domingo, 27 de octubre de 2019

COLOMETA




La exhumación de Franco suscita una inevitable revuelta de mi memoria. Viví mi juventud en la sociedad del franquismo maduro, en tránsito hacia su propia metamorfosis democrática. El régimen de Franco fue mucho más que una forma de estado. Más allá de lo político, supuso la instauración de un orden social extremadamente jerarquizado, que amparaba una cotidianeidad gris y autoritaria, en la que cada cual se encontraba efectivamente subordinado a una autoridad ejercida por varias jerarquías coordinadas. Entre estas destacaba la omnipresencia de la iglesia católica -que me ayudó a comprender el concepto de transversalidad-  que se hacía presente en una vida diaria limitada por el control ejercido por esas autoridades. La cotidianeidad era un espacio en el que las personas buscaban ingeniosamente una rendija para distanciarse de ese orden rígido e imperativo, así como de la severidad de las instituciones que lo conformaban.

Durante largos años la movilidad social se encontraba bloqueada completamente para la gran mayoría. La vida consistía en apañárselas para sobrevivir. La parca frase de salir adelante sintetizaba las representaciones y las prácticas de la gente en este tiempo. Desde la mitad de los años sesenta, la economía mejoró sustancialmente, de modo que se generaron oportunidades para muchas personas. El sentido de las biografías estaba dominado por las estrategias para romper la inmovilidad social y aprovechar las ocasiones que se presentaban. El acceso a la primera sociedad de consumo y al bienestar material fue vivido como una epopeya familiar que se percibía desde un optimismo desmesurado. La mejora de las casas, la llegada de los electrodomésticos, la multiplicación de las proteínas, la motorización de masas, las vacaciones, el ocio industrializado, todo fue vivido intensamente como una ruptura con la escasez extrema con que había experimentado la mayoría.

Para los vencidos en la guerra civil, el franquismo representó una experiencia terrible. Me he preguntado muchas veces acerca de quién lo habría pasado peor, si los represaliados que sufrieron largos años de cárcel o aquellos que tuvieron que reorganizar su vida en el contexto de coerción suprema que representó el régimen autoritario y clerical. Me atrevo a apostar por la hipótesis de que los padecimientos fueron aún mayores entre estos últimos. Los recluidos en prisiones o campos de concentración al menos se encontraban juntos, pudiendo aliviarse y recrear su identidad. Pero la situación de los que quedaron enclavados en comunidades locales cuya memoria los delataba como republicanos, significó un castigo permanente de una envergadura inimaginable, que suponía un encierro perpetuo en su propia intimidad.

Por esta razón siempre me ha fascinado y conmovido profundamente la figura de Colometa. Esta es el personaje de la novela “La plaza del Diamante”, de Mercé Rodorera. Sobre esta se ha realizado una película de Francesc Betriú, así como una serie de televisión de cuatro capítulos. También ha sido convertida en obra de teatro bajo la dirección de Joan Ollé. Recomiendo vivamente la lectura o visionado de esta obra maestra, aunque pienso que para comprender integralmente su significado, es preciso haber vivido como discrepante en este régimen fatal. Desde este umbral de sensibilidad se hace inteligible la dimensión monstruosa del franquismo para aquellos no identificados con el mismo.

Colometa es precisamente una mujer que vive su juventud en la Barcelona de la República. La guerra civil significa la pérdida de su marido y de los amigos más cercanos. Ella queda sola con sus hijos tras la entrada de los nacionales en la ciudad.  Los años siguientes representan un verdadero infierno para Colometa. Tiene que sobrevivir en unas condiciones pésimas, multiplicadas por la permanencia de su pecado original de su condición de republicana. Para amortiguar el estigma que la acompaña debe promover una metamorfosis trágica. Tiene que hacer del olvido y del silencio una obra de arte que se renueva todos los días. Así, destruye su propia identidad personal, presentándose en sociedad como una versión maximizada de la renuncia a sí misma. Su persona queda amputada y representa la fragilidad en una dimensión extrema, de modo que pueda optar a estimular la piedad entre los vencedores que la rodean.

Así se reconstituye como un ser dócil, que tiene que acreditar su sumisión, así como la ausencia de cualquier expectativa que vaya más allá de la sobrevivencia. Este estado de acatamiento permanente, se renueva continuamente, en tanto que cualquier signo de disconformidad puede reactivar la sospecha fundada en su pasado. Su objetivo reiterado día a día, es el de ocultarse y negarse ante los demás. La tragedia se cierra fatalmente mediante un matrimonio con un tendero piadoso que la rescata de un estado de desamparo supremo. Todas las noches debe compartir las sábanas con un hombre extraño, al que debe ocultar sus recuerdos, sus aspiraciones y sus deseos. La simulación se instala así en su vida cotidiana, sin perspectiva alguna de concluir. No hay futuro alguno para esta persona destruida.

Colometa representa una forma de rendición en grado supino. Es la condición para ser perdonado por un poder que extiende sus tentáculos al control de las vidas de los vencidos. Se trata de una auténtica arrepentida, que niega su pasado y asume que ha nacido bajo el amparo del nuevo señor. Así, representa el arquetipo personal de un auténtico derrotado, cuya sustancia personal ha sido extraída de su existencia. Colometa se convierte en nadie, despojándose de su pasado para ser aceptada en la nueva sociedad triunfante. Su aceptación de las miserias de su presunto marido y su relación con este, cierran el drama de su vida. Desde la perspectiva del presente, los animales domésticos gozan de un estatuto de aceptación muy superior a la de los vencidos, que ella representa tan acertadamente.

