viernes, 9 de agosto de 2019

LA INSTITUCIÓN IMAGINARIA DEL REAL MADRID


El Real Madrid es una institución central en la sociedad española, más allá del fútbol mismo. Las significaciones de sus éxitos deportivos se enraízan en el imaginario colectivo.  Este club representa la paradoja de asumir de facto la identidad de su rival histórico, el Barça, que se reivindica como “más que un club”. Esta aseveración es importada en su integridad por el club merengue, configurando una extraña pareja que instala en el imaginario deportivo su competición eterna. Sus logros deportivos son interpretados como los símbolos de la nación. Estos constituyen una leyenda que se recrea con cada victoria. Además, significa un vínculo fuerte entre tiempos históricos: La apoteosis en blanco y negro de las copas de Europa en el franquismo, y el frenesí en las últimas ediciones de la Champions en las pantallas múltiples de la sociedad postmediática.

De esta preponderancia simbólica-nacional resulta su dominio en el fútbol español. Los demás rivales solo pueden vencerle ocasionalmente, en tanto que se encuentran subordinados  imaginariamente al mismo, en tanto que representante de la partitura de las esencias patrias. De esta hegemonía resulta un conjunto de ventajas estructurales sobre sus rivales, que se ubican en todas las esferas: las instituciones deportivas; las instancias arbitrales; el poder político y judicial;  pero, sobre todo, en los medios de comunicación, que construyen la narrativa de su superioridad, con independencia de los resultados que obtenga. El Madrid se encuentra “por encima” de la realidad deportiva. Detenta el estatuto de lo intrínsecamente español, más allá de su ciudad de referencia.  

Soy un futbolero acreditado. Jugué de joven y me gusta mucho el buen fútbol. He discutido en numerosas ocasiones con gentes que piensan que este se practica con los pies. Admiro las cabezas capaces de imaginar jugadas en un tiempo fulgurante. Entre mis favoritos resalta el admirado Xavi Hernández. Sus pases largos eran prodigiosos, en términos de inteligencia, para abrir el espacio realizando combinaciones asombrosas. Era capaz de desactivar cualquier sistema defensivo rompiendo las líneas con un pase inesperado.

En los términos que lo estoy planteando, parece inevitable mi disidencia futbolística. Desde muy jovencito soy culé convicto y confeso. Mi adscripción al Barça fue inevitable, y en ella pesan, obviamente,  las razones  extrafutbolísticas. Mi rechazo a las ventajas ostentosas del Madrid fue creciendo con el paso de los años. Esta experiencia me ha llevado a comprender las implicaciones extradeportivas del club merengue. En mi intimidad lo defino como la última forma póstuma del Movimiento Nacional, que tanto me castigó en mis tiempos adolescentes. Ser del Barça implica una forma de oposición al relato imaginario de la España tradicional. En los largos años del postfranquismo, en los que imperaba el consenso, una fórmula que neutralizaba eficazmente cualquier discurso crítico, el fútbol fue la única forma de expresar mi disconformidad con la situación. Así se construía un juego semántico extraño cargado de sutilezas. A los amigos que eran progresistas y del Madrid, siempre les reprochaba esta contradicción palpable.

En los largos años de dominación deportiva del Real, tuvimos que sobrellevar las ventajas permanentes que se derivaban de su preponderancia política y simbólica y su condición imaginaria central. Pero, desde la llegada de Cruyff como entrenador, la situación deportiva se ha ido invirtiendo. En los últimos veinte años, el Barça domina incuestionablemente en lo deportivo. Las cifras son elocuentes. Desde la emergencia de la generación de Messi la superioridad es manifiesta. En los últimos diez años la relación de títulos entre ambos es de más del doble a favor del Barça. Pero, además, los culés han protagonizado una revolución futbolística que ha modificado los sistemas de juego, y que ha tenido un impacto global. Se han constituido en una leyenda futbolística.

Desde estas coordenadas pueden leerse las contundentes victorias de los culés en los clásicos de los últimos años. Los 2-6, o 5-0 y similares, han sido vividos como un resarcimiento de las penurias de los largos años grises, en los que prevalecía el poder blanco. Cada derrota rotunda constituye un acontecimiento en el que, por debajo de las celebraciones deportivas, se festeja la humillación a un poderoso venido a menos. En los rituales festivos se asoman elementos de crítica que trascienden lo futbolístico. Me gusta decir, cuando estoy gracioso, que cada paliza futbolística al Madrid genera una parodia que contiene algunos elementos de la revolución francesa, que nunca se realizó en el país imaginario España. Se trata de conmemorar la caída provisional de un poderoso arbitrario situado por encima de los demás. En este sentido, el Real Madrid es una entidad que se asemeja a la monarquía, la aristocracia, y otras formas de dominio permanente establecido.

El declive de la hegemonía del Real Madrid tiene una respuesta peculiar desde la dirección del club. En tanto que los denodados y furiosos intentos de recuperarse en o deportivo apenas son perceptibles, se privilegia la actuación sobre el sistema mediático, de modo que se fabrique un relato que atenúe la decadencia. Así, un conjunto de medios y programas deportivos, reinterpretan los resultados, de modo que minimicen los éxitos culés y ensalcen los merengues. De esta forma, la prensa deportiva, bajo la batuta de Florentino Pérez, construye una narrativa que constituye una obra de arte fantasiosa, en la que el guion devalúa los títulos nacionales acaparados por el Barça; exalta la Champions, único título conseguido en las últimas ediciones; sobrevalora los títulos individuales a jugadores, que se dirimen por votación de los periodistas; y desestiman los títulos individuales obtenidos por indicadores objetivos, tal y como es la Bota de Oro, el Pichichi o el portero menos goleado.

