miércoles, 30 de julio de 2014

TIEMPO DE BAJAMAR EN GRANADA

En un post publicado el pasado mes de abril, “Días de pleamar en Granada”, utilizaba la metáfora de las mareas para ilustrar los movimientos de la población en Granada. En la semana santa, así como otras fiestas relevantes, la población de la periferia invade el espacio del centro de la ciudad para revivirla,  rememorando su pasado y recreándolo. En el tiempo de verano sucede justamente lo contrario: la población urbana se desperdiga por el exterior,  afectada por la cuádruple huida: la de la playa, la de la periferia, la de los pueblos de origen y las específicas de las jóvenes generaciones,  que se diseminan en una movilidad estival  compuesta por trayectorias múltiples. La bajamar deja al descubierto algunas cosas que se encuentran ocultas cuando sube la marea.

Así se configura un tiempo de verano extraño. Desde la mirada de las personas europeas que transitan por estas tierras en sus devenires académicos y profesionales, este tiempo es cuanto menos insólito. Todo queda, bien en suspensión, bien bajo un estado de mínimos. Hasta el comienzo del curso en las instituciones académicas,  muy avanzado el mes de septiembre, la vida en la ciudad permanece en estado de congelación, sometida a un tiempo de pausa. Las instituciones públicas disminuyen drásticamente su actividad, al igual que las empresas. Sólo mantiene su tiempo intenso la Jefatura de Tráfico, que como es sabido,  es el territorio en donde se dirimen las cuestiones referidas al automóvil, que reina en todas las épocas, también en verano. El sistema educativo se disipa en el lento e intenso sosiego. Hasta los bares se contagian de este tiempo cálido y vacío. Muchos cierran y otros adquieren la condición de refugio nocturno, tras las largas horas de calor,  de las personas que no han podido fugarse y se encuentran atrapadas en las viviendas urbanas.

Las mañanas, en el centro administrativo y comercial,  registran la presencia de los turistas, así como de los emigrados a las urbanizaciones de las periferias, desde donde regresan fugazmente a realizar alguna gestión o compra. En los barrios de la ciudad apenas se mueve nada en estas horas, que adquieren la naturaleza de un tiempo de preparación del encierro vespertino obligado. Los cuerpos se recargan con el frescor de las primeras horas que alivia las tardes tórridas.

En estas se hace manifiesto el castigo acumulado del sol, que hace inviable cualquier salida. “La caló” muestra su poderío desmesurado, que se extiende a todos los espacios. Sólo se pueden ver esforzados turistas cumpliendo con los objetivos diarios asignados por la rigurosa programación de sus viajes. Me impresiona encontrar a alguna persona mayor inmóvil, refugiado en alguna sombra minúscula, que le reporta ventajas con respecto a su castigada vivienda, en la que el sol vespertino minimiza los efectos de los sobrios ventiladores. Las tardes veraniegas conllevan una imagen de desolación. Lo mejor es su final, el último tiempo en el que el sol va cediendo y las personas salen de sus oscuros refugios para respirar y recuperarse de su aislamiento.

Me gusta replicar, a los bárbaros del norte que nos visitan, acerca de sus ilusiones sobre la luz y el sol. Cuando celebran encontrarse bajo el sol intenso y permanente,  ignoran su capacidad de castigo. Así, el verano en Granada es tiempo de luminosidad matinal y encierro vespertino oscuro, que hace la noche radiante. En las horas peores de sol, los comercios, hipermercados y la catedral, el Corte Inglés, se transforman en refugios provisionales para los peatones audaces, que tienen que descomponer sus itinerarios con pausas refrigeradas en el mundo de los locales comerciales climatizados. El aire acondicionado es un extraño reverso en este tiempo, símbolo de la modernización tecnológica.

