viernes, 26 de septiembre de 2014

EL REINICIO

Como en todos los finales de septiembre se reinicia el sistema universitario. Se pone fin al curso anterior, que en los calendarios oficiales se extiende hasta el 30. Al mismo tiempo, nace un nuevo periodo lectivo que ahora se inicia en el 23, dando lugar a un milagro administrativo, en el que durante una semana se hace posible la coexistencia de dos tiempos lectivos. En tanto que quedan por resolver problemas de actas y toda la constelación de gestiones vinculadas al movimiento de los estudiantes, una parte de los cuales se encuentra en su próximo destino, se hacen presentes los nuevos en las secretarías, los despachos y las aulas.

El reinicio del curso modifica profundamente la ciudad, constituyendo el símbolo del nuevo tiempo de otoño. Me gusta decir que este es el tiempo de la explosión de las finalidades secundarias. Quiero decir que las instituciones encuentran dificultades para adaptarse a la sociedad en movimiento y cumplir sus finalidades convencionales. La salida a este problema es la multiplicación de las finalidades secundarias. Así se pueden identificar múltiples actividades de las instituciones que se ubican más allá de las específicas que las definen.  En las universidades se prodigan gabinetes múltiples para resolver distintos problemas del contingente humano que aparca provisionalmente  en ellas.

 Pero la universidad es resignificada, principalmente como una organización productora de valor económico, con independencia de sus funciones educativas. Así, el comienzo del curso supone la aparición en las calles de una multitud de recién llegados que transitan por las calles en busca de viviendas, bares, supermercados, restaurantes de comida rápida, pizzerías y locales que se abren al anochecer para congregar efervescencias propias de las largas noches de los dilatados fines de semana. Todos los dispositivos comerciales se encuentran movilizados en este tiempo, en espera de la expansión súbita de la demanda, disuelta en el tiempo vacío del verano. Una parte del comercio, las franquicias principalmente de ropa y de telefonía móvil, así como  otras formas de comunicación están tensas en espera de la multiplicación otoñal. También las librerías, en declive por el proceso inapelable de crisis del viejo imperio ilustrado de la letra escrita. Pero este es la temporada de venta de manuales y libros para la enseñanza, que desde siempre ha generado un negocio con las lecturas obligatorias para tan esforzada población.

La ciudad registra en sus calles el tránsito de los recién llegados, que circulan en busca de alojamientos en el contexto de lo que aquí he denominado como “la almadraba de los inquilinos”, en la que muchos depredadores capturan a sus víctimas en una secuencia que se asemeja al paso de los ríos en los grandes movimientos colectivos de los herbívoros múltiples y otros animales en tránsito estacional. Se prodigan los anuncios de alojamientos que conforman una estética cutre sobre las fachadas restauradas de la ciudad modernizada. Los alojamientos ofertados a los estudiantes, en general  son coherentes con su sistema de anuncio y promoción, configurando  un espacio mercantil ajeno a la gran mistificación de la época: la calidad. Me gusta denominar a las paredes revividas como la expresión de la contramodernidad granadina.

La gran actividad de la calle es análoga a la que se registra en las secretarías de los centros y los departamentos, en donde se multiplican las gestiones burocráticas destinadas a hacer cumplir el precepto de la elección a todos los niveles, así como a la movilidad.  Esta intensificación genera tiempos de espera y colas de distintas dimensiones. Así se renueva uno de los principios sobre los que se asienta la institución: la inevitabilidad de hacer pasillos. El tiempo acumulado de pasillo para cada estudiante se puede descomponer en tiempo de espera en tutorías, secretarías, exterior de las aulas y otras esperas inesperadas. Así se conforma un espacio fundamental que es el de los pasillos. Un sabio dicho popular  lo denota “Haz pasillo y harás carrera”. El comienzo de curso registra una densidad intensa, que va disminuyendo cuando pasan las primeras semanas.

Pero el pasillo es un espacio cargado de misterio y complejidad. No alberga sólo un tiempo vacío de espera, sino que es el territorio que hace posible la conexión sin interferencias a los mundos personales exteriores que se encuentran en las pantallas individuales. Así,  los pasillos son iluminados por las pantallas de los distintos dispositivos electrónicos de enlace con los mundos vividos por los estudiantes. Me gusta observar los pasillos, en tanto que testifican las nuevas sociabilidades y la individuación tan rigurosa del tiempo presente. Cada uno conectado con los suyos en su pantalla, ajeno a los próximos en el espacio que se cruzan sin reconocerse. Me impresiona muchísimo que nadie se salude. Así se asienta el mandato de la individuación severa producida en los últimos veinte años. En la fotocopiadora de mi facultad hay un cartel que dice: ”Se permite saludar”.

