viernes, 3 de abril de 2015

UN HABITANTE DE LAS AULAS DESENCANTADAS

Todos los días me hago presente en distintas aulas desencantadas. Este es el título de uno de los trabajos de un sociólogo español muy influyente en mí: Eduardo Terrén. Sus textos me han ayudado a comprender el mundo en que vivo, así como que la posmodernidad no es un fantasma bibliográfico, perteneciente al mundo de los estudios culturales, sino una poderosa fuerza que remodela todos los campos sociales, presentándose asociada a otros componentes sistémicos. Terrén murió prematuramente en un accidente en los Pirineos. Así se suma a otros sociólogos desaparecidos en circunstancias trágicas, como Esteban Medina o Carlos Llerena. He leído textos suyos varias veces, y en todas las ocasiones, la última lectura siempre aporta cosas nuevas con respecto a la anterior.

Soy un habitante de una realidad extraña, resultante de la superposición de varios mundos distintos que se recombinan dando lugar a una microsociedad espectral. El mundo propio de una hierocracia, ahora declinante, de una casta sacerdotal-profesoral que ejerce su dominación en un orden extinguido. Esta se modifica por la irrupción impetuosa del mercado infinito, con sus saberes, sus reglas, sus métodos y sus imaginarios. Las instituciones que lo conforman, tanto el marketing, la publicidad, la gestión de los recursos humanos y otras, se fusionan con la ciencia, el pensamiento y el arte  para producir una situación difícil de descifrar. Todos los ingredientes generan una mezcla explosiva, que hace simultáneas varias dominaciones, de modo que se complejizan todas las relaciones entre actores.

Terrén, en su trabajo sobre Weber y las aulas desencantadas, compila algunas de las proposiciones de Weber con perspicacia, al ser reinsertadas en el presente posmoderno. Selecciono algunas frases inquietantes desde mi vivencia como habitante de este mundo, en tanto que muestran inequívocamente realidades ocultas: “burocracia de aniquilamiento mecánico….Institución desencantada, agotado su impulso utópico, ahogada por su propio desarrollo…..El conocimiento como eslabón de una cadena sin fin…..Educación como organización sin alma sumida en el proceso global de rutinización…..Nostalgia de plenitud del hombre político integrado en la espiritualidad comunitaria de la polis…..Iluminados seguidores del mensaje inicial devienen en funcionarios…..Las cualidades carismáticas se canonizan y son traspasadas a instituciones donde quedan petrificadas…..Modelo de dominación hierocrática…..Sometimiento de la conducta a un orden considerado como legítimo…..Reglamentación moral de la vida…..

Lo más relevante del mundo de las aulas desencantadas, desde los esquemas conceptuales weberianos,  es la ausencia de sentido. De él resulta un mundo agobiante en el que todo es vaciado de sentido, para ajustarlo a las necesidades del mercado de trabajo, que se presenta en estado de ausencia para los recién titulados, pero que les exige perpetuar su formación sin fin hasta la siguiente salida. Así, las distancias entre el mundo de los supuestos oficiales definido por las tecnocracias derivadas del poder empresarial y el mundo social constituido en las aulas, son clamorosas. Los actores, tanto los estudiantes como los remodelados profesores,  terminan por asumir que se encuentran en un ciclo temporal sin fin, que sólo conduce a la siguiente etapa. La totalidad de la vida académica se ajusta a este imperativo mediante un vaciado de sentido, que se acompaña por una furiosa hiperreglamentación.

Pero, el aspecto que produce mayor malestar, para la casta de profesores de la que formo parte, radica en que el modelo de dominación hierocrático del pasado ya no es factible en las nuevas condiciones. Así, el mercado propone formas de sometimiento radicalmente renovadas, que generan una reconversión de los veteranos docentes hierócratas. Ahora se trata de producir un orden en el que imperen los méritos que,  todo habitante de este mundo, debe producir y renovar sin fin. Los profesores devenimos en lo que en este blog he denominado como “traficantes de méritos”. Debemos diseñar e implementar un sistema de contabilidad que permita discernir entre los estudiantes y discriminarlos por décimas, o, incluso por centésimas, que contribuyan a hacer visible de su trayectoria, de modo que los nuevos burócratas, ahora investidos como tecnócratas y gerentes, puedan clasificar, seleccionar y discriminar.

