domingo, 30 de octubre de 2016

SE GRATIFICA NÓMINA



“Soy una chica española con trabajo fijo pero sin contrato que necesito alquilar un piso urgente. Si alguien me dejaría la nómina yo recompensaría a esa persona con 250€ a cambio. Atiendo el teléfono a cualquier hora.” 

Me encuentro con este mensaje en una página de internet muy visitada. Es frecuente leer mensajes similares que hacen visibles los mundos vividos en las economías informalizadas, que mantienen un estatuto de visibilidad menguada. Se los puede ver uno a uno en los escenarios vividos de cada uno o presentados como excepción en algún medio de comunicación,  pero son ocultados por las estadísticas, las definiciones oficiales, los saberes imperantes, y paradójicamente, por los mismos medios de comunicación que los espectacularizan. Esta es la era en la que impera el arte de ocultar mostrando.

En los largos años de oficio como profesor de sociología, me he esforzado en la clase por visibilizar lo oculto por el formidable dispositivo oficial. Estoy convencido que cualquier discurso sociológico se fundamenta en el acto de mostrar, que precede al desvelar. Las definiciones de las situaciones que sustentan los discursos oficiales son manifiestamente descentradas, abriendo paso a representaciones de la realidad distorsionadas en un grado insólito. Muchos de los aprendices de sociólogos que pueblan las clases se muestran incómodos cuando lo oculto sale a flote. Así acreditan la socialización concertada entre los medios de comunicación y las ciencias sociales resultantes de sus propias cegueras. 

El resultado de estas operaciones de separación de los fenómenos sociales es la  construcción de una realidad ficticia, en tanto que esta resulta de la escisión de lo que se considera positivo de aquello que se entiende como negativo. Esta separación solo puede ser realizada en un laboratorio imaginario, pero nunca en la misma realidad.  Así se construye  la apoteosis de las estadísticas, que conlleva la constitución de las mayorías centrales como un ente ficticio sobre el que se constituyen las sociologías oficializadas, que se desprenden así de cualquier posicionamiento crítico. Cuando un hecho terrible que muestra una desigualdad insostenible se hace presente a la mirada, en tanto que emerge del mundo de las sombras, es considerado como un accidente, siendo devuelto a ese depósito de basura social.

Uno de los libros que me ha ayudado a comprender mejor la gran distorsión de la mirada del mundo profesional de la sociología, es el de Ángeles Lizón, “La otra sociología. Una saga de empíricos y analíticos” Está publicado en Montesinos en el 2007. En el mismo se hace patente la relación entre la producción del conocimiento y el contexto en el que se efectúa. Este no es nunca neutral, sino que por el contrario interviene favoreciendo determinadas hipótesis, metodologías –siempre cargadas de supuestos- y líneas de investigación. La observación de la realidad social siempre se encuentra encuadrada en un campo de poder que la limita, la dirige y la controla severamente.

De ahí resulta un descentramiento de la sociología que disemina sus miradas en múltiples direcciones perdiendo la unidad. Este es el requisito para subestimar distintas realidades sociales, constituir el gran basurero sociológico en el que se acumulan los fenómenos sociales negativos, facilitando así la difuminación de una idea de sociedad integrada y global. Así se cierra el círculo, constituyendo un vacío teórico que facilita la adopción del imaginario propuesto por los poderes y los medios de comunicación. Este es el positivo que se deriva del enunciado de que el mundo va bien, aunque puedan identificarse distintos problemas, que son separados del conjunto.

De este modo, la cruda realidad derivada de la frase que abre este post, es considerada como un acontecimiento secundario inscrito en una realidad alejada de lo central. Así, los procesos intensificados derivados de la desregulación laboral desbocada, son subordinados a la consideración de la realidad construida por las estadísticas que resultan de contar lo visible a los medios oficiales, siempre determinado por supuestos previos. Por eso en muchas ocasiones no oculto mi vergüenza de ser sociólogo en esta época tan oscura, en la que crecen los factores de la distorsión, haciendo difícil la reintegración de realidades sobre la que se funda inevitablemente cualquier ciencia social. 

Ofrecer doscientos cincuenta euros por una nómina con la que se pueda alquilar un piso es un evento que muestra la relación creciente entre una economía informal acrecentada y una economía oficial menguante. Los mundos vividos por una parte creciente de jóvenes, no  se pueden denominar como parte de una seguridad social que solo ampara a una parte de los mayores. Algunas historias que me cuentan exalumnos me conmueven, a pesar de que desde siempre miro más allá de lo oficial. Los rangos de las realidades críticas vividas se pueden organizar en una imaginaria escalera en la que los refugiados e inmigrantes ocupan la cima, siendo seguidos por múltiples contingentes venidos a menos desde los mundos de la desindustrialización, y que cierran los jóvenes en espera de integración en ese mitológico concepto de “mercado de trabajo”. A estas marginaciones se puede aplicar el coeficiente de género que afecta a las mujeres.

