martes, 26 de septiembre de 2017

LA NOCHE BLANCA (O NEGRA) DE LOS PRECARIZADOS



El final del verano y el comienzo del curso visibiliza los movimientos de los trabajadores precarizados, que se asemejan a las migraciones temporales de las aves. La feria y la subasta de los currículum, dicta el destino temporal de una gran masa de profesores, investigadores, becarios y aspirantes a esa condición.  También en la hostelería y las industrias de ocio comienza un nuevo ciclo en el que se reposicionan las huestes de los trabajadores rotantes en espera de la temporada de invierno. Los aeropuertos y las estaciones de trenes y autobuses son testigos de los movimientos silenciosos de los que vienen y van a los empleos temporales haciendo de la discreción una virtud.

La precarización es uno de los fundamentos imprescindibles de una sociedad neoliberal avanzada. Esta facilita la drástica disminución de los costes salariales y de las cotizaciones al nuevo estado securitario, pero sus efectos políticos suponen la disgregación de la base social de la izquierda clásica, así como la instauración de un proceso efectivo de disciplinamiento dotado de formas aparentemente amables. Pero la gran aportación de la precarización radica en la cancelación del conflicto capital-trabajo, que se disuelve con el nuevo principio de realidad que instituye, del que resulta un incremento del poder de las empresas frente a las huestes dispersas del trabajo.

El avance triunfal de la precarización opera un milagro portentoso. En tanto que las condiciones salariales y de trabajo empeoran sustancial e incrementalmente, estas no generan un conflicto abierto. La gran masa de trabajadores precarios carece de un escenario físico en el que tenga lugar una confrontación que ofrezca oportunidades de mejorar sus condiciones. La  población precarizada fluye incesantemente mediante la movilidad permanente, de modo que flota sobre lo social sin asentarse en ningún lugar. Las relaciones con los demás de cada cual son tan provisionales y sucesivas, que convierten al sujeto precarizado en un fluido carente de asentamiento.

El proceso de deprivación espacial resultante de la rotación sin fin de los precarios se complementa con la eficacia de los dispositivos de conformación de subjetividades nómadas adecuadas a las del largo viaje laboral. Estas disuelven los elementos estables de la identidad para otorgar centralidad a referencias referenciadas en el consumo, que se suceden mediante metamorfosis sucesivas que conforman un ser social determinado por su viaje sin fin en el que los otros son siempre provisionales.

De este modo, los precarizados constituyen una población cuantiosa que carece de voz en las instituciones que conforman el sistema. La ausencia de sus propias enunciaciones se sustituye por la voz de todos los grupos de interés que hablan en su nombre. Este es el peor aspecto de la desdicha precaria. Son invocados por todos los comensales beneficiarios del mercado de trabajo y las instituciones centrales. El silencio precario contrasta con los sonidos emitidos en su nombre por los políticos, empresarios, sindicalistas, periodistas, expertos y otras gentes de bien asentadas y con capacidades de hacer valer sus intereses en el sistema político.

De este silencio resulta la conversión de la precarización y sus víctimas en una masa de datos que puede inscribirse en cualquier discurso y adquirir cualesquiera significación en función de los intereses del emisor del discurso. Esta masa inerte puede ser administrada desde los diferentes supuestos y sentidos que detentan los distintos cocineros que la manejan. La manipulación puede llegar a niveles cósmicos en ausencia discursiva de los afectados. Los casos del turismo o el trabajo inmaterial son paradigmáticos. En el ágora institucional y mediática que generan, se encuentran ausentes. Así adquieren la condición de un efecto pasivo de la estructura laboral y social, que no llega a constituirse en un sujeto político autónomo. 

El conflicto precario no se encuentra constituido. En estas condiciones, los precarizados desarrollan subjetividades adaptadas a su estado de fluidez. El principal mecanismo mental consiste en la negación interna de su condición y el control del sufrimiento que suscita. Este se complementa con un distanciamiento subjetivo de lo político y lo social. Así se configura un estado personal de suspensión de lo colectivo. La vida personal, entendida como la sucesión de eventos cotidianos, neutraliza lo político-social, contribuyendo a una estabilidad personal asociada a la espera de la oportunidad que lo reconstituya como sujeto social asentado.

La ausencia de discursos y prácticas derivadas de la condición precaria constituye a sus titulares como un paradigma de la obediencia en las sociedades neoliberales avanzadas. Así, no se pueden percibir señales de rencor o de estados de expectación que generen aspiraciones compartidas. No, cada uno sufre en silencio su condena en espera de una redención rigurosamente individualizada. En los escasos episodios de disentimiento, adquieren protagonismo abogados, profesores y otros agentes testigos de esta situación. Estos son letrados defensores de un colectivo que rechaza participar en su propia inserción en el sistema político.