La transformación del franquismo en los años sesenta, erosionó la inmovilidad social multiplicando las trayectorias ascendentes; alivió el control cotidiano de los comportamientos, disminuyendo el peso de la iglesia; propició una norma de consumo que introducía a numerosos contingentes sociales en los umbrales de la abundancia, y desideologizó gradualmente el estado y la política. Estas mejoras sustantivas mitigaron los sufrimientos de los vencidos, mejorando su situación con respecto a los largos años negros. Muchos de ellos renegaron de su pasado republicano y adoptaron el modelo de despolitización amparado por el régimen en su estadio final. Esta ideología confería importancia a lo tecnocrático y a la gestión en detrimento de lo estrictamente político.

Pero el silencio y  el ocultamiento de identidades, continuó durante estos años semidorados de la salida de la pobreza. Pero este adoptó formas más flexibles, en el que la disipación ideológica se especificó en la administración de distintas señales y signos. Pocos se mostraban críticos abiertamente, pero podían emitir selectivamente pistas acerca de su posicionamiento, desenterrando algunos de los rastros ocultos de su pasado. En este clima de suavización del estigma de vencido, se producían pausas, en tanto que las reacciones brutales del régimen al incremento de actividades de la oposición, representaban una amenaza de involución que era percibida por los afectados, representando una pausa en su aggiornamento civil.

La muerte de Franco y la transición sacaron a flote muchas de las identidades ocultas. En los mítines de los partidos de la izquierda de las primeras elecciones generales, se producían múltiples y entusiastas salidas del armario político. Comparecieron múltiples héroes anónimos que habían permanecido durante tantos años en su intimidad congelada. Colometa fue rescatada para ser integrada en la memoria, reconociendo sus sufrimientos. Pero la salida consensuada al franquismo, uno de cuyos costes fue la congelación de la memoria, atenuó el entusiasmo de los recién llegados a la recuperación de su identidad. La amenaza de involución, hasta mediados de los años ochenta, contribuyó a la perpetuación del ocultamiento de la gran mayoría de Colometas.

No puedo dejar de recordar en el año 77 un episodio que me conmovió. Yo era entonces responsable de organización del PC en Cantabria. Los mítines de la campaña electoral congregaban a muchas personas salidas de los desiertos de la pérdida de identidad del franquismo. El día siguiente a un mitin multitudinario en Torrelavega, contactaron conmigo unos paisanos muy preocupados por la ausencia de su pariente, un hombre entrado en años, que había acudido al mitin y no había regresado a casa. Días después compareció el desaparecido, que afectado por la euforia, conoció a una mujer con la que hizo un viaje imaginario al pasado. Todo se resolvió con un coito republicano, que supongo que le reconstituyó como persona viva.

Decía Juan Goytisolo que el franquismo había dejado una huella imposible de revertir. Esta radica en el temor extremo perpetuado durante tantos años que había instituido una forma sólida de autocensura, que se había incorporado a la persona. Estoy de acuerdo con esta afirmación, que he podido constatar en numerosas ocasiones. En general, esta adopta la forma de una despolitización activa, que ampara un distanciamiento de la política. Tras la constitución del 78, ésta adquiere otras cartas de naturaleza cargadas de sutilezas. Yo mismo la he experimentado repetidamente en distintos contextos.

Algunos axiomas del franquismo sobreviven tras su desaparición, adquiriendo la forma de ausencia de compromiso y proyección de todos los males y responsabilidades  a los políticos. Algunas películas de la época, principalmente de los Ozores, aunque recuerdo una en particular de Rafael Gil, Las autonosuyas, sintetizan muy certeramente estos discursos neofranquistas. La vitalidad de estos postulados, significa un freno para el posicionamiento público de muchos de los herederos de los antiguos republicanos, que practican un repliegue a una intimidad menos rígida que la de los tiempos duros. Estos procesos se manifiestan mediante un voto oculto muy considerable.

De ahí resulta un tipo de acción política acotada en el espacio público partidario, pero que no traspasa el dintel de este. Una persona es militante en los actos partidarios, pero se protege de sus vecinos o compañeros de trabajo mediante formas de ocultación muy sofisticadas. En la próxima entrada expondré mi propia experiencia personal en los entornos que he vivido. Así, Colometa no ha muerto ni ha sido rescatada de su tragedia. Muchas personas viven episodios de ocultamiento refinado, en el que las sutilezas adquieren proporciones monumentales. En este sentido, suelo afirmar que el franquismo no se ha extinguido. Su espíritu sigue vivo, planeando sobre muchos entornos. Como adelanto a la siguiente entrega, la universidad española es un lugar donde tiene lugar un ocultamiento y despolitización activa, que adquiere la categoría de arte sublime.

Un fortísimo beso para Colometa y para todos sus múltiples parientes y descendientes.




viernes, 25 de octubre de 2019

CHILE EN EL DÍA DE LA EXHUMACIÓN DE FRANCO


Las imágenes de la revuelta político-social que tiene lugar en Chile son elocuentes. Evidencian los efectos crecientes de la tendencia dualizadora en la estructura social, que desborda las instituciones políticas, y al estado neoliberal en particular. Del avance de la dualización se derivan cuantiosos sectores sociales no representados, o débilmente representados en el orden institucional. El resultado es la conformación de unas tensiones que terminan por estallar, produciéndose un conflicto abierto en las calles, en tanto que las instituciones no contienen ni las voces ni los intereses de los infrarrepresentados.