En otra ocasión en este blog aludí a un fenómeno que me preocupa extraordinariamente en este contexto. Se trata de la indefensión aprendida. Muchos de los sectores expulsados a esta siniestra escalera de lo desregulado, son incapaces de defenderse de las situaciones en las que viven. Su mundo se encuentra en los márgenes de las instituciones nacidas en el conflicto de la era industrial fenecida. De este modo  asumen sin más su inferioridad y no se defienden. Así se constituye bien un fatalismo letal, o bien una esperanza de que alguno de los comandantes providenciales que pueblan las pantallas los liberen de los malotes que los exploten, de las autoridades consentidoras, de los medios que los constituyen en un espectáculo o los científicos sociales que los devalúan al considerarlos como minoría estadísticamente irrelevante.

Si estas definiciones y comportamientos se siguen reproduciendo, que es lo más probable, va a subir el precio de prestar una nómina para facilitar un alquiler. Las poblaciones “minoritarias” a los ojos de los sociólogos que entienden la sociedad como un conjunto de datos, que se acumulan en los distintos niveles de la escalera, van a experimentar un endurecimiento de sus condiciones de vida. Su condición social resulta de la combinación letal de su estatuto de endeudados, inquilinos o hipotecados, mediatizados, precarizados e invisibilizados. En tanto que esta situación se perpetúe e intensifique, los científicos sociales seguiremos discutiendo de metodología.

La invisibilidad de los expulsados a la escalera de las marginaciones se puede comprender mejor mediante su relación con una de las grandes creaciones de la época: las autopistas. Deslizarse por una de esas vías es ubicarse en una posición desde la que la visión es rigurosamente mutilada. Ella misma ha seccionado el territorio sobre el que se asienta y se ha otorgado la centralidad. La velocidad termina por clausurar la mirada. Esta distorsión se asemeja a la derivada de las colecciones de datos fabricados por las –esas sí- instituciones centrales.  Desde esta perspectiva el caso de la chica dispuesta a alquilar una nómina sería una anécdota sin relevancia.

La nómina convertida en un bien dotado de un valor económico que se ubica más allá de la transacción laboral ¡cómo crece la economía y la sociedad informal¡

miércoles, 26 de octubre de 2016

RECONVERSIÓN HOSPITALARIA, TEMORES COLECTIVOS Y MISERIAS INSTITUCIONALES EN GRANADA




El domingo pasado tuvo lugar en Granada una manifestación que congregó, según los medios oficiales, a más de cuarenta mil personas. Lo extraño de este evento es que fue convocado por un médico joven a título particular. Ni los partidos, ni los sindicatos ni otras organizaciones públicas  participaron  en la organización de la misma. El motivo era protestar por la reconversión hospitalaria promovida por la Junta de Andalucía, en la que se concentran los servicios de los dos hospitales completos existentes hasta ahora en uno solo. Este acontecimiento muestra inequívocamente el deterioro descomunal de los partidos y de las instituciones granadinas. La racionalidad que las rige se encuentra distanciada de la de la gente, que desconfía crecientemente de los discursos optimistas de las autoridades, resultando así la incubación de temores colectivos persistentes. Nunca la deslegitimación de los poderes públicos llegó a las cotas actuales.

La manifestación mostró inequívocamente el espíritu de la época. La mayoría de los asistentes ha experimentado en el transcurso de sus vidas una expansión de los servicios públicos y, en particular de los de salud. Desde hace unos años ocurre lo contrario. Ahora el proceso tiene el signo inverso. Por un lado desciende la calidad de los servicios y por otro se procede al comienzo de una desuniversalización que afecta a algunas categorías sociales que anuncia la incorporación de las siguientes en un proceso acumulativo. Esta contracción se contrapone con los discursos institucionales, que hacen énfasis en lo contrario, presentando una apoteosis de la calidad que se contrapone a lo vivido. Así se genera una extraña situación en la que se comparte la convicción de que no se dice la verdad. Esta desconfianza percibida se mantiene desde que comenzó lo que se denomina como crisis, hace ya más de seis años.

