domingo, 3 de abril de 2016

UN DÍA DE PUERTAS ABIERTAS EN LA UNIVERSIDAD

En alguna ocasión he mostrado mi disconformidad con las huelgas universitarias, que contribuyen a intensificar el estado de descomposición de la institución. En la actual situación, los estudiantes son una masa informe que transita entre actividades programadas de baja definición, organizadas según el principio de elección del mercado. La fragmentación es infinita, conformando un colectivo sometido a una temporalidad lenta e intermitente, que contrasta con la veloz temporalidad vivida en los media, que invaden toda su vida. Este choque de tiempos vividos  desestabiliza a los estudiantes. Estos pueden aliviar este problema mediante la fuga y la escenificación de su desvarío en los fines de semana.

La masa estudiantil amorfa adquiere el perfil de los colectivos de turistas, que son conducidos a las actividades secuenciales que conforman la simulación de  su viaje. Entre las idas y venidas a las clases mediante los tránsitos en los largos pasillos, se constituyen pequeños grupos  de amistad y ayuda mutua. Esta es la única socialidad viva que se hace presente en las aulas. El resultado de la combinación de estos factores es la constitución de una población estudiantil que adquiere la forma de lo que algunos sociólogos denominan como “cola de autobús”. Se trata de grupos de personas que comparten provisionalmente un espacio, generando una contigüidad física, pero en la que se produce la ausencia de interacción. Solo pueden constituirse como grupo estimulados por algún acontecimiento crítico al que pueden responder para retornar a su estado asocial.

Entre esa masa -amorfa, gobernada de un modo inequívocamente directivo, con la socialidad restringida y definida por su incapacidad de determinar sus intereses comunes- habita un conjunto de asociaciones y grupos muy minoritarios, que son el efecto de las organizaciones de la sociedad global, específicamente del campo político. Estos son quienes hacen de interlocutores con el sistema en nombre de los estudiantes ausentes. De este modo, los grupos activos estudiantiles reproducen las definiciones de las organizaciones externas. Así los estudiantes producen el milagro de alcanzar la plenitud en la ausencia. Las voces que se escuchan son inequívocamente extensiones de campos sociales exteriores.

La consecuencia de este hecho es la minimización de su aportación en las estructuras de participación que crea el sistema, además de la conformación del aula como un espacio neutro, apolítico y asocial, en el que el rechazo a cualquier comunicación que provenga de las voces ventrílocuas externas es patente. Carentes de autonomía y de constitución colectiva, los estudiantes son dirigidos por las instancias académicas mediante un autoritarismo sutil y paternalista, que programa las actividades y los tiempos de los alumnos, de modo que estos son expropiados de su capacidad de decidir acerca de su proyecto.  La rígida programación anula la autonomía del estudiante, que, al mismo tiempo, es adulado y seducido según el modelo comercial imperante. El resultado es la desertificación social de las aulas, donde cada uno es un cliente ajeno a los demás.

Recuerdo en los primeros años noventa, un conflicto muy intenso por el asunto de las tasas y las becas. Entonces el ministro de turno era Rubalcaba, que había sido activista estudiantil en los años setenta. Se había constituido una asamblea del campus del centro a la que asistían unos cuatrocientos estudiantes. En Madrid Rubalcaba negociaba con una coordinadora estatal. En esta asamblea se analizaba la información del curso de las negociaciones y se tomaban decisiones. Algunos estudiantes de la asamblea estaban matriculados en una de las asignaturas que impartía. El ministro seguía la estrategia infalible de postergar acuerdos ganando tiempo, de modo que un movimiento fundado en bases tan frágiles tendía a disolverse.

Los activistas me pidieron que accediese a que ellos informasen en una clase, puesto que no tenían posibilidad de convocar sin un profesor presente. Acepté la propuesta. En la clase había unos setenta estudiantes. Informaron con detalle de la cuestión y del proceso. Terminaron por  desplegar un menú de opciones de respuesta al ministerio. La gran mayoría de los estudiantes expresaba su disgusto por la situación y se sentía asaltada, en tanto que no hubieran acudido si se hubiera convocado fuera de una clase oficial. En consecuencia, en el momento en el solicitaron la opinión de los congregados nadie habló. Pero la apoteosis final tuvo lugar en la votación. Solicitaron votar entre dos opciones. La primera obtuvo seis o siete votos, la segunda ninguno y no hubo abstenciones. La tensión en el aula era patente, en tanto que el discurso implícito de la gente era salirse de esta situación. Me acordé de Baudrillard cuando afirma que la mayoría silenciosa utiliza el mecanismo de no ser representada, de modo que no permite que nadie hable en su nombre.

