sábado, 11 de junio de 2016

CABO VERDE

Cabo Verde es el mito imaginario que durante muchos años nos permitió escapar de la prosaica realidad vivida en la modernización española. Sus músicas, sus paisajes y la inevitable presencia de los vientos, nos evocaban – a Carmen y a mí- otro mundo, en el que la naturaleza domina al cemento, el hormigón, las máquinas mecánicas de la movilidad y la programación del éxito. Cabo Verde fue adoptado por nosotros como una ensoñación de una vida natural. Lo imaginábamos como el lugar en donde se había hecho posible la propuesta de Ivan Illich de la convivencialidad.

Soy plenamente consciente de que ese paraíso imaginario era un lugar en donde el colonialismo había instaurado una sociedad rigurosamente dual, en la que los nativos tenían constreñidas las posibilidades de una vida aceptable. Los pies descalzos de Cesarea Evora eran un símbolo del apartheid caboverdiano. Por eso se diseminaron por el mundo fundando la patria del “sodade”. Pero nos permitimos fantasear con nuestro final allí, rodeados de seres humanos que no tuvieran demasiadas expectativas y viviesen la vida de forma natural.

En los últimos años llegan noticias inquietantes acerca de sus modificaciones. El sistema-mundo se ha hecho presente convirtiéndolo en un centro turístico. Las tribus turísticas acuáticas, submarinas, de deportes de riesgo, exóticas y de sexo, desembarcan en las islas para consumir su experiencia enlatada de exotismo. Me pregunto por el devenir de sus gentes convencionales y los cambios en sus vidas derivados del desembarco del complejo del turismo. Después del colonialismo, la independencia condicional, que antecede a el crecimiento obligatorio, en la versión hotelera-restauradora. Así se asegura una nueva versión de la proverbial “sodade”.

Este fin de semana inaugura la temporada de verano, que para mí significa el alejamiento del mar. Un ejército motorizado de fugitivos desembarca sobre las playas de Granada para pasar largas horas bajo las sombrillas en un sistema social con unas densidades colosales. El ciclo trayecto automovilístico/ concentración humana en el límite entre el mar y la tierra y paseo nocturno, se puede definir, paradójicamente, como una serie de hacinamientos. La cola automovilística desemboca en la concentración de los cuerpos bajo las sombrillas, las colas en los chiringuitos y el paseo nocturno final. Esta es la versión dura del progreso.

Mi fuga es inversa a la de los motorizados. El verano es tiempo de inmersión y huida de las densidades humanas derivadas de las vacaciones obligatorias medidas en términos de gasto diario por turista. Por eso activo ahora el mito de Cabo Verde. Comparto con vosotros este video que integra unas imágenes y unas músicas muy elocuentes. Me impresiona muchísimo el colonialismo.



Bau es uno de los admirados músicos que me nutren desde hace muchos años. Este video me impresiona mucho. Los músicos en la playa y la gente que se incorpora despacio al espectáculo vivido sin prisas, en donde la música estimula los sentidos en una apoteosis de cotidianeidad. En los últimos años, cuando estoy saturado o hiperestimulado recurro a él para imaginar que soy uno de los privilegiados presentes en esta admirable práctica de vivir. El mar está ahí, sin máquinas mecánicas almacenadas en el paseo marítimo, porque no existe.



Esta tarde utilizo Cabo Verde para fugarme de la cuádruple concurrencia del comienzo del verano oficial, la campaña electoral, el campeonato europeo de fútbol y el americano. Las pantallas que me rodean me acosan sin piedad. Es fundamental ubicarse en la imaginación para fugarse de esa realidad mediática total.

No hay comentarios:

Publicar un comentario