Los profesores somos gobernantes de trayectorias, agentes de tráfico, y nuestra función radica en configurar las subjetividades de tan esforzados pobladores de las aulas siempre en movimiento. Los malestares cotidianos radican en este tránsito entre dominaciones hierocráticas. Los nuevos estudiantes deben aceptar su estatuto de empresarios de sí mismos para hacer factible su propio futuro. Los docentes somos un colectivo reconfigurado a las exigencias del orden económico global. Todavía no se han definido con precisión los efectos de este nuevo sistema en trance de rutinización, que penaliza a los viejos profesores insertos en el antiguo estatuto de la vieja institución.

El problema radica en ser testigo y protagonista involuntario, en mi caso mediante la resistencia activa, de este tránsito de dominaciones. Las aulas son terribles espacios congelados, donde los aspirantes a empresarios de sí mismos son requeridos a la acumulación de méritos sin fin. Las guías docentes son el instrumento de regulación de esa formidable competición. De ahí resulta un conjunto de actividades altamente mecanizadas, fragmentadas y desprovistas de valor cognitivo, que ocupan todo el tiempo de todos los involucrados en la cadena de montaje de esta extraña fábrica, que sólo sirve al nuevo capitalismo desorganizado, mediante la limitación de las inteligencias de los futuros empleados, formateados en paquetes de competencias necesarias a los procesos de producción, así como adiestrados en los misterios de la movilidad permanente, de modo que las relaciones con los iguales sean ligeras y efímeras.

Este mundo es invivible. A veces formulo preguntas a un grupo de estudiantes y nadie me responde. El docente es reducido a una máquina de facturación de lo obligatorio, de aquello que cuenta para la acumulación de los méritos, objetivados en un expediente que acompaña la circulación eterna de sus titulares. La vida común en el aula modifica los sentidos de cualquier conversación posible. Lo que importa es sumar en el expediente, relegando cualquier iniciativa espontánea, que no pueda ser traducida al orden de los méritos. Los fantasmas de los gerentes y tecnócratas llegados desde los territorios del mercado, se adueñan de las subjetividades y de las actividades al imponer sus sentidos. El orden del aula se congela. Todas las frases seleccionadas con anterioridad se hacen patentes. La gran rutinización gerencial-tecnocrática de la educación, comandada ahora por una nueva clase de hierócratas que producen los sistemas de conteo de méritos individuales y las subjetivaciones que los amparan.

El aula es un desierto para el conocimiento y la cooperación, donde son exiliados aquellos que persisten en su adquisición. El aula es un territorio altamente programado, donde imperan las décimas y las centésimas en la competencia por articular un proyecto personal, en el que los otros son los competidores y los rivales que van a hacerse realidad en expedientes que se comparan y se pesan en miligramos de méritos. El huracán gerencial que se abate sobre las aulas, reconfigura todas las ecuaciones que han sustentado la educación. Todas las narrativas convencionales se disuelven para ceder la exclusiva a un yo que realiza un proyecto individual altamente psicologizado y desprovisto de cualquier contaminación de lo común. En las aulas se representa el éxtasis del yo emprendedor en busca de la realización de su proyecto.

Vivir todos los días esta realidad es muy duro. Esta semana me estoy reponiendo de los males derivados de participar en esta opaca realidad que Terrén ayuda a comprender. El martes próximo volveré a las aulas desencantadas para representar un guión diferente al de traficante de méritos y productor de décimas y centésimas. Se pueden generar fragmentos de sentido diferentes en ese océano de vacío espectral. Se trata de resistir, de no convertirte en un canalla revestido por el mito de la  calidad, que es la estrella del catálogo de esa factoría de méritos absurda. Para sobrevivir sin renunciar es preciso sobreponerse a la percepción negativa que muchos de los subjetivados aspirantes al éxito profesional, puedan tener de ti.

La última huelga pregunté al grupo qué iban a hacer, cuál era su decisión. Nadie respondió. El silencio anticipó su fuga masiva ese día, congruente con el sinsentido derivado de la reestructuración gerencial. El cálculo de los estudiantes, devenidos en una versión de nuevos “homo prudens”,  fue librarse de un día de la maquinaria reglamentada de los méritos eternos. Recuperar un tiempo liberado de esta opresiva realidad de hacer cosas desprovistas de lógica,  que no identifican como actividades que contribuyan a su propia formación.

Así se ensayan los nuevos sometimientos en las instituciones educativas remodeladas, convertidas en la última versión de la jaula de hierro weberiana, que ahora permite abrir sus barrotes las noches de los jueves, para huir a otro mundo desde el que se regresa los lunes. Ese es el día en el que se practica la última versión de la hierocracia, compatible con las maquinarias globales de producción y consumo. En las aulas desencantadas. He dicho.



No hay comentarios:

Publicar un comentario