Aún a pesar de los déficits de las instituciones políticas, constituidas tras la dictadura de Pinochet, y que arrastran varias hipotecas de gran envergadura, en la sociedad civil, muchas organizaciones adoptan posiciones críticas con respecto a las actuaciones del poder político, pronunciándose a favor de la movilización, que comparece como el principal mecanismo de defensa de los marginados en las decisiones gubernamentales.  Los procesos de elaboración de políticas públicas se realizan bajo los cánones impuestos del entramado de nuevas instituciones globales de la gobernabilidad, que amparan a los expertos que sustentan soluciones que privilegian los intereses de los sectores sociales hegemónicos.

Me llaman poderosamente la atención los pronunciamientos públicos del colegio médico, que apoya la movilización inequívoca y públicamente, fusionando las demandas específicas del sector salud con las generales de los afectados por la semiexclusión de las políticas públicas privatizadoras. También la defensa, más allá de sus propias condiciones laborales, de las instituciones de asistencia sanitaria, atropelladas por la secuencia de decisiones gubernamentales referenciadas en el conocimiento emanado de la business class global, que los condena a su red asistencial a la condición de subsidiaria. Los dos videos son esclarecedores.




En España se vive una situación diferente, pero, en términos de procesos de la estructura social y el estado postbienestar, presentan algunos rasgos comunes. Pero la diferencia es abismal en cuanto a las organizaciones de la sociedad civil, y las profesionales en particular. Aquí sería insólito un pronunciamiento a favor de una movilización general. Las movilizaciones sectoriales del sector salud, tienen lugar en nombre de los intereses profesionales tangibles, minimizando el problema de la desinversión creciente en el sistema público. Los médicos y las enfermeras actúan estrictamente en el plano sectorial, desentendiéndose totalmente del entorno político y social.

Me parece pertinente remover esta cuestión, precisamente el día de la exhumación de Franco, para certificar que, efectivamente, todo se encontraba atado y bien atado, tal y como aseguró el dictador antes de su muerte. La transición política alumbró unas instituciones articuladas en torno a la constitución del 78, que sustituyó a las leyes fundamentales. Pero las nuevas instituciones se encuadraron en aquello que se denominó como “el consenso”, que implicaba una renuncia al conflicto como recurso para reestablecer equilibrios entre los distintos intereses sociales. El resultado es que los actores políticos, sociales e institucionales, recurren en exclusiva a las instituciones representativas para resolver las descompensaciones entre los intereses divergentes. De esta forma, los intereses fuertes, que se cimentan en las actuaciones de las corporaciones industriales y financieras, así como en los cuerpos de élite del estado, predominan sin oposición alguna en el territorio abrupto del nuevo estado.

La única alternativa para los intereses débiles, es la movilización y la convergencia entre las mismas. Pero La movilización social es puesta en una peculiar cuarentena. Esta tiene fijados unos límites precisos, que radican en lo estrictamente sectorial y reivindicativo. No existe ningún mecanismo de contestación a las políticas públicas generales. El precepto sagrado del consenso, implica una aceptación de facto de las soluciones avaladas por los expertos referenciados en la business class global. Cuando algún sector afectado replica las directrices estatales, es remitido al parlamento o sus clones autonómicos, que carecen de la capacidad de ser verdaderamente plurales.

La glorificación de esta forma de entender el consenso sacramental, implica otro efecto perverso de gran envergadura. Se trata de la petrificación de la constitución y las leyes. Cualquier propuesta de cambio que tope con este obstáculo es neutralizada contundentemente. La clase política y mediática se uniformiza en torno a la inmutabilidad de las normas imperantes. Tras un período de convulsión, que se corresponde a la entrada de Podemos en el parlamento, las aguas han vuelto a su cauce y las instituciones se cierran ante los problemas derivados de las mutaciones que se producen en la estructura social, que generan tensiones que terminan por expresarse en las calles.

En las movilizaciones se producen inevitablemente incidentes críticos, que denotan la exclusión política de algunos sectores sociales. Pero estos son interpretados por los medios como indeseables, sin atender a sus causas. Si se analiza cualquier movilización desde la perspectiva político-mediática, comparece inevitablemente una condena inequívoca del conflicto. Así se favorece la presentación de los conflictos a través de sus efectos indeseables, haciendo omisión de los factores que los producen. En una sociedad que relega progresivamente a muchos sectores sociales, la acumulación de tensión es inevitable.

Precisamente, en estos días, se ha podido contemplar el bochornoso espectáculo de la ocultación de las grandes movilizaciones derivadas del conflicto catalán, siendo sustituidas por la emisión del espectáculo de la violencia callejera subsidiaria. Horas y horas de emisión morbosa, con el protagonismo creciente de expertos en seguridad –algunos con cara de malos, al estilo de los psiquiatras mediáticos que comentan los crímenes-. De esta suplantación de la realidad resulta un relato que favorece el miedo como factor de consenso, en tanto que los encapuchados constituyen la imagen perfecta del enemigo oculto. 

Termino regresando a Chile. El video que presento sería imposible en España. Imagino los comentarios de las televisiones españolas si tuviera lugar una movilización análoga aquí. Las cámaras buscarían los episodios que pudieran ser calificados como disturbios, para desvanecerse el análisis del conflicto en términos políticos, económicos y sociológicos. Siempre ha ocurrido en las huelgas generales, que han terminado magnificando algún incidente. De ahí el valor de las palabras de Mirna Schindler. Escuchándola me he preguntado si sería posible importar gente de esta categoría ética y profesional. Como los médicos del colegio médico.


