miércoles, 30 de julio de 2014

TIEMPO DE BAJAMAR EN GRANADA

En un post publicado el pasado mes de abril, “Días de pleamar en Granada”, utilizaba la metáfora de las mareas para ilustrar los movimientos de la población en Granada. En la semana santa, así como otras fiestas relevantes, la población de la periferia invade el espacio del centro de la ciudad para revivirla,  rememorando su pasado y recreándolo. En el tiempo de verano sucede justamente lo contrario: la población urbana se desperdiga por el exterior,  afectada por la cuádruple huida: la de la playa, la de la periferia, la de los pueblos de origen y las específicas de las jóvenes generaciones,  que se diseminan en una movilidad estival  compuesta por trayectorias múltiples. La bajamar deja al descubierto algunas cosas que se encuentran ocultas cuando sube la marea.

Así se configura un tiempo de verano extraño. Desde la mirada de las personas europeas que transitan por estas tierras en sus devenires académicos y profesionales, este tiempo es cuanto menos insólito. Todo queda, bien en suspensión, bien bajo un estado de mínimos. Hasta el comienzo del curso en las instituciones académicas,  muy avanzado el mes de septiembre, la vida en la ciudad permanece en estado de congelación, sometida a un tiempo de pausa. Las instituciones públicas disminuyen drásticamente su actividad, al igual que las empresas. Sólo mantiene su tiempo intenso la Jefatura de Tráfico, que como es sabido,  es el territorio en donde se dirimen las cuestiones referidas al automóvil, que reina en todas las épocas, también en verano. El sistema educativo se disipa en el lento e intenso sosiego. Hasta los bares se contagian de este tiempo cálido y vacío. Muchos cierran y otros adquieren la condición de refugio nocturno, tras las largas horas de calor,  de las personas que no han podido fugarse y se encuentran atrapadas en las viviendas urbanas.

Las mañanas, en el centro administrativo y comercial,  registran la presencia de los turistas, así como de los emigrados a las urbanizaciones de las periferias, desde donde regresan fugazmente a realizar alguna gestión o compra. En los barrios de la ciudad apenas se mueve nada en estas horas, que adquieren la naturaleza de un tiempo de preparación del encierro vespertino obligado. Los cuerpos se recargan con el frescor de las primeras horas que alivia las tardes tórridas.

En estas se hace manifiesto el castigo acumulado del sol, que hace inviable cualquier salida. “La caló” muestra su poderío desmesurado, que se extiende a todos los espacios. Sólo se pueden ver esforzados turistas cumpliendo con los objetivos diarios asignados por la rigurosa programación de sus viajes. Me impresiona encontrar a alguna persona mayor inmóvil, refugiado en alguna sombra minúscula, que le reporta ventajas con respecto a su castigada vivienda, en la que el sol vespertino minimiza los efectos de los sobrios ventiladores. Las tardes veraniegas conllevan una imagen de desolación. Lo mejor es su final, el último tiempo en el que el sol va cediendo y las personas salen de sus oscuros refugios para respirar y recuperarse de su aislamiento.

Me gusta replicar, a los bárbaros del norte que nos visitan, acerca de sus ilusiones sobre la luz y el sol. Cuando celebran encontrarse bajo el sol intenso y permanente,  ignoran su capacidad de castigo. Así, el verano en Granada es tiempo de luminosidad matinal y encierro vespertino oscuro, que hace la noche radiante. En las horas peores de sol, los comercios, hipermercados y la catedral, el Corte Inglés, se transforman en refugios provisionales para los peatones audaces, que tienen que descomponer sus itinerarios con pausas refrigeradas en el mundo de los locales comerciales climatizados. El aire acondicionado es un extraño reverso en este tiempo, símbolo de la modernización tecnológica.

Dicen que Granada es ciudad de contrastes. Ciertamente, el verano es el tiempo en el que se hace patente esta afirmación. El tránsito peatonal se inscribe en un archipiélago de refugios con aire acondicionado. Los coches, los comercios, los autobuses, los locales de los servicios profesionales y otros,  en el que uno se puede refrescar y aliviarse del agresivo clima. Una imagen que merece mi atención, es contemplar cómo en Alcampo, uno de los centros comerciales próximos a zonas de viviendas, acoge a grupos de jubilados que pasan las horas sentados, como beneficiarios del aire acondicionado,  ejercitando distraídamente el arte de mirar en el lento devenir del tiempo.

En las noches, las gentes salen de sus refugios y se concentran sobre las terrazas de los bares, algunos ubicados en lugares inverosímiles, en donde se resarcen mediante las bebidas frías y la conversación compartida. Pero se puede intuir un cierto aire de  tristeza, que acompaña una jornada en la que el sol impone sus duros imperativos, que terminan en un encierro doméstico o en la cabina del automóvil. Paradójicamente, el verano granaíno consiste para la mayoría en la gestión de la oscuridad. La cultura de las persianas, las ventilaciones y las luces limitadas es exuberante, en la que siempre es posible redescubrir alguno de sus elementos. Saber ocultarse del sol, que en los inviernos proporciona una luz tan prodigiosa,  es uno de los misteriosos secretos de la ciudad.

