domingo, 13 de octubre de 2019

ELOGIO Y REMEMORACIÓN DE ARTURO MORA






(Arturo es el que está abajo en la izquierda y el que está de perfil en el patio de Carabanchel)


Desde el comienzo de este blog, en el final del 2012, tengo en la cabeza esta entrada, que he ido posponiendo por distintas circunstancias. Al escribirla, libero a mi conciencia de una carga, en tanto que fui copartícipe en un acoso político a un militante antifranquista del mayor rango posible: Arturo Mora. Este es un episodio vinculado a lo que se denomina como “estalinismo”, término que implica una significación equívoca,  en tanto que las prácticas organizativas que lo caracterizan, tienen lugar, tanto en todas las organizaciones comunistas de antes, durante y después del mismo, como en todos los partidos políticos del postftanquismo, sin excepción alguna. Escribiendo este texto he removido mi memoria, pero el presente me ha enviado una señal inequívoca acerca de la persistencia de estas prácticas, con el nombre de Clara Serra.

Arturo Mora fue un estudiante de Ingenieros Industriales en los años sesenta-setenta, con el que compartí militancia y cárcel. Recientemente, ha vuelto a la memoria colectiva de modo fugaz, en tanto que fue el organizador del célebre concierto de Raimon en 1968 en la Universidad Complutense. En el concierto reciente de conmemoración del mismo, Raimon preguntó públicamente por él. Arturo murió en 1978 en un accidente de circulación. Ninguna voz de los entonces recién llegados a las nuevas instituciones, evocó a su persona y su presencia en los años duros de la oposición.

 Su importante contribución a la oposición antifranquista en la universidad, no ha dejado rastros en internet, en tanto que la oposición al franquismo de ese tiempo era ineludiblemente ágrafa. Solo permanece en el recuerdo de los que compartimos sus actividades, en tanto que su exclusión política del PCE lo ha expulsado de la memoria colectiva. En el mes de agosto de este año, Jesús Ortiz, en un artículo en la edición de Cantabria del diario.es, evoca su figura y cuenta su historia. Las dos fotografías que aparecen aquí, son de esta fuente. Así, su historia es común a la de no pocos antifranquistas, emparedados fatalmente entre el furor del régimen y la máquina homogeneizadora de la oposición -principalmente comunista-, que los ha eliminado cruelmente de toda referencia.

He escrito en este blog dos textos sobre personas relevantes del antifranquismo, Pilar Bravo y Enrique Curiel. En ambos casos se encuentran en estado de omisión inducida por sus acompañantes en ese  tiempo, centrados ahora  en la sobrevivencia, que se renueva día a día, en el que cualquier interrogante del pasado puede ser utilizado por los compañeros depredadores, amenazando sus posiciones. Pero la relevancia pública de ambos, obtenida en los primeros años del postfranquismo, no ha podido ser totalmente borrada. El caso de Arturo es distinto. Al fallecer el 78 no pudo desarrollar actividad pública alguna. Por eso ha sido más fácil silenciarlo. Este texto es una invitación a los que fueron testigos de su militancia a decir algo al respecto, contribuyendo a su rehabilitación pública.

Arturo era un activista estudiantil muy relevante desde los años inmediatamente anteriores a 1968. Era el delegado de la Escuela de Ingenieros Industriales y mantenía una actividad intensa y permanente. Era una persona manifiestamente inteligente y brillante. Era reconocido como una de las personas más influyentes del movimiento estudiantil de la época. Sus actividades denotaban una inteligencia creativa muy considerable, que favorecían las múltiples iniciativas que desarrolló en este tiempo. Su sólido compromiso con el antifranquismo, le confería una reputación muy cuantiosa entre los estudiantes y las personas participantes en el mundo de la oposición.