Un fuerte y cálido abrazo para todos los chilenos infrarrepresentados. Y una advertencia a los españoles bloqueados y confundidos por la información que reciben procedente del complejo político del consenso: No pocas piezas de la forma de gobierno de Franco, continúan muy vivas. Una de ellas es la consideración de que el consenso se encuentra por encima de la satisfacción de los intereses de las partes. No, eso no es democracia, sino todo lo contrario.

Añado este video que sintetiza la voz de los infrarepresentados

 

domingo, 20 de octubre de 2019

SU MAJESTAD EL SOFÁ


Las distintas líneas de cambio que se evidencian en los últimos años, y que configuran el presente, convergen entre sí generando un espacio privilegiado para la vida: el sofá, así como otros catres semejantes. El novísimo sujeto contemporáneo es un compulsivo devorador de ficciones audiovisuales, que le retienen en el sofá un tiempo muy considerable de la cotidianeidad. La expansión de las plataformas digitales es el factor más decisivo de reestructuración de la vida cotidiana, configurando un nuevo arquetipo personal. Esta transformación radical incide en todas las esferas de la sociedad. De este modo, catres y pantallas se apoderan gradualmente de todos los espacios, y del doméstico en particular, configurando al hiperespectador contemporáneo, que sobre y frente a ellas se asienta.

La oferta audiovisual se multiplica, alcanzando un umbral en el que el exceso desborda las capacidades y los tiempos de recepción de los aguerridos espectadores, que tienen la facultad de elegir, seleccionar y administrar su creciente tiempo requerido por la nueva obligación audiovisual. La vida social deviene en un creciente tráfico de imágenes, productos audiovisuales varios, pelis y series, del que se derivan procesos sociales de intercambio, en los que las personas son influenciadas. Estos se caracterizan por una intensidad y una velocidad inéditas. El ecosistema audiovisual se multiplica, agitando los mundos sociales, que producen presiones sobre los nuevos héroes que desde sus sofás deben ejecutar sus decisiones soberanamente, pero condicionados por los persuasores múltiples.

La vida cotidiana se remodela drásticamente, de modo que cada cual tiene que gestionar sus consumos audiovisuales, de modo que acredite ante los demás sus facultades de espectador solvente y cumplidor. El único modo posible de cumplir estas obligaciones sociales, es el de rescatar tiempos procedentes de otras actividades o reconvertir aquellos en los que sea posible simultanear las actividades. Así, el declive de la cocina se hace patente, así como el del paseo, el ocio sin objetivo, la compra ejecutada tras un pausado deambular por las zonas comerciales, la participación en actividades sociales cara a cara, y otras. El sujeto espectador tiene que dedicar sus energías para cumplimentar los deberes derivados del nuevo mandato postmediático.

Así, el encierro doméstico que se consumó con la consolidación de la televisión, experimenta un salto considerable, adquiriendo una naturaleza diferente. Aquella era vista colectivamente, en la familia. Aquél tiempo de una sola pantalla que se ofrece a varias personas, es desbordado por la multiplicación de las pantallas, que terminan por exceder a las personas congregadas bajo los techos del hogar doméstico. La sociedad mediática de una pantalla por hogar, cede el paso a la realidad postmediática en la que el equipamiento familiar incluye distintos dispositivos: televisores, ordenadores de mesa, portátiles, tablets, smartphones, playstation, iPad, iPhone y otros.

La proliferación de empresas que suministran contenidos, al tiempo que dispositivos de recepción, impulsa una individualización extrema, en la que cada cual se recluye en un espacio específico para satisfacer sus obligaciones específicas audiovisuales. El viejo sofá familiar, ubicado en la sala frente a la pantalla única, da lugar a la dispersión de los catres en los que asentar las posaderas para ejercer la sagrada condición de espectador soberano. Así se configura una nueva socialidad, muy diferenciada de la que prevalecía en la sociedad mediática histórica de la televisión.

La multiplicación prodigiosa de las pantallas y los catres, tiene como consecuencia la configuración de un encierro doméstico amable, en el que cada cual ejerce como soberano erguido sobre su culo asentado en el sofá. Cada uno se siente libre para buscar, merodear por la oferta infinita, descubrir, experimentar, visualizar y comentar con las personas conectadas, que en este tiempo postmediático son sus contactos, que comparecen sin descanso en la pantalla del móvil, solicitando atención y respuesta. El ser social hiperconectado del presente, alterna su anclaje en el sofá doméstico, con su movilidad corporal en el exterior del mismo, en el que la pantalla de su móvil le estimula y le reclama compulsivamente.

El sujeto hiperespectador enraizado en su catre doméstico debe ser capaz para seleccionar entre los siguientes contenidos: la televisión generalista, portadora de las efervescencias de la actualidad; las plataformas digitales, con su catarata incesante de pelis y series; el planeta de la música que solicita a cada uno por distintos canales; el deporte ubicuo, en el que el fútbol se constituye en divinidad; los videojuegos prodigiosos que consuman un simulacro del hacer; el planeta youtube, que expande sus contenidos prodigiosamente. El sumatorio de los argumentos presentes en estos artilugios, reconstituye el fondo de la vida social. Cada cual selecciona continuamente, y, mediante su condición social de emisor y receptor de mensajes cortos, intercambia con los demás, construyendo un relato sobre su vida, que tiene que renovar constantemente en tan compulsiva vida social, deviniendo así en un activista y gestor del sí mismo social, que comparece ante el inapelable tribunal de los contactos y seguidores de la videoesfera.

De estas actividades resulta un ser social que compatibiliza su estricta soledad, con los deberes compulsivos derivados de la hiperconexión, de los que debe conseguir y renovar el imperativo social de su propia aprobación. El héroe del sofá es un activista constreñido por los exigentes requerimientos sociales de su mundo virtual. La posibilidad del descanso o de la pausa se encuentra excluida en ese agitado mundo social. El sujeto digitalizado tiene que adecuarse a su medio, que le envía estímulos permanentemente. La oferta de incitaciones no tiene límite, de modo que desborda la capacidad de recepción. La persona hiperestimulada siempre se encuentra corriendo tras sus obligaciones sociales de respuesta e intercambio sin fin.

En este sentido, el nuevo encierro doméstico implica, inevitablemente, la transferencia de tiempos cotidianos hacia el tiempo de recepción audiovisual. Asentado sobre el sofá, cada uno debe minimizar muchas de las actividades de la vida cotidiana. La reducción de tiempo de cocina, de tareas domésticas, de relaciones sin finalidad, de afectos compartidos, de momentos vividos en común, parece ineludible. Me pregunto acerca de cómo folla el hiperespectador. Me asalta la idea de que se recortan los tiempos, de modo que se establecen como intervalos o pausas entre dos capítulos, pelis, partidos, programas de éxito y otros contenidos.

El encierro doméstico contemporáneo genera un nuevo complejo industrial para abastecer a los instalados en el sofá. Amazon lidera la compra on line, reduciendo el tiempo de compra convencional. Las empresas de comida a domicilio abastecen a los disciplinados espectadores, Deliveroo y otros se expanden para alimentar a los batallones anclados sobre los catres atentos a los eventos mediáticos. Tras la expansión de Telepizza, todos han ido sumándose a este próspero sector. Ikea construye un imperio sobre el diseño de los entornos de los sofás. Netflix, Movistar y otros, conforman el suministro de contenidos a los encerrados.. La industria de la alimentación desarrolla una potente oferta de comidas elaboradas o semielaboradas. La construcción se adapta al nuevo hogar sumatorio de espacios autónomos, regidos por el principio de cada cual en su catre, sancionando el declive de los espacios comunes. Las dimensiones de este complejo industrial son estratosféricas, significando una parte sustancial de la nueva economía.

Los ubicados en los sofás tienen que responder, además,  a las conminaciones para cumplir con las exigentes normas corporales. De este modo la actividad física deviene en un ingrediente imprescindible. La programación rigurosa rige también en este espacio cotidiano. Es menester reducir el tiempo intensificando y concentrando la actividad. De ahí la expansión de los gimnasios, en los que los héroes de los sofás queman las calorías y modelan sus cuerpos frente a los espejos, en espera de asemejarse a los héroes que pueblan las ficciones y los espectáculos. Los gimnasios son los únicos espacios en los que los sujetos contemporáneos se desentienden voluntariamente de sus móviles. También la bici, que maximiza el esfuerzo acortando tiempo.

Sobre la preponderancia entre la alternancia entre los tiempos del sofá y las movilidades compulsivas y concentradas, se asienta una sociedad completamente nueva: la sociedad del espectáculo. En esta todo queda subordinado a los relatos audiovisuales que se renuevan en las pantallas, produciendo emociones compartidas que adquieren su minuto de gloria. Así la política o las causas sociales. Estas consisten en explotar su presencia en un momento glorioso en el que comparecen ante los espectadores, para, inmediatamente después, retornar a su estatuto de candidata a una nueva comparecencia.

La sociedad del sofá (espectáculo) implica la consagración de una persona-átomo social, rigurosamente movilizada, dirigida desde el exterior y modelada por su actividad constante. El declive de la lectura, la reflexión, y, por ende, de la educación, se hace patente. El aula deviene en una situación dramática. Recuerdo mis tiempos de profesor, en los que el peor castigo consistía en asignar una clase a las nueve de la mañana. Esa es la hora de la resaca audiovisual de los devoradores de ficciones. La disciplina característica de esta obsoleta forma social es desbordada por el tiempo administrado por el propio sujeto, que consagra la noche como tiempo en el que su consumo audiovisual solo disputa con algo tan desamparado como es el sueño.

Sí, efectivamente esta es una civilización en la que el catre desempeña un papel crecientemente importante. La pregunta más impertinente que se puede formular a cada uno es ¿cuánto tiempo diario total dedicas al visionado audiovisual? Esta es turbadora para la mayoría de las gentes, porque la respuesta es muy fuerte. Que cada cual haga sus cuentas. El aspecto más crítico es que el sofá implica una disposición corporal en la que se sobrepone el flotar. Los sujetos contemporáneos de la sociedad del espectáculo son seres flotantes sobre sus catres. Todo lo que flota termina adquiriendo la carta de naturaleza del náufrago, esto es inevitable. Así se hacen inteligibles muchas cosas que desde otra perspectiva tienen difícil explicación.

miércoles, 16 de octubre de 2019

LA APOTEOSIS DEL FRAUDE DIGITAL


Resulta que recibo por WhatsApp un video con el siguiente texto:

La película egipcia «L’ALTRA PAR», que duró solo 2 minutos, ganó el premio al mejor cortometraje en el Festival de Cine. El director tiene 20 años. La película describe cómo las personas se aíslan en la tecnología y olvidan una de las mejores cosas de la vida, la convivencia humana con el amor y la hermandad.



He buscado el origen del video, en tanto que quería saber cuál era el Festival de Cine, así como el autor. He encontrado una página en la que desvela el entuerto. Se trata de Convulsĭo, Agenda ocio-cultural de Asturias.  https://convuls.io/el-otro-par-de-mentiras/  En ella se detalla el origen de este video, que es una página venezolana Corporate Byte, caracterizada por hacer circular fake news. Así se explica la información incompleta y confusa.

