martes, 20 de diciembre de 2016

PAULA SIBILIA Y LA INFANCIA: LAS PAREDES, LAS REDES Y EL MERCADO







El libro de la antropóloga argentina Paula Sibilia “Redes o paredes. La escuela en tiempos de dispersión” es muy estimulante, en tanto que remite a una crisis que es perceptible,  pero no  bien comprendida. Se trata de los efectos sobre la infancia y la adolescencia de la crisis de algunas instituciones esenciales de la modernidad. Sibila sitúa en el centro de su análisis a la escuela, pero la familia posnuclear se encuentra en la misma situación de obsolescencia. Así, la infancia se encuentra atrapada  entre dos tiempos, en una situación en la que no muere lo viejo, y el nacimiento de lo nuevo se produce simultáneamente a la pervivencia de lo que es obsoleto y no se renueva. De ahí resulta una crisis de inteligibilidad de gran magnitud que acompaña a un estado de tensión psicológica y cognitiva. Un malestar difuso y permanente se hace manifiesto en este tiempo confusional.

El argumento de Paula Sibilia apunta a la caducidad de un modelo de yo que se incuba entre paredes, bien en el aula, o en el cuarto de estudio doméstico de los niños, en la que son solicitados para tareas de introspección realizadas en silencio y aislados del exterior. Este modelo es desafiado por las redes sociales resultantes de la revolución tecnológica y la explosión de los medios de comunicación imperantes en la sociedad posmediática. Las redes sociales generan un mundo social intenso que atraviesa los muros de los encierros escolares y familiares. Esta sociedad virtual se funda en códigos contrapuestos con el orden escolar, solicitando a cada infante a la conexión permanente y a la hipervisibilidad total en un tiempo carente de pausa.

El nudo del análisis de Sibilia remite a una complejidad inevitable: el mundo nuevo de las redes no es una fase superior al vivido entre las paredes familiares y escolares. Por el contrario, constituye a un nuevo sujeto dotado de otras dimensiones incompatibles con el orden familiar/escolar convencional. El mundo virtual emergente desplaza lo educativo generando un sujeto caracterizado por la conexión múltiple e intensa, así como por  la visibilidad integral ante los demás. Pero los otros, en el nuevo orden de las redes, adquieren una preponderancia absoluta. El éxito de cada cual resulta de la aprobación de los demás. Cada uno se rige por una acomodación compulsiva a los imperativos del mundo de los otros. Así se constituye un sujeto en acción permanente que adquiere una vulnerabilidad de gran magnitud en tanto que ser dependiente.

Los infantes se encuentran inmersos en un tiempo rápido en el que son requeridos por los  estados sucesivos y vigorosos de su whatsapp. En este mundo virtual se suceden vertiginosamente un torrente de imágenes, palabras y gestos que tienen como objeto captar la atención de los demás. Así se configura un sujeto egocéntrico que pugna por su conquistar y retener su protagonismo. Se trata de maximizar el número de seguidores y atraer la mirada de los otros sobre sí mismo. La identidad personal resulta de la capacidad de emitir y responder al instante cuando el flujo comunicativo se incrementa. Este sujeto hiperconectado carece de descanso. Siento una especial compasión cuando los veo circular por cualquier vía pública pendientes de su pantalla. 

Los nuevos niños generan una energía desmedida para ser visibles y aceptados mediante la construcción de su perfil atractivo en el espacio de las pantallas hiperconectadas. El valor de cada uno es otorgado por los otros mediante comentarios y visualizaciones, registradas en los conjtadores de las redes. Así la explosión de los selfies. Primero se presentan, después maximizan su imagen mediante el Photoshop  y muchos terminan modelándose mediante el recurso a la cirujía. Así se construye un sujeto dotado de un arte escénico insólito. Saber posar es la competencia esencial de una existencia fundada en ser mirado.

Los efectos de este mundo virtual vivido 24/24 horas sobre su estancia en las instituciones es demoledor. Estas le reclaman a actividades pausadas de reflexión o introspección, siempre vinculadas a la lectura de textos y libros. Se trata de constituir un yo profundo y “verdadero” mediante la apelación a su capacidad de razonar. Pero los mecanismos psicológicos y sociales imperantes en las instituciones caducadas, así como sus tiempos inevitablemente lentos, son dinamitados por el nuevo mundo vibrante de las redes que congregan a los sujetos modelados en el arte de esculpir sus apariencias. En una situación así, yo soy lo que deciden los otros conectados y ese yo se tiene que revalidar y actualizar permanentemente. Este es el “estado de dispersión” que apunta Paula Sibilia, y que afecta severamente al orden escolar y familiar.

Pero las instituciones de la modernidad, desbordadas por el poderoso mundo virtual, así como desconectadas con este, se contraponen con la explosión del mercado, que construye un conjunto de vínculos sólidos con este mundo de las redes infantiles y adolescentes. Los más importantes son la idea de éxito, que gobierna a ambos espacios, así como la presunción de la existencia de un yo interior “verdadero” no socializado, que se expresa en el imperio cotidiano de un “me gusta” que se ubica en el exterior de la racionalidad y lo colectivo. Como profesor soy testigo del crecimiento intenso de este yo que se hace presente en las aulas de modo impetuoso. También la importancia de lo emocional que desplaza a lo racional. Así se configura una sensibilidad exterior al código genético que rige las instituciones.

El sistema educativo es inexorablemente portador de un gen de limitación de la incertidumbre y de la responsabilidad de los alumnos, desarrollando distintas estrategias para que estos interioricen la dependencia institucional. Esto se instaura así desde el preescolar hasta los máster, solo cambian las formas, pero la naturaleza del estudiante es la de ser un ser dirigido. El contraste con el mundo de las redes es enorme. Estas instituyen un yo discontinuo débil, una subjetividad independiente de determinaciones institucionales, un orden preferentemente visual, así como un sentido de la vida basado en la autoclasificación permanente en las pantallas que exponen las competencias de los yoes. Así se constituye una sociabilidad alternativa que coexiste penosamente con la sociabilidad resultante de las instituciones de la socialización.

Vivir entre estos dos mundos es muy difícil. A día de hoy los infantes conquistan los espacios fronterizos cotidianos, como el dormitorio, antaño dedicado al estudio y ahora reconstituido como sala de conexiones virtuales. En la escuela adquiere un esplendor inusitado el patio, los pasillos y los exteriores de los edificios, zonas declaradas libres de comunicación, habitadas por los concentrados en sus pantallas portátiles. Las fronteras entre ambos mundos no dejan de ensancharse. 

Pero, el mundo de las paredes que tan bien define Sibila, se extiende a los transportes. No cabe duda de que los niños del presente son la generación más transportada de la historia. Sus tránsitos cotidianos entre el domicilio, la escuela y otras instancias, se encuentran determinados por la (pen)última revolución urbana que altera las localizaciones. Las colas de los coches en los que son transportados por sus progenitores son un elemento de la cotidianeidad urbana. También los autobuses que circulan por los itinerarios cotidianos. Me pregunto cuánto tiempo pasan encerrados en esas cabinas en espera de sus paredes de destino. El nuevo mundo de las redes ofrece la posibilidad de la fuga virtual de los encierros entre paredes y cabinas.

El libro de Paula Sibilia no ofrece soluciones ni recetas y remite a la capacidad de la escuela de revisar sus códigos instituidos y generar una inteligencia que le permita regenerarse en una situación tan adversa y compleja. Como me encuentro de cuerpo presente en estas instituciones tengo dudas de gran envergadura al respecto. De ahí que en este comentario resalte el papel del mercado. La expansión compulsiva de este subordina a todas las instituciones, define en exclusiva los guiones de las vidas y modela las subjetividades. Así, el mundo vigente se encuentra gobernado por una élite de vendedores de productos y servicios que desarrollan una inteligencia coherente con sus finalidades. 

El esplendor de los consumos, la exaltación de las emociones y los estilos de vivir modelados por la variedad y riqueza de las experiencias subjetivas remiten a una ficción para la gran mayoría. Los modelos propuestos son inalcanzables para casi todos. De ahí los malestares y los estados patológicos que los acompañan y que se hacen presentes en los nuevos problemas sociales. Porque la vida centrada en el éxito permanente y en la estrategia de las apariencias es ficcional. Los niños que habitan el vigente capitalismo de ficción son débiles. Esta es la gran verdad del tiempo actual. Tras la protección extrema de la familia y la involución del espacio de la calle, en la que los infantes ya no están, se manifiesta la vulnerabilidad de los mismos expuestos a los peligros percibidos por la sociedad de la abundancia material. 

Me pregunto acerca de si otra educación es posible. Mi respuesta es que con esta familia posnuclear psicologizante y este sistema educativo es inviable. La verdad es que esta situación y esta sociedad mercadocéntrica no me gusta.



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