Era militante del partido comunista y responsable de una célula muy numerosa e influyente en su escuela. Pero nunca fue incorporado al comité universitario, que dirigía Pilar Bravo. Arturo era una persona muy valiosa, difícil de encuadrar en el rígido orden militante de la época. Siempre persistió en conservar su autonomía personal y se distanciaba de los fervores corales que se derivaban del funcionamiento de la organización. En este sentido, era una persona sumamente incómoda, en tanto que tomaba decisiones según sus propias valoraciones. Estas le reportaban un gran prestigio que se contraponía con la cuarentena suavizada que le imponía el partido.

El partido funcionaba según una versión del modelo del centralismo democrático. Este se sustentaba en el papel del comité universitario. La metodología imperante en el mismo se fundaba en priorizar lo general sobre lo particular. En las reuniones se privilegiaba el análisis de la situación general del país. La responsable,  Pilar Bravo, transmitía una información completa acerca de las contingencias políticas y las actuaciones de los movimientos sociales. Se analizaban las distintas luchas sindicales y ciudadanas. El conjunto de la información era muy exhaustiva y elaborada, pero estaba basada en un inevitable sesgo que sobrevaloraba las actuaciones de la oposición y ocultaba la correlación de fuerzas real.

Tras discutir la información se pasaba al análisis de la situación en la universidad y en los distintos centros. Después se programaban las distintas estrategias y acciones. En este sentido, esta metodología fomentaba las capacidades de los distintos dirigentes de los centros. Se puede afirmar que era una organización dotada de competencias manifiestamente más operativas que las de otras organizaciones del partido, más anquilosadas. La íntima relación con un movimiento tan rico y pluralista, como el estudiantil, estimulaba la aptitud de la organización en su capacidad para alcanzar objetivos.

Pero el envés del centralismo democrático, radicaba en su estricto dogmatismo. Cualquiera que expresara sus dudas u objeciones con respecto a la información o las directrices, era severamente cuestionado y desplazado. En este tiempo pude ser testigo de no pocas sanciones, algunas de ellas sutiles, de gentes valiosas. Este sistema generó un efecto perverso, que consistía en la paradoja de la exigencia de dirigentes en los centros avalados por sus capacidades, pero que simultaneasen su eficacia con una disciplina férrea. Así se generaba un estado de aceptación de la información, que devenía en un dogma, lo cual suponía un acotamiento de la inteligencia difícil de gestionar en un tiempo largo.

Este sistema forjó a muchos dirigentes dotados de la capacidad de aportar a la información oficial, añadiendo argumentos y mejorando sus formas, pero cuidando de omitir cualquier objeción. Se trataba de una creatividad encauzada, enmarcada en el interior de unas fronteras rígidas insalvables.  Este sistema de inteligencia simultáneamente requerida y restringida, constituyó uno de los factores decisivos en la posterior crisis del partido, que explosionó tras las primeras elecciones generales, perpetuándose acumulativamente hasta su final, en las elecciones del 82.  En esos años, las reservas de fe y adhesión inquebrantable se consumieron velozmente, consumando una desertificación de la inteligencia que tuvo efectos letales en el devenir partidario.

En este orden interno, Arturo fue continuamente cuestionado, en tanto que no aceptaba de facto la integralidad de las orientaciones del comité, y mantenía el principio de autonomía de su centro, donde se desarrollaban actividades programadas y decididas por ellos mismos. Así se forjó la tensión asociada a su personalidad autónoma, que nunca llegó a explotar, pero que se mantuvo en el tiempo, incubando así un conflicto latente, que estaba presente en la organización. Así se constituyó el caso de Arturo Mora, que se puede definir en la contraposición existente entre la creciente importancia de su figura como líder estudiantil, y su bloqueo permanente en la organización del partido.

En estos años me encontré con él en muchas actividades. Tuve la oportunidad de constatar la solidez de su anclaje en la escuela. Nuestra relación personal siempre fue buena, pero nuestras reservas eran mutuas, interfiriendo la calidad de esta. Había hablado con Pilar varias veces sobre su situación, en las que se manifestó el estigma asociado a su persona. Me sorprendía que no estuviera en el comité, dado su influencia y la fortaleza de la célula que dirigía. El conflicto latente permanente con Arturo, no llegó a estallar por la gran inteligencia de Carlos Alonso Zaldívar, que era responsable en Ingenieros Aeronáuticos y persona clave en el comité, que actuó de mediador en distintas ocasiones con su buen hacer.