En la página de Convulsĭo, se detalla su investigación al respecto. En esta descubre que una revista italiana Il Secolo XIX, desvela la falsedad de este video y sugiere que el título se corresponde con otro video de una campaña de publicidad de una cadena de supermercados canadienses en 2017.



Siguiendo la investigación de Convulsĭo, termina por encontrar un corto con el título de The Other Pair, que corresponde a una joven directora egipcia, Sarah Rozik, y se exhibió en el Festival de cine femenino de El Cairo. Este video no tiene desperdicio.

Que cada cual saque sus propias conclusiones, pero una gran parte de información que recorre las redes es una manifiesta falsificación. La verdad, en este tiempo, se encuentra severamente amenazada, y la opacidad alcanza dimensiones macroscópicas. Cada cual, para no ser manipulado, necesita tener competencias contra el fraude que alcanzan dimensiones heroicas. En mi caso, además de disfrutar de estos videos, he reactivado mis defensas contra la manipulación, y he conocido a
Convulsĭo.

domingo, 13 de octubre de 2019

ELOGIO Y REMEMORACIÓN DE ARTURO MORA






(Arturo es el que está abajo en la izquierda y el que está de perfil en el patio de Carabanchel)


Desde el comienzo de este blog, en el final del 2012, tengo en la cabeza esta entrada, que he ido posponiendo por distintas circunstancias. Al escribirla, libero a mi conciencia de una carga, en tanto que fui copartícipe en un acoso político a un militante antifranquista del mayor rango posible: Arturo Mora. Este es un episodio vinculado a lo que se denomina como “estalinismo”, término que implica una significación equívoca,  en tanto que las prácticas organizativas que lo caracterizan, tienen lugar, tanto en todas las organizaciones comunistas de antes, durante y después del mismo, como en todos los partidos políticos del postftanquismo, sin excepción alguna. Escribiendo este texto he removido mi memoria, pero el presente me ha enviado una señal inequívoca acerca de la persistencia de estas prácticas, con el nombre de Clara Serra.

Arturo Mora fue un estudiante de Ingenieros Industriales en los años sesenta-setenta, con el que compartí militancia y cárcel. Recientemente, ha vuelto a la memoria colectiva de modo fugaz, en tanto que fue el organizador del célebre concierto de Raimon en 1968 en la Universidad Complutense. En el concierto reciente de conmemoración del mismo, Raimon preguntó públicamente por él. Arturo murió en 1978 en un accidente de circulación. Ninguna voz de los entonces recién llegados a las nuevas instituciones, evocó a su persona y su presencia en los años duros de la oposición.

 Su importante contribución a la oposición antifranquista en la universidad, no ha dejado rastros en internet, en tanto que la oposición al franquismo de ese tiempo era ineludiblemente ágrafa. Solo permanece en el recuerdo de los que compartimos sus actividades, en tanto que su exclusión política del PCE lo ha expulsado de la memoria colectiva. En el mes de agosto de este año, Jesús Ortiz, en un artículo en la edición de Cantabria del diario.es, evoca su figura y cuenta su historia. Las dos fotografías que aparecen aquí, son de esta fuente. Así, su historia es común a la de no pocos antifranquistas, emparedados fatalmente entre el furor del régimen y la máquina homogeneizadora de la oposición -principalmente comunista-, que los ha eliminado cruelmente de toda referencia.

He escrito en este blog dos textos sobre personas relevantes del antifranquismo, Pilar Bravo y Enrique Curiel. En ambos casos se encuentran en estado de omisión inducida por sus acompañantes en ese  tiempo, centrados ahora  en la sobrevivencia, que se renueva día a día, en el que cualquier interrogante del pasado puede ser utilizado por los compañeros depredadores, amenazando sus posiciones. Pero la relevancia pública de ambos, obtenida en los primeros años del postfranquismo, no ha podido ser totalmente borrada. El caso de Arturo es distinto. Al fallecer el 78 no pudo desarrollar actividad pública alguna. Por eso ha sido más fácil silenciarlo. Este texto es una invitación a los que fueron testigos de su militancia a decir algo al respecto, contribuyendo a su rehabilitación pública.

Arturo era un activista estudiantil muy relevante desde los años inmediatamente anteriores a 1968. Era el delegado de la Escuela de Ingenieros Industriales y mantenía una actividad intensa y permanente. Era una persona manifiestamente inteligente y brillante. Era reconocido como una de las personas más influyentes del movimiento estudiantil de la época. Sus actividades denotaban una inteligencia creativa muy considerable, que favorecían las múltiples iniciativas que desarrolló en este tiempo. Su sólido compromiso con el antifranquismo, le confería una reputación muy cuantiosa entre los estudiantes y las personas participantes en el mundo de la oposición.

Era militante del partido comunista y responsable de una célula muy numerosa e influyente en su escuela. Pero nunca fue incorporado al comité universitario, que dirigía Pilar Bravo. Arturo era una persona muy valiosa, difícil de encuadrar en el rígido orden militante de la época. Siempre persistió en conservar su autonomía personal y se distanciaba de los fervores corales que se derivaban del funcionamiento de la organización. En este sentido, era una persona sumamente incómoda, en tanto que tomaba decisiones según sus propias valoraciones. Estas le reportaban un gran prestigio que se contraponía con la cuarentena suavizada que le imponía el partido.