En estas condiciones, es lógico que la gran aspiración para la mayoría sea la fuga hacia el exterior. Así, el cierre vespertino del comercio acelera el vaciamiento de las calles, desprovistas de jóvenes, que son reconquistadas por los turistas y visitantes que deambulan por la ciudad histórica en busca de algún lugar en el que puedan reparar fuerzas para la siguiente jornada, siempre caracterizada por el mismo nivel de exigencia en el cumplimiento de los objetivos, así como resarcirse de los sufrimientos ocasionados por la crueldad de “la caló”. Desde la calle Navas hasta el final del paseo de los Tristes, acampan sobre las terrazas los esforzados viajeros.

La ciudad nocturna vaciada contrasta con el esplendor de las periferias. En estas, el final de la tarde puebla las terrazas y hace rugir los motores de las máquinas de la movilidad, que se combinan con la energía de los jóvenes pilotos. En tanto que los refugiados vespertinos de la ciudad salen de su encierro repitiendo cansinamente su pauta diaria, los que salen de las urbanizaciones y casas múltiples lo hacen con cierta alegría y vitalidad. La explicación de esta diferencia radica en que sus encierros han sido diferentes. Los refugiados en la oscuridad urbanos contrastan con los pobladores de las sombras exiguas que rodean a las piscinas de las casas. Estos han desafiado al sol,  pero se han nutrido de su luz y resarcido mediante una secuencia de chapuzones en las aguas de la piscina familiar.

Los fugados de la oscuridad forzosa urbana se diseminan desde la ciudad en todas las direcciones posibles. Así, la periferia granaína se compone de múltiples urbanizaciones, casas aisladas y otros tipos de viviendas que se prodigan por todo el territorio,  carentes de un criterio urbanístico determinado. Así se suceden e intercalan casas de distinto rango cuyo acceso, en no pocas ocasiones, es casi imposible. En este conjunto de cemento que resucita cada verano, reinan los vehículos de dos y cuatro ruedas que permiten las salidas hacia los estratégicos centros comerciales que abastecen a las familias. Pero el verdadero centro que encarna la explosión metropolitana estival es la piscina privada.

En torno a ella se agrupan las familias extensas, compuestas por múltiples conexiones y líneas de consanguinidad, agregando también a distintos invitados externos. Así se configuran verdaderos clanes veraniegos que se concentran en torno a las piscinas y las barbacoas. El crecimiento urbanístico explosivo y caótico  de las periferias,  determina que cada clan familiar asentado en una casa con piscina constituye una frontera con sus colindantes, que determina la sociabilidad residencial singular de tan modernizado contingente de población. El litigio principal radica en el ruido. En la noche,  los ruidos producidos por las conversaciones, las risas, las músicas y los gritos de los niños en los juegos de la piscina adquieren mayor intensidad. De ahí que la sincronización vecinal de los tiempos adquiera una importancia incuestionable. En general, no existe un límite horario nocturno. Pero sí se produce un pacto implícito a la hora de la siesta. Este es un tiempo de descanso general en el que los niños tienen que ser controlados. Así se asegura una noche larga y pausada, con temperaturas que resarcen al clan veraniego de los rigores del sol vespertino.

Pero la sociabilidad residencial veraniega se encuentra amenazada por el potencial conflicto derivado de la acumulación de los automóviles. Estos se hacen presentes en el escaso espacio exterior,  generando litigios entre los clanes veraniegos. Los automóviles representan el enlace con el exterior, principalmente en este tiempo el abastecimiento de las barbacoas nocturnas. Así se generan expectativas  y códigos sobre espacios asignados en exclusiva a cada clan,  que entran en contienda con los convecinos.

Las cenas representan la celebración simbólica del éxito del clan familiar en su circulación social y en su ciclo vital. La piscina privada, los automóviles y las motos, la abundancia de las cenas bien surtidas, que expulsan a los fantasmas de las carencias del pasado, todavía presentes en las memorias de la escasez. En todas las conversaciones se hacen patentes que “somos muchos”,  “ha habido de todo” y  “ha sobrado”. Pero la abundancia de las carnes se contrapone con el hacinamiento residencial. En los paraísos vacacionales del extrarradio la unidad es la cama. En las casas con piscina, barbacoa y aparcamiento se multiplican las camas, generando un efecto de hacinamiento. He podido ver casas insólitas, con sobrecargas de camas y proliferación de colchones, que como es bien sabido son más versátiles.

Es cierto que en la jungla urbanística de la periferia se pueden encontrar localizaciones aceptables. Pero la casi totalidad se rige por el extraño principio que guía esta fuga masiva: es un movimiento de escapada colectiva hacia nuevas formas de hacinamiento. El misterio del verano caluroso y de sus fugas,  radica en que cualquier salida,  implica altas concentraciones de los cuerpos, las camas y los vehículos, que implican la proliferación de múltiples formas de masificación. En el caso de la playa adquiere proporciones desmesuradas. Así se conforman las paradojas y los secretos del progreso vacacional para la mayoría.

viernes, 25 de julio de 2014

LAS VERDADES AMARGAS Y LA ESPIRAL DEL SILENCIO

El post de la indefensión aprendida me ha proporcionado la oportunidad de conversar con algunos estudiantes. Es frecuente  que me digan que  expreso verdades, pero estas les causan un shock, en tanto que son amargas. También afirman que yo puedo decir estas cosas,  sobreentendiendo que ellos no pueden hacerlo. Si esto fuera cierto, nos encontraríamos inmersos en un misterioso autoritarismo, en el que se puede votar,  pero no se puede decir, y en donde las verdades amargas se encuentran exiliadas en un limbo, en tanto que los discursos oficiales se imponen sobre los extraños súbditos, que los sustentan a sabiendas de su falsedad. Todos conocen las verdades amargas,  pero les disgusta que se hagan manifiestas. Desde que leí el libro de Bibiana Forester,  “ Una extraña dictadura”, no he dejado de pensar en esta cuestión.