Los efectos de esta intensa crisis de legitimidad son devastadores. El aspecto más pernicioso es la generación de un sentimiento de inseguridad que cristaliza en la presencia de temores colectivos difusos, que alimentan el escepticismo generalizado, siendo activados por acontecimientos que visibilizan la realidad oculta tras los discursos oficiales. Porque la percepción de mentira envenena las relaciones entre autoridades y la gente (respondiendo a un buen amigo, sí, nunca digo ciudadanos). La señal más elocuente es el recorte de las plantillas, el deterioro de las condiciones laborales de los empleados públicos y la precarización desbocada, que se contrapone con la mejora de los edificios, lo cual denota el espíritu del nuevo estado emprendedor neoliberal, que prioriza la acumulación de bienes tangibles en contraposición con el declive de sus plantillas. La mutación de los sentidos del viejo estado de bienestar se hace patente.

 El caso de la reconversión hospitalaria de Granada es paradigmático. Dos hospitales completos son concentrados en unas nuevas instalaciones en las que se hace manifiesto el valor de la excelencia de los equipamientos materiales, que compensa la disminución de las plantillas, parte de las cuales se encuentra sometida a una precarización salvaje. El impacto del nuevo hospital en el territorio genera varios procesos de revalorización del suelo, que es el juego en el que están verdaderamente involucradas las autoridades. Su puesta en marcha ha constituido un caos inimaginable, con la proliferación de ambulancias, desplazamientos de pacientes, vacíos asistenciales, descoordinación entre servicios y sobrecargas asistenciales.

No es de extrañar la gran respuesta que tuvo la convocatoria. Las autoridades fueron sorprendidas por la gran afluencia. La masa de manifestantes se encontraba unificada por un sentimiento difuso de temor al futuro, así como de una rabia considerable al sentirse engañados. Apenas había pancartas ni otros elementos característicos de concentraciones organizadas. Los gritos y los lemas se dirigían a las autoridades políticas y sanitarias, remitiéndose a la reversión de la situación y el retorno a los dos hospitales completos. En el interior de la concentración se encontraban grupos de militantes de los partidos de las distintas oposiciones, que no consiguieron manipular los contenidos. Se creó una situación de alivio al encontrarse los cuerpos, compartir el espacio y expulsar el miedo en el efímero tiempo de la marcha. También el resarcimiento ante la impotencia que se deriva de la confrontación atomizada con los promotores de la reconversión, que utilizan sus maquinarias institucionales, mediáticas y expertas para prevalecer sobre cada paciente.

Los dos hospitales reconvertidos representan el símbolo del progreso en el imaginario colectivo local. Son las instituciones en la que muchas personas han experimentado su condición de consumidores, siendo atendidos por equipos de alta cualificación dotados de tecnologías adecuadas. Para muchas personas se trata de un consumo inmaterial de una calidad inalcanzable en otros mercados. Así constituyen un símbolo de la seguridad que proporciona ser atendidos en el caso de enfermedad. En las memorias de las personas se acumulan miles de historias que tienen lugar en sus instalaciones. El valor simbólico del sistema sanitario es muy alto para los granadinos.

La manifestación desvela la miseria de las instituciones políticas locales y provinciales. Tras su refundación en el principio de los años ochenta, impulsaron una secuencia de cambios que se fueron agotando una década después. Junto a ellos ha persistido un elemento fundamental del pasado: se trata del espíritu mediocre de las élites, el amiguismo, el clientelismo y el autoritarismo. La ausencia de un proyecto local es manifiesta. En su carencia, se impone la lógica que me gusta llamar como la de “hueco a hueco”. Sobre el territorio se programan obras que revalorizan los terrenos que las rodean. Este es el proyecto de ciudad que se vende. También el edificio del nuevo hospital calificado como el mejor del sur de Europa.

En tanto que los edificios se multiplican, las instituciones declinan por agotamiento. Tanto los empresarios como las instituciones que los acompañan carecen de una inteligencia que sustente un proyecto. En ellas se enclava una generación que ocupa el poder desde el origen de los años setenta. Esta ha ido cooptando algunos jóvenes (biológicos), entre los que se encuentran algunos hijos de la élite inamovible. Los cuadros de envejecimiento son patéticos. Los discursos congelados. La orientación al pasado “glorioso” que remite a su propia reproducción  como élite en el poder. La energía que portan es cero. Solo hacen negocios seguros protegidos por el turismo,  la explotación del patrimonio histórico y cultural, además de una universidad a la que se define sin rubor como una institución creadora de valor económico, derivada de la estancia de miles de estudiantes, profesores e investigadores, así como de su valor patrimonial arquitectónico.

Esta clase dirigente en su totalidad se erige como un obstáculo formidable a cualquier cambio. El sistema mediático local es el espejo que refleja a esta clase dirigente gerontocrática y vacía. Instalada en la red de empresas públicas en las que culminan sus carreras políticas, son compensados generosamente para reproducirse según el patrón recurrente de la obediencia, la repetición y la ausencia de inteligencia. El discurso de estas élites se remite a unos tópicos desgastados. Su creciente desconexión de la población se funda en que su experiencia es inversa a la de la gente. En tanto que a ellos les va bien, muchas personas experimentan un deterioro en sus condiciones de vida y sus expectativas de futuro. Esto es lo que ha ocurrido en el caso de la reconversión y del nuevo hospital.

Las élites granadinas enclaustradas en su mundo de destinos sociales de excelencia – el puerto de Motril, la estación de esquí, el palacio de congresos, la Alhambra, el museo de la memoria, los proyectos fantasmáticos, tales como el del legado andalusí, o las viejas cajas de ahorro- construyen un discurso que carece de inteligibilidad para muchas gentes. La desconexión creciente, la ausencia de interlocución, la autorreferencialidad del sistema de comunicación local, en el que el mundo enclaustrado en el que viven estas élites se encuentra sobrerepresentado, genera un extraño vínculo entre las autoridades locales y la irrealidad.

El sentimiento de irrealidad termina en un distanciamiento de tal envergadura que alberga las inseguridades y los temores colectivos. Esto es lo que flotaba sobre la manifestación. El mundo encerrado en sí mismo de las élites granadinas propicia unas patologías que limitan la eficacia de sus actuaciones. El anterior alcalde tiene que responder a varios procesos judiciales derivados de la gestión del “hueco a hueco”. En solo tres meses los jueces han requerido al nuevo alcalde ¿es esto aceptable? La imagen del nuevo hospital –el mejor del sur de Europa-  rodeado por la autopista de circunvalación, un nuevo macrocentro comercial y el recinto amurallado del campus de la salud, apunta al colapso de tráfico y desvela la ausencia de una inteligencia que se sobreponga a las actuaciones de los agentes del suelo.

La manifestación solo es posible interpretarla en el contexto de una decadencia local incuestionable. Nada inteligente puede salir de ese entramado pernicioso de las élites de poder granadinas.  El caso de las autoridades sanitarias es doblemente patético. Estas han perdido el sentido, orientando sus prioridades al complejo de industrias sanitarias, en detrimento de la asistencia. A pesar de que entiendo su lógica en tanto que las industrias son la puerta giratoria que asegura su futuro, su obligación inexcusable es atender a la gente mejorando los servicios. Uno más uno son siempre dos, 






jueves, 20 de octubre de 2016

LOS LIMBOS POLÍTICOS DE PABLO IGLESIAS



Pablo Iglesias es una persona que vive entre varios mundos ajenos a la sociedad española del presente. Primero aterrizó en las televisiones, donde construyó un refugio confortable desde el que se pueden contemplar las realidades filtradas por un tinte rosa. En el mundo ficticio de los media se construyó una imagen de triunfador. Fue un tiempo feliz que vivió en ese espacio amurallado, en el que alcanzó una relevancia incuestionable. En los últimos meses ha dado un giro total para embarcarse en otro mundo ficticio. Este se puede definir como la metafísica de la calle. Pablo sube el tono y se presenta como propietario imaginario de las movilizaciones y los movimientos sociales. Ambos mundos, en tanto que quiméricos, se asemejan al concepto convencional de limbo, espacio imaginario en el que no habitan ni los vivos ni los muertos.

Tras su emergencia en el escenario mediático-político, su éxito es incontestable. Así, Podemos conquista un territorio electoral de gran magnitud. Pero en el tiempo de su expansión decrece la actividad de los movimientos sociales, esperanzados en lo que se percibe como efectos milagrosos del cambio político. Pero la realidad se hace presente poniendo de manifiesto la insuficiencia de los cinco (o seis) millones de votos. No existe otra alternativa que ampliar su base electoral para promocionar los intereses de los carentes de representación, al tiempo que estimular el desarrollo de los movimientos sociales. Este puede ser el fundamento para conseguir un cambio político, definido como la reconversión de las instituciones políticas, de modo que se encuentren presentes en ellas los intereses de los sectores sociales infrarrepresentados.