Mi último encuentro con él fue en la prisión de Carabanchel. No recuerdo bien si fue en una estancia entre enero y mayo del 71, o en otra desde febrero a septiembre del 72. Arturo había abandonado el partido tras varios años de desencuentros y bloqueos. Pero su presencia en la comunidad de presos políticos era muy intensa, debido a su personalidad y liderazgo. Se mantenía al margen de las actividades políticas, pero desarrollaba múltiples iniciativas y desempeñaba un relevante papel en la interlocución entre presos pertenecientes a las distintas fuerzas políticas, así como en la acogida a los independientes. Recuerdo que, entre otras actividades, dirigía sesiones de gimnasia. Todavía realizo algunos ejercicios que aprendí en las mismas.

La tercera galería de Carabanchel albergaba a la mayor parte de presos políticos. En la sexta galería permanecía un grupo de dirigentes del PCE y de Comisiones Obreras. Las condiciones de la prisión eran moderadamente confortables en relación al pasado, en tanto que se habían conseguido mediante sucesivos conflictos, huelgas de hambre, acciones legales de los abogados y un cambio sustancial en la situación política general, que otorgaba a la oposición un estatuto de mayor respetabilidad. Se disponía de una celda-comedor, en la que se servían los desayunos y comidas; una celda biblioteca, en la que se encontraban varios cientos de libros; un patio exclusivo para los presos políticos, unas duchas en buen estadoy algún extra en las celdas.

En esta galería se acumulaban los presos preventivos de Madrid –estudiantes, sindicalistas, miembros del PCE, militantes de organizaciones marxistas-leninistas y trotskistas, algunos independientes- , el grupo de vascos de la ETA, y los de distintas provincias, trasladados allí para su juicio en el Tribunal de Orden Público. Se había constituido una comuna, en la que se incluían todos los presos políticos. Tanto la comida que enviaban las familias, como el dinero, eran donados a la comuna, siendo  administrados colectivamente. Esta funcionaba razonablemente bien, de modo que la unidad se sobreponía a las diferencias entre distintas organizaciones, siendo el clima más que aceptable.

Los presos políticos compartíamos una identidad específica, fundada en la negación de los delitos que el régimen autoritario nos atribuía. En este sentido, existía una conciencia que marcaba una rígida frontera con los presos comunes. No había relación alguna con ellos, a pesar de la contigüidad espacial. Las instalaciones exclusivas facilitaban este apartheid. La idea de separación se encontraba muy arraigada y generaba una conciencia de casta exclusiva, que los mismos funcionarios contribuían a reforzar mediante un trato especial.

Arturo mantenía una integración activa en las cuestiones de mantenimiento, organización y vida cotidiana en la comuna, pero sabía mantener las distancias políticas, sobre todo con los miembros del partido, que éramos el contingente mayoritario. Para algunos estudiantes de clase media, cuyas familias eran extrañas a la resistencia a la dictadura, la madre de Arturo, junto a otras mujeres, desempeñaba un papel de socialización de los familiares. Mi madre, al principio me traía algunas delicias gastronómicas de uso individual. Las veteranas le enseñaron a modificar sus aportaciones, con productos de uso general.

Pero, aún a pesar de su presencia discreta en las actividades “político-culturales”, persistía un rencor latente a su figura, en tanto que persona independiente, marcada por la condición de “ex”, y portador de unas cualidades que le conferían un papel interlocutor entre presos de distintas organizaciones. El factor más singular de la vida de Arturo en este encierro, fue que rompió la pauta sagrada del apartheid con los presos comunes. Cultivaba relaciones con distintas personas, entre ellos varios chicos que estaban allí por tráfico de drogas. Todos los días pasaba la frontera invisible, para conversar con personas del otro lado.