El partido funcionaba según una versión del modelo del centralismo democrático. Este se sustentaba en el papel del comité universitario. La metodología imperante en el mismo se fundaba en priorizar lo general sobre lo particular. En las reuniones se privilegiaba el análisis de la situación general del país. La responsable,  Pilar Bravo, transmitía una información completa acerca de las contingencias políticas y las actuaciones de los movimientos sociales. Se analizaban las distintas luchas sindicales y ciudadanas. El conjunto de la información era muy exhaustiva y elaborada, pero estaba basada en un inevitable sesgo que sobrevaloraba las actuaciones de la oposición y ocultaba la correlación de fuerzas real.

Tras discutir la información se pasaba al análisis de la situación en la universidad y en los distintos centros. Después se programaban las distintas estrategias y acciones. En este sentido, esta metodología fomentaba las capacidades de los distintos dirigentes de los centros. Se puede afirmar que era una organización dotada de competencias manifiestamente más operativas que las de otras organizaciones del partido, más anquilosadas. La íntima relación con un movimiento tan rico y pluralista, como el estudiantil, estimulaba la aptitud de la organización en su capacidad para alcanzar objetivos.

Pero el envés del centralismo democrático, radicaba en su estricto dogmatismo. Cualquiera que expresara sus dudas u objeciones con respecto a la información o las directrices, era severamente cuestionado y desplazado. En este tiempo pude ser testigo de no pocas sanciones, algunas de ellas sutiles, de gentes valiosas. Este sistema generó un efecto perverso, que consistía en la paradoja de la exigencia de dirigentes en los centros avalados por sus capacidades, pero que simultaneasen su eficacia con una disciplina férrea. Así se generaba un estado de aceptación de la información, que devenía en un dogma, lo cual suponía un acotamiento de la inteligencia difícil de gestionar en un tiempo largo.

Este sistema forjó a muchos dirigentes dotados de la capacidad de aportar a la información oficial, añadiendo argumentos y mejorando sus formas, pero cuidando de omitir cualquier objeción. Se trataba de una creatividad encauzada, enmarcada en el interior de unas fronteras rígidas insalvables.  Este sistema de inteligencia simultáneamente requerida y restringida, constituyó uno de los factores decisivos en la posterior crisis del partido, que explosionó tras las primeras elecciones generales, perpetuándose acumulativamente hasta su final, en las elecciones del 82.  En esos años, las reservas de fe y adhesión inquebrantable se consumieron velozmente, consumando una desertificación de la inteligencia que tuvo efectos letales en el devenir partidario.

En este orden interno, Arturo fue continuamente cuestionado, en tanto que no aceptaba de facto la integralidad de las orientaciones del comité, y mantenía el principio de autonomía de su centro, donde se desarrollaban actividades programadas y decididas por ellos mismos. Así se forjó la tensión asociada a su personalidad autónoma, que nunca llegó a explotar, pero que se mantuvo en el tiempo, incubando así un conflicto latente, que estaba presente en la organización. Así se constituyó el caso de Arturo Mora, que se puede definir en la contraposición existente entre la creciente importancia de su figura como líder estudiantil, y su bloqueo permanente en la organización del partido.

En estos años me encontré con él en muchas actividades. Tuve la oportunidad de constatar la solidez de su anclaje en la escuela. Nuestra relación personal siempre fue buena, pero nuestras reservas eran mutuas, interfiriendo la calidad de esta. Había hablado con Pilar varias veces sobre su situación, en las que se manifestó el estigma asociado a su persona. Me sorprendía que no estuviera en el comité, dado su influencia y la fortaleza de la célula que dirigía. El conflicto latente permanente con Arturo, no llegó a estallar por la gran inteligencia de Carlos Alonso Zaldívar, que era responsable en Ingenieros Aeronáuticos y persona clave en el comité, que actuó de mediador en distintas ocasiones con su buen hacer.

Mi último encuentro con él fue en la prisión de Carabanchel. No recuerdo bien si fue en una estancia entre enero y mayo del 71, o en otra desde febrero a septiembre del 72. Arturo había abandonado el partido tras varios años de desencuentros y bloqueos. Pero su presencia en la comunidad de presos políticos era muy intensa, debido a su personalidad y liderazgo. Se mantenía al margen de las actividades políticas, pero desarrollaba múltiples iniciativas y desempeñaba un relevante papel en la interlocución entre presos pertenecientes a las distintas fuerzas políticas, así como en la acogida a los independientes. Recuerdo que, entre otras actividades, dirigía sesiones de gimnasia. Todavía realizo algunos ejercicios que aprendí en las mismas.

La tercera galería de Carabanchel albergaba a la mayor parte de presos políticos. En la sexta galería permanecía un grupo de dirigentes del PCE y de Comisiones Obreras. Las condiciones de la prisión eran moderadamente confortables en relación al pasado, en tanto que se habían conseguido mediante sucesivos conflictos, huelgas de hambre, acciones legales de los abogados y un cambio sustancial en la situación política general, que otorgaba a la oposición un estatuto de mayor respetabilidad. Se disponía de una celda-comedor, en la que se servían los desayunos y comidas; una celda biblioteca, en la que se encontraban varios cientos de libros; un patio exclusivo para los presos políticos, unas duchas en buen estadoy algún extra en las celdas.

En esta galería se acumulaban los presos preventivos de Madrid –estudiantes, sindicalistas, miembros del PCE, militantes de organizaciones marxistas-leninistas y trotskistas, algunos independientes- , el grupo de vascos de la ETA, y los de distintas provincias, trasladados allí para su juicio en el Tribunal de Orden Público. Se había constituido una comuna, en la que se incluían todos los presos políticos. Tanto la comida que enviaban las familias, como el dinero, eran donados a la comuna, siendo  administrados colectivamente. Esta funcionaba razonablemente bien, de modo que la unidad se sobreponía a las diferencias entre distintas organizaciones, siendo el clima más que aceptable.

