viernes, 14 de septiembre de 2018

LOS MÁSTERES: EL ÁNGEL CAÍDO DE LA UNIVERSIDAD


Los escándalos sucesivos de los másteres de la universidad Juan Carlos I han conmovido a la opinión pública. Los medios han entendido que se trataba de una excepción a la regla de la universidad. Así, unos profesores devenidos en “manzanas podridas” han podido actuar fraudulentamente en favor de distintos ilustres miembros de las cohortes políticas de segunda generación de los partidos dominantes en el postfranquismo. Esta piadosa interpretación tranquilizadora no se corresponde con la situación en la universidad española. Las arbitrariedades en la producción de los resultados y las dependencias de los poderes políticos y económicos constituyen la regla general, a la cual hay escasas excepciones. 

Los másteres representan en la universidad al Ángel Caído, haciendo una alusión elogiosa a Neil Postman y su libro “El fin de la educación”. Se trata del nivel más débil de esta institución tan deteriorada. La reconversión de los estudios de tercer ciclo, convirtiendo los vetustos doctorados minoritarios en los flamantes másteres y nuevos doctorados, ha significado un cambio que no es posible denominar de otro modo que catastrófico. La última reforma universitaria, que sobre el suelo de la vieja universidad fragmentada en la matriz disciplinar y controlada por los feudos académicos, se construye referenciada en el proyecto neoliberal radical, inicia un proceso de hecatombe académica, en el que la docencia queda convertida en una simulación, que es camuflada por las artimañas de una burocracia académica asfixiante que ha adquirido una competencia  notable en el arte del maquillaje publicitario.

En los años ochenta y noventa se fueron extendiendo estudios postuniversitarios orientados a un mercado de directivos y cuadros de empresas. La reforma de Bolonia disolvió estos estudios mediante su absorción por la universidad. Las viejas licenciaturas se reconvirtieron a estudios de grado y los másteres representaron una especialización de los estudios de postgrado. Este cambio reforzó la demanda de los másteres, en tanto que los grados quedaban devaluados en el mercado de trabajo, al tiempo que no logró reforzar la oferta académica para afrontar un desafío de esta envergadura. Las bases para la hecatombe se asentaron sólidamente.

He sido durante muchos años informador e informado de estudiantes que circulan por el espacio-mundo académico. Algunos de ellos eran exigentes con su propia formación. Me pedían referencias y me suministraban informaciones acerca de su experiencia. El balance general fue muy negativo. Aprendí a no recomendar ninguno, porque en varios casos me reprocharon la recomendación que les hice. En general, los máster son atractivos por los profesores que figuran en el programa. Pero, una vez los matriculados descubren que su presencia allí es testimonial y que las diferencias entre el programa y la realidad son abismales, la frustración es inevitable. En todos los casos la vieja universidad comparece en todo su esplendor tras la fachada del pomposo proyecto docente. Voy a exponer en líneas generales lo que es un tipo ideal weberiano de los másteres, muy focalizado a las ciencias humanas y sociales. Pueden existir distintas microdiversidades, pero este es el modelo-tipo.

Un máster es un proyecto académico muy exigente. Tiene que estar dotado de cuantiosos recursos materiales, administrativos, docentes y de investigación. La metodología docente activa es ineludible y descansa sobre el principio central de hacer trabajar a los alumnos. Así, las clases magistrales tienen que ser reducidas al mínimo a favor de actividades de lecturas, de trabajos en grupos pequeños y múltiples tareas de procesamiento de la información y aplicaciones. En un sistema así se multiplican las horas de dedicación de los profesores. Es preciso preparar minuciosamente las actividades, ejercer una dirección efectiva sobre las mismas, tutorizar los trabajos y realizar un seguimiento y evaluación de los resultados todas las semanas. Este es un trabajo efectivo muy absorbente y poco compatible con otras tareas. Además, es preciso tutorizar los trabajos de fin de máster y coordinar las actividades de las distintas asignaturas. En su conjunto consume una cuantiosa energía docente que se traduce en mucho tiempo y esfuerzo. Se puede afirmar que un máster requiere ineludiblemente una dedicación exclusiva de varios profesores.