Pero el súbito giro de Pablo es inquietante, en tanto que camina en otra dirección. En los últimos meses se convierte en un líder político que adopta un papel providencial, mediante la adopción de un estilo propio de un predicador. Sus intervenciones se encuentran cargadas de tópicos y sus tonos son manifiestamente inadecuados en un escenario como el actual. Así, su biografía política sigue el ciclo de aterrizaje en las televisiones con un estilo radical-dialógico, su posterior evolución hacia la “sensatización” y su conversión en un icono mediático, para terminar ahora en un orador beligerante externalizado del ecosistema político en el que opera. La evolución de Pablo desemboca en una regresión y el retorno imaginario a su origen, que representa un escenario histórico irreal.

Porque la excesiva teatralización de sus intervenciones orales-visuales se encuentran disociadas de sus potenciales destinatarios. Entonces cabe preguntarse a quién dirige sus alocuciones. La única explicación posible es que Pablo ha regresado a sus orígenes. De este modo desmiente a la esperanza que teníamos algunos de que Podemos represente a una nueva izquierda radicalmente distinta a la experiencia histórica comunista, que ha quedado bloqueada irremediablemente. Sin embargo, el último Iglesias ha retornado con un inusitado vigor al viejo repertorio de tonos, conceptos y metodologías de los periclitados y agotados partidos comunistas. Esta cuestión es altamente arriesgada en el escenario del presente.

Comparto con su discurso la constatación de los límites del parlamento y la necesidad de vigorizar y articular los movimientos sociales. Pero el raquitismo de estos, que es una constante en el tiempo del postfranquismo, tiene sus raíces justamente en la misma oposición al franquismo, en la que estos eran dependientes del partido comunista. La preponderancia del viejo partido y sus avatares electorales determinaban los sucesivos giros de los movimientos sociales, constituidos en organizaciones sociales que construían unas barreras de acceso muy importantes para sus propios destinatarios.

El caso de Comisiones Obreras es paradigmático. Su historia se puede resumir en un creciente distanciamiento del partido matriz. Las dificultades para detentar la autonomía sindical con esta representación política son patentes. Así su incapacidad para constituirse en una fuerza capaz de contrapesar a las fuerzas que protagonizan las sucesivas reestructuraciones productivas y laborales que terminan por disolver las regulaciones del fordismo. Las sucesivas derrotas y retrocesos generan una situación en la que es inevitable su inserción en el tejido interorganizativo que sustenta la corrupción. En este proceso, el papel que representa la sombra del partido es fundamental. 

La incapacidad manifiesta para frenar la reestructuración neoliberal, por parte de los movimientos sociales es patente. Por eso, la posición de Pablo acerca de lo que denomina como vuelta a la calle, se puede considerar como metafísica. Porque ¿qué es eso de la calle? La respuesta es que es algo más que las manifestaciones de descontento y las luchas reivindicativas. Resumiendo mi argumento, no se trata de que se produzcan muchos conflictos y movilizaciones, sino de que estos crezcan, establezcan vínculos y asuman un posicionamiento explícitamente político. Esto es muy diferente a lo que ocurre en la actualidad, en la que el valor de las movilizaciones resulta de su conexión a las televisiones suministrando material visual a las tertulias.

El ejemplo de la marea verde es manifiesto. El movimiento estudiantil se encuentra estancado y aislado y sus movilizaciones no contribuyen a su enraizamiento en los centros. Este solo alimenta a la oposición parlamentaria, pero sus metodologías y las capacidades de aprendizaje de sus activistas están petrificados. La consecuencia es la de un movimiento cíclico que produce estallidos posmodernos, pero ausente de los centros y con una influencia congelada. Por eso es sucesivamente derrotado por las maquinarias políticas y expertas de la reestructuración neoliberal, que consolidan paso a paso las reformas neoliberales.

En este contexto, el giro de Pablo representa su imaginaria constitución de director único de la calle y los movimientos sociales. Clama a favor de que sus huestes se asienten en los centros de trabajo, los educativos y en los barrios. Pero la factibilidad de su propuesta es imposible. Así se constituye como heredero de aquellos que han fracasado radicalmente en la implantación en esos espacios. La izquierda solo comparece en las estructuras de movilización que conllevan las huelgas generales y los acontecimientos que se derivan de estallidos sociales, tales como la respuesta a la guerra de Irak o la marcha por la dignidad. En medio de estas explosiones solo hay grupos vinculados a las instituciones locales y sus dinámicas. No hay nada más, nada. Cuando recupera ese discurso y ese tono encubre el vacío pavoroso de la izquierda militante.

El giro de Pablo significa el eterno retorno del Zorro, personaje providencial que termina por liberar al pueblo de sus opresores. En la sociedad postmediática este relato encuentra un medio propicio para su asentamiento. Así termina por constituirse como la última versión de las vanguardias, que en las sociedades del siglo XXI alcanza una condición de patetismo supremo. La puesta en escena del libertador puede conmover a nutridas audiencias huérfanas de protección en la vida real. Pero esa liberación es ficcional. Tras el “debate” o la emoción de las redes efervescentes se presenta inevitablemente la prosaica realidad en la que los malvados de la ficción son los que gobiernan.

No, la gente a la que se dirige Pablo no es la vieja clase trabajadora sublimada en el discurso de sus predecesores. Ahora lo que se denomina como “los ciudadanos” o “la gente” es un conglomerado radicalmente heterogéneo de sectores expulsados de la producción y asistencializados, de jóvenes ubicados en las colas de entrada, de poblaciones severamente precarizadas y de trabajadores cognitivos de distintas condiciones. Todos ellos resultan de una mutación tecnológica y productiva, pero también de una profunda transformación antropológica que afecta a sus subjetividades. En estas condiciones, el formato del Zorro del siglo XXI resulta extravagante. Ubicarse en la calle implica unos modos de comunicación y unas metodologías adecuadas a estos sectores sociales, siempre en plural.

El mundo imaginario de Iglesias es desbordado por la complejidad de los mundos sociales en los que viven los condenados a esta versión tan rigurosa de la subalternidad. Pero este giro se produce en un contexto en el que la victoria de las fuerzas conservadoras incentiva la próxima intensificación de la reestructuración neoliberal, que ha quedado suspendida en el tiempo del gobierno en funciones. En los próximos meses es seguro que el endurecimiento de las políticas públicas dará lugar a un escenario de escalada de los recortes, acompañados de movilizaciones dramáticas, que en ausencia de un esqueleto que las soporte, terminarán por acrecentar el papel de las vanguardias. 

Estas son algunas de las razones por las que me pregunto acerca de la posibilidad de que las mareas y otros movimientos de este tiempo puedan reforzarse, cuestión que requiere su abordaje en términos reflexivos. En estas coordenadas, contemplando los saltos compulsivos de Pablo, me interrogo acerca de la posibilidad de que la dirección de Podemos pueda aprender sobre su propia experiencia. Mi respuesta es que cada vez tengo más dudas. El riesgo de que los sucesivos saltos puedan amenazar la eventual herencia derivada del óbito político del pesoe, es mucho más que factible.



domingo, 16 de octubre de 2016

EL PSOE BAJO EL VOLCÁN



Como en la novela de Malcolm Lowry  esta es una historia de autodestrucción inevitable. En los procesos de declive de una organización política concurren varios factores, pero, el aspecto fundamental radica en la proliferación de comportamientos que, observados desde el exterior parecen ininteligibles. La última reunión del comité federal supone la erupción del volcán, abriendo un período de autodestrucción en el que las facciones desarrollan estrategias cuya lógica  es dañar a los contrarios. En este escenario comparecen las imaginerías fantasmáticas del Tajo, el Guadiana y el Guadalquivir, introduciendo una división territorial fatal para el centenario partido.

En este post me voy a centrar en una de las dimensiones de esta crisis, que es la más oculta, debido a que es ajena a los paradigmas que sustentan a la gran mayoría de los analistas. Se trata de la explosión de discursos y prácticas manifiestamente irracionales, que fundamentan las trincheras internas. Lo ilógico impide la confrontación de posiciones, generando un clima imposible, en el que los sentimientos negativos desempeñan un papel fundamental. Cada parte atribuye a sus contrarios intenciones ocultas, convirtiéndolos en enemigos. Así se construye el argumento de que los oponentes son agencias de fuerzas externas. Todos los acontecimientos del día fatídico del comité federal se fundamentan en la lógica del enemigo interno y la traición. En esas condiciones la organización se cierra sobre sí misma, constituye un muro con respecto a su entorno y pierde la capacidad de conocer.

La explicación de esta crisis radica en el choque entre los cambios tan intensos que se han producido en el entorno del pesoe y el mantenimiento de las estructuras de significación comunes a la organización. La crisis económica internacional y el estallido de la burbuja inmobiliaria-financiera local, tiene un impacto demoledor sobre la economía española. El gobierno de Zapatero se encuentra en una grave situación imprevista, en la que es requerido por el complejo económico-político europeo para adoptar medidas de ajuste.  Este hace patente la obediencia a la autoridad global iniciando los recortes, así como el cambio subrepticio de la constitución en compañía del pepé para subordinar el gasto social.

