domingo, 11 de noviembre de 2018

LOS HABITANTES DEL AULA

Yo soy el único espectador de esta calle;
Si dejara de verla se moriría.
Jorge Luis Borges

Bajo este título voy a activar mis recuerdos de las personas que han estado presentes en las clases que he impartido durante tantos años en la facultad de Sociología de Granada. La clase es una instancia social extraña, en tanto que sus códigos remiten a un pasado en el que la relación entre los estudios y el entorno social se definía por sus coherencias. Pero la venerable institución de la docencia se desestabiliza aceleradamente por efecto del conjunto de cambios que se producen desde los años sesenta del pasado siglo. En los largos años que he ejercido como profesor la institución ha declinado inexorablemente. Su desfallecimiento ha sido acumulativo, alcanzando su cénit tras los primeros años de la reforma de Bolonia.

El resultado de la crisis ineluctable de la docencia determina que el aula se configure como un espacio social inhóspito, en el que la colisión de todas las ondas de cambio social desencadena una sucesión de sinsentidos. En este medio extraño parece inevitable que sus pobladores desarrollen estrategias de supervivencia. Esta es la única forma de vivir el colapso general de la institución. De este modo, los actores que habitan en el aula inventan un conjunto de prácticas que tienen como objetivo aliviar la situación de extrañamiento general. La principal táctica, en la que convergen profesores y alumnos, es la huida, que se convierte en una forma de arte que denota la creatividad de las personas en todas las situaciones, pero aún más en aquellas presididas por el absurdo.

Tras las reformas universitarias de última generación, los antaño maestros y discípulos son desalojados del aula convencional para ser reubicados en un espacio controlado rigurosamente por la nueva tecnoburocacia providencial, que adquiere en este tiempo el modo de agencia. En nombre de una reforma que promete recuperar la conexión entre la educación extraviada y el mercado de trabajo, los contingentes de tecnócratas que habitan las agencias programan las actividades minuciosamente articuladas en el horizonte mitológico de las competencias.

En el nombre de tan aparentemente pragmática referencia se procede al desmontaje de los viejos saberes, así como de los arcaicos métodos docentes erosionados severamente por la masificación de las aulas. Las agencias instituyen un nuevo orden académico fundado en el despiece de los saberes y la introducción de lo que se denomina como “prácticas”. En todas las áreas de ciencias humanas y sociales el resultado es catastrófico. Implementar reformas manteniendo los grupos numerosos y la fragmentación en múltiples asignaturas, desborda la capacidad del sistema y la docencia se asienta sobre un error de cálculo monumental. De esta reforma resulta un desorden destructivo derivado de la disolución de las referencias teóricas y el vaciamiento de las prácticas, que en esas condiciones devienen en actividades simuladas.

Así se constituye la era de la gran trivialización, que reconcilia la nueva institución con la incuestionable hegemonía de los medios audiovisuales. Las pantallas múltiples terminan por presentarse en el aula, instaurando el imperio ocular del ppt.  El vaciado de las clases propicia su reconversión en una instancia psi de expansión del ego. La única energía que recibe la nueva aula se ubica en las presentaciones públicas de microtrabajos, que estimulan las necesidades de expresión de los egos allí concentrados, así como de la competencia con los demás, que es asumida subjetivamente por las nuevas generaciones de estudiantes socializados en el proyecto de la nueva empresa postfordista. Todos experimentan gozosamente su minuto de gloria en la presentación de un trabajo, en el que emulan a los nuevos héroes: los presentadores de la televisión, dotados de la capacidad de sintetizar visualmente los acontecimientos arrancados de los contextos en que se producen.

El aula es una situación social irreal, en la que sus habitantes construyen un pacto mediante el cual la desactivan. Carmen, mi compañera en todos estos años de aula, se reía cuando la denominaba como un refugio antiaéreo, en el que se concentran las gentes para protegerse del exterior, en espera de salir y volver a la vida. Una vez que la clase es neutralizada por el compromiso tácito de sus inquilinos, el pasotismo ilustrado alcanza proporciones extraordinarias. Asimismo, reverdece el ritualismo académico que deviene en un factor destructivo de gran capacidad. Todos piden que se especifiquen rigurosamente los detalles de rigen las actividades desustanciadas, para ajustar sus comportamientos haciéndolos mecánicos. Así se excluye cualquier situación espontánea. Todo termina siendo como las misas de mi infancia, rigurosamente programadas en torno a sus rituales y liturgias. La clase se configura como lo inverso a una experiencia.