Dicen que Granada es ciudad de contrastes. Ciertamente, el verano es el tiempo en el que se hace patente esta afirmación. El tránsito peatonal se inscribe en un archipiélago de refugios con aire acondicionado. Los coches, los comercios, los autobuses, los locales de los servicios profesionales y otros,  en el que uno se puede refrescar y aliviarse del agresivo clima. Una imagen que merece mi atención, es contemplar cómo en Alcampo, uno de los centros comerciales próximos a zonas de viviendas, acoge a grupos de jubilados que pasan las horas sentados, como beneficiarios del aire acondicionado,  ejercitando distraídamente el arte de mirar en el lento devenir del tiempo.

En las noches, las gentes salen de sus refugios y se concentran sobre las terrazas de los bares, algunos ubicados en lugares inverosímiles, en donde se resarcen mediante las bebidas frías y la conversación compartida. Pero se puede intuir un cierto aire de  tristeza, que acompaña una jornada en la que el sol impone sus duros imperativos, que terminan en un encierro doméstico o en la cabina del automóvil. Paradójicamente, el verano granaíno consiste para la mayoría en la gestión de la oscuridad. La cultura de las persianas, las ventilaciones y las luces limitadas es exuberante, en la que siempre es posible redescubrir alguno de sus elementos. Saber ocultarse del sol, que en los inviernos proporciona una luz tan prodigiosa,  es uno de los misteriosos secretos de la ciudad.

En estas condiciones, es lógico que la gran aspiración para la mayoría sea la fuga hacia el exterior. Así, el cierre vespertino del comercio acelera el vaciamiento de las calles, desprovistas de jóvenes, que son reconquistadas por los turistas y visitantes que deambulan por la ciudad histórica en busca de algún lugar en el que puedan reparar fuerzas para la siguiente jornada, siempre caracterizada por el mismo nivel de exigencia en el cumplimiento de los objetivos, así como resarcirse de los sufrimientos ocasionados por la crueldad de “la caló”. Desde la calle Navas hasta el final del paseo de los Tristes, acampan sobre las terrazas los esforzados viajeros.

La ciudad nocturna vaciada contrasta con el esplendor de las periferias. En estas, el final de la tarde puebla las terrazas y hace rugir los motores de las máquinas de la movilidad, que se combinan con la energía de los jóvenes pilotos. En tanto que los refugiados vespertinos de la ciudad salen de su encierro repitiendo cansinamente su pauta diaria, los que salen de las urbanizaciones y casas múltiples lo hacen con cierta alegría y vitalidad. La explicación de esta diferencia radica en que sus encierros han sido diferentes. Los refugiados en la oscuridad urbanos contrastan con los pobladores de las sombras exiguas que rodean a las piscinas de las casas. Estos han desafiado al sol,  pero se han nutrido de su luz y resarcido mediante una secuencia de chapuzones en las aguas de la piscina familiar.

Los fugados de la oscuridad forzosa urbana se diseminan desde la ciudad en todas las direcciones posibles. Así, la periferia granaína se compone de múltiples urbanizaciones, casas aisladas y otros tipos de viviendas que se prodigan por todo el territorio,  carentes de un criterio urbanístico determinado. Así se suceden e intercalan casas de distinto rango cuyo acceso, en no pocas ocasiones, es casi imposible. En este conjunto de cemento que resucita cada verano, reinan los vehículos de dos y cuatro ruedas que permiten las salidas hacia los estratégicos centros comerciales que abastecen a las familias. Pero el verdadero centro que encarna la explosión metropolitana estival es la piscina privada.

En torno a ella se agrupan las familias extensas, compuestas por múltiples conexiones y líneas de consanguinidad, agregando también a distintos invitados externos. Así se configuran verdaderos clanes veraniegos que se concentran en torno a las piscinas y las barbacoas. El crecimiento urbanístico explosivo y caótico  de las periferias,  determina que cada clan familiar asentado en una casa con piscina constituye una frontera con sus colindantes, que determina la sociabilidad residencial singular de tan modernizado contingente de población. El litigio principal radica en el ruido. En la noche,  los ruidos producidos por las conversaciones, las risas, las músicas y los gritos de los niños en los juegos de la piscina adquieren mayor intensidad. De ahí que la sincronización vecinal de los tiempos adquiera una importancia incuestionable. En general, no existe un límite horario nocturno. Pero sí se produce un pacto implícito a la hora de la siesta. Este es un tiempo de descanso general en el que los niños tienen que ser controlados. Así se asegura una noche larga y pausada, con temperaturas que resarcen al clan veraniego de los rigores del sol vespertino.