Unos dirigentes tan pequeños como Zapatero y Blanco se muestran incapaces de comprender el impacto de decisiones coyunturales del rango de las citadas. Estas implican una ruptura con una parte muy importante de su base social y sus clientelas electorales. La derrota electoral refuerza su sumisión a las fuerzas globales y abre un período de oposición débil y simbólica en los años de gobierno de Rajoy, en los que se ejecuta sin piedad una sentencia condenatoria a múltiples poblaciones desplazadas del bienestar. El pesoe y el resto de la izquierda parlamentaria asumen el papel de consentidores en esta regresión. Así se genera un vacío de representación que explica la emergencia de Podemos. 

El partido es incapaz de comprender los procesos en curso, entendiendo a Podemos como un fenómeno efímero. Los resultados de las elecciones sucesivas muestran inequívocamente que el electorado de izquierdas se ha escindido en dos partes. La herida simbólica derivada de la incapacidad de entender la emergencia de los nuevos rivales, así como de asumir las amenazas que representan para ellos, es descomunal. El pesoe carece de la inteligencia colectiva necesaria para resituarse en el nuevo entorno. Los preceptos sobre los que construye sus respuestas a la nueva situación son vetustos. Los sentimientos de hostilidad hacia los recién llegados ocultan la carencia de recursos para comprender el nuevo contexto y responder al mismo.

En ausencia de una línea global estalla la organización, en la que los intereses autonómicos se sobreponen al estatal, en una situación dominada por la supervivencia, disolviendo la autoridad de las instancias centrales. La frase de la ínclita Verónica reclamando el monopolio de la autoridad es una verdadera joya para los analistas de las crisis políticas e ilustra la tragedia del partido. El escenario electoral es imposible y el partido se encuentra a merced del complejo económico-político-mediático, que le impulsa al dulce suicidio. El espectáculo de la gestora, en particular de la dupla Fernández/Susana Díaz, convertidos en extravagantes brujos esperanzados en que en el futuro ocurra algún acontecimiento inesperado y mágico que les revierta al pasado. La sumisión al pepé sin contrapartidas de Fernández es patética y anuncia un período de oposición más leve todavía, pero en un entorno más duro para el electorado que aspiran a representar. 

El espectáculo insólito del juicio de la Gurtel, que muestra sin pudor la convergencia entre fiscales y jueces de plástico barato con una oposición sin fuelle ni alma. En esta función el partido evidencia la perversión de su grado de cero de oposición. Susana Díaz, la mariscala del Guadalquivir, se estrena en un papel que presenta analogías con  el del mariscal Pétain en la Francia ocupada. El complejo económico-político-mediático le confiere el papel simbólico-ficticio de imaginaria presidenta de un gobierno imposible, tal y como fue el de Vichy. Pero la renuncia de la coalición de barones que ejecutaron el asalto a la comisión ejecutiva del pobre Pedro, significa un acontecimiento que tiene un impacto fatal sobre sus huestes electorales. Uno de esos episodios que quedan grabados en la memoria colectiva, como los protagonizados por Zapatero y Blanco, que tienen el honor de abrir el proceso de decadencia partidaria. Esta es la segunda parte.

En este entorno tiene lugar una implosión de una envergadura colosal. La organización es un sistema humano que procesa los acontecimientos que ocurren en el exterior atribuyéndoles una significación común que es moldeada en los procesos de interacción. De ahí resulta una cultura interna que se funda en los supuestos compartidos, que siempre se encuentran muy arraigados muy arraigados. Esta es la razón por la que en este blog se hace énfasis en la centralidad de la sede. Esta es el espacio que alberga los intercambios y las conversaciones que cristalizan en los preceptos compartidos que constituyen la cultura partidaria. Esta se manifiesta en una narrativa que atribuye para el partido los logros de la modernización, el progreso, las libertades y la las conquistas sociales. El supuesto básico es que eso es la esencia de la izquierda, en contraposición con la derecha representada en el pepé. Este relato es crecientemente inverosímil, siendo desmentido por el signo de los procesos de instauración del nuevo capitalismo global y dual. 

Los aciagos resultados de las sucesivas elecciones, en los que se pierden millones de votos a favor de Podemos, generan un cierre de la organización que se siente amenazada. En estas situaciones se activan los componentes más conservadores de las culturas partidarias, se multiplican los sentimientos negativos, se acrecientan los prejuicios, los estereotipos y  las presunciones solidificadas, así como las proyecciones a chivos expiatorios. El resultado es la creación de un estado interno de movilización defensiva que aísla a la organización. En este estado proliferan las suspicacias, las sospechas, las desconfianzas y el fatalismo ante las amenazas. 

