miércoles, 9 de marzo de 2016

LAS HUELGAS ESTUDIANTILES Y LA COLISIÓN DE LOS SIGLOS

En septiembre de 2014 escribí un post en este blog que titulaba “Las huelgas extrañas”. Me refería a las sucesivas huelgas estudiantiles de las que soy testigo por mi posición de profesor. En esa ocasión manifestaba mi perplejidad ante el éxito absoluto de las huelgas que vacían las aulas, lo que se contrapone a la ausencia absoluta de deliberación en la decisión. De este modo,  las huelgas de siempre, que significan la cohesión de un colectivo mediante un acto de empoderamiento, se convierten ahora en un factor que expresa la descomposición de la educación, que el contexto posmoderno vigente devienen en lo contrario de lo que pretenden. Así los estudiantes se muestran como una masa de partículas aisladas indiferente a su propio gobierno,  que se ausenta del escenario en el que se congregan.

El jueves pasado he vuelto a experimentar la misma sensación de ausencia. En la facultad las aulas estaban vacías, los pasillos en estado de penumbra y la biblioteca desierta. En medio del vacío se encontraban los participantes de un congreso de turismo ubicados en el exterior del aula magna. Unos metros más allá, en la puerta de la facultad, un piquete esperaba con sus banderas la llegada de la manifestación. De nuevo la huelga constituye una forma de abandono del espacio, de la reconversión de su sentido, de su liberación de lo político y de lo social. Así deviene en una extraña huelga vaciada de lo colectivo, cuyo código distintivo es la renuncia a la comunicación.

Entonces, la huelga es extirpada del espacio físico y social en el que se encuentra asentada, para ser reconvertida en un material inerte que forma parte de la contienda política parlamentaria. Las imágenes capturadas por los medios de las manifestaciones, son insertadas en los informativos, siendo interpretadas en los códigos de los avatares de la actualidad política. En el campo parlamentario, el material inerte de la huelga es transformado en un argumento de erosión al gobierno de turno. De este modo se resignifica. La teoría de la movilización de recursos y de oportunidad política hace inteligible los significados de estos extraños acontecimientos, portadores de la marca de la posmodernidad que las neutraliza haciéndolas opacas.

De este modo, las huelgas estudiantiles insípidas,  incoloras e inodoras se cronifican haciéndose estacionales. Esta es la del principio del cuatrimestre, la de marzo. Después vendrá la de mayo para confirmar la tradición. Entre ambas no existe vínculo alguno porque estas huelgas se disipan sin dejar rastro. No se inscriben en ningún proceso de movilización ni acumulan reflexividad. Así, se hace manifiesta la paradoja entre contraposición entre un movimiento estudiantil sin anclajes en las aulas y los centros y su capacidad para vaciar las aulas en sus convocatorias.

Pero el aspecto más enigmático de las huelgas radica en la ausencia de un relato propio del movimiento estudiantil. Las consignas y los lemas son importados del escenario político y mimetizados en la cartelería de las manifestaciones.  No existen foros de discusión o deliberación, ni seminarios o actividades que generen conocimiento acerca de la situación de la educación. El movimiento estudiantil es el efecto mecánico de una fracción política en la población de estudiantes. Así, representa el grado de autonomía cero. En ausencia de una enunciación desde el interior del campo educativo, las huelgas y manifestaciones no  contribuyen a la generación de un conocimiento específico acerca de la condición del estudiante en la sociedad vigente. El texto situacionista que alude en los años sesenta a la “miseria del medio estudiantil” suscita cierta nostalgia en ausencia de un discurso autónomo.

En tanto se producen las huelgas y manifestaciones estacionales, la reforma neoliberal de la universidad avanza sin oposición alguna. Pero esta sí que se apodera de las aulas y los despachos, introduciendo las programaciones cronometradas, el disciplinamiento de los estudiantes y la proletarización de los profesores. Los viejos sentidos de la docencia y la investigación son neutralizados, para imponer los nuevos sentidos organizadores. Del avance de la reforma resulta un estudiante severamente individualizado, siendo dirigido mediante la ocupación de todo su tiempo mediante múltiples actividades fragmentadas carentes de integración. También los profesores son colonizados por las nuevas tecnologías disciplinarias que imponen los imperativos de lo que se denomina como carrera profesional.