Una versión muy inteligente de este dilema lo ha formulado Elisabeth Noelle-Neumann, una socióloga alemana, estudiosa de la sociedad de masas y  de culto para mí. Ella enuncia un concepto fundamental: la espiral del silencio, que se corresponde con el título de uno de sus libros. Este es un fenómeno que se define, en las sociedades de opinión pública, como un proceso de adaptación de las opiniones de cada persona a las imperantes o mayoritarias. Los sujetos que mantienen sus opiniones diferentes, son penalizados mediante un aislamiento social. Me parece muy brillante y sólido el argumento de la espiral de silencio. Se trata de la constitución de una autocensura de cada cual, por efecto de una forma de control que opera en la vida cotidiana, en la que una persona es aislada por sus mismos próximos cotidianos si reincide en expresar sus opiniones discrepantes.

Tengo como orgullo ser designado como “provocador” por muchas de las personas de las que me comunico mediante clases, charlas u otras formas similares de interacción pública. Mis definiciones de las situaciones escandalizan a tan disciplinados emisores-receptores autocensurados, que se autoajustan permanentemente para permanecer en las medias o mayorías estadísticas. El concepto “provocador” es muy elocuente. Se trata de un tipo que no se adhiere a las definiciones oficiales. Pero lo más significativo es que indaga, busca indicios, se interroga acerca de contradicciones o sucesos que no encajan en las verdades aceptadas por la mayoría autocensurada, mecanizada e hiperobediente a las conminaciones de los otros próximos.

En muchas ocasiones me he preguntado acerca de la relación entre la espiral del silencio y la condición de sociólogo. Porque ¿es posible una sociología inscrita en sus estrechos  límites? Mi respuesta categórica es que no. Me resultan insufribles las sociologías insípidas que se desarrollan dentro de las fronteras de los intereses de los poderes, que controlan los centros mediáticos configurando la opinión pública y produciendo distintas espirales de silencio, que ocultan las verdades amargas, que, a pesar de todo comparecen inesperadamente como los volcanes para retornar a su limbo ubicado debajo de lo visible.  Por el contrario, algunos poetas que me estimulan, como Georges Brassens, que formula en su canción “La mala reputación” una versión viva de la libertad. Ser libre implica, en las sociedades de la espiral del silencio, tener mala reputación porque “a la gente no gusta que, uno tenga su propia fe”.  Me identifico particularmente con Brassens cuando dice que “yo no pienso en hacer ningún daño, viviendo fuera del rebaño”. Por mucho que me esfuerce no puedo encontrar un concepto sociológico tan fértil, al tiempo que amargo y riguroso,  como el de “rebaño”.

La teoría de la espiral del silencio se contrapone con la definición de libertad convencional. Según esta, las personas son coaccionadas  por las verdades estadísticas medias, que se hacen presentes en nuestra vida privada en boca de los próximos múltiples, que nos conminan al pragmatismo de la adhesión a la media. En estas condiciones,  la tarea de las instituciones de gobierno es programar los centros emisores de la opinión pública, que ahora añaden a las voces de los expertos de turno  las percepciones de tan esforzados y disciplinados receptores. Para ser justo he de reconocer que son coherentes, en tanto que los denominan como “voces de la calle” o “ciudadanos de a pie”, que, como es manifiesto, es la zona del cuerpo más lejana al cerebro. En estas condiciones es imposible pensar en la libertad. El pluralismo, el juego de confrontación de los discursos, la indagación, la exploración y la duda se encuentran relegados.

Vuelvo a las afirmaciones de mis alumnos para resaltar  mi perplejidad. Si el poder decir está estratificado y sólo es una propiedad de algunas categorías de personas, entre las que están excluidas la mayoría ¿es aceptable esta situación? ¿qué poderes transversales actúan en lo social cotidiano que tienen la capacidad de silenciar a las personas? ¿esto es compatible con una democracia? ¿ la restricción del decir para la mayoría afecta negativamente a las inteligencias? ¿es posible mantener en estado oculto una gran parte de la vida y de la sociedad sin propiciar la corrupción intelectual? ¿se puede hablar de una sociedad de progreso cuando la verdad es ubicada en el sótano de la comunicación cotidiana? Me hago más preguntas al respecto, pero prefiero no seguir ahora.

En el lenguaje ordinario existen toda una serie de expresiones que designan de una forma precisa este fenómeno. Mi madre me decía “tú no te metas en nada”. Meterte, esa es la clave. Depende de cómo te metas y donde te metas para tu éxito o fracaso. Franco recomendaba a alguno de sus ministros que no se metiese en política. Me parece antológico. Por el contrario, algunas personas con poder me dicen que yo estoy muy metido en la sanidad. Desde estas coordenadas se constituye un saber muy sólido y perverso. Hay que saber dónde meterse y donde no meterse. También qué es lo que se puede decir y aquello que no se puede expresar. De aquí se puede colegir que la vida social se encuentra sobrecargada de asimetrías y coacciones que trascienden las constituciones políticas. Si no lo tienes en cuenta llegas a ser considerado un provocador, que es el principio de una marginación.  Cuando se dice ciudadano quiere designar a un administrador de la palabra y gestor de los silencios.