De este modo se conjura el fantasma del declive mediante una manipulación mediática que alcanza cotas inimaginables. Así se construye una competición entre Messi y Christiano Ronaldo, en la que este es manifiestamente favorecido por los votantes, que pertenecen a la prensa deportiva. En la última edición, siendo Messi Bota de Oro europea y ganador de Liga y Copa, fue desplazado por Modric, que ganó el trofeo respaldado por los votos de los fantasiosos informadores. En este caso, se puede confirmar la validez de la frase de que “todas las comparaciones son odiosas”. Esta contienda entre figuras oculta la verdad de que el ciclo ascendente del Barça no ha concluido, tal y como anuncian cada vez que pierde un partido.

La manipulación mediática se encuentra en su edad de oro. Los periodistas sobrecogedores actúan a la inversa de los científicos. Se toman la libertad total de seleccionar arbitrariamente los hechos y los indicadores para cada ocasión. Así, el foco se pone sobre Messi, afirmando que no ha ganado con Argentina el mundial. Este es el criterio válido que se sobrepone a sus 33 títulos conseguidos con el Barça. Recuerdo que hace dos temporadas, el Barça ganó la Liga perdiendo solo el partido final, cuando ya eran campeones. Esta proeza pasó desapercibida a los comentaristas, así como el papel de Messi, sublime jornada tras jornada, siendo Pichichi y Bota de Oro europeo con una ventaja escandalosa. Pero cuando fue derrotado por la Roma estrepitosamente, se conjuró sobre él una crítica demoledora, atribuyéndole la responsabilidad del desastre. Recuerdo el comentario de Carreño, de la cadena SER, que decía que la temporada para Messi había sido desastrosa. Esta historia se ha repetido la última edición, en esta ocasión frente al Liverpool, con el inefable Carreño haciendo el mismo comentario.

El fútbol es una actividad en la que el azar desempeña un papel incuestionable. Así, la división mediática del Madrid actúa en espera de que la suerte pueda favorecer la monumental obra de inversión de la realidad que escenifican permanentemente. Este juego propicia la explosión de sentimientos y emociones colectivas de las hinchadas. Estas representan a un público incondicional, que se adhiere al club de forma incondicional. De estas actividades resulta la construcción de héroes de quita y pon y la producción de idolatrías. Estos procesos terminan activando unos niveles de infantilización clamorosos. Ser aficionado representa un momento de regresión infantil que se renueva en cada episodio. Los resultados crean estados de euforia o depresión, tras los que se regresa a la vida cotidiana recuperando los atributos de un adulto. En esta cuestión hablo en primera persona.

Por eso no es casual que en el fútbol se ensayen métodos y formas de control que se exportan a la política y otras esferas. Las campañas electorales son el espejo de la futbolización. La sociedad postmediática, representada en una combinación de las televisiones y las redes, mediante la multiplicación de las pantallas, supone la plenitud del fútbol. Millones de hinchas intercambian mensajes-alaridos creando estados de movilización de emociones que pueden llegar al delirio. Sergio Ramos tiene 16,3 millones de seguidores en twitter. No me ha interesado saber cuántos en Instagran. El Real Madrid 32,7 millones de seguidores y el ínclito Pedrerol casi un millón.

Estas condiciones hacen factible la manipulación mediática de la realidad. La desaparición del declive del Madrid puede invertirse mediante una metamorfosis programada. Cuando algún gol sublime de Messi tiene lugar, las teles recuperan las imágenes de otros goles de héroes blancos del pasado, para pasarlos repetidas veces solicitando una votación acerca de cuál es mejor. Para explicar elocuentemente lo que es la postmodernidad, he recurrido en varias ocasiones al fútbol. La masa infantilizada es estimulada por las golosinas audiovisuales de sucesivos goles e imágenes de jugadas brillantes de copiar y pegar. Así, cuando acude a un estadio tiende a defraudarse por el tiempo que se tarda en incubar una jugada o gol real, que después es convertido en un spot que se visualiza millones de veces en Youtube y otros canales.

Mi pronóstico es que, en ausencia de transformaciones tangibles en lo económico, social y cultural, que nos liberen del dominio de la simbiosis entre las élites nacionales y las globales, tendré que retornar por un momento a la infancia cada domingo, para esperar a una derrota del Real que me restituya imaginariamente a la vivencia gozosa de la afrenta a un poderoso. La mañana del lunes significa el regreso a la realidad, en la que me encuentro sitiado por los medios que tratan de reparar la imagen del poderoso, reforzando el mensaje de que “al reino de los cielos irán los de siempre”.





La mirada del añorado Forges sobre un hincha del Madrid el día después de una derrota contundente



2 comentarios:

  1. No te añado ni una coma, no puedo estar mas de acuerdo contigo y eso que yo soy aficionado tardío al fútbol y culé desde hace solo 2 décadas de las casi 7 que ya disfruto. Mi padre no era futbolero mis amigos tampoco y tardé en coger la afición,quizás Vázquez Montalbán me empezó a engatusar con anterioridad, pero en fin nunca es tarde si la dicha llega, Un abrazo Juan.

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  2. Camarada Daniel esta vez tengo que reprocharte que el rival del Madrid durante muchos años fue el Atleti de Ufarte Luis Garate Adelardo y Collar no el Barsa.Colchonero confeso te pido como en los tiempos de la celula una autocritica por tu desviacionismo cule......

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