viernes, 5 de agosto de 2016

TRAS LA REVUELTA MEDIÁTICA



Existe una confusión considerable acerca de la situación política española actual, así como del proceso que la ha generado. Las distintas interpretaciones se realizan desde la perspectiva de los esquemas referenciales convencionales,  acrecentados por la inmediatez derivada de los formatos periodísticos que la definen, que contribuyen así a la progresiva pérdida de inteligibilidad de la situación general. Mi posición al respecto es que la convergencia de varios acontecimientos ha desatado una revuelta mediática contra las vetustas instituciones políticas nacidas después del franquismo. Esta revuelta se ha localizado  en las televisiones y las redes sociales, generando sucesivos estados críticos en la opinión pública. Pero esta conmoción carece de la capacidad de alumbrar cambios sociales e institucionales. El resultado es que el cambio político imaginario fraguado en los platós,  es escasamente viable en el mundo real, en donde se encuentra fortificado el poder autoritario.

El origen de la revuelta mediática remite al final de la última legislatura de Zapatero, en la que la explosión de la burbuja inmobiliaria, combinada con los efectos de la crisis financiera global, disemina sus impactos catastróficos por el tejido productivo, poniendo de manifiesto su debilidad. La gran crisis remodela súbitamente el mercado de trabajo, minimizando el estado de bienestar y abriendo camino a una estructura social dual. Esta reestructuración productiva  y política se realiza mediante métodos autoritarios, en los que los recortes impuestos son secuenciales y acumulativos. Este proceso desvela la fragilidad de las instituciones representativas, y la izquierda en particular, que se muestra incapaz de comprender la dirección y la envergadura de los cambios. Así, grandes sectores sociales son desplazados al exterior de la representación política. Sus intereses no son considerados en el parlamento, ni en la secuencia de decisiones que implementan las nuevas políticas públicas. En conjunto se puede entender como una gran recesión histórica.

Este proceso desata una respuesta en forma de un acontecimiento político que adquiere la forma de terremoto. Es el 15 M, que explota en el subsuelo y se extiende por todos los espacios. Este adquiere la forma de lo múltiple y lo inespecífico, pero no se limita a vindicar la representación política de los numerosos huérfanos políticos, sino que ensaya una nueva forma de sociabilidad política configurando las bases de una contrainstitución que excluye lo jerárquico y los poderes expertos. Como todo acontecimiento, tras diseminar su energía por la sociedad, el 15 M se bifurca en múltiples direcciones. La iniciativa “Rodea el congreso” constituye su final, que adquiere un perfil manifiestamente vanguardista.

El impacto del 15 M en las vetustas instituciones políticas es casi nulo. Solo el PP percibe el peligro de la movilización de los expulsados del paraíso de la representación, implementando un arsenal de leyes y políticas que tienen como objeto detener el conflicto social definiéndolo en términos penales. La escalada autoritaria represiva se conjuga con lo que en este blog denominé como “el ensañamiento"a la realización de su proyecto, que vacía de contenido la democracia.

Sobre este vacío de las instituciones, y sobre los vértigos de los sectores sociales infrarrepresentados, aparece una chispa en las televisiones que propicia la generación de un estado de expectación en la opinión pública. El grupo fundador de Podemos comparece en los platós replicando al poder autoritario y rehabilitando simbólicamente a los penalizados. Así ejerce la oposición con una energía insólita, reemplazando a la oposición parlamentaria de baja intensidad. Las audiencias registran el impacto de los discursos de los recién llegados. Algunos periodistas, que viven en el interior de las audiencias movilizadas, se contagian de la energía generada en el ecosistema comunicativo postmediático, que se constituye en oposición de facto, heredando el papel que desempeñó el 15 M.

La tormenta mediática se articula sobre las sinergias producidas entre varios programas de televisión, algunas redes sociales interconectadas y un grupo nutrido de columnistas que escriben en varios medios digitales progresistas. La revuelta catódica se comporta como todos los fenómenos que forman parte de la opinión pública. Tras su nacimiento se expande con gran celeridad e intensidad, para estabilizarse y comenzar el declive de su energía. En este tiempo aparece una punta de lanza que anima la revuelta. El grupo de dirigentes de Podemos desempeña un papel primordial. Junto a ellos, la emergencia de distintos frikis que experimentan una súbita visibilidad mediática: una monja como sor Lucía que introduce la voz de los de los expulsados del bienestar; un político como Revilla, que alfabetiza el imaginario histórico del crecimiento español, desde el final del franquismo hasta el tiempo de la burbuja, ahora amenazado por las reformas neoliberales que suscitan temores; un juez expulsado tras ejercer contra las élites bancarias; algunos economistas providenciales que cuestionan el relato del poder , y algún periodista afectado por el exceso de corriente.