Pero lo peor es que, en la izquierda política -la vieja, la nueva y la de siempre- que inscribe la precariedad en su agenda política confiriéndole un protagonismo, muestra su incapacidad de otorgarle un tratamiento en términos de acción política efectiva. Así, los métodos de acción, las movilizaciones y las comunicaciones que se proponen mantienen los códigos del siglo XIX, confiriendo a la vanguardia un papel providencial como guía de la masa encuadrada verticalmente. Es verdaderamente patético contemplar a los activistas en los conflictos. Sus prácticas remiten al marxismo-leninismo puro y duro de mediados del siglo pasado, disfrazado ahora con la retórica de lo común. La distancia entre las metodologías y contenidos propuestos desde la izquierda y las subjetividades de los precarizados es abismal.

Por esta razón, ya que no parece posible en lo inmediato la materialización del conflicto subyacente de la precarización, que solo es posible mediante la emergencia de un nuevo movimiento social autónomo, se puede imaginar la instauración de una fiesta constituyente del colectivo. Al igual que desde los ámbitos de la cultura o el consumo se han instituido en los últimos años distintas variedades de “noches blancas”, en la que los públicos son convocados a acudir a la calle, se puede reciclar esta idea convocando a los precarizados.

Una fiesta es un acontecimiento social que reconstituye al colectivo convocado y establece una frontera diáfana con el exterior. Recuerdo las fiestas de principios de los noventa convocadas por los estudiantes cuando concluye el tiempo de exámenes. Esta es una práctica que sobrevive a día de hoy. En estos eventos sociales subyace un resarcimiento con respecto al sistema universitario. El desvarío, en distintos grados, así como la ironía, se hacen presentes subrepticiamente, representando una réplica subterránea al sistema. Recuerdo los primeros años en los que un pub de Granada invitaba a una copa a quien acreditase un suspenso. Los acumuladores de suspensos, que entonces se comunicaban mediante papeletas, competían en un clima eufórico, en el que los rituales compartidos expresaban los malestares.

Soy consciente de que esto parece imposible en el presente. Así, los patronos múltiples de los precarizados y becarizados pueden mantener sus definiciones acerca de sus damnificados. En tanto que se mantenga la idea de que el sistema funciona así, y de que cada uno de los perjudicados tiene la posibilidad de una salida, el conflicto es neutralizado. De este modo se reproduce la sagrada institución de la precariedad, que se sostiene sobre la idea de que la precarización es necesaria, en tanto que aumenta la eficacia y la eficiencia. Así se impone la idea semioculta que sustenta la precarización. Esta se sostiene sobre el precepto de que es imprescindible que alguien se sacrifique para que funcione bien el sistema. Esta cultura sacrificial gobierna las sociedades neoliberales del presente. Ni siquiera genera réplicas nocturnas revestidas de humores en los afectados. 

El problema es que los sacrificados son siempre los mismos: los nuevos aspirantes procedentes de la educación y los desechados acumulados en las sucesivas adscripciones a puestos de trabajo temporal. Por eso ironizo en este post con la noche blanca o negra de los precarizados. En cualquier caso, la metáfora de la noche es imprescindible. Es en otro tiempo en el que puede generarse una respuesta. La reproducción aproblemática de la precariedad y la conversión de los sacrificados en una masa de datos con la que comercian los actores del sistema político, económico y mediático, puede subsistir con la condición de su complicidad. En este caso se confirma el precepto de Allan Watts de que “donde no hay visión, la gente perece”.

4 comentarios:

  1. Muy duro, Juan. Pero real.

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  2. Gracias Silvia
    Cada cual lo palía mediante la inmersión cotidiana en las ficciones que escenifican los medios audiovisuales y las redes. Así la vida sigue relegando lo político

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  3. Viendo este capítulo de Soy Cámara del CCCB sobre la historia del trabajo, el precariado y la noción de tiempo, entre otros, me acordé de ti, de las clases de estructura y en parte de este post....

    https://www.youtube.com/watch?v=c0nRGa6HwZY

    Por si gustas.

    Abrazo,

    Silvia

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  4. Gracias Silvia. Moulier Boutang escribió uno de los primeros libros sobre el capitalismo ciognitivo que llegó a nosotros. El documental es muy bueno. La verdad es que el trabajo hace rutinaria y casi miserable la vida de la mayoría. En el postfordismo, el trabajo inmaterial se apodera de todo el tiempo y la vida.
    Un abrazo

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