lunes, 9 de noviembre de 2020

LOS ESCOMBROS HUMANOS EN LAS MALAS CALLES DE LA COVID

 

 

El primer confinamiento ha actuado de manera semejante a un terremoto para todos los sectores sociales vinculados al mercado de trabajo. Pero, en particular, aquellos que se encuentran insertos en zonas desreguladas e informalizadas, de trabajo coaccionado no sujeto a legislación alguna, o los sectores más frágiles, tales como la hostelería, han sufrido un efecto demoledor. Así se multiplican los contingentes desvalidos que quedan en el exterior de las zonas susceptibles de recibir ayudas. Estos forman bolsas de personas cuya condición se sitúa más allá de las estadísticas. Estas personas se hacen presentes en las calles, deambulando en busca de una oportunidad derivada de algún informante o cartel puesto en la vía pública por algún posible demandante. Son los escombros humanos resultantes del terremoto vírico y económico.

Las calles registran la presencia de estos contingentes que se encuentran sobrerrepresentados en las mismas, principalmente en las mañanas. Así, las rúas se reconfiguran en distintos tiempos para acoger selectivamente a los distintos usuarios. Los integrados frecuentan el espacio público para relacionarse en los bares, restaurantes y realizar actividades de compra. Los asolados por la conmoción de la economía transitan en horarios diferentes, de modo que las calles conforman un ecosistema regido por varias lógicas complementarias. Cuando unos se retiran, otros comparecen inmediatamente y a la inversa. Algunas imágenes de los escombros humanos de la Covid remiten a las derivas por las calles de Chaplin en sus propias películas ubicadas tras la gran depresión del 29.

En estos meses he deambulado por las calles y me he encontrado cara a cara con distintos seres humanos ubicados en el limbo estadístico, ese lugar extraño a los medios, los tecnócratas, los partidos políticos, los sindicatos, las administraciones públicas y la sociedad establecida. Ellos ni siquiera están presentes en las movilizaciones colectivas, que son un patrimonio de los estables en el mercado de trabajo dotados de la capacidad de generar unos intreses comunes. Son un extraño residuo que puede ser capturado por algún medio de comunicación, pero que no es capaz de atribuirle su identidad específica, que es denegada socialmente, e integrada en el gran cubo de la basura indiscriminado que es la exclusión social.

Estos son los múltiples buscadores de milagros, que habitan un mercado informal de chollos, chapuzas, intercambios, ayudas, favores y otras formas no reguladas de relación económica. Este medio es el único accesible para estas personas, dado que el terremoto Covid ha cerrado el mercado de trabajo, los servicios públicos y las administraciones, que solo funcionan en la gran quimera online. La falta de oportunidades los convoca en las calles para buscar en este ecosistema de deshecho laboral. Estas se asemejan a esos grandes vertederos de basura en los que muchos desheredaros buscan algún residuo que pueda tener valor.

Voy a presentar a algunas de esas personas sobrevivientes al naufragio económico. Estando frente a frente con ellas, he podido comprender las limitaciones de las categorías que utilizo para conceptualizar, que casi siempre es estereotipar, procedentes del arsenal conceptual de las ciencias sociales. Su especificidad no puede ser definida como parte de ese gran saco que se denomina como exclusión social. Por el contrario, existen múltiples clases de un fenómeno tan generalizado como es el de marginación. Estas personas son la consecuencia de una combinación de distintas marginaciones. Los nombres que utilizo aquí son figurados.

 

UN ASTURIANO FUGADO DE SU MUNDO SOCIAL

Conocí a Ramón una tarde del pasado mes de octubre en la calle Alcalá. Se trata de una persona joven, portador de una estética cutre, en la que se complementaban algunos signos punkis con otros que indican una situación de incipiente degradación personal. Estaba pidiendo ayuda, pero no era un pedigüeño al uso. Me pidió dinero para desplazarse a un comedor social, ubicado en la calle Martínez Campos. Para eso necesitaba ir en el autobús 61, y no tenía dinero para el billete. Llevaba en Madrid sólo dos días y ya había percibido la dureza de las gentes que pueblan esta Villa y Corte en sus distritos nobles. En la zona que se encontraba, próximo a Príncipe de Vergara, su colisión con los viandantes era inevitable.