Pero el régimen de restricción en el decir tiene consecuencias más importantes todavía. Desde la perspectiva de cualquier ética la coherencia de una persona descansa en un equilibrio entre tres elementos: Lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace. Si existe una disonancia sostenida en el tiempo y de gran magnitud entre alguno de estos factores,  el deterioro personal es inevitable. De este resulta un área oculta de gran envergadura.  Tras las afirmaciones de que “dices verdades y además tú las puedes decir” se encuentra el reconocimiento de un área oculta de una magnitud formidable que interfiere la producción del conocimiento, la comunicación y la aspiración de acercarse a la verdad.

Aquí radica uno de los tipos de corrupción más importantes de las sociedades del presente. Es preciso aprender a convivir con lo oculto, que adquiere proporciones inusitadas. Saber lo que se puede y no se puede decir, coexistir con las versiones de la realidad procedentes de las instituciones, saber tratar con lo oculto, acostumbrarse a convivir con las mentiras amables que se producen en simbiosis con las verdades amargas. Esto implica un grado muy importante de corrupción del saber. Aquí quería llegar y soy consciente de que más que amargo es dura esta afirmación. Porque hacer permanente la intensa diferencia entre lo que se piensa, se dice y se hace conduce a un colapso ético.

Sobre el mismo se instituye la corrupción de las personas, las organizaciones, las instituciones y las sociedades. Así, la forma de comunicación hegemónica es la publicidad y sus héroes devienen en los arquetipos personales imperantes. Esta es la sociedad de Matías Prats que encarna el mito del éxito, así como la comunicación ingrávida. En los spots de "Línea Directa" se condensa toda una filosofía,  en la que lo importante es la credibilidad que emana de la forma de comunicar, que, emancipada de su contenido,  se hace compatible con cualquier discurso. Es la apoteosis del pragmatismo. Cuando dice “hay que darlo todo por este chaleco” está simbolizando la esencia de las instituciones de las sociedades postfordistas. Matías Prats es la media, siempre la media y en cualquier situación la media. Es seguro que dice en su ámbito privado que “los que verdaderamente valemos triunfamos en cualquier situación”. Así se emancipa de la contingencia y representa la capacidad de adaptación en estado sublime. Por eso se encuentra tan bien considerado y remunerado. El mensaje para todos es que tenéis que ser en vuestra vida pública y privada como Matías Prats.

Para las ciencias sociales una situación como la que he descrito es particularmente  problemática. No se puede aceptar que desaparezca una parte de la realidad. Esta es la diferencia entre Matías Prats y Edgar Morin o Chomsky. Quizás algunos de mis interlocutores debían inquietarse más por la preponderancia de Matías Prats que por mi obstinación en sacar a flote algunas verdades amargas. Amigos: Esto es lo que hay.

viernes, 18 de julio de 2014

CARTA ABIERTA A CARLOS

Amigo Carlos.  El martes pasado me llegó la noticia de tu ingreso en prisión. Me impresiona mucho que una persona como tú haya sido víctima de la conjunción del azar y de varios acontecimientos colectivos encadenados. No puedo dejar de hacer una analogía entre tu situación y mi propia vida. En mis años jóvenes estuve cinco veces ingresado en la cárcel. En total pasé un año de mi vida allí. Entonces éramos presos políticos reconocidos como tales, que conquistamos un gueto dentro de esta institución. Tu caso representa el  primer preso por razones de conciencia en el contexto vigente, pero, paradójicamente, esta condición no te es reconocida.

Recuerdo la sesión acerca de cárcel y salud que promoviste con otros estudiantes de medicina en la clase de sociología de la salud. Uno de vosotros llevaba el libro de Foucault de “Vigilar y castigar” y le hice un comentario elogioso del mismo. Me pareció acertada y sin concesiones tu intervención inicial, sin ocultar la dureza del medio carcelario. También mi memoria conserva el momento en el que en una ocasión posterior, te conté que yo mismo había estado en la cárcel. No insistí mucho debido a mi hipótesis de la inverosimilitud de un acontecimiento ocurrido en un contexto pasado, y que, trasladado a un presente tan diferente, además caracterizado por su atemporalidad, resulta difícil de comprender.

Eres la primera víctima penal de la gran reestructuración del sistema, que tiene efectos demoledores en términos de ganadores y perdedores. El mundo de los antiguos trabajadores industriales es objeto de varios procesos ensamblados de marginación, experimentando las personas que lo conforman una regresión en sus condiciones de vida. La reforma central del mercado de trabajo, así como del estado de bienestar, erosiona la ya antigua ciudadanía laboral, discriminando a una parte muy importante de la sociedad. La violencia derivada de esta transformación genera conflictos sociales de distinta intensidad. La respuesta de quienes impulsan esta transformación  consiste en la descalificación de la protesta, la negación de las víctimas, la ignorancia  institucional y la condena mediática de los movilizados. Estos factores anteceden a la  escalada policial y penal,  con la finalidad de atemorizar a los disconformes. Tú has sido convertido en la primera señal ejemplarizante para todos.

