan tras la temporada y o bien complementar sus ahorros con peonadas en el campo o hacen filigranas con diferentes subsidios (un año desempleo y al otro ayuda o pequeños préstamos).

    En ambos casos, es importante reconocer su condición de sospechosos. En el primero, porque pueden infectar a la persona mayor con sus imprudencias. En el segundo, trayendo el virus al pueblo.

    Como dices "sin ánimo de agotarlos"

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  2. Sí, supongo que tendremos que ver escenas obscenas contra los apestados que realizan trabajos imprescindibles y estacionales. Se está construyendo un estigma demoledor, y eso llama siempre a la lapidación.

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