Porque Ramón no pedía al estilo tradicional, que implica presentarse en estado supremo de necesidad, adoptando una máscara que pueda suscitar la piedad. Él mantenía su porte de persona expulsada del mercado de trabajo, y, por tanto, mantenía una dignidad insostenible en ese territorio enemigo. Conversé con él unos minutos. Comenzó expresando sus quejas acerca de los viandantes, lamentando que nadie le ayudara. Solo pedía que “le picaran un billete de autobús para poder comer en un comedor social”. Las respuestas que obtenía en la forma que estaba en la calle eran agrias y agresivas. Así se generaba un círculo vicioso de tensión que iba creciendo en cada encuentro.

Decidí ayudarle y le acompañé hasta la parada del 61. En ese breve trayecto me contó que era de un pueblo de Asturias asolado por la desindustrialización. Su familia había pasado por el trauma de convertirse en receptores de ayudas. Las tensiones familiares se proyectan a su infancia. Todo termina en conflicto familiar severo, fracaso académico, ausencia total de oportunidades de trabajo y consumo problemático de drogas. Durante años se convierte en una persona tratada por los servicios sociales. Esta situación le otorga una marca social insuperable. Su situación familiar y vecinal se agrava y decide venir a Madrid a “buscarse la vida”.

En los años cincuenta, muchos campesinos procedentes de pueblos del sur principalmente, llegaban a Madrid con unas señas escritas en un papel de algún vecino que había emprendido la marcha antes. Ramón llegaba con un destartalado teléfono móvil, en cuyos Contactos se encontraban un par de direcciones que una vez llegado hasta allí, no eran verosímiles. Sus contactos comparten con él su condición de portadores de marginaciones combinadas, lo que les empuja a una trashumancia forzosa, que en cada etapa dejan a atrás trozos de su vida. Nada sólido queda a la espalda del hoy.

Así, Ramón se encontraba completamente solo. Llevaba dos días en los madriles y se había aventurado en esta parte de la calle de Alcalá, en la que la ostentación de la abundancia se hace presente en cada escaparate o portal. Lo que más le irritaba era la no respuesta de tan distinguidos ciudadanos. Nadie contestaba a sus preguntas solicitando información. En ese día solo una persona le había informado de la existencia de ese comedor social. Los integrados comparten una competencia esencial. Esta es la de saber esquivar a cualquier persona que pueda representar un problema. Según esa pauta, es menester no iniciar ninguna conversación con una persona sospechosa de ser menesterosa. Se precisa mantener la distancia de seguridad y ser firme en la no respuesta.

Ramón estaba descubriendo esta realidad, en tanto que nunca había pedido en la calle en su tierra asturiana. La vivencia de ser invisibilizado por tan sofisticados y capacitados en el arte de evitar de estas personas le afectaba mucho. Así su respuesta de replicar a las personas. En nuestra conversación cometió un error fatal en el arte de la mendicidad. Esto es la de realizar juicios valorativos críticos referidos a situaciones generales. Asumía que un menesteroso en la calle está inhabilitado para hacer cualquier juicio. Esta es el precio de la contraprestación de pedir algo a tan refinadas señoras y caballeros. Los agentes de ONG y otras causas que realizan su trabajo en las calles respetan escrupulosamente este principio de no generalización ni descalificación de cualquier posible cliente.

Le despedí en la puerta del autobús, recomendándole otras zonas en las que pudiera ser factible encontrar algún benefactor. Le advertí de los peligros de las malas calles de los barrios que acogen posiciones fronterizas a su posición social. Me impresionó mucho la contundencia con la que había descubierto que el sistema no tenía nada que ofrecerle. Había asimilado muy bien su experiencia con los servicios sociales. Estos carecen de los recursos para ofrecer alternativas. En su ausencia, su oferta es la de aceptar su situación de subalternidad sin salida. Para esto se manejan varias prótesis que no pueden engañar a nadie durante mucho tiempo. Se trata de un servicio para acompañarle en su aceptación de la no salida. Me pregunté qué haría tras la cena en el comedor social de Martínez Campos.