El azar, siempre tan poderoso e imprevisible, ha determinado que hayas sido precisamente tú. Los distintos acontecimientos que resultan de la reestructuración se entrelazan entre sí y afectan a las personas de manera aleatoria. Tú has sido el designado por esta incontrolable fuerza. Tu vida se ha cruzado con la mutación hacia el  nuevo capitalismo global, con sus resistencias, con los conflictos sociales múltiples, con las viejas, pero renovadas maquinarias institucionales, con las señales del final de un ciclo histórico, con  el desplome de los mitos e imaginarios que sustentaron las épocas que ahora se perciben como doradas. En particular, la Europa del progreso y las libertades, espacio donde se asentaba el mejor capitalismo posible. Todo eso se desvanece y el azar te ha convertido en un icono de esta regresión.

Así,  tu vida se ha cruzado con un acontecimiento total. Desde ahora, te intentarán convertir en un estereotipo vivo de la gran regresión. Pero la verdad es que la vida siempre sigue hacia adelante. Un acontecimiento puede marcar a una persona, pero no vive más allá del tiempo que se produce, después queda congelado, presente en las memorias, pero sólo se hacen manifiestos sus efectos en las estructuras sociales. Desde hoy mismo, tienes que  aprender a vivir después del acontecimiento, de lo contrario te pueden convertir en un intangible por el que pujan por la obtención de cuotas en los mercados electorales, un material audiovisual para consumo de audiencias desorientadas y atemorizadas o un héroe de quita y pon.

Por eso quiero recordar que los mismos que convocaron la huelga general no te han defendido con la energía requerida. Me refiero en particular a comisiones y ugeté. Tanto ellos, como las fuerzas políticas a las que acompañan,  se muestran incapaces de responder a la escalada de la derecha doméstica, que implementa una verdadera guerra contra las víctimas de la reestructuración. El encarcelamiento de lo que ellos entienden como “la chusma piquetera”, antecede a la escalada contra todos los opositores, incluso de sus espectros, que se hacen visibles evanescentemente en las tertulias de algunas televisiones. La idea de la transición como reconciliación queda bloqueada. Pero, frente a la escalada de las violencias múltiples, que en los discursos adquiere proporciones mayúsculas, los acomodados institucionales  responden con repertorios de baja intensidad, desproporcionados con respecto a la escala de la agresión.

Pero lo importante ahora es tu vida. Te han dado un duro golpe,  pero no te pueden destruir. Tienes que encajarlo y recomponerte porque lo más importante es que asumas que no pueden contigo. Estas maquinarias institucionales pueden golpearte pero nunca acabar con tu persona. Por eso es decisivo actuar ya, ahora, sin demora. El tiempo de prisión no puede ser sólo un impasse sino la reconstitución de tu persona. Vas a vivir una realidad dura, en una institución total perversa y absurda, que alberga una microsociedad que reproduce las relaciones de poder entre fuertes y débiles,  con sus violencias incluidas. En este mundo circulan muchas personas con las que el destino y la sociedad han sido crueles.

En este contexto tienes que ser activo para minimizar los daños que puede originarte. No tengo ninguna duda acerca de que lo puedes revertir.  La cuestión fundamental radica en que no vivas dependiendo de las informaciones que te van a llegar anunciando posibles desenlaces. No. Es preciso ser fuerte y vivirlo como una experiencia adversa sobre la que puedes ejercer cierto control. Tienes que desarrollar muchas actividades y puedes ser muy útil para muchas personas. Debes cuidar tus relaciones con tu cuerpo y tu psique. Así puede ser un tiempo que prepare tu futuro.

Ciertamente tu condena te ha perjudicado en tu carrera como médico. Pero, al tiempo que te cierra esa puerta te abre otras muchas. Aquí también se entrelazan tu edad, tus potencialidades y el mundo del presente, en el que se producen muchos pequeños acontecimientos generados por muchas gentes que buscan, más allá de lo político,  crear y experimentar relaciones, vivencias y nuevas formas de existir, estar juntos y habitar. Esta es una realidad creciente que abre muchas posibilidades a una persona como tú. Tienes muchos futuros posibles, no eres una viuda de las de antaño, definidas por la pérdida. No, tú tienes múltiples posibles.
No puedes dejarte dominar por el sentimiento de pérdida de tu profesión, tienes que abrirte a otras. Ten presente en todos tus días de cárcel que el mundo es múltiple y extenso, que te espera. Si puedes mira todos los días el mapa del mundo. El azar se puede combinar la próxima vez con un proyecto que te otorgue posibilidades.  Con tu edad tu vida se encuentra abierta.

 La cuestión fundamental es que entiendas que eres necesario, como lo fuiste en el aula triste en la que nos encontramos y que tú llenaste. Como lo eres hoy en la prisión de Albolote para muchos de los que se crucen contigo. También para los múltiples proyectos que pueden ser enriquecidos con tu presencia y tu aportación. Porque lo fundamental en el mundo son las personas y sus acciones minúsculas que conforman la vida común. El conglomerado de grupos de interés e instituciones que te ha encarcelado define a las personas como consumidores. Las demás dimensiones carecen de importancia. Sin embargo la vida la llenan múltiples microacciones de la gente.

No pueden acabar contigo, eres necesario, tu vida se encuentra ahí, esperando decantarse entre varias trayectorias posibles. Tampoco estás solo. Todos los tuyos múltiples te acompañan con sus afectos intensificados. También algunos de los que hemos tenido la suerte de habernos cruzado contigo. Nunca tengas la tentación de contarlos. Esta es la estrategia del poder. Las cosas verdaderamente grandes de la vida no se cuentan. Distintas personas te tenemos presente por el respeto, la consideración y el afecto que te tenemos, que emana de nuestra relación.

