jueves, 23 de febrero de 2017

LA PRODIGIOSA INVERSIÓN DEL DISEÑO GRÁFICO EN GRANADA



El diseño gráfico es uno de los emblemas del cambio tecnológico en los últimos años. Desde sus múltiples soportes se instala en todos los planos de la vida. Su proliferación puebla toda la iconosfera, que adquiere tal densidad, que la dimensión visual de la vida tiene una preponderancia inapelable en la vida diaria. La multiplicación de las imágenes y las formas visuales reestructura la totalidad del espacio público. Como viejo profesor he sido testigo de su expansión en la educación, en la que la lectura cede ante el empuje impetuoso de las fotografías, los videos y otras formas de efervescencia visual. Todas las profesiones y las actividades reconvierten sus comunicaciones privilegiando el diseño gráfico. Así se responde a las exigencias de la hegemonía de la iconosfera, que sustenta el semiocapitalismo vigente.

Granada es una ciudad misteriosa y paradójica, en la que tienen lugar distintos acontecimientos que no encajan bien con algunos de los procesos sociales a los que se asigna la etiqueta de “modernización”. En este blog se han puesto de manifiesto distintos ejemplos. En esta villa se incuba una contramodernidad que adquiere unas dimensiones insólitas. Lo característico de Granada es que la resistencia a la modernización se asienta sobre varios de los sectores que desempeñan un papel relevante en la economía local. Así se configuran las bases sociales de una extraña economía primitiva, que se sostiene sobre actividades que aquí he denominado como “la almadraba de los inquilinos”, o los distintos negocios fundados en la captura de los turistas y transeúntes atraídos por su patrimonio histórico y cultural.

Hoy voy a aludir a un acontecimiento que puede parecer extraño a los lectores exteriores a esta ciudad-excepción, pero en esta tierra lo inverosímil se encuentra instalado en la vida diaria. Me refiero a lo que se puede denominar como “inversión del diseño gráfico”. Los términos de esta reversión prodigiosa se refieren a que cada vez más menesterosos, pedigüeños callejeros y marginales de distintas clases, que conforman en la ciudad sumergida un verdadero archipiélago múltiple y complejo, utilizan el diseño gráfico para presentar sus carteles y sus comunicaciones, siguiendo los cánones impuestos por la comunicación comercial que fundamenta la nueva iconosfera. Los carteles cuidados también incluyen las nuevas jergas que aportan los lenguajes introducidos por los expertos de turno que habitan en los canales de comunicación de las sociedades postmediáticas. En una buena parte de estos textos aparece el término de “sin recursos” y otras palabrotas que remiten a las hegemonías expertas.

Por el contrario, una buena parte de los negocios asociados a la restauración y el turismo --bares, restaurantes, comercios y otros—exponen sus comunicaciones en carteles escritos a mano, siendo además rotundamente intencionados. La afirmación de que es una buena parte se queda corta. Así, en tanto que, principalmente desde el sector público, se ha procedido a la restauración arquitectónica de la ciudad histórica, implantada sobre una red de aparcamientos subterráneos, los carteles y las estéticas de muchos de los negocios visibilizan lo estéticamente deplorable. Se dice que Granada es una ciudad de contrastes. Uno de ellos es justamente la coexistencia de edificios dotados de un valor visual incuestionable, que son invadidos por los carteles de letras descuidadas de la contramodernidad de la tiza y el rotulador de trazo grueso.

Estoy hablando de los alrededores de Puerta Real, de la plaza de la Mariana, de todo el centro, de Recogidas, del Realejo y de la zona que empieza en Plaza Nueva y sube al Albaicín. No quiero ni aludir a los bares y negocios en torno a Pedro Antonio de Alarcón y el Camino de Ronda, en los que la contramodernidad impera mediante la fealdad de las decoraciones de los locales y los exteriores, así como los uniformes y los carteles. También los olores a fritanga de aceites reciclados en el utensilio que reina en estos locales: la sartén y la freidora. 

Bajo la apariencia de la renovación urbana, comparece desde el subsuelo una de las almas de la ciudad. Este es un prodigio que en mis fantasías atribuyo a los aparcamientos sin fin que han horadado el subsuelo de la ciudad,  liberando los malos espíritus acumulados en las catacumbas, para hacerlos aparecer en la superficie. Así se configura una extraña estética que se asocia a lo cutre reflotado. Lo cutre es uno de los elementos que la modernización de la ciudad no puede ocultar. La contramodernidad es expulsada hacia arriba desde los sótanos desplazados por los aparcamientos. Así lo cutre reaparece en los rincones y las grietas del conjunto visual programado por los industriosos promotores del turismo local.

