sábado, 25 de septiembre de 2021

ALFONSO SASTRE Y LA DEMOCRACIA INCONCLUSA

 


La muerte de Alfonso Sastre el pasado día 17 de septiembre constituye un acontecimiento que trasciende a su propia persona. Sobre si insigne figura se ha cernido el silencio político, cultural y mediático más estruendoso que se pueda imaginar. Sastre es uno de los intelectuales y autores más prolíficos y densos del siglo XX en España. Además, su persona representa la persecución de la dictadura franquista a la cultura, manteniendo prohibidas sus múltiples obras de teatro. Su respuesta a este asedio siempre fue de una firmeza inconmovible. Su disidencia política se extendió a la transición. El resultado de esta fue la prolongación de su silenciamiento. Ahora su fallecimiento denota la ignominia de la izquierda,  así como del mundo cultural y mediático progresista, que lo ignoran integralmente. Así deviene en un icono político, en tanto que persona que ha sufrido la marginación completa en dos regímenes diferentes.

Ciertamente, la disidencia de Sastre muestra una invarianza liberada del cambio de los sucesivos modelos políticos en España. En ambos casos se forja un modelo de condena integral de aquellos que discrepan en cuestiones esenciales, aumentada según la relevancia intelectual y cultural del sujeto desterrado del orden político. Esta adquiere la forma de expulsión de la sociedad oficial, que es reforzada con un ninguneo que llega a su cénit, que se especifica en ser borrado del pasado y el presente. Su nombre termina siendo impronunciable. Este es el indicador de la inexistencia política y humana. Sus obras no han sido representadas en los largos años de la peculiar democracia española.  Ser borrado representa ser expulsado también de la memoria colectiva. Es el último escalón de la persecución. Nadie del mundo cultural ha pronunciado su nombre en estos días.

El modelo español de persecución se funda sobre la completa descalificación de la persona. En este caso, su fundamento es su posicionamiento político crítico con la transición y su apoyo activo a la izquierda abertzale en los primeros años de la democracia recién nacida. Ser borrado implica la implementación de un silencio total acerca de la persona, así como una suerte de efecto de halo que extiende la condena a la totalidad de su obra. Esta invalidación, que adquiere la forma de totalidad, se refuerza con unas altas  dosis de mala saña, incubadas y ensayadas en la persecución de los herejes durante tantos siglos por instancias eclesiásticas. Además es perpetua y se sustenta en un monolitismo absoluto. Cualquiera que rompa el silencio establecido es arrojado a la oscuridad que envuelve al marginado. Así se construye la figura del maldito, que adquiere distintas formas históricas hasta el engañoso siglo XXI. El borrado de Sastre incluye eso que pomposamente la izquierda denomina “memoria histórica”. Ha sido expulsado de facto de la misma. Sus incesantes cara a cara con la censura franquista durante tantos años han sido mutilados y suprimidos.

Me interrogo acerca de esta cruel y eficaz persecución, lo que me conduce a la cuestión de la naturaleza de la democracia. La extraña democracia española parece viajar en una dirección diferente de sus propios principios establecidos. Así se homologa con numerosos procesos históricos, en los que muchas revoluciones y cambios políticos han involucionado, volviéndose contra sí mismas. He sido un lector minucioso de la obra del historiador Isaac Deutscher. Este ha estudiado intensivamente la revolución rusa y su deriva histórica. Uno de sus libros, que contiene los textos de varias conferencias suyas, tiene un título luminoso, en tanto que sintetiza el proceso de estas revoluciones del siglo XX. Este es “La revolución inconclusa”. Del mismo modo, este término puede aplicarse a la democracia española resultante de la transición, que abre un proceso que no logra cerrar completamente.

La definición de democracia inconclusa implica que esta resulta de un compromiso entre las fuerzas del régimen franquista y la oposición democrática. Pero este compromiso fundacional abre un largo proceso en el que muchos de los cambios son ralentizados y vaciados por las fuerzas procedentes del viejo régimen, reconvertidas en sus discursos y sus máscaras. Estas han resistido los primeros años para adquirir preponderancia y poner límites a los cambios en no pocas instituciones fundamentales. Simultáneamente, la izquierda va modificando con el paso de los años sus posiciones iniciales, de modo que va asumiendo una parte del proyecto de la derecha, al tiempo que acumula renuncias. De este modo, el proceso de implementación de la democracia termina siendo un proceso invertido, cuya dirección se ha desviado de los supuestos iniciales. Inconclusa y extrañamente retrógrada, este es el sistema político que hace factible ahora el retorno de los espíritus actualizados del viejo régimen. En un medio político así, se ha consagrado la expulsión de Alfonso Sastre.

 

Su biografía tiene lugar en un contexto de desincronización de tiempos históricos. El final del franquismo se hace simultáneo con el final del capitalismo del bienestar y el comienzo del capitalismo postfordista, que se fusiona con el ascenso del neoliberalismo. Este solapamiento genera una confusión considerable, desgastando todas las narrativas del flamante régimen recién instaurado. Pero, aún más, en el final de los años setenta se derrumban los grandes partidos comunistas del sur de Europa, cambio que anticipa el desmoronamiento de los regímenes denominados piadosamente como “socialismo real”. El resultado es la generación de un escenario de gran complejidad que escapa a las capacidades de metabolización e interpretación del pensamiento de la anémica izquierda. El socialismo real declinante se intercala con su homónimo, el capitalismo real, cuyo significado es equivalente, es decir, que su nombre oculta realidades muy imposibles de asumir. Así, la izquierda piensa y actúa en función de un escenario ya desaparecido, el capitalismo del bienestar, lo que le confiere un aspecto fantasmagórico, en tanto que tiene que huir de los espectros del capitalismo real, que se presentan inesperadamente en todas las partes.

