viernes, 26 de julio de 2013

LA TÍA ELENA

La tía Elena representa uno de los recuerdos más enigmáticos de mi infancia. No la recuerdo por un afecto especial, como el que expuse aquí respecto a mi tía Brigi, sino por su imponente presencia personal, su modo de estar en el mundo de hombres de la época. No era una mujer que asumía su relegación, como todas las que me rodeaban, sino que irradiaba el vigor, la iniciativa, la brillantez, la inteligencia y un carácter fuerte que captó siempre mi atención, aunque no supe conceptualizarlo hasta muchos años después. Su modo de estar en el espacio privado y público y en el clan familiar, desbordaba los límites asignados a las mujeres.

Ahora me siento unido a mi tía Elena en una cuestión fundamental. Ella siempre se encontró fuera de la época que le tocó vivir. Creo que a mí me ocurre lo mismo en el presente. Una mujer tan llena de cualidades, tan magnética, hoy hubiera tenido muchos caminos abiertos para desarrollar su inteligencia y realizar una vida plena en todas las dimensiones. En el tiempo que le tocó vivir se encontraba enclaustrada en el numeroso grupo doméstico, donde ejercía un liderazgo incuestionable sobre sus hermanas, primas y amigas. Pero en las escasas salidas al espacio público existente para una mujer de su tiempo, afirmaba su personalidad y la hacía brillar ejerciendo sobre mí una fascinación considerable. Tanto es así que ningún hombre de su entorno la pretendió, pues trascendía el papel de novia o esposa de ese tiempo de vidas recortadas. La soltería de la tía Elena era una señal de su grandeza. No se cruzó con ningún varón que tuviera una estatura humana proporcional a su persona.

La vida doméstica del clan familiar se desarrollaba en tiempos cotidianos pausados, compartidos por numerosas mujeres jóvenes, cuyo destino era el matrimonio. La restricción del espacio público de la época incrementaba los largos tiempos en los que se configuraba un mundo de mujeres en el que brillaba la tía Elena. Poco a poco, todas se fueron casando, quedando soltera ella. A veces pienso el sufrimiento que le pudo generar al verse relegada por los mozos que apostaban por sus hermanas, todas muy por debajo de esta fascinante mujer, tan hermosa, elegante, vital, talentosa y vibrante. Su educación recortada no había conseguido constreñir ni ocultar sus cualidades.

Me he preguntado si ella sería lesbiana. No lo sé. En ese tiempo todo era particularmente oscuro. Pero recuerdo la fascinación que ejercía sobre mi madre. Esta nunca salía sin la presencia de mi padre. Pero, en los años de Bilbao, la tía Elena "la sacaba" sin la escolta de mi padre. Merendaban, iban de tiendas , al cine o nos llevaban a los niños al parque. No me olvido de sus risas y sus alegrías tan manifiestas, que hacían parecer a mi madre una colegiala, antes de regresar al severo orden familiar, en el que mi padre ejercía implacablemente su autoridad patriarcal.

Tengo un recuerdo infantil muy nítido. En una celebración familiar, creo que fue nuestra primera comunión, fuimos con mi madre y con ella al estudio de un fotógrafo. Recuerdo la belleza y elegancia de ambas. Pues bien, el fotógrafo, muy acorde con las pautas de la época, exhibió todos los compenentes del catálogo del cortejo, que tan bien ensayado tenían los atormentados varones de ese tiempo, siempre necesitados de una alegría a sus cuerpos regidos por el principio de la escasez. Recuerdo que ellas se reian como adolescentes,en la pequeña fuga que representaba estar sin guardianes varones en el espacio público. Si mi padre lo hubiera contemplado le hubiera roto las cámaras en su cabeza al osado artista.

El aprendizaje de esas fugas minúsculas guió mi vida en los siguientes años. Todavía cuando voy a Bilbao paso siempre por el portal donde di mi primer beso a una chica de la que recuerdo su nombre y apellido. En este orden cotidiano es necesario aprovechar todos los momentos posibles en los márgenes de los tiempos familiares. Toda mi adolescencia estuvo determinada por el esplendor de la tarde, que es el tiempo donde las microfugas eran posibles. Me sentí extraño cuando, años después, arribó la noche en nuestras vidas. La noche es un tiempo suspendido, lento en contraposición de la tarde, tan  inevitablemente versátil.

A ella le  gustaba reunirnos a los numerosos sobrinos del clan familiar. En aquellas enormes casas de la burguesía de la época, nos animaba a jugar al escondite o la gallinita ciega. En nuestra casa de la calle Luchana, en la una tia en la calle Concha, o en una en la Gran Vía, de una amiga entrañable. En esos juegos inducidos por la tía Elena experimenté la excitación que me proporcionaba la oscuridad,  el morbo de conocer las infinitas posibilidades de los huecos, los rincones, los armarios y otros espacios mágicos, percibidos por los primeros contactos con los cuerpos de mis primas. También descubrí que la respiración era algo más complejo y menos funcional que lo que me enseñaban en la clase de ciencias naturales, y, también, que el tiempo estaba dotado de una velocidad y crueldad casi infinita al disipar un momento sublime.