En este contexto, los conflictos y las huelgas en particular, son acontecimientos en los que se dirimen contiendas acerca de las políticas educativas en el campo político. De este modo, se reproducen los contenidos, los eslóganes, las puestas en escena y las significaciones de las obsoletas instituciones que conforman este campo. Su presencia en la universidad es patética en un grado inimaginable. Los pequeños grupos vinculados a los pilares políticos se reúnen, en el mejor de los casos,  en una pequeña asamblea de toda la universidad y comunican sus decisiones mediante carteles, con la ayuda de los medios de comunicación. La respuesta es masiva, pero sus significaciones son inequívocas. Se trata de una pausa consensuada, reparadora de los efectos de la maquinaria programadora.  De ahí que no haya ningún progreso del movimiento estudiantil. Este se encuentra rigurosamente estancado, en tanto que la simulación de huelga se cumple, de modo que no hace necesario realizar otras actividades.

La condición social de los estudiantes de este tiempo se encuentra definida por ambivalencias. Por un lado conforman una humanidad doliente sometida a una carrera sin final. La adolescencia se prolonga mediante la extensión de las etapas de la supuesta formación. Tras el grado, el máster, las prácticas, las simulaciones de empleo y otras invenciones, la realidad es que cumplir treinta años sin nada sólido es compartido por la mayoría absoluta de la población estudiantil. Este excedente de tiempo de vida dedicado a la espera, es gobernado mediante la circulación permanente de una cola a otra. Las pasarelas infinitas albergan los tránsitos de estos extraños candidatos eternos.

Junto a esta condición social bloqueada, los aspirantes a consumar su vida laboral viven su presente liberándolo de problematizaciones. Hoy y ahora es un tiempo de vivir mediante la proliferación de prácticas, efervescencias, relaciones sociales y sentidos. Así, los condenados a la espera se desplazan por los espacios de las universidades, los centros de investigación y los de las becas de las empresas, sin vislumbrar el ciclo final que concluya en el mercado de trabajo. Los largos años de espera se compensan con una intensificación de la praxis de vivir sin antecedentes, sacralizando el presente como único tiempo efectivo. El distanciamiento con lo político es manifiesto y congruente con su relegación radical. Es una población cosmológicamente despolitizada, que rechaza ese campo integralmente.

En estas condiciones, la huelga es un elemento surrealista. Se trata de huir por un día del espacio de la programación, propio de la eterna etapa vital de la formación sin fin. Por eso me permito imaginar una situación en la que hubiera surgido un movimiento estudiantil autónomo. Este no convocaría acciones, tales como la huelga, que significasen el abandono del espacio, sino que, por el contrario, pugnaría por él. En esta perspectiva, surgirían muchas iniciativas de reapropiación del espacio y del tiempo, para poder aprender, estudiar,  crear y vivir. Ya existen antecedentes muy valiosos al respecto. Estas son pequeñas experiencias muy estimables que acreditan la capacidad que pueden tener grupos de estudiantes de crear espacios vivos en los que concurran sus iniciativas, su creatividad y sus inteligencias.

Por eso imagino un movimiento que convocase un día de puertas abiertas en la universidad. En este, los estudiantes se reapropiarían del espacio para abrirlo al exterior programando distintas actividades. Imagino un itinerario de visitas para la población general; pequeñas exposiciones de arte, fotografía, artesanías; lecturas de poemas; Talleres de textos o de comunicación; presentación de videos; actividades de grupos de software libre; área de expresión donde las personas puedan expresar lo que deseen; encuentros con medios de comunicación “invertidos”, en donde los estudiantes informen a los periodistas; rincón de la visibilidad, en donde las personas y causas sociales invisibilizadas puedan expresar su situación; debates, mesas y exposiciones; grupos de estudiantes de distintas disciplinas que exploren en conjunto un problema; músicas y graffitis…

La realización de una acción así tiene una carga de transformación muy importante, que solo es posible sobre la existencia de un movimiento sólido y dotado de autonomía. Solo en un caso así este podría hacerse cargo de la carga de trabajo derivada de constituirse por un día en propietario del espacio de la institución. Así se suscitaría un conflicto interno con esta, que se resistiría a ceder el espacio gobernado por las corporaciones docentes y sus extensiones en la población estudiantil, conformada por las asociaciones. En presencia de un movimiento estudiantil así, sería necesario convocar huelgas y otras acciones en defensa de sus intereses, pero deliberadas y  decididas en las aulas.

Pero un movimiento así no surge de la nada, de una población hiperconducida;  almacenada en las aulas en forma de filas y columnas; fragmentada en listas de asignatura y grupos de prácticas; falsamente representada por estudiantes cooptados en una simulación de elecciones. En estas condiciones es coherente que la protesta adopte contenidos clonados del campo político y se exprese en manifestaciones en el espacio exterior. La inteligencia de la gente ha producido un lema que se canta en ellas y que es una síntesis elocuente de la situación “Si somos el futuro, porqué nos dáis por culo”. Esperemos que otro futuro sea factible, pero me temo que este no va a ser impulsado desde las instituciones políticas.


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