miércoles, 16 de agosto de 2017

EL ESPECTRO DE BLAS


                                                       DERIVAS DIABÉTICAS



El dispositivo industrial-profesional de tratamiento de la diabetes se ha emancipado de los pacientes diabéticos mismos. Del mismo modo que en otras ocasiones anteriores, procede como la ciencia misma generando máquinas que simulan ser humanos. Frankenstein es su máxima expresión. La biomedicina ha inventado un ser monstruoso que es portador de la diabetes mellitus. Es una máquina que obedece a las conminaciones amables del dispositivo asistencial y se mantiene estable por debajo de siete. Las variaciones del estado de la enfermedad son mínimas y todas sus medidas de indicadores patológicos se conservan estables.

A este muñeco biológico que se hace presente en la asistencia a los pacientes, me gusta llamarle Blas. Este es una simulación perfecta de la patología controlada profesionalmente. Blas resiste felizmente el paso del tiempo. En el caso de que apareciera una complicación sería reparada inmediatamente porque Blas es un artefacto. Cuando un paciente llega a la consulta se encuentra con el espectro de Blas. Los profesionales no le hablan a él, sino a su representación simbólica-maquínica. Toda la interacción remite a Blas, y los enfermos vivientes son requeridos para que se  comporten como él. En el caso de que se produzcan desviaciones son apercibidos de los riesgos de no ser como Blas.

El gran problema de Blas es que no vive en el mundo de los pacientes sino en el imaginario de sus creadores. De este modo, sus fantásticos parámetros biológicos y equilibrios son posibles en el no-mundo y la no vida de este artefacto perfecto correspondiente a las ensoñaciones de la bioindustria y de los dispositivos profesionales que la acompañan. Por el contrario, los pacientes se encuentran inmersos en una vida sometida a distintas condiciones materiales y sociales. Esta les reclama generando una frontera permeable entre la vida y las restricciones del tratamiento. La existencia del paciente tiene lugar entre distintas fases y etapas que el paso del tiempo impone inexorablemente.

Pero las crisis y los sucesos derivados de la difícil coexistencia imperecedera de la enfermedad y la vida no son inventariados ni definidos en el tratamiento profesional. Cuando comparecen son tratados con una simplicidad irritante. El mensaje es “por tu bien, tienes que convertirte en Blas”. En otras palabras, debes inscribirte en el limbo de la no-vida. Si es así, el control de la enfermedad será eficaz y te convertirás en una realidad patológica manejable. Tu obediencia suprema de renuncia a la vida será recompensada por el profesional de turno mediante migajas de reconocimiento.

La gran verdad que se esconde tras la omnipresencia de Blas, es que los científicos trabajan en el horizonte de obtener medicamentos que mejoren el padecimiento de la enfermedad, o incluso lleguen a curarla. Una parte del pueblo diabético  se echa a la calle movilizado por la esperanza científica, haciéndose presente en las agendas políticas y electorales. En tanto que llega la salvación científica la vida se perpetúa como no-discurso. Se sobreentiende que los pacientes deben renunciar y los avatares de las vidas siguen en los márgenes de las consultas.

Estas siguen siendo el territorio donde vive Blas. Cada vez que acudo a una de ellas me encuentro con su espectro y soy comparado con él. Es imposible competir con sus promedios, porque como no vive, se puede mantener en el estado de laboratorio en el que es creado y mantenido. Por eso Blas es un ser odioso, un dios menor que se hace presente como un espejo fatal para los pacientes. Por esta razón, siempre que salgo de una consulta u otra instancia del dispositivo científico-profesional que ampara a Blas, me siento totalmente extrañado en ese mundo artificial. Así termino mascullando críticas a los extraños ángeles de la guarda de Blas, incapaces de comprender la vida real. En ocasiones llego a cagarme en los muertos de Blas, aún a sabiendas de que carece también de ellos.

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