En estas coordenadas se puede comprender la obstinación de la posición de “no es no”. Esta se funda en la intuición compartida de que la abstención significaría un suicidio frente a los emergentes invasores de sus caladeros electorales. La percepción de que los dirigentes van a entregar el partido al gobierno de Rajoy es manifiesta. Las actuaciones de la gestora son inequívocas y anuncian una muerte dolorosa en la que van a ser esquilmados de su base electoral sin epitafio alguno. La otra muerte, la de un nuevo retroceso en las eventuales terceras elecciones, es un óbito más aceptable, en tanto que tiene un componente épico, en tanto que no implica una rendición. Pero las posiciones confrontadas no pueden considerarse desde su argumentación. El clima del volcán en erupción los hace imposibles.

El asalto de los barones a la ejecutiva ha desestabilizado la organización, abriendo una guerra autodestructiva de consecuencias extremadamente graves. En este clima bélico los argumentos se disipan frente a las certezas activadas por las partes que arrastran cargas emocionales de grandes dimensiones. En una implosión de esta naturaleza aparece de forma nítida el papel subordinado de los militantes, requeridos como palmeros y masa de apoyo a las decisiones de las élites partidarias, pero marginados efectivamente de las decisiones. También se hace patente la naturaleza del partido, subordinado al complejo del poder económico y político. Él mismo ha cavado su propia tumba en los largos años en los que ejecutó políticas laborales que debilitaban a su propia base social. La impúdica exhibición de González, las comparecencias de destacados exdirigentes en las televisiones de la derecha, donde ostentan su subalternidad,  y la audacia de la gestora, que actúa como si fuera una dirección legitimada, refuerzan los malestares internos, en tanto que muestran inequívocamente que todo está decidido.

El estado volcánico de la organización tiene como efecto la multiplicación de grupos locales informales, la activación de redes de relaciones y la proliferación de comunicaciones cruzadas en un clima de emocionalidades explosivo. Los acontecimientos derivados de la nueva situación y las amenazas que conlleva producen un shock, en tanto que chocan frontalmente con las estructuras de significación instituidas y cristalizadas en la cultura del partido. En esta situación la crispación se incrementa mediante saltos. El bloqueo de los códigos de reconocimiento y las categorías conceptuales genera un clima de emocionalidad negativa en el que se instala la sospecha, que se hace presente en todas las relaciones. En este contexto se puede recurrir a un autor como Bion, que explica muy elocuentemente como en las organizaciones, cuando se encierran en sí mismas y se distancian de la realidad,  se generan crisis en las que las emociones carecen de control.  La consecuencia es la activación de fantasías y proyecciones que fundamentan lo que denomina grupos de ataque y fuga, que identifican enemigos internos sobre los que se dirigen  sus acciones, en las que proyectan sus miedos y desamparos.  En estos meses el partido es un campo de refriegas entre los múltiples grupos informales que atacan a sus rivales imaginarios. El pobre Madina se encuentra en el centro de todos los fuegos cruzados.

En una situación de descomposición de esta envergadura predomina el fatalismo, que constituye un factor de desintegración. Pero en el volcán interno puede ocurrir cualquier cosa, no pudiendo excluir situaciones locales y regionales de confrontación que puede adoptar distintas formas. En el clima fatal de las emocionalidades negativas no cabe excluir nada. En estas situaciones se agranda el protagonismo de los cínicos, capaces de manejarse entre varias opciones. Mi personaje favorito es Carmona, el profesor tertuliano que hace factible la vuelta al día en ochenta medios audiovisuales, mostrando su capacidad camaleónica de adaptarse a todos. Hace unos días le escuché decir que en las elecciones municipales en Madrid no había fracasado, porque en otras ciudades las pérdidas habían sido mayores. Una verdadera perla.

La tragedia partidaria estriba precisamente en que en una situación interna así es imposible un liderazgo fundado en la capacidad de leer el entorno, restablecer las relaciones internas y reconstituir una estrategia factible. Los dirigentes partidarios más reflexivos son desplazados de este escenario explosivo. Por el contrario es el tiempo de los cínicos adaptativos, y aún peor, de los brujos que alivien los sentimientos negativos mediante retóricas basadas en fantasías y ofertas de becerros de oro. Esto es lo que se está visibilizando ahora. No, lo que se ofrece es un puesto confortable en el vagón de cola del nuevo capitalismo global, acompañado de la ilusión de un gobierno de Vichy llegado el caso. Pero esa ilusión no tiene porvenir.