En el caso de las ciencias humanas y sociales, esta situación se agrava considerablemente, en tanto que el entorno sociohistórico presente desborda la mayor parte de las conceptualizaciones. La afirmación canónica de Luhmann, que define la época como “expansión de la contingencia”, parece cumplirse estrictamente. Los acontecimientos se liberan de los esquemas perceptivos derivados de las teorizaciones y el mundo parece definido por una crisis de inteligibilidad. En un contexto así, las ciencias sociales se repliegan a las certezas de la teoría, tomando distancia con las realidades emancipadas de las etiquetas, que irrumpen estrepitosamente en la superficie.

En esta situación me he desempeñado largos años como profesor. Paradójicamente, el aula era el último territorio en donde podía ejercer mi disidencia con respecto a la academia. Mi situación personal, en la que convergen la marginación y la automarginación, configuran el aula como el último límite. Por esta razón siempre he ejercido resueltamente mi papel. Mi presencia no se restringía a los rituales académicos y presentaba un discurso de autor. Tenía el privilegio de poder escenificar mi distanciamiento respecto a la teoría vaciada y descomprometida, así como presentar lo que Wallraff denomina como “expediciones al interior” de la sociedad, que representa el nivel donde se incuban los acontecimientos. Era inevitable que la certeza se encontrase en cuarentena frente a la duda, la paradoja y la ironía.

Esta forma de oficiar la docencia en el contexto académico-litúrgico ha generado tensiones, en tanto que representaba un modo de ejercicioque colisionaba con el conservadurismo característico de las diversas generaciones que han desfilado por el aula. La fe encomiable en la institución, en el mercado de trabajo y la sociedad de los estudiantes, propiciaba la activación de las defensas frente a los cuestionamientos de las etiquetas aceptadas. El discurso de la sociología se puede definir como un elogio piadoso a la modernidad, una comprensión de la modernización como la última epopeya, así como la consideración de que el sistema-mundo termina en los países prósperos. En estas condiciones, mis intervenciones eran percibidas como corrosivas por la gran mayoría, así como las formas que se ubicaban más allá de los rituales.

Muchos estudiantes se sentían incómodos. Así se creaban las condiciones que favorecían la huida. Siempre he repetido desde el primer día a la perversión de los culos. Los pobladores de esta misteriosa instancia asientan sus posaderas y aguantan estoicamente la clase en espera de reciprocidad en la evaluación. La ruptura de esta pauta adquirió formas dramáticas en muchos casos. Mi estrategia estaba dirigida a las cabezas. En todas las sesiones enviaba ideas fuertes con el propósito de producir un choque con los esquemas referenciales angelicales de la mayoría. La preponderancia de las cabezas sobre los culos suscitó conflictos que en muchas ocasiones no podían ser gestionados por la intermitencia temporal de la clase.

En el desierto afectivo y comunicacional del aula, algunos estudiantes se han sentido estimulados por mis clases. La desafección de la mayoría propiciaba unas relaciones de cierta intensidad con aquellos que se sentían interpelados en las sesiones. La dualización ha presidido inexorablemente el seguimiento de las mismas. Así se han configurado filias y fobias caracterizadas por la apoteosis de lo extraño. Porque muchos de los seguidores de estas, que en muchas ocasiones tenían posicionamientos críticos con respecto a las sociedades del presente, tenían diferencias de gran envergadura con respecto a mis posiciones. Así se generaba un extraño y fascinante juego de descubrimientos, redescubrimientos, identificaciones y decepciones. Las mentes de no pocos de los críticos estaban esculpidas en el monolitismo, así como por un aldeanismo defensivo se erigía como una barrera perceptiva y cognitiva de gran envergadura.

En el descenso al subsuelo de las sociedades, desvelaba realidades que tenían un impacto negativo en muchos de los estudiantes críticos. Un analista tan admirado por mí como el Roto, dice en una viñeta que No te mezcles con la verdad, que siempre anda metida en líos. Ciertamente, en la universidad, los contenidos que afectan a instituciones centrales son tratados evitando el análisis en profundidad, al estilo de los medios de comunicación. Cualquiera que traspase la frontera de las definiciones oficiales era castigado severamente mediante el mecanismo universal de la no respuesta, que siempre es el principio del aislamiento.