Pero la sociabilidad residencial veraniega se encuentra amenazada por el potencial conflicto derivado de la acumulación de los automóviles. Estos se hacen presentes en el escaso espacio exterior,  generando litigios entre los clanes veraniegos. Los automóviles representan el enlace con el exterior, principalmente en este tiempo el abastecimiento de las barbacoas nocturnas. Así se generan expectativas  y códigos sobre espacios asignados en exclusiva a cada clan,  que entran en contienda con los convecinos.

Las cenas representan la celebración simbólica del éxito del clan familiar en su circulación social y en su ciclo vital. La piscina privada, los automóviles y las motos, la abundancia de las cenas bien surtidas, que expulsan a los fantasmas de las carencias del pasado, todavía presentes en las memorias de la escasez. En todas las conversaciones se hacen patentes que “somos muchos”,  “ha habido de todo” y  “ha sobrado”. Pero la abundancia de las carnes se contrapone con el hacinamiento residencial. En los paraísos vacacionales del extrarradio la unidad es la cama. En las casas con piscina, barbacoa y aparcamiento se multiplican las camas, generando un efecto de hacinamiento. He podido ver casas insólitas, con sobrecargas de camas y proliferación de colchones, que como es bien sabido son más versátiles.

Es cierto que en la jungla urbanística de la periferia se pueden encontrar localizaciones aceptables. Pero la casi totalidad se rige por el extraño principio que guía esta fuga masiva: es un movimiento de escapada colectiva hacia nuevas formas de hacinamiento. El misterio del verano caluroso y de sus fugas,  radica en que cualquier salida,  implica altas concentraciones de los cuerpos, las camas y los vehículos, que implican la proliferación de múltiples formas de masificación. En el caso de la playa adquiere proporciones desmesuradas. Así se conforman las paradojas y los secretos del progreso vacacional para la mayoría.

2 comentarios:

  1. Gracias por tan excelente reflexión sobre el comportamiento de los movimientos de los humanos. Además: Estuve en septiembre en esa ciudad, y una vez más me enamoró.

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  2. Como siempre, muy bien reflejado el pulso de esta ciudad, Juan. Lo de las piscinas privadas lo puedo constatar por casos cercanos que conozco. Incluso en la piscina de mi urbanización, hay veninos que hacen un uso parecido de un bien común, creando clanes con los vecinos más afines, y acampando (con mesas y viandas incluidas), y haciendo propio un espacio compartido ante la mirada recelosa de algunos otros.

    Es curioso como los centros comerciales cuyo origen son los países norteños, en los que se permitía a los lugareños refugiarse de lluvia y frío a la hora de socializar o consumir, aquí funcionan de manera inversas dando cobijo sobre todo en verano.

    Una de las cuestiones que más me molestan ante los cambios que ha sufrido mi cuidad, es su reconversión en parque temático. Las calles ya no son lo que eran. Se encuentran invadidas por turistas solitarios o en grupo que ocultan el verdadero pulso urbano. Lo más horripilante es ver pasar ese engendro en forma de tren, que pasa a todas horas lleno de bien cobrados turistas que nos miran a los que caminamos o pacemos en las terrazas veraniegas, como si fueramos un merio elemento paisajístico. Esta ciudad, gobernada por un alcalde que es la prototípica señora mayor, se encuentra limpia y recogida ante las visitas. "Peinate que viene gente". Una pulcra cáscara de huevo que cada vez tiene menos contenido cultural urbano y más espectáculo folklórico.

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