La tía Elena tenía una amiga maravillosa, la tía Marirri (Rita). Era una soltera entrañable. Todo el amor que no había podido dar a sus inexistentes hijos lo prodigaba generosamente. Me gustaba ir a su casa. Recuerdo las tardes que nos sacaban por ahí. Mientras nosotros jugábamos ellas hablaban y reían frecuentemente. Todavía me gusta cuando voy en el autobús contemplar una conversación entre mujeres. El largo relato, los tonos, los énfasis, la explosión gestual que acompaña la palabra, el acompañamiento de la receptora, el ensamblaje casi perfecto entre ambas. Entonces me acuerdo de las mujeres como mis tías y sus largas tardes de conversación, trabajos manuales, emociones y risas.

Un día observamos a mis padres muy tensos. Algo importante pasaba por sus gestos, sus idas y venidas así como por sus conversaciones crispadas. Resultó que acababa de saberse que la tía Elena tenía un cáncer de mama, en un estadio tan avanzado, que murió a los pocos días. Nunca me olvidaré del médico familiar que comentó a mi madre, ignorando que nosotros estábamos detrás de la puerta, que tenía el pecho totalmente devorado por el tumor, y que cuando le reprochó que no hubiera consultado con él, ella le dijo que desde que apareció el bulto incipiente, nunca volvió a mirarse al espejo. La evolución fatal se la había ocultado a sí misma. No volvimos a verla. Se la llevaron a otra casa a morir. Para nosotros quedó un hueco misterioso y preguntas que nunca fueron respondidas por los adultos.

La complejidad de la vida es patente. Una persona triunfadora que ejerce el liderazgo en las vidas de todas las mujeres del clan y que mantiene una alta reputación en la sociedad local, Elena Irigoyen, niega su enfermedad y se oculta ante todos hasta el momento fatal en el que es inevitable mostrarlo. Es una versión más de la caida de los dioses. Un episodio que revela la relación con el cuerpo, un extraño en esa época, pero algo más. Me pregunto cómo es posible ocultar su sufrimiento a sus vínculos personales tan estrechos, de mujeres de la época que comparten sus secretos, sus penas y sus alegrías. En especial, su amistad insólita desde la perspectiva de hoy, con mi tía Marirri ¿cómo pudo ser así?

Esta experiencia constituye un tratado acerca del sufrimiento, de la enfermedad y el dolor. Al mismo tiempo, evidencia el poder supremo de una persona, que consigue burlar el orden social tan riguroso en el que se inscribe.  Este drama muestra que lo íntimo alberga fuerzas de grandes proporciones. Con posterioridad, siempre me he acordado de ella, cuando el cine o la literatura presentan dramas de mujeres de este rango. Ella conservó su imagen hasta el último día, manteniendo su drama oculto a los demás. Lo peor es imaginar su terrible sufrimiendo en una soledad tan radical. También pensar que no tuvo compensación alguna.

En la familia fue sancionada sutilmente con la desaparición. La tia Rosario o mi padre o el tio Antonio eran recordados. Ella quedó borrada de la palabra familiar, como si su transgresión alcanzase la condición de un suicidio. Siempre que veo mujeres imponentes, en el sentido de la tía Elena, la recuerdo. Por poner un ejemplo me impresiona Nina Simone, más allá de su obra. Es una versión de la tía Elena, de un ser humano tan magnético

La evoco imaginando que los dos, fuera de las épocas que nos ha tocado vivir, nos encontrásemos en algún lugar en el que hubiera sombras para refugiarse, la posibilidad de reir a todas horas, pero mejorando la relación con su cuerpo que ella tuvo. En ese lugar no habría expertos que programen nuestras vidas, sólo músicas, poesia y arte. Entonces podría decirle que si mala fue su muerte, sufriendo en tan radical soledad, quizás peor hubiera sido si se hubiera entregado a la medicina de su época.  También hubiera sufrido mucho pero, además, no hubiera conservado su autonomía personal que nunca perdió. Si me hubiese replicado con su vigor entrañable, hubiéramos desembocado en una discusión que nos habría conducido a la frase "sopesar ambas alternativas". Entonces hubiéramos reído al recordar que en ese tiempo mítico en el que nos encontramos, fuera de las épocas de los dos, no había ya ni pesos ni medidas.

1 comentario:

  1. Hola Juan .
    Cuando habla de los suyos me parece otra persona diferente.
    Gracias por sus transitos .Me hacen pensar.

    ResponderEliminar