En este contexto histórico tienen lugar los movimientos y conflictos históricos de la izquierda. La época del bienestar declinante, así como de una opacidad considerable, desborda los esquemas cognitivos, tanto de la vetusta socialdemocracia, como el anciano comunismo anclado en la nostalgia del pasado. Cualquier diferencia deviene en un conflicto sórdido. El naufragio del proyecto imposible de implementar el capitalismo del bienestar en el final del siglo XX, del que la izquierda fue valedor, privilegia un posibilismo acrecentado, en tanto que en la tormenta se trata de sobrevivir. La izquierda del régimen del 78 deriva a un contingente de sobrevivientes. Pero El gran logro de este radica en su ubicación en el suelo de las instituciones del estado. Decenas de miles de cuadros se asientan sobre este, en tanto que su suelo social se resquebraja por los efectos de los sucesivos terremotos derivados del avance inexorable del capitalismo postfordista y global, ahora en sus últimos formatos neoliberales y digitalizados.

Desde esta `perspectiva se hace inteligible el tratamiento de una disidencia como la protagonizada por Alfonso Sastre. Sus objeciones a la línea seguida en la transición son obviadas, siendo arrojado al exterior. Pero, además, su apoyo a la izquierda abertzale transciende los límites de lo que se entiende como “lo posible” por este gran contingente de sobrevivientes. No existe la posibilidad de una confrontación reposada que contraste posiciones políticas. El conflicto vasco derivó en un terrorismo desbocado que sirvió a la derecha para liberarse de los fantasmas de su pasado, en el que ejercieron violencias desmesuradas que resultaron blanqueadas en el pacto constitucional. El terrorismo proporcionó el gran argumento mediante el cual se pudo suspender definitivamente el pasado franquista. Este hizo posible la demonización del enemigo y la cohesión de lo que se denomina como “las fuerzas constitucionales”. La izquierda se encontraba instalada sobre varias precariedades y tuvo que hacer de la necesidad virtud.

En este contexto histórico cabe entender la reconstitución de la derecha y la aparición de Vox, que representa la facción más coherente con el pasado fundante. La posición de Sastre quedó radicalmente excluida y carente de apoyos. El final del terrorismo y la reconstitución de la izquierda abertzale  no lo liberó de su condena simbólica al fuego eterno. Este quedó atrapado en esta situación de congelación de la condena, en tanto que para la derecha es un elemento crucial mantener el espíritu de la guerra. Este es el modo de reforzar su posición y debilitar a la izquierda, a la que se atribuye una posición tibia con respecto al espectro del mal.

En un proceso político bloqueado, como es el de la democracia española, en la que los cambios políticos y económicos ocurren en una dirección inversa a las aspiraciones fundacionales, los cambios en la vida y las relaciones sociales adquieren un valor mayúsculo. Así, en las esferas del sexo, el género y la convivencialidad, las transformaciones se viven eufóricamente, como final de un pasado agobiante de preponderancia clerical. De este modo, las artes escénicas y la industria del cine han adquirido un papel político desmesurado como portavoces de los cambios realizados en la vida. Ciertamente, en contraste con la congelación de las instituciones y los límites de los cambios en la estructura social, los cambios culturales resplandecen en tan liberada sociedad.

De ahí la trascendencia de su silencio sepulcral con respecto a la muerte de Alfonso Sastre. Este desvela la contradicción de una izquierda cultural asentada sobre el próspero mercado cultural y audiovisual, al tiempo que representa el alma de la izquierda en el proceloso siglo XXI. Su mutismo es altamente significativo. Nadie ha pronunciado su nombre, sancionando así la maldición generada en la esfera política. La compatibilidad entre la portavocía mediática de la izquierda y la condición de héroe del mercado audiovisual es más que quimérica. Así se muestra la debilidad radical de la izquierda, menguada por el bloqueo institucional y la incompetencia de descifrar el escenario histórico en el que se encuentra, requisito esencial para elaborar un programa realista, coherente y viable.

Alfonso Sastre fue uno de los grandes autores culturales y símbolos políticos de la resistencia. Pertenece a un variado grupo de gentes que no se integraron completamente en la nueva democracia. Como profesor de sociología, durante muchos años he recomendado la lectura de sus obras en un contexto de desertificación política y cultural inquietante, como es el de la oscura universidad. Todos ellos han sido silenciados mediante distintos métodos, porque una de las grandes competencias invariables en España radica precisamente en acallar a la inteligencia. Las tecnologías del silenciamiento y el sometimiento tienen sus raíces muchos siglos atrás. Por esta razón termino este texto reivindicando el valor supremo de la obra de Sastre, así como de sus posicionamientos políticos avalados por su honestidad personal, que han incrementado sus capacidades de sufrir las consecuencias de sus actos visibilizando su integridad personal.

Un reconocimiento a su persona y su memoria desde el escenario de la democracia inconclusa, ahora amenazada por el eterno retorno del autoritarismo,  presentado con sugestivos formatos mediáticos. Un inmenso abrazo.

 

 

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