Carlos, estoy seguro de que no pueden contigo y que tu tiempo de encarcelamiento te fortalecerá. También de tu futuro sólido e intenso. Un fuerte abrazo.

lunes, 14 de julio de 2014

LOS VIAJES DIABÉTICOS

Me encuentro en un viaje en el centro del Atlántico, dando saltos entre islas en un ensayo de un gran movimiento futuro hacia el oeste. En este blog he presentado al enfermo diabético como un ser relativamente solitario, que realiza cálculos desde las gramáticas que rigen su vida ordinaria.  Ahora me encuentro explorando mis límites  como viajero para responder a mis preguntas sobre mi propio tránsito hacia el mítico oeste americano.

La imposición del tratamiento sobre la vida es la cuestión más relevante de la construcción profesional de la enfermedad y la atención. Esta implica la ausencia de criterios unificados acerca de la viabilidad de los viajes para tan numerosos enfermos, que tienen un papel relevante en el sistema de información que nutre la gran factoría de diagnósticos y tratamientos, pero en las que sus vidas son reducidas a consumos de servicios médicos, fármacos y la industria auxiliar de tratamiento de complicaciones. En un contingente tan numeroso y productivo apenas existe literatura científica a propósito de tan importante cuestión para la vida. Al no estar problematizado el viaje diabético,  cualquier respuesta remite al sector de congelados del hipermercado de la atención profesional, el de los “estilos de vida”, que son unificados por el universal precepto de  “sí, pero con moderación y bajo la supervisión de su médico”.

En esta reflexión voy a suscitar la cuestión de la movilidad ¿el diagnóstico diabetes tipo I implica restricciones a la movilidad?  ¿los afectados  tienen la condena adicional de la inmovilidad?  El mundo actual presenta dos grandes divisiones,  entre los conectados y los desconectados, y los arraigados inmóviles y los móviles. En principio se trata de entrar en el significado de los “viajes moderados y supervisados profesionalmente”. He preguntado a algún médico y me ha respondido que “puedo darme un chapuzón”. Pero no he encontrado nada en bases de datos científicos acerca de los chapuzones diabéticos. Como todas las cosas de la vida corriente de los enfermos permanecen exiliadas en el exterior de las consultas.

Pero los consumidores de insulina conforman un importante segmento en el creciente mercado de los viajes prefabricados y envasados que se incrementa sin techo en este tiempo. Así se produce un nicho de mercado en el fluido turístico. En general se presupone que los diabéticos pueden viajar en un grupo-guetto guiado y protegido, pero,  principalmente,  con un grupo familiar o de amigos que protege al enfermo y puede ayudarlo en el caso de problemas e incidencias. Pero es preciso responder a la pregunta de si pueden viajar solos y cuáles son los límites de los viajes.

Esta es la cuestión. En mi viaje actual, tengo que asumir las barreras y fronteras espesas construidas por las autonomías. También la ausencia de una oferta adecuada en la restauración y en el comercio alimentario. A estos factores hay que sumar la ausencia de información básica de las poblaciones.  Se pone de manifiesto todos los días que los enfermos son excluidos de las cocinas y de las cartas casi sin excepción. He tenido que librar un par de cruentas batallas por liberar mis ensaladas de salsas rosas y otras similares que producen estragos en mi cuerpo diabético. He tenido que demostrar mi naturaleza inquisitiva ante las ensaladas mixtas, las pastas, las carnes y los pescados. Cada comida se convierte en un acto de negociación en el que la letra pequeña adquiere todo su esplendor. Lo contaré en detalle aquí. Ahora sólo mascullo todos los días las palabras “potencia turística, sí sí”.

Los contingentes turísticos son heterogéneos. Existen segmentos de consumidores de viajes especiales que se realizan mediante la resolución de retos y experimentación de novedades y los públicos que les siguen para poblar las tierras descubiertas. En el paraíso atlántico donde me encuentro se puede distinguir entre los comandos especiales formados principalmente por los grupos del trekking que se encuentran circulando por las alturas y las mayorías que se concentran sobre las arenas de las playas. He experimentado una caminata en altura bajo la dirección de un carismático comandante y su entusiasta grupo de acólitos, guiados por los objetivos y los retos. La verdad es que acabé fatal de mis piernas, lo cual me obligó a reelaborar una nueva maldición respecto a los objetivos, incompatibles con la moderación.

La lógica de mi viaje se está asentando sobre el fatal contraste entre las caminatas programadas, entendidas como reto o acto de distinción,  y las inevitables papas arrugas y en otras versiones locales sublimes. A pesar que la respuesta a mis preguntas es que se trata de papas cocinadas con inocente ajo y perejil, y de cumplir mi exigencia de declaración jurada y solemne de que no hay nada más, todas tienen un sabor que resulta de un toque especial y secreto del cocinero, fatal para la diabetes. Caminatas y papas, será el título de mi folleto educativo que puede tener el subtítulo común de “ni siquiera con moderación”.

Termino poniendo de manifiesto un problema para ilustrar la falta de atención  a los viajeros diabéticos. Lo que voy a decir es terrible. Frente a la explosión de la bioindustria y las farmacéuticas para producir medicamentos y otros productos para el tratamiento de los dependientes de la insulina, apenas existe progreso en la producción de artículos para facilitar la vida diaria. Uno de ellos es el transporte de insulina misma. No, está claro que no se encuentra en la programación de tan benefactora industria la hipótesis de que los diabéticos pueden ser móviles, con moderación, por supuesto.