En las sociedades manifiestamente duales del presente, los servicios sociales, en la mayor parte de las situaciones,  carecen de la capacidad de integrar, vehiculizando a los sujetos con carencias básicas a guetos institucionales donde la vida se minimiza. Ramón se encuentra en una fuga de su mundo y de esas prótesis sociales que se le ofertaban. Su huida se funda en una esperanza indefinida en tener la fortuna de encontrar una oportunidad. Para esa causa ha movilizado todo su potencial personal, asumiendo unos riesgos imposibles de remontar.

La verdad es que solo puede encontrar una oportunidad precaria en la economía ilegal y sus mundos. Allí es factible desarrollar una trayectoria que le permita desarrollar consumos en una sucesión de situaciones siempre inestables y amenazadas por las reglas que rigen en esos espacios, que remiten a la fuerza. Pero su certeza de que la sociedad oficial no tiene nada que ofrecerle, antes, durante y después de la Covid, es irrebatible.

Cuando se fue su autobús me vino a la cabeza la frase inventada por los asesores de comunicación de “Saldremos de esta crisis más fuertes”. Y efectivamente, algunos van a salir así, como en todas las crisis. Pero no Ramón, que no es un átomo aislado, sino que forma parte de una parte de la sociedad no reconocida explícitamente, que en los discursos adopta formas muy generales y confusas: la clase trabajadora; los excluidos; los vulnerables, y otras semejantes inventadas por saberes asociados a los poderes instituidos. Seguiré presentando personas de este mundo ajeno a las políticas públicas, que terminan inexorablemente en los contenedores policiales, judiciales, psicológicos y psiquiátricos. La apelación a la analogía con los residuos es inevitable: los orgánicos; los plásticos: el papel; el vidrio y la versatilidad de los puntos limpios.

 

6 comentarios:

  1. Gracias Juan por seguir narrando lo que los medios de formación de masas (como decía García Calvo) no cuentan.

    Mientras tanto, los integrados tenemos el abastecimiento asegurado:

    https://www.eldiario.es/edcreativo/perfil-consumidor-digital-demanda-aplicaciones-le-permitan-comprar-facil-seguro_1_6369831.html

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  2. El siguiente artículo, escrito desde una perspectiva de derechas y con mucha ironía, me recuerda a la película el HOYO, más que de la pobreza creo que nos habla de todas las personas que están viviendo la caída de su estatus, los que caen: los nuevos pobres.

    https://www.abc.es/cultura/abci-cosas-pobres-deberian-saber-instrucciones-para-cuando-pierdas-todo-202011031638_noticia.html

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  3. Lo que narras, contado por la derecha, con cinismo, como si pudiera contarse como un chiste:

    https://www.abc.es/cultura/abci-cosas-pobres-deberian-saber-instrucciones-para-cuando-pierdas-todo-202011031638_noticia.html

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  4. Gracias Lirón. Se puede utilizar la fina ironía cuando la distancia con los afectados es suficientemente grande, como la que otorga una posición social sólida. Pero este texto, en el fondo, se sustenta en la idea de que la pobreza es un accidente o un resultado de un comportamiento poco racional. Esto es lo que verdaderamente piensan la gran mayoría de los acomodados.

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  5. Sí, volví sobre mis palabras porque no podía tolerar el texto publicado en ABC y,por cierto, premiado; como fina ironía sino como cinismo. Sobre todo cuando habla de los desclasados, cuando se ríe de la izquierda, los progres y la madre que nos parió me ha hecho gracia el chiste.

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  6. https://ctxt.es/es/20201101/Politica/34043/sin-hogar-madrid-la-latina-testimonios-israel-merino.htm

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