domingo, 30 de octubre de 2016

SE GRATIFICA NÓMINA



“Soy una chica española con trabajo fijo pero sin contrato que necesito alquilar un piso urgente. Si alguien me dejaría la nómina yo recompensaría a esa persona con 250€ a cambio. Atiendo el teléfono a cualquier hora.” 

Me encuentro con este mensaje en una página de internet muy visitada. Es frecuente leer mensajes similares que hacen visibles los mundos vividos en las economías informalizadas, que mantienen un estatuto de visibilidad menguada. Se los puede ver uno a uno en los escenarios vividos de cada uno o presentados como excepción en algún medio de comunicación,  pero son ocultados por las estadísticas, las definiciones oficiales, los saberes imperantes, y paradójicamente, por los mismos medios de comunicación que los espectacularizan. Esta es la era en la que impera el arte de ocultar mostrando.

En los largos años de oficio como profesor de sociología, me he esforzado en la clase por visibilizar lo oculto por el formidable dispositivo oficial. Estoy convencido que cualquier discurso sociológico se fundamenta en el acto de mostrar, que precede al desvelar. Las definiciones de las situaciones que sustentan los discursos oficiales son manifiestamente descentradas, abriendo paso a representaciones de la realidad distorsionadas en un grado insólito. Muchos de los aprendices de sociólogos que pueblan las clases se muestran incómodos cuando lo oculto sale a flote. Así acreditan la socialización concertada entre los medios de comunicación y las ciencias sociales resultantes de sus propias cegueras. 

El resultado de estas operaciones de separación de los fenómenos sociales es la  construcción de una realidad ficticia, en tanto que esta resulta de la escisión de lo que se considera positivo de aquello que se entiende como negativo. Esta separación solo puede ser realizada en un laboratorio imaginario, pero nunca en la misma realidad.  Así se construye  la apoteosis de las estadísticas, que conlleva la constitución de las mayorías centrales como un ente ficticio sobre el que se constituyen las sociologías oficializadas, que se desprenden así de cualquier posicionamiento crítico. Cuando un hecho terrible que muestra una desigualdad insostenible se hace presente a la mirada, en tanto que emerge del mundo de las sombras, es considerado como un accidente, siendo devuelto a ese depósito de basura social.

Uno de los libros que me ha ayudado a comprender mejor la gran distorsión de la mirada del mundo profesional de la sociología, es el de Ángeles Lizón, “La otra sociología. Una saga de empíricos y analíticos” Está publicado en Montesinos en el 2007. En el mismo se hace patente la relación entre la producción del conocimiento y el contexto en el que se efectúa. Este no es nunca neutral, sino que por el contrario interviene favoreciendo determinadas hipótesis, metodologías –siempre cargadas de supuestos- y líneas de investigación. La observación de la realidad social siempre se encuentra encuadrada en un campo de poder que la limita, la dirige y la controla severamente.

De ahí resulta un descentramiento de la sociología que disemina sus miradas en múltiples direcciones perdiendo la unidad. Este es el requisito para subestimar distintas realidades sociales, constituir el gran basurero sociológico en el que se acumulan los fenómenos sociales negativos, facilitando así la difuminación de una idea de sociedad integrada y global. Así se cierra el círculo, constituyendo un vacío teórico que facilita la adopción del imaginario propuesto por los poderes y los medios de comunicación. Este es el positivo que se deriva del enunciado de que el mundo va bien, aunque puedan identificarse distintos problemas, que son separados del conjunto.

De este modo, la cruda realidad derivada de la frase que abre este post, es considerada como un acontecimiento secundario inscrito en una realidad alejada de lo central. Así, los procesos intensificados derivados de la desregulación laboral desbocada, son subordinados a la consideración de la realidad construida por las estadísticas que resultan de contar lo visible a los medios oficiales, siempre determinado por supuestos previos. Por eso en muchas ocasiones no oculto mi vergüenza de ser sociólogo en esta época tan oscura, en la que crecen los factores de la distorsión, haciendo difícil la reintegración de realidades sobre la que se funda inevitablemente cualquier ciencia social. 

Ofrecer doscientos cincuenta euros por una nómina con la que se pueda alquilar un piso es un evento que muestra la relación creciente entre una economía informal acrecentada y una economía oficial menguante. Los mundos vividos por una parte creciente de jóvenes, no  se pueden denominar como parte de una seguridad social que solo ampara a una parte de los mayores. Algunas historias que me cuentan exalumnos me conmueven, a pesar de que desde siempre miro más allá de lo oficial. Los rangos de las realidades críticas vividas se pueden organizar en una imaginaria escalera en la que los refugiados e inmigrantes ocupan la cima, siendo seguidos por múltiples contingentes venidos a menos desde los mundos de la desindustrialización, y que cierran los jóvenes en espera de integración en ese mitológico concepto de “mercado de trabajo”. A estas marginaciones se puede aplicar el coeficiente de género que afecta a las mujeres.

En otra ocasión en este blog aludí a un fenómeno que me preocupa extraordinariamente en este contexto. Se trata de la indefensión aprendida. Muchos de los sectores expulsados a esta siniestra escalera de lo desregulado, son incapaces de defenderse de las situaciones en las que viven. Su mundo se encuentra en los márgenes de las instituciones nacidas en el conflicto de la era industrial fenecida. De este modo  asumen sin más su inferioridad y no se defienden. Así se constituye bien un fatalismo letal, o bien una esperanza de que alguno de los comandantes providenciales que pueblan las pantallas los liberen de los malotes que los exploten, de las autoridades consentidoras, de los medios que los constituyen en un espectáculo o los científicos sociales que los devalúan al considerarlos como minoría estadísticamente irrelevante.

Si estas definiciones y comportamientos se siguen reproduciendo, que es lo más probable, va a subir el precio de prestar una nómina para facilitar un alquiler. Las poblaciones “minoritarias” a los ojos de los sociólogos que entienden la sociedad como un conjunto de datos, que se acumulan en los distintos niveles de la escalera, van a experimentar un endurecimiento de sus condiciones de vida. Su condición social resulta de la combinación letal de su estatuto de endeudados, inquilinos o hipotecados, mediatizados, precarizados e invisibilizados. En tanto que esta situación se perpetúe e intensifique, los científicos sociales seguiremos discutiendo de metodología.

La invisibilidad de los expulsados a la escalera de las marginaciones se puede comprender mejor mediante su relación con una de las grandes creaciones de la época: las autopistas. Deslizarse por una de esas vías es ubicarse en una posición desde la que la visión es rigurosamente mutilada. Ella misma ha seccionado el territorio sobre el que se asienta y se ha otorgado la centralidad. La velocidad termina por clausurar la mirada. Esta distorsión se asemeja a la derivada de las colecciones de datos fabricados por las –esas sí- instituciones centrales.  Desde esta perspectiva el caso de la chica dispuesta a alquilar una nómina sería una anécdota sin relevancia.

La nómina convertida en un bien dotado de un valor económico que se ubica más allá de la transacción laboral ¡cómo crece la economía y la sociedad informal¡

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