Estas transformaciones tan importantes ni siquiera son percibidas en el estado de intensificación de la producción de resultados fragmentados. Nadie alude a ellas ni existen pausas en la que se pueda recuperar la socialidad y el encuentro. Todos están ocupados a tiempo total y la trayectoria de cada uno es diferente. En este sistema los sujetos móviles nos cruzamos en nuestras trayectorias individualizadas. El orden universitario se configura como un estado asocial cuyoreferente es el automovilístico. Cada uno encerrado en su cabina y en trayectorias divergentes. El único encuentro de los sujetos móviles es el provisional de los aparcamientos y las colas de las retenciones o los atascos.

En una situación como esta me llama poderosamente la atención los métodos que utiliza el movimiento estudiantil. Sus carteles tienen un aspecto sobrio y cutre. Los lemas están escritos en tonos imperativos. Sus contenidos aluden a un imaginario extraño a los estudiantes, que presenta a la movilización en forma de éxtasis. Así, las distancias entre este peculiar movimiento social y sus destinatarios, se hace descomunal. En tanto que el aula es una instancia asocial en la que no es posible tratar ningún tema que no sea de la intendencia diaria, sólo cabe comunicar mediante los carteles. Las redes sociales rigurosamente segmentadas y cotidianizadas son una barrera inexpugnable por la magnitud de los diques que separan sus mundos.

Así se constituye la brecha comunicativa, en tanto que la cartelería del movimiento contrasta con las iconografías experimentadas en la cotidianeidad por los estudiantes. Estos viven un mundo dominado por la publicidad. Los mensajes, las presentaciones, las imágenes, las formas, los colores, los tonos seductores y las narrativas publicitarias que  producen al receptor. En ese medio poblado por las iconografías amables, el repertorio comunicativo de los estudiantes activistas se encuentra inevitablemente rechazado. 

Pero, la comunicación que produce el movimiento estudiantil actual, se encuentra asociada a gramáticas políticas ubicadas en el pasado. Tras los mensajes subyace una concepción de las personas como componentes de una masa homogénea a la que se convoca desde el exterior. El modelo de vanguardia se hace manifiesto. Los piquetes que se hacen presentes en los centros en los días de huelga son una verdadera representación del pasado. Su estilo es conminativo y los gestos, las voces y las puestas en escena parecen sacadas del baúl del siglo XIX. Su efecto es completamente contraproducente. Es imposible convocar a una masa tan fragmentada y almacenada en los contenedores del aula, cuya última versión es la programación de una sociabilidad de tránsito, que se disuelve en la siguiente clase, en la que congregan nuevos estudiantes electores de sus asignaturas fragmentadas.

Por eso en el título de este post aludo a la colisión de siglos. En el siglo XXI, con el que por cierto me posiciono muy críticamente, comparece el pasado en formas teatrales obsoletas. Las viejas vanguardias obreras transfieren sus imágenes a un escenario en el que muestran su anacronismo radical. El encuentro de los piquetes con los estudiantes-clientes, programados para su individualización radical, es un imposible. Esta situación es paradójica. Nadie responde pero todos se sienten violentados. El desencuentro es superlativo.

En los últimos tiempos aparecen algunas señales esperanzadoras. En las últimas huelgas algún pequeño grupo de estudiantes no abandona el espacio y se reivindica mediante actividades comunitarias: recitales de música, comidas o encuentros para decir. Pero lo fundamental es que las protestas nunca pueden desintegrar al colectivo. Más bien se trata de estar juntos en una reapropiación del espacio para decir y enunciar desde su autonomía. La imposibilidad de representación de la masa muda que aprovecha cualquier oportunidad para huir provisionalmente del mundo programado carente de sentido de las actividades académicas.

Es inviable representar esa masa asocial que se congrega y se disuelve varias veces cada día. La única posibilidad de un movimiento estudiantil es producir nuevos sentidos desde su propia autonomía. Por eso asisto atónito al espectáculo de las huelgas que vacían las aulas en ausencia de ninguna comunicación ni discurso. El código es la fuga provisional del mundo académico para aliviarse con una pausa. Pero nadie, nadie habla de los motivos, los significados o la eficacia de la misma. Es un silencio elocuente que denota la disolución de lo social en las aulas y los centros.

En el contexto actual, la disolución de lo político y lo social en las aulas y centros educativos remite a un pronóstico sombrío. Los presentes en las aulas terminarán en los ciclos siguientes para desembocar en un mercado de trabajo inquietante. Este es uno de los misterios del siglo XXI. La concentración de contingentes humanos que fluyen en las colas en el largo viaje de la educación al mercado de trabajo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario