domingo, 20 de noviembre de 2016

REVUELTA CONTRA LA GORDOFOBIA EN LA SOCIEDAD DE CONTROL




La gordofobia es un producto resultante de la lógica que impera en la nueva sociedad de control, en la que el cuerpo adquiere una relevancia de tal dimensión, que termina por disciplinar los comportamientos y subordinar la vida a la imagen. Las personas desarrollan múltiples prácticas para alcanzar el cuerpo programado y consensuado por las prósperas industrias de la estética, los dispositivos mediáticos y postmediáticos de proliferación infinita de imágenes y la medicalización desbocada resultante de la fusión de la medicina con la industria estética, farmacéutica y de la alimentación. Las sinergias entre estos dispositivos generan procesos de marginación creciente de los gordos, así como un sufrimiento cotidiano de las personas en riesgo de superar las medidas consensuadas por los dispositivos del cuerpo. Así se conforma un extraño ascetismo en una sociedad hedonista. El sacrificio y la privación de los alimentos devienen en una condición necesaria para el éxito social.

La condición de gordo es compleja, múltiple y contradictoria. Esta etiqueta puede ser adjudicada a personas que se sobrealimentan estimulados y abastecidos por la próspera industria de los alimentos con exceso de grasa, las bebidas azucaradas u otras variantes. Los excesos de estas se hacen visibles en los cuerpos. Pero, ciertamente, para muchas de esas personas los sabores salados y dulces de esos alimentos representan una gratificación central en sus vidas. De modo que esos placeres recurrentes resultan ser los más accesibles para tener experiencias corporales satisfactorias. Otros placeres son menos accesibles para ellos. Así las industrias de las pizzas, las hamburguesas, las alitas de pollo, las sartenes múltiples, la pastelería y bollería y otras, los captan y fidelizan con facilidad. En estos casos comer es una adicción que compensa otras carencias.

Extrañas sociedades de control en las que las industrias de comida “insanas” detentan una centralidad manifiesta. Las fotografías de los prohombres de la sociedad del crecimiento –autoridades políticas, empresariales, culturales, deportivas y otras- se presentan ante las cámaras escoltados a sus espaldas con un panel de logotipos de empresas, en las que siempre están la Cocacola, la Pepsi, McDonalds y otras similares. Al tiempo, la infosfera se puebla de mensajes salubristas que apelan a la salud y el cuerpo sano liberado de los excesos de calorías. En los últimos treinta y cinco años de mi vida he presenciado la neutralidad de los profesionales sanitarios ante las industrias alimentarias tóxicas, acompañada de la estigmatización de sus consumidores. Nunca he escuchado una crítica a la cocacola. Siempre que voy a un hospital me encanta descubrir los alimentos y bebidas de las máquinas expendedoras. Son increíblemente dañinas, parece que su sentido fuera convertir a sus consumidores en pacientes internados.

Pero la etiqueta de gordo se aplica a otro tipo de personas sobradas en kilos, que viven la alimentación como una gratificación compartida con otras corporales y espirituales. Son los entrañables gordos naturales, que viven una vida ajena a la domesticación corporal imperante. Estos representan el mejor de los hedonismos posibles, disfrutando de los placeres de la mesa, participantes de una vida social gozosa en torno a los exquisitos vinos, cervezas y tapas, que constituyen la principal creatividad en la España del presente. Son personas resistentes a la condena múltiple instituida por las agencias de la sacralización del cálculo de calorías y las rigurosas prácticas corporales de renuncias que invaden su cotidianeidad. Los hermosos cuerpos de los gordos denotan la grandeza de su vivir ajenos a la tiranía de los expertos. Por eso me gusta decir que, en no pocos casos, los gordos son verdaderamente disidentes de la sociedad absolutista de la delgadez. Los gordos se hacen cada vez más guapos con el paso de los años.

Entre los distintos dispositivos que generan la gordofobia como reprobación moral a los afectados, se encuentran los médicos. Estos representan un papel fundamental en el proceso de cambio de las representaciones sociales sobre el cuerpo. La identificación de buena salud con el cuerpo delgado y la canonización del activismo cotidiano para conseguirlo, son el reverso de la condena de los gordos, entendidos como incumplidores de sus obligaciones disciplinarias y el descuido de su alimentación. Así se construye la lipofobia, que sustenta la condena moral a los gordos. La escalada de descalificación termina por construirlos como una etiqueta patológica. El sobrepeso termina por ser definido como enfermedad y los gordos como adictos. La imaginería patológica de la obesidad termina por entender a los gordos como transgresores. Su tratamiento remite a una inquietante normalización dietética y corporal. 