También los pasillos expresan los contrastes de la institución. La penetración de las empresas en la universidad implica la multiplicación de grandes pantallas en los espacios de tránsito. Pero aquí la tecnología se encuentra  en estado de desamparo, en tanto que es el soporte de la información  institucional, que se puede definir por su postración. Nadie le presta atención, en tanto que todos van mirando compulsivamente sus pantallas individuales, en un estado de compulsión que fortalece sus pulgares. Por eso me siento en los pasillos como en un extraño desierto habitado por personas desconectadas entre sí, pero en estado intenso de conexión con los suyos, en un entorno físico de pantallas inquietantes y carteles huérfanos de receptores. Las paredes son el lado oscuro de los pasillos.

El reinicio es tiempo de preparación para la vida diaria, para los finde compartidos, para las gestiones y para el tránsito de los pasillos. Todos estos elementos convergen como generadores de valor económico. En este contexto también debo hablar del reinicio en las aulas. En el tiempo del supermercado académico en los primeros días distintos exploradores recorren las aulas en busca del producto más adecuado a sus cálculos de utilidad. Me encantan los exploradores. En la primera clase siempre doy mi versión acerca del valor de la asignatura en términos de profesionalidad y ciudadanía, ante un público escéptico que realiza traducciones drásticas a sus unidades de valor. Me encanta encontrarme en la tutoría con algún consumidor académico soberano que me interrumpe para preguntar con contundencia:  pero ¿hay examen? Cuando le respondo que sí se dirige hacia la puerta ajeno a mis explicaciones adicionales, en las que trato de suavizar implorando: bueno, es sólo una prueba escrita individual…

Los comienzos del curso son tiempos de cálculos intensos acerca de la determinación de las inversiones de cada uno en las actividades dirigidas a la supervisión de las maquinarias de la evaluación. Las agencias han cuadriculado el territorio de las actividades posibles y cada profesor, investigador, becario o aspirante debe autoprogramarse para establecer y cumplir los objetivos requeridos. El otoño representa la apoteosis de los cálculos individuales para cumplir con los criterios establecidos por las agencias. Cada uno tiene que proveerse de información acerca del mercado de los méritos, comprobando a cuánto está el gramo de publicación en distintos lugares o el de congreso o proyecto de investigación. Así, sumando a sumando se conforma la cesta individual de los méritos con la que se comparece ante las todopoderosas agencias y los misteriosos tecnócratas que las habitan.

El reinicio es tiempo de intensificación del entorno; de la reactivación de la pesca de inquilinos; del esplendor de las actividades sociales para atender a la población ilustrada congregada por la institución; del espesor de las calles; de la apoteosis de las gestiones y los trámites; de la densidad de los flujos en los pasillos y la actividad invisible de los cálculos que terminan en las estrategias dirigidas al cumplimiento de los requerimientos de las agencias. Pero este incremento de la actividad y la intensidad tiene una excepción: las aulas. Allí  convergen dos clases de calculadores de utilidades: los estudiantes convocados a la maximización de su expediente y determinados por sus cálculos coste-beneficio, y los antaño profesores, ahora acumuladores de méritos en la eterna carrera profesional regida por el principio del crecimiento: este curso más que el anterior, pero menos que el próximo.

 En esas condiciones, la docencia se conforma como un pacto perverso que la deteriora inevitablemente. Los convergentes aprenden a aceptar su inevitabilidad, pero su poder de reconfiguración  para convertirla en una actividad blanda, que no estorbe a ambas partes la consecución de sus objetivos, es patente.  Las aulas ingresan en el orden de la simulación y la pausa, como el de las pantallas en los pasillos. Porque el producto docente tiene un valor muy escaso en la cesta de méritos de cada cual.

 Deseo un buen año para todo el mundo, recordando que lo importante es calcular bien las inversiones. No desperdiciéis vuestras energías en cosas superfluas a la cesta de méritos, y cuidado con cooperar con otros, porque el balance de la relación puede ser negativo ¡cada uno a lo suyo¡

1 comentario:

  1. "El consumidor academico", por fin la universidad se ha acabado en una tienda donde comprar creditos academico... No hay manera mejor para definir lo que esta pasando con la universidad y, mas en general, con la escuela.
    Leendo las ultima politicas educativas me confundo, de una parte se habla del pasaje dal ensenar al aprender, de la otra se quiere hacer de la educacion algo que sirve para trabajar (y ya esta). Aprender a tener sentido critico, a pensar, a reflejar no tiene espacio en este contesto simplemente porque seria una perdida de tiempo. Tambien el desarrollo de las relaciones humanas, que estan enfocadas en un simple calculo de coste-beneficio...

    Raffaella

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