Mi caminata comenzó a las ocho de la mañana y concluyó a las diez. Son catorce horas en las que tengo que administrarme dos dosis de distintas insulinas. Pues bien, no existen bolsas adecuadas al tiempo y las temperaturas altas. He preguntado y recorrido el circuito del laberinto asistencial, siendo remitido a las ortopedias, que representan el pariente pobre de la rehabilitación, y en donde los diabéticos son marginales. La revolución de los compósitos y los nuevos materiales, que ha regenerado la cirugía, no ha  llegado a la vida de los enfermos.

La industria biomédica es totalmente hegemónica y se sobrepone a las vidas mismas. Porque las limitaciones de los diabéticos viajeros se compensan mediante el acceso a un servicio de urgencias si ocurre algo. Esta es la verdadera realidad. He renunciado a  llevar mis recetas, entendiéndolo como un acto minúsculo de desobediencia a este sistema fragmentado también en lo territorial, en donde sólo se considera lo biológico-patológico.

Entonces, los viajeros, los transeúntes múltiples, los que se encuentran en movimiento, esa humanidad explosiva, es descartada de lo que se entiende como “comunidad”. Esta es una gran distorsión. Me pregunto si esto se puede resolver sin crear una nueva especialidad médica. Más bien se trata de adecuar las estructuras asistenciales. Los diabéticos pueden y deben viajar asumiendo sus limitaciones. La industria debe facilitar sus condiciones y no sólo sus tratamientos.


viernes, 4 de julio de 2014

LOS ESTUDIANTES Y LA INDEFENSIÓN APRENDIDA

La indefensión aprendida es un estado personal subjetivo que se puede definir como una respuesta ante una situación adversa,  en la que el sujeto se encuentra en una posición de inferioridad, asumiendo que ninguna acción personal puede modificar favorablemente esta situación. El fatalismo es su componente esencial, determinando tanto un comportamiento pasivo como una fuga de esta situación de desventaja, tratando de ignorar la realidad y buscando compensaciones positivas en otras esferas cotidianas. Se trata de evadirse de la realidad amenazante y encontrar un espacio interior donde se puedan tomar distancias. Entonces, esta amenaza  es “expulsada” de la interacción personal y del mundo vivido por el afectado.

La indefensión aprendida se encuentra generalizada en los universitarios y los jóvenes desde los años ochenta. Este es un estado de la subjetividad compartido que ignora los intereses del colectivo en la situación estructural del mercado de trabajo y de las instituciones representativas, convirtiéndolos en un fantasma externo a la su vida social, que sólo comparece en situaciones específicas para ser conjurado y expulsado del mundo de la vida. El pensamiento positivo contribuye a consolidar este estado personal que renuncia a la defensa. Ser positivo, ver los aspectos positivos y pensar en las cosas positivas. Así se configura un aprendizaje colectivo articulado en torno al enunciado central: “Esto es lo que hay”.  Entonces,  como no hay ni puede haber otra cosa,  la cuestión radica en adaptarse, mediante el cumplimiento del segundo mandamiento de la indefensión aprendida: “Hay que buscarse la vida”.

La indefensión aprendida fue formulada por los psicólogos Seligman y Overmaier, pero tengo una manifiesta aversión a las psicologías que construyen sus teorías sobre experimentos de laboratorio. Este concepto lo descubrí en un texto sólido y sugerente de Guillermo Rendueles. Desde entonces me ha ayudado a comprender distintas situaciones muy frecuentes en los contextos sociales en los que habito.

En los años ochenta se publicó el “Informe Petras” sobre la precarización en España. Desde la perspectiva de este estudio se puede establecer un vínculo sólido con la indefensión aprendida. El enigma que se deriva de esta realidad,  es que las primeras generaciones de jóvenes en esos años, cuyas condiciones laborales experimentan un retroceso en comparación con las de sus padres, no defienden sus intereses mediante la aparición de un conflicto político o sindical. Cuando leí el informe por primera vez, me impresionó mucho la afirmación de algunos entrevistados de que ni siquiera comentaban sus condiciones laborales con sus amigos, en tanto que se eludía este tema, pues se sobreentendía en palabras tales como “muy chungo”.

Desde mi oficio de sociólogo, entiendo este comportamiento fatalista como el efecto de unas estructuras económicas, jurídicas y sociales que ubican a algunos sectores sociales en una situación de inferioridad de tal magnitud, que implican una violencia derivada de esta desigualdad. Estas violencias amedrentan a las víctimas que las sufren. Así se conforman las estructuras mentales de la indefensión, que facilitan la huida de los afectados hacia su vida personal común, distanciándose de lo político y lo social.

En mi condición de profesor universitario he sido testigo directo de estas violencias estructurales sobre los intimidados jóvenes que aceptan esta situación y entienden su futuro en términos de un juego de lotería. Me he interrogado muchas veces acerca de este pacto de silencio, de este extraño exilio de los intereses del colectivo generacional. Por eso celebré un acontecimiento colectivo tan importante como el 15 M. En los primeros días muchos de los amedrantados comparecieron en las plazas para protestar contra la gran desregulación laboral y las instituciones políticas que la amparan. Durante dos semanas, el fatalismo y el escepticismo se transformaron en creatividad, iniciativas, acciones, imaginaciones  y pensamientos colectivos que se producían en un ámbito público. Este trasciende el recinto íntimo personal en el que reina el poder simbólico asociado a la indefensión aprendida, que fue expulsado o puesto en cuarentena durante unas semanas.