Las reformas neoliberales descansan sobre un principio esencial. Se fabrica un menú máximo de actividades para cada docente y se incentiva su cumplimiento. El problema radica en la imposibilidad material de asumir todas las metas propuestas. El secreto de estas reformas radica en cada uno tiene que asumir la competencia de seleccionar las actividades en las que concentra su esfuerzo. Así se facilita la simulación en actividades en las que es posible cumplir con los indicadores sin consumir tiempo. En la universidad la docencia es severamente perjudicada. Nadie que quiera realizar una carrera profesional satisfactoria invierte en la docencia. Este es un secreto compartido que termina en una perversión institucional.

Los másteres son el campo específico en el que cristaliza esta pauta institucional. Un docente explota su bagaje mediante la impartición de clases convencionales y programa actividades que consuman el tiempo y el empeño de los alumnos. Sin embargo, los microtrabajos sobre lecturas y otras actividades que tienen que realizar los estudiantes no son efectivamente supervisadas. Además, como el principio que articula estos estudios es la asignatura, los estudiantes se ven abocados a presentar múltiples microtrabajos aislados entre sí, de los que no obtiene una interacción con el profesor. En las sesiones se comentan los contenidos y el docente tiene el bagaje suficiente para hacer comentarios sobre cualquier cuestión. Sin embargo no se realiza una intervención específica sobre un trabajo de un alumno. A pesar de todo, muchos profesores se encuentran agobiados por enfrentarse a diario con la adulteración de su rol, que implica un conflicto latente con los alumnos.

Así se conforma un tedio acumulativo resultante de la multiplicación de minitrabajos y la ausencia de dirección efectiva. Las clases devienen en comentarios dispersos sobre intervenciones de los alumnos. Este método es fatal para los estudiantes, que van decreciendo en sus expectativas, al tiempo que beneficioso para el profesor, convertido en un artista en el noble arte del toreo académico. También funciona de modo análogo las actividades prácticas o aplicaciones. Estos métodos docentes significan una falsificación de la enseñanza activa. La calidad es manifiestamente baja en términos de aprendizaje.

Uno de los efectos perversos para los alumnos es que se encuentran saturados de obligaciones que tienen que cumplir en plazos inmediatos, pero su trabajo no implica un aprendizaje significativo. En este orden de simulación académica el activismo reemplaza a la formación. Así se conforma una extraña fábrica de sinsentidos. Cuando algunos alumnos reprochan ante las omnipotentes cámaras de la tele a Cifuentes y otros beneficiarios su evasión de los trabajos que ellos tienen que hacer, se puede colegir que estos son más una carga inexorable que una actividad que les aporta.

La paradoja fundamental de los másteres es la reproducción fortificada de la vieja comunidad académica rigurosamente segmentada en disciplinas. Para capturar alumnos tiene lugar un marketing intensivo que ofrece programas en los que participan profesores reputados ubicados en otras universidades. Así se intensifican los intercambios entre los colegas de la comunidad disciplinar reforzando las jerarquías. Los profesores estrella comparecen en los programas, pero su intervención efectiva es la de pronunciar una conferencia referida a su último libro o investigación. No participan en las tareas de tutorización de trabajos u otras similares. Sin embargo, su presencia es remunerada consumiendo una parte desproporcionada de los recursos económicos del máster. Las tareas cotidianas quedan en manos del cognitariado académico que acumula méritos para posicionarse en su propia carrera.

Así se configura un sistema que concita la presencia de demasiados estudiantes, en tanto que el máster es una credencial imprescindible. La sobrecarga de la demanda desborda la oferta y los grupos son demasiado grandes para hacer factibles y verosímiles los métodos activos. Algunos grupos pueden llegar a cuarenta o cincuenta alumnos. En estas condiciones solo es posible establecer lo que en este blog he denominado como “la fábrica de la charla”. Se trata de estimularlos a que expresen sus opiniones y establecer una charla dispersa.

El efecto perverso de estas situaciones es que los másteres son obligatorios de facto para el supuesto acceso a una especialización, y por ende, al mitológico mercado de trabajo. Así, un estudiante accede, paga y participa hasta descubrir que es convertido en una máquina de producir trabajillos superfluos que consumen su tiempo. Estos no aportan nada a las capacidades del que los ejecuta. Así se conforma un tedioso ciclo hasta la presentación del trabajo fin de máster. El resultado es que invierte muchas horas en un esfuerzo que no tiene el beneficio de la formación efectiva. 

La conformidad con este sistema de simulación académica se funda en su transitoriedad temporal. Se entiende como un bagaje que hay que pagar inevitablemente. También se espera que desde el mercado de trabajo se le otorgue un valor. De ahí el silencio compartido de esta generación de hacedores de minipapers insulsos. Lo peor es que este sistema absurdo convierte a sus asociados en víctimas, y, al mismo tiempo, en cómplices de este sinsentido. He tenido muchas conversaciones con gentes que comenzaban un máster con ilusión, reprochando mis objeciones, y, meses después, van adoptando un escepticismo que crece y termina por desbordarlo.

Conozco algún caso de máster “de postín” en el que se ha llegado a producir un conato de rebelión. Cuando los estudiantes descubren que son los operadores de una factoría de productos superfluos, sus propios minipapers, y plantean a la dirección que quieren actividades de procesamiento de la información y puesta en común más rigurosas y dotadas de método, de modo que se trascienda el comentario superficial, la respuesta es destapar un autoritarismo académico que tiene su origen en el medievo. La violencia institucional se hace patente.

Este es el contexto en el que se producen los escándalos por eximir a los ilustres miembros de las juventudes de los partidos principales de participar en estas tareas cuyo sentido remite a un pago en diferido y una sanción ineludible. He recordado la frase del Génesis  dirigida a Adán <<Por cuanto has escuchado a la voz de tu mujer y has comido del árbol del cual he ordené, diciendo: “No comerás de él”, maldita será la tierra por tu causa; con trabajo comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y abrojos te producirá, y comerás de las plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás>>. Esta sentencia bíblica se hace presente en las aulas de los másteres,  en una versión posmoderna suavizada.

Desde la perspectiva de la argumentación de este texto se puede comprender el desprecio superlativo de Cifuentes, Casado, Montón y otros hacia sus eventuales compañeros de titulación. Ellos se liberan de esa carga absurda de modo similar al de los hijos de las clases pudientes del ejército en el XIX y el comienzo del siglo XX. Pero, sobre todo, se hace inteligible la razón por la que, nadie, ninguna autoridad académica, ha reprobado públicamente a los privilegiados de los másteres. El silencio atronador de esta venerable institución responde a una lógica coherente.

En una situación como esta, caracterizada por la oscuridad, se agradecen los comentarios.

2 comentarios:

  1. De acuerdo en todo lo dicho. Deseando estoy leer el siguiente sobre Pedro Sánchez, aunque es más de lo mismo.

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  2. El caso del que en este blog he llamado "el pobre Pedro" remite al doctorado, que es diferente al de los másteres. Estos son catastróficos por ausencia de capacidad de la universidad para ejecutarlos. El caso de los doctorados es distinto. Existen unas diferencias muy importantes entre unos y otros. Algunos departamentos mantienen criterios de cierta calidad, aunque cercados por los indicadores, que se corresponden con un sistema industrial que estimula la producción en masa. Otros son catastróficos, como el caso de universidad que albergó al pobre Pedro y su corte académica.

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