Pero el aspecto más problemático estriba en la cuestión del futuro. Los estudiantes estaban socializados en la anestesia dura en la valoración del presente y las virtudes del progreso inexorable. Sus expectativas se inscribían en la irrealidad que acompaña a la mística de la modernización. En esta situación mi perspectiva tenía los efectos de un bombardeo en el mismo refugio antiaéreo del aula. La afirmación de El Roto en una de sus viñetas ¡pero cómo vamos a mirar hacia adelante, si no hay quién sepa dónde está eso¡ es todo un manifiesto sobre las ciencias sociales y su enseñanza en la universidad de estos años. El repliegue al pasado parecía inevitable.

En este contexto tiene lugar la comparecencia de estudiantes que habitan esta aula mediante una extraña relación conmigo, que adopta distintas formas y siempre tiene lugar conservando las distancias. En el páramo intelectual, afectivo y anestesiado de la clase nacen unas relaciones difíciles de definir. Es por esta razón por la que entiendo que estos estudiantes han habitado el aula rompiendo con la presencia espectral de la mayoría, que se encuentra en estado de cuerpo presente. Siempre me he sentido estimulado por su presencia y sus respuestas. En muchos casos su recuerdo me suscita emociones que estimulan a mi memoria. Hablar de ellos es una forma de contar la historia de ese mundo hermético.

En muchos de los casos he perdido la pista a estos héroes de mis rememoraciones. Espero que mi memoria no amplifique las inevitables distorsiones. También soy consciente de que se ha producido la versión académica de la inevitable muerte del padre. Cada cual vive su mundo y nos hemos encontrado en una encrucijada de caminos, como es la universidad. Por mi parte sigo conservando la misma consideración y afecto para todos ellos. El paso del tiempo no la ha erosionado. El principal problema es seleccionar a los habitantes del aula que van a aparecer aquí. Solo son una pequeña parte de los mismos.

En cualquier caso quiero afirmar que mi posicionamiento se encuentra muy influido por mi locus. Treinta años viendo transitar a muchas personas inteligentes que, en muchos casos, no alcanzan posiciones equivalentes a sus capacidades, genera una herida crónica. La miseria de las organizaciones públicas y privadas característica de España, capaces de eludir con éxito la manida modernización, y de conservar por ende sus rasgos más caciquiles, se hace patente. Un profesor cercano a mí decía que los departamentos universitarios se asemejan a los feudos agrarios, fundados en la propiedad de las tierras. Se encuentran regidos por autoridades modeladas por un imaginario agrario, que prioriza la propiedad territorial y define las relaciones en torno a esta cuestión.

En estos contextos se inscriben los héroes de mi memoria. No puedo evitar la presencia en mi interior de un dolor cronificado, en tanto que testigo de una dilapidación de la inteligencia de proporciones macroscópicas. Las instituciones españolas son depredadoras de las cualidades de las personas que se incorporan a ellas. Así se constituye el eterno retorno del atraso español. La verdad es que el sistema no necesita de mucha inteligencia aplicada a lo político y lo social. De este modo el aula es un espacio de tratamiento de sujetos superfluos y en tránsito. En esta extraña situación fronteriza me he encontrado con estas fantásticas personas. Entre las filas y las columnas de los allí concentrados han tenido lugar unas relaciones intensas, pero difíciles de definir.



1 comentario:

  1. Yo habité aquellas aulas, hace 30 años.
    Tu aproximación era cruda, pero considerada.
    Tus clases me ayudaron a ponerle nombre al desasosiego que sentía: Weg von hier, das ist mem Ziel.
    Cuando vuelvo a mi ciudad natal, recuerdo las palabras de Brenan en su retorno: “Granada era una ciudad que había matado a su poeta”.
    O como escribes en tu blog, una ciudad con una enorme distancia entre el prestigio del que goza y la experiencia de vivirla.
    Lo que podría aplicarse también a la universidad, si le quedara algún prestigio.



    ResponderEliminar