Ahora voy a contar un acontecimiento doloroso. Yo pertenecía al comité del partido en la tercera galería. En este, se encontraban presentes algunos militantes con cierto abolengo, muy diferentes a los de la organización universitaria, en lo que se refiere a un sectarismo más acentuado. De esta forma, el caso Arturo Mora adquirió una naturaleza nueva. La tensión latente se fue incrementando, hasta que llegó una información confidencial que afirmaba que recibía una pequeña cantidad de dinero para su uso personal, por medio de un preso común. Él era uno de los mayores contribuyentes a la comuna, tanto en dinero como en comida, debido a la experiencia de su madre, que conseguía aportaciones adicionales. Creo recordar que su padre estuvo en la cárcel en los años de plomo debido a su posición anarquista.

Esta información desencadenó una tormenta, en tanto que catalizó el rencor latente, activando el estigma político asociado a su persona. En distintas situaciones y organizaciones me he encontrado con el problema de los chivatazos y los chivatos. En un medio homogéneo y cerrado, una información  confidencial convierte el imaginario del grupo en un volcán activo. En los largos años de cárcel y clandestinidad se han producido muchas situaciones así, que se resuelven mediante el cierre del grupo, que activa sus defensas frente al identificado como enemigo interior.

En este caso se decidió investigar esta información mediante su vigilancia en las horas posteriores a las visitas. Se asignó la tarea a personas adecuadas por su bajo perfil. No se pudo confirmar la información, pero la imaginación punitiva se había desatado y se hacían interpretaciones desmesuradas con respecto a sus relaciones con presos comunes. Se decidió convocar una asamblea de la comuna para denunciarlo y proponer su expulsión. En el proceso de esta decisión, tuvieron un papel primordial algunos dirigentes que habían participado en sus anteriores condenas en procesos análogos. Pero, según pasaban los días, crecían las dudas entre distintos miembros del comité, entre los que me encontraba.

Al final, la asamblea fue convocada, pero, en las consultas previas con miembros de otros partidos, el argumento no tuvo aceptación y suscitó rechazos. Al final se presentó en la reunión, pero la acusación adoptó una forma de insinuación, al carecer de pruebas avaladas. La reacción adversa fue muy considerable, sobre todo por parte de algunos miembros relevantes de esta comunidad. Creo recordar, aunque no estoy totalmente seguro, que personas del peso de Vicente Llamazares, dirigente estatal de comisiones obreras, y Luciano Rincón, un escritor independiente, colaborador de Ruedo Ibérico, se opusieron vivamente, de modo que se diluyó la acusación.

Lo que sí recuerdo nítidamente es el impacto que causó en Arturo. Su rostro lo acusó manifiestamente. Así adquiría la condición del club de los doblemente vigilados y perseguidos, así como víctima de la terrible enfermedad del sectarismo, cuya culminación es la práctica de la caza de brujas. Tras salir de la cárcel no volví a saber de él. Yo mismo tuve que vivir un episodio de ruptura con el PCE, en el que el método de exclusión era el mismo, evidenciando la perfección de esa máquina de excluir tan eficaz. En el artículo de Jesús Ortiz, se afirma que su ruptura con la izquierda propició un giro hacia posiciones de centro. No me extraña nada.

Arturo, te expreso públicamente mi reconocimiento a tu figura y aportación. También mis disculpas, pues participé en la decisión de vigilarte. Fuiste de lo mejor de nuestra oscura generación. Tu prematura desaparición te ha liberado de la visión de las trayectorias de muchos de aquellos que nos convocó y unió la oposición a la dictadura autoritaria. No pocas de ellas han resultado fatales, desde cualquier perspectiva desde la que se contemplen.  Un fuerte abrazo


2 comentarios:

  1. Reciba el testimonio de mi admiración por su honradez y sinceridad.

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  2. Gracias. El silencio es la divisa de mi generación, tan bien retratada por Rafael Chirbes.

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