Esta revuelta adquiere una centralidad incuestionable en los últimos años. De la misma resultan jergas, discursos, retóricas visuales y otros componentes, pero, sobre todo, como todos los fenómenos de opinión pública, concita un clima en el que se disparan las expectativas. En el magma de las enunciaciones se confirman horizontes compartidos de esperanza que van desplazando las movilizaciones y las iniciativas locales. En esta burbuja de las ilusiones compartidas confirman su presencia creciente los expertos de las encuestas, que sondean a los públicos involucrados para generar pronósticos que retroalimentan las esperanzas y expectativas compartidas.  Según el clima mediático sube de tono se confirma el decrecimiento de las movilizaciones y los movimientos sociales. Todos esperan una solución derivada del ascenso de los nuevos comandantes mediáticos providenciales.

Pero la verdad es que, en todo este tiempo, junto a la expansión acelerada de la revuelta mediática, el poder autoritario va ganando uno a uno todos los litigios  en el mundo real de la economía, el estado y las instituciones. En el escabroso territorio judicial detiene los sumarios más comprometidos, logra la libertad provisional de casi todos los afectados, aisla las gestiones sumariales y dilata los procesos sometidos a una temporalidad eterna. La impunidad de facto se sobrepone al clima crítico de la opinión pública. Sus extensiones mediáticas aprenden el arte de la defensa de los responsables del saqueo en las televisiones. Del mismo modo, consigue cerrar con éxito la reducción de la población con trabajo con derechos, consolidando la precarización, al tiempo que consuma las reformas educativas, sanitarias y de los servicios sociales. El éxodo de muchos de los jóvenes que sustentaron el 15 M se hace patente.

La revuelta mediática ha alcanzado un punto de saturación, de modo que los nuevos episodios de corrupción o mal gobierno no suscitan las reacciones de antaño. Los promotores de los motines catódicos alcanzan la representación en el parlamento y sus discursos son absorbidos por el sistema político-mediático. Los contenidos que aparecen en la primera fase de la revuelta –segunda transición, modificación de la constitución, definición de casta y otros- se disipan a favor de un consenso discursivo imprescindible para los platós en la fase de estancamiento de las expectativas, que inevitablemente es la antesala a un estado de depresión colectiva.

El resultado de este proceso se hace evidente en las últimas consultas electorales. La burbuja de las expectativas decrece manifiestamente, en tanto que el poder autoritario se recupera en todos los terrenos. En el tiempo transcurrido se multiplican las corrupciones periféricas al gran saqueo, afectando a varios sectores progresistas. Algunos telepredicadores de izquierdas, como Ramoncín y otros, resultan afectados por casos que permiten a la contra mediática del pepé recuperar argumentos.
El fin de la revuelta mediática y la normalización implica la desaparición de los protagonistas. Estos son expulsados de los platós o reconvertidos a autoridades. Los discursos críticos se reducen a mínimos compatibles con el poder autoritario. Pero el aspecto más negativo radica en el creciente protagonismo en la contra mediática de destacadas figuras de la prensa de tonos claros, entre el amarillo y el rosa, tales como Ana Rosa Quintana o Susana Griso, que neutralizan a los protagonistas de la revuelta mediante su inserción en el orden simbólico de las televisiones generalistas. Tras la derrota de junio, Pablo Iglesias era requerido por Ana Rosa en un directo. Con voz apagada le recordaba que no llevaba la corbata que le había regalado porque hacía mucho calor. Parece preciso revisar los manuales de política para establecer que la última ratio del nuevo sistema global se encuentra en los líderes mediáticos blandos.

Así  se hacía patente el precio desmesurado que habían pagado por estar presente en el mundo de las pantallas. Se les pide no ser ellos mismos, renunciando a cualquier radicalidad. Así se desactiva la posibilidad de cualquier cambio que afecte a estructuras. Las expectativas generadas por la burbuja mediática, en la que predominan los juegos de énfasis, distorsiones de imágenes y caricaturas, han llegado a su fin. Lo que pretendía ser el juego de coleta morada ha terminado radicalmente, cortándole la coleta. En analogía con Sansón le han extirpado su punto fuerte. En este juego ha resultado ser más astuto el sistema mismo, superando a los aspirantes.

Tras la disipación de la revuelta se pone de manifiesto la dispersión de las fuerzas del cambio y su insignificancia en la sociedad real. En esta reina la impunidad de los Pujol, Rato, Blesa y asociados. Solo los conductores de programas televisivos y los segmentados mundos de las redes sociales exigen responsabilidades. Pero los movimientos sociales, las asociaciones que representan los intereses de los penalizados por la reestructuración, los sindicatos u otros similares se encuentran en estado de ruina. Han apostado por un cambio que no dependía de ellos mismos, desactivando su propia energía.

Mientras tanto, tras la revuelta mediática, Rajoy invierte la situación y pasa a la ofensiva en el mundo real. El desenlace es insólito, en tanto que su argumento se funda en la lealtad de su base electoral anclada en el mundo real, en contraste con los desilusionados partidarios del cambio mitológico imaginario realizado en el mundo de las muestras y las audiencias. Así puede ser beneficiario de las próximas elecciones. Solo queda esperar al próximo acontecimiento, esperando que  se asemeje más a lo de las plazas que a lo de los platós.






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