Los presos políticos compartíamos una identidad específica, fundada en la negación de los delitos que el régimen autoritario nos atribuía. En este sentido, existía una conciencia que marcaba una rígida frontera con los presos comunes. No había relación alguna con ellos, a pesar de la contigüidad espacial. Las instalaciones exclusivas facilitaban este apartheid. La idea de separación se encontraba muy arraigada y generaba una conciencia de casta exclusiva, que los mismos funcionarios contribuían a reforzar mediante un trato especial.

Arturo mantenía una integración activa en las cuestiones de mantenimiento, organización y vida cotidiana en la comuna, pero sabía mantener las distancias políticas, sobre todo con los miembros del partido, que éramos el contingente mayoritario. Para algunos estudiantes de clase media, cuyas familias eran extrañas a la resistencia a la dictadura, la madre de Arturo, junto a otras mujeres, desempeñaba un papel de socialización de los familiares. Mi madre, al principio me traía algunas delicias gastronómicas de uso individual. Las veteranas le enseñaron a modificar sus aportaciones, con productos de uso general.

Pero, aún a pesar de su presencia discreta en las actividades “político-culturales”, persistía un rencor latente a su figura, en tanto que persona independiente, marcada por la condición de “ex”, y portador de unas cualidades que le conferían un papel interlocutor entre presos de distintas organizaciones. El factor más singular de la vida de Arturo en este encierro, fue que rompió la pauta sagrada del apartheid con los presos comunes. Cultivaba relaciones con distintas personas, entre ellos varios chicos que estaban allí por tráfico de drogas. Todos los días pasaba la frontera invisible, para conversar con personas del otro lado.

Ahora voy a contar un acontecimiento doloroso. Yo pertenecía al comité del partido en la tercera galería. En este, se encontraban presentes algunos militantes con cierto abolengo, muy diferentes a los de la organización universitaria, en lo que se refiere a un sectarismo más acentuado. De esta forma, el caso Arturo Mora adquirió una naturaleza nueva. La tensión latente se fue incrementando, hasta que llegó una información confidencial que afirmaba que recibía una pequeña cantidad de dinero para su uso personal, por medio de un preso común. Él era uno de los mayores contribuyentes a la comuna, tanto en dinero como en comida, debido a la experiencia de su madre, que conseguía aportaciones adicionales. Creo recordar que su padre estuvo en la cárcel en los años de plomo debido a su posición anarquista.

Esta información desencadenó una tormenta, en tanto que catalizó el rencor latente, activando el estigma político asociado a su persona. En distintas situaciones y organizaciones me he encontrado con el problema de los chivatazos y los chivatos. En un medio homogéneo y cerrado, una información  confidencial convierte el imaginario del grupo en un volcán activo. En los largos años de cárcel y clandestinidad se han producido muchas situaciones así, que se resuelven mediante el cierre del grupo, que activa sus defensas frente al identificado como enemigo interior.

En este caso se decidió investigar esta información mediante su vigilancia en las horas posteriores a las visitas. Se asignó la tarea a personas adecuadas por su bajo perfil. No se pudo confirmar la información, pero la imaginación punitiva se había desatado y se hacían interpretaciones desmesuradas con respecto a sus relaciones con presos comunes. Se decidió convocar una asamblea de la comuna para denunciarlo y proponer su expulsión. En el proceso de esta decisión, tuvieron un papel primordial algunos dirigentes que habían participado en sus anteriores condenas en procesos análogos. Pero, según pasaban los días, crecían las dudas entre distintos miembros del comité, entre los que me encontraba.

Al final, la asamblea fue convocada, pero, en las consultas previas con miembros de otros partidos, el argumento no tuvo aceptación y suscitó rechazos. Al final se presentó en la reunión, pero la acusación adoptó una forma de insinuación, al carecer de pruebas avaladas. La reacción adversa fue muy considerable, sobre todo por parte de algunos miembros relevantes de esta comunidad. Creo recordar, aunque no estoy totalmente seguro, que personas del peso de Vicente Llamazares, dirigente estatal de comisiones obreras, y Luciano Rincón, un escritor independiente, colaborador de Ruedo Ibérico, se opusieron vivamente, de modo que se diluyó la acusación.

Lo que sí recuerdo nítidamente es el impacto que causó en Arturo. Su rostro lo acusó manifiestamente. Así adquiría la condición del club de los doblemente vigilados y perseguidos, así como víctima de la terrible enfermedad del sectarismo, cuya culminación es la práctica de la caza de brujas. Tras salir de la cárcel no volví a saber de él. Yo mismo tuve que vivir un episodio de ruptura con el PCE, en el que el método de exclusión era el mismo, evidenciando la perfección de esa máquina de excluir tan eficaz. En el artículo de Jesús Ortiz, se afirma que su ruptura con la izquierda propició un giro hacia posiciones de centro. No me extraña nada.

Arturo, te expreso públicamente mi reconocimiento a tu figura y aportación. También mis disculpas, pues participé en la decisión de vigilarte. Fuiste de lo mejor de nuestra oscura generación. Tu prematura desaparición te ha liberado de la visión de las trayectorias de muchos de aquellos que nos convocó y unió la oposición a la dictadura autoritaria. No pocas de ellas han resultado fatales, desde cualquier perspectiva desde la que se contemplen.  Un fuerte abrazo