jueves, 15 de junio de 2017

NI GANAR NI PERDER

La vida de los atribulados ciudadanos occidentales ha devenido en un conjunto de pruebas de las que es menester salir vencedor. Toda la existencia se escinde en múltiples competiciones cuyo sentido es el éxito mediante la eliminación de los competidores. No solo en lo profesional, sino también en todas las actividades cotidianas, es imprescindible acreditar el éxito y renovarlo incesantemente. Las redes sociales constituyen la máxima expresión de esta obligación de ganar que rige las vidas sometidas a las mediciones. Ganar siempre es provisional, solo la antesala del mañana en el que es preciso renovar la victoria. Apenas queda algún espacio y tiempo para que los gladiadores del trabajo y de la vida regidas por el éxito perpetuo puedan descansar y reparar energías.

El sentido que rige estas existencias es la ubicación en ranking múltiples que se revalidan en cada unidad de tiempo programado por las instituciones del crecimiento y las industrias del entretenimiento. El resultado de este dislate es la constitución de un sujeto frágil amedrantado por el temor a la derrota. Pero también la cristalización de una vida acelerada y programada en la que las pequeñas dosis diarias de goce se subordinan a los resultados de la competición. Por eso me gusta rescatar del pasado fragmentos de la vida regida justamente por lo contrario. Se trata de momentos en en los que el goce y los sentidos se sobreponen a la competición y la sagrada obligación de vencer, entendiendo a los otros como rivales que amenazan la posición en la escala del triunfo.

El siguiente video es de una competición de baile de mornas. Las parejas participantes van identificadas con números para la decisión final de atribuir un ganador. Pero las imágenes son elocuentes. Las parejas lo viven como un acto de goce disociado del premio final, que cede su valor al disfrute del momento. Entiendo el video como una provocación a los ingenieros de la competición que cuadriculan las vidas en el presente.


Ahora os presento a uno de mis héroes musicales. Se trata de Armando Tito, un guitarrista caboverdiano sublime, pero que nunca alcanzó el éxito, entendido en los términos convencionales y comerciales. Muchos músicos se pueden inscribir en estas situaciones. Su vida profesional consistió en un largo exilio en el que tocó junto a distintos músicos y en escenarios muy modestos. Es conocido por participar en varios conciertos junto a Cesarea Evora, algunos de ellos con actuaciones suyas memorables como el de la sala Bataclan en París o el festival de jazz de Montreal. Pero sus actuaciones tienen lugar en bares o locales de segundo orden, en los que el público entra y sale de su música. Tito es una de mis referencias de alto valor artístico que contrasta con su escaso éxito. En Youtube hay varios videos de homenajes que le rinden sus amigos, en los que se muestran los afectos y reconocimientos a este singular guitarrista.

Esta es una actuación en un bar, en el que interpreta su versión de Bia, que hizo célebre Cesarea. Me parece fantástico, en tanto que la luz y los sonidos de las conversaciones ilustran su posición marginal.


Termino bajando la versión de Sodade del concierto de Bataclan. Su actuación es sublime. Si yo hubiera sido su amigo en ese momento, le habría alertado sobre el peligro de los sentimientos adversos que pueden suscitar sus solos de guitarra. Años después había desaparecido de las formidables escoltas musicales de Cesarea. Un lujo escucharlo.


La vida se ubica más allá del ganar o perder, determinados por los guiones preparados por los programadores. En la esfera musical se hace manifiesto la grandeza de muchos intérpretes que se contrapone con la jeraquía del mercado.

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