Después del verano las aguas fueron volviendo a su cauce y cada uno restableció su relación con el poder coercitivo que volvió a habitar las mentes de los no representados en las instituciones e indefensos convictos. No cabe duda de que un acontecimiento como el 15 M deja rastros en la conciencia colectiva, pero la vida individual de cada cual continúa después de ese evento, además en un escenario similar al anterior a la explosión. Tres años después vuelve la indefensión aprendida, esplendorosa, sabedora de su papel imprescindible en las instituciones políticas, laborales y educativas de la sociedad de la desregulación laboral, símbolo de la segunda gran transformación en marcha.

Mis relaciones con algunos estudiantes me permiten visibilizar sus trayectorias académicas y profesionales. Después de la obtención del título, que, hasta este año, ha firmado Juan Carlos de Borbón, se dispersan por los circuitos de las titulaciones del postgrado y el conglomerado institucional de la investigación. El objetivo de cada cual es acumular un capital académico que facilite su “inserción” laboral. Pero tras unos años de estudios, becas y colaboraciones puntuales con proyectos de investigación, un menguado grupo termina accediendo al mercado de trabajo convencional. Esto es,  profesores de distintos niveles o funcionarios públicos de distintas administraciones. Otros terminan en empresas privadas o públicas desempeñando tareas lejanas a la sociología. Pero muchos estudiantes terminan desapareciendo tras años de ensayos en este mundo de los postgrados. No dejan rastro alguno. No pocos terminan en sus pueblos de origen ocupados en tareas laborales no cualificadas.

La generación de estudiantes que vivió el 15 M ha regresado a su realidad. Esta está conformada como una población que habita un territorio de caza en donde muchos aspirantes son utilizados por múltiples feudos académicos, empresas, ongs, instituciones públicas y privadas y proyectos diversos,  como fuerza de trabajo barato  para la producción del conocimiento. Así,  becas, colaboraciones sin contrapartida, sucedáneos de contrato, dudosas prácticas y otras formas de relación escasamente contractuales. El factor que gestionan las instituciones que gobiernan este territorio es una combinación de la esperanza y el miedo de los aspirantes. Las que operan la gran selección son más coercitivas, pero se acompañan también de métodos de seducción de los esforzados candidatos. Ayer mismo, un recién estrenado sociólogo me comentó que una importante organización pública le ofrece  un contrato de investigación en el que le pagan 200 euros. Sí, al mes.

En los últimos tiempos he tenido conversaciones con algunos de mis exalumnos escalofriantes. La reestructuración neoliberal ha triunfado contundentemente, formateando sus estructuras mentales. No sólo renuncian a defenderse mediante la comunicación o problematización de su situación en el ámbito público, sino que su renuncia alcanza su conversación privada misma, cumpliendo con el precepto de no pensar en lo negativo. Personas inteligentes y con un posicionamiento crítico respecto a la sociedad vigente me reprochan implícitamente lo que entienden como  negatividad, y me cuentan con naturalidad cosas tales como que colaboraban en tareas para investigaciones sin contrapartida alguna, renuncian a preguntar sobre las condiciones cuando son requeridos por instituciones investigadoras  y comportamientos similares. He llegado a escuchar que ellos se apañan con quinientos euros al mes. Todo ello en nombre del gran enunciado de “buscarse la vida”.

Creo que comprendo  que la vida sigue irremediablemente en medio de las instituciones y las estructuras. Pero me impresiona mucho la subjetivación disciplinaria que estas operan. Tengo dudas acerca de que se pueda renunciar a la regulación laboral, la seguridad social, la negociación colectiva, los contratos, los derechos adquiridos, los salarios, los horarios o las vacaciones. En las condiciones históricas vigentes es un verdadero suicidio. El cara a cara sin reglas entre empresa y trabajador es una situación de asimetría brutal. No me gustaría estar en una situación así. Pero renunciar a hablarlo con los amigos en la esfera privada me parece insólito y conforma el prólogo de una nueva esclavitud, asociada también en este caso al trabajo cognitivo.

Buscarse la vida no puede ser la aceptación de una situación de inferioridad y una renuncia a cambiar el mundo en que se produce de esta situación. Buscarse la vida no puede ser interiorizar sin problema esta sórdida realidad, para terminar autoculpabilizándose. Por el contrario, buscarse la vida es también compartir una disposición crítica a que las estructuras puedan modificarse. Porque son esas estructuras y entramados de instituciones las que necesitan dosis de inteligencia limitadas, inhabilitando a los excedentes. El problema estriba en los que no os necesitan más que como consumidores. Buscarse la vida es generar un horizonte de espera para los excedentes humanos, porque el futuro no está cerrado ni bloqueado y también depende de nosotros.

Un saludo muy cordial y entrañable para aquellos exalumnos que comienzan ahora a buscarse la vida. Quiero recordar que, como hemos hablado de indefensión aprendida, no sois los animales de laboratorio de los experimentos de Seligman y Overmaier. Sois otra cosa ¿o no? Espero vuestros comentarios.