El descuido radical de la estética en muchos locales no es producto de la casualidad. Por el contrario muestra el espíritu de una buena parte de las empresas. En estas se asienta una buena parte de la contramodernidad granaína. Los públicos consumidores de las mismas están de paso, son gentes vinculadas a la universidad o al turismo. Así los locales renuevan constantemente sus clientes, de modo que los que están sentados ahí no volverán mañana. Las calidades de servicio son pésimas, pero el aspecto más sorprendente radica en la hostilidad manifiesta al cliente, que remite a un pasado en el que el comercio se encontraba relegado. Ciertamente, en los últimos años han proliferado locales fundados en el modelo de calidad del servicio, pero su sostenibilidad es cuestionable, en tanto que universitarios y turistas son estacionales. En el largo y cálido verano los negocios se resienten. Aquellos que tienen públicos locales fieles salen adelante. Los ejemplos de Bodegas Castañeda o la churrería de Biba Rambla son elocuentes. 

En estas coordenadas se puede hacer inteligible la inversión del diseño gráfico y de lo visual. Los distintos procesos asociados al nuevo capitalismo, configuran un conjunto de marginaciones inéditas. Junto a la reedición de las formas convencionales de marginación se producen varias clases de destierros del sistema productivo fundado en el trabajo inmaterial y la carrera profesional. Los contingentes expulsados de esta implacable selección del capital humano se hacen presentes en el espacio. El nomadismo es su forma de resistencia y de vida. Granada es un verdadero cruce de caminos de distintos contingentes errantes que se asientan en sus periferias urbanas para deshacerse y rehacerse.

La comparecencia en el espacio público de estos procesos es inevitable, sustentando una explicación a la inversión del diseño gráfico. En los espacios de la ciudad histórica comparecen, junto con los turistas y los estudiantes de larga duración, los expulsados del proceso de configuración del capital humano. Muchos de ellos son músicos, poetas o artistas dotados de una incompatibilidad rigurosa con el prólogo educativo eterno de la carrera profesional, que implica unas exigencias postdisciplinarias encomiables. Estos sectores exhiben en el espacio público sus estéticas singulares, asociadas a una forma de vivir extraña a la mirada de los integrados.

Por el contrario, muchos de los sectores integrados en la economía del complejo del suelo y el subsuelo, manifiestan sin pudor su espíritu prosaico asociado con la naturaleza de sus actividades económicas. La aparición de la fealdad en el espacio urbano es una manifestación de la estética de sus negocios. En particular, una gran parte de las viviendas de alquiler poseen unos atributos que las asemejan a las películas de terror. Siempre me ha llamado la atención el hecho de que la universidad de Granada abra sus salas de lectura en las noches de los períodos de exámenes. Así se alivian los efectos nocivos del parque de viviendas, en el que la inversión es un término desconocido por las redes ce propietarios.

La inversión del diseño gráfico implica que lo cutre es una propiedad de los sectores vivos de la economía local, en contraste con la creatividad de no pocos de los afectados por distintas marginaciones. La forma de vivir el presente es mucho más creativa en muchos de los expulsados de la economía local. Así, lo cutre se presenta en muchos de los locales de ocio, en los edificios de las urbanizaciones-fuerte que rodean la ciudad, en los centros comerciales, que conectados con los aparcamientos subterráneos conforman el espacio público resultante de esta extraña modernización en la que lo feo rodea y cerca sin piedad a lo bello.

La inversión del diseño gráfico es una pieza de la sociedad local, en la que lo cutre prolifera y se diversifica. Carmen, con su aguda e incisiva inteligencia cántabra, calificaba a muchos escenarios urbanos como “cutre con pretensiones". Me parece una definición acertada. Podría poner muchos ejemplos. Junto a esta variante de lo cutre, se pueden identificar una gama de realidades cutres correspondientes a distintas situaciones. La más atractiva es lo que se podría calificar como lo cutre-auténtico. Me gusta decir lo cutre-cutre. Esta variante es coherente con las condiciones de marginación de sus oficiantes. Estos condensas un conjunto de prácticas y significaciones que asientan sobre los espacios urbanos que habitan. 

El buen cartel de la ciudad para muchos de los que se acercan a ella se funda justamente en la atracción ejercida por lo cutre-auténtico. Las tabernillas marginales y los bares de tapas cutres son lo más grande de Granada, en donde distintos grupos ajenos a la oficialidad escenifican otra forma de vivir. La inversión del diseño gráfico es uno de sus emblemas en un medio urbano en la que los bárbaros dominan la economía local y la vida oficial. La barbarie cambia de bando, en tanto que la vida creativa se refugia en distintos escondites situados sobre la red viaria y sus modernizados aparcamientos. Granada ciudad prodigiosa.

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