La gordura es sometida a un proceso que comienza en su consideración como factor de riesgo, para ser transformada en una patología, siendo reforzada con el concepto de epidemia. Así el índice de masa corporal es sacralizado en una escalada punitiva sin precedentes que reconceptualiza el valor de la salud en la nueva sociedad de control. Los factores hormonales, genéticos o metabólicos endógenos son minimizados para exaltar a los nutricionales. Así se sobreentiende que un gordo es el resultado de un incumplimiento de una norma nutricional.  La subordinación de la multifactorialidad en la obesidad es creciente, construyendo una condena social imperdonable.

De este modo los incumplidores deben ser rehabilitados mediante la concurrencia de terapeutas de las dietas y del comportamiento. Millones de personas autoculpabilizadas conforman prósperos mercados, pues el sobrepeso es recurrente. Tras el tratamiento y el tiempo de dieta viene la recaída, tras la que vuelve el tratamiento en un ciclo inevitable. Así los gordos terminan aceptando su propia autoresponsabilización. El estigma, en el sentido definido por Goffman es inevitable. En ella concurren el estatuto de desviado de la normalidad con una descalificación. Los gordos terminan por insertarse en un verdadero círculo vicioso de de ciclos de sufrimiento y malestar. Su vida queda subordinada a la dependencia de los expertos que dictaminan la buena vida fundada en el cálculo de las calorías y las grasas.

Los estigmas de la creciente gordofobia han generado una respuesta que tiene sus raíces en los años setenta, en los que aparece el primer manifiesto de la liberación gorda.  Después se han producido distintas réplicas que constituyen un incipiente movimiento social. El sentido de este es la rehabilitación social mediante la internalización del orgullo gordo. Los disidentes se reapropian del concepto gordo para invertir su significado. . En el 15 M en Tenerife se apareció un grupo que politizó este concepto. Acabo de leer un libro que suscita esta cuestión “Stop Gordofobia y las panzas subversas”. Su autora es Magdalena Piñeyro. Está editado por Baladre  y Zambra. Es un libro muy estimulante y su lectura suscita múltiples preguntas.  Reproduzco el Manifiesto Graso, de la Mesa de Acción Obesa y un poema de la propia autora –Indisimulada- que no tiene desperdicio. Es el auncio de una incipiente revuelta contra la gordofobia en la sociedad de control, en la que en su dispositivo central, la televisión, no aparece ningún gordo en un papel relevante.
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MANIFIESTO GRASO
LA MESA DE ACCIÓN OBESA (1993-2016)

Un espectro se cierne sobre el planeta: el espectro de las personas gordas. Contra ese espectro se han conjurado en santa jauría el tripartito gordofóbico. Estética-moral-salud hemos de combatir.

Esto es un manifiesto graso de personas hartas de yogures ligth, de la leche desnatada y la galleta sin colesterol, harta de dietas, gimnasios y cuerpos sudorosos. Abogamos por un mundo grueso, por un mundo gordo donde la hermosura de nuestra gordura sea un valor, un privilegio de toda persona.

Gordos y gordas del mundo unámonos, saquemos nuestras panzas subversivas a la calle, nuestra razón de peso es  acabar con el sistema capitalista gordofóbico, el de la dieta de la alcachofa, la dictadura de la imagen y las tallas 38 que nos aprietan los chochos y estrujan las pelotas.

Si te molestan que sigan las dietas, si lo que te gustan son las croquetas, aquí estamos, te esperamos, somos la Mesa de Acción Obesa y nos gusta la buena mesa.

No lo dudes, di basta y grita…..
Somos gordas y gordos, ¿Y QUÉ?
¡Nuestros cuerpos no quieren tu opinión¡
¡Somos bellas, somos bombas sexuales¡
Comer es un derecho y no un privilegio.
VIVA LA GORDURA REVOLTOSA
Y LA LIBERTAD ORONDA, CABRONES ¡¡¡

INDISIMULADA
No puedo disimular este cuerpo, no tengo donde esconderlo.
No soy frágil.
No soy delicada.
No soy débil.
No cumplo con el canon.
Y se me nota.
No puedo disimular este desborde
esta ruptura de límites
esta okupación (i)lícita
estas carnes (sobre)salientes.
No puedo disimular que soy fuerte,
No puedo disimular el sonido fuerte de mis pasos,
ni que estoy segura de sí misma,
por dentro,
por fuera,
y en todos lados.
No puedo cumplir con tu deseo de odiarme a mí misma,
de sentir vergüenza de lo que soy
o de sentir vergüenza  de no sentir vergüenza de lo que soy.
No puedo.
No purdo porque no quiero.
No puedo porque me importa una mierda.
Me importa una mierda porque me amo.
Me amo porque todo me importa una mierda. Por fin.
MAGDA

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Para terminar la imagen de uno de mis grandes gordos maravillosos Orson Welles 


1 comentario:

  1. Hace tiempo que quiero leerme el libro... Gracias por traerlo al blog. Y gracias por el poema porque no lo conocía y me encanta.

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