lunes, 25 de junio de 2018

DE LA PASIÓN Y MUERTE (JUDICIAL Y MEDIÁTICA) DE LA VÍCTIMA DE LA MANADA


Escribo esta entrada en el comienzo de la canonización mediática de la Manada. La excarcelación decretada por el tribunal sitúa a este grupo de “cazadores de hembras” ante una oportunidad inimaginable. Convertidos en fenómeno mediático de primer orden, las televisiones van a recrearlos como un espectáculo morboso para alimentar los deseos de la audiencia, compuesta por un sumatorio de sujetos espectadores producidos por el mismo medio que los nutre. Así tiene lugar una inversión prodigiosa que sanciona la descalificación de la víctima. Sus violadores son despenalizados de facto y pueden blanquear su imagen en la pantalla ante un público investido como una judicatura dotada de la potestad de emitir veredictos en forma de encuestas. Entre tanto, la violada es relegada a las tinieblas catódicas, desde donde asiste como espectadora a la reconstrucción del episodio que ha marcado su vida.

Desde la perspectiva de la sociología, la manada adquiere un interés manifiesto, en tanto que se ubica en la intersección de dos procesos esenciales en la configuración de las sociedades neoliberales avanzadas: la mediatización y la seguritización. El ciudadano-espectador renuncia progresivamente a las garantías ante un estado vigilante devenido en un panóptico asentado sobre una inmensa red de cámaras y bases de datos,  por temor a los otros malos que transitan su campo social. Entre distintas amenazas, cada ciudadano seguritizado selecciona las que valora como  más aceptables. La modernidad ha devenido en un mal sueño en el que la racionalización anunciada concluye en un orden social en el que impera un sistema de miedos que cada cual tiene que gobernar.

Las sociedades actuales son demasiado complejas para los esquemas mentales prevalentes en sus atemorizados ciudadanos espectadores y seguritizados. La afirmación de algunos periodistas de que los excarcelados no podrán hacer una vida normal, implica un desconocimiento de las sociedades vigentes, que adquiere la condición de monumental. El descentramiento de los medios alcanza niveles patéticos. Por esta razón parece necesario recurrir a la sociología para construir una mirada capaz de restaurar lo social silenciado, para reintegrarlo en el conjunto social.

Los discursos oficiales de las instituciones centrales están moldeados por lo que tan lúcidamente, el sociólogo francés Marc Hatzfeld denomina como “totalitarismo unicista”. Desde esta perspectiva dominante se entiende a las sociedades contemporáneas como totalidades integradas, en las que lo excepcional termina por ser absorbido por la megamáquina política e institucional. Toda mi vida he convivido con proyectos fundados en la quimera unicista devenida en imaginarios de nación, estado, clase o comunidad. Pero, más allá de las miradas mutiladas de los poderes unicistas, se hace patente la existencia de distintas microsociedades y configuraciones sociales que construyen líneas fronterizas entre las mismas al tiempo que se solapan, contribuyendo a una totalidad desintegrada, que, en el presente, solo se muestra en el fulgor de los acontecimientos mediáticos globales.

La manada vive, desarrolla su vida, entendida como un conjunto de relaciones y de prácticas, en un mundo singular que no se corresponde con aquellos de la educación o las instituciones centrales, así como los imaginados por las delirantes visiones unicistas. Se trata del mundo social resultante de la descomposición de la vieja clase trabajadora en los años de desindustrialización y emergencia del postfordismo. Este se asienta en los territorios periféricos metropolitanos. Pero estas microsociedades son ignoradas por las miradas oficiales y reducidas a conjuntos de personas portadoras de variables socioeconómicas que se comparan con las medias.

Estas microsociedades resultantes del proceso de desintegración de la industria se encuentran escindidas entre dos vectores. Por un lado pueden ser definidas como una situación de decadencia manifiesta. Sus pobladores se inscriben en los segmentos de menor educación y cualificación laboral. Las imágenes de las viviendas de este grupo de titanes de las masculinidades agresivas son elocuentes. Se trata de una población que no ha compartido la mejora del parque de viviendas asociada a la modernización residencial española de los felices años del postfranquismo.

Pero, simultáneamente a la decadencia, se puede identificar un sentimiento de orgullo derivado de sus posiciones en el sistema de consumo. El funcionamiento simultáneo de varias economías en estos territorios, otorga oportunidades a sus jóvenes y descualificados miembros en forma de chollos, chapuzas, trapicheos, intercambios y otras formas de economía informal. Estas permiten a sus beneficiarios mantener consumos que refuerzan sus identidades sociales, acrecentando su igualación con los consumos medios. Sobre estos consumos se constituye un sentimiento de orgullo, que puede alcanzar la condición de petulancia, cuyo fundamento es la comparación con sus propios ancestros. 

Los jóvenes de la manada disfrutan de una vida incomparablemente mejor que la de sus padres. Las imágenes son esclarecedoras. Estos son esencialmente móviles. Desde chicos experimentan la movilidad mediante la conducción de vehículos de motor que les liberan de su propio espacio. La vida cotidiana transcurre en intervalos temporales en espera del finde, en el que se desplazan desde su territorio a los espacios de la fiesta. Los botellones, las discotecas y las múltiples formas de fiesta que proliferan en este tiempo privilegiado, se encuentran regidas por los estados colectivos eufóricos que les otorgan posibilidades en las artes en la caza de hembras. 

En estos ambientes de efervescencias colectivas, las masculinidades convencionales, asociadas a la valoración máxima del cuerpo y la fuerza, se reproducen de múltiples formas. Follar se entiende como un acto de conquista y acreditación del poder fálico del sujeto portador de un pene. En un contexto así es muy complicado determinar las complicidades y el consentimiento racionalizado tiende a ser una quimera. Pero se hace inteligible que las estrategias de los cazadores se orientan a capturar a las víctimas percibidas como más débiles, a las que se conduce a un espacio en el que desaparezcan los controles. El argumento de la burundanga evidencia el sentido de la caza. Se trata de disponer de un cuerpo sobre el que efectuar una descarga colectiva, que es grabada para su difusión en la colectividad de los seguidores.

La vida del grupo de cazadores descansa sobre la percepción de sus éxitos y fracasos en los territorios de las euforias colectivas en los findes. Sus hazañas son registradas por sus móviles y difundidas en la red de seguidores. En estos intercambios se hacen presentes los discursos acerca de las prácticas desarrolladas en sus incursiones cinegéticas. Lo que estoy identificando como una microsociedad se puede generalizar en todos los lugares. Este es uno de los medios en los que se reproducen culturas machistas cien por cien. Pero la complejidad estriba en que estas comunidades no elaboran formalmente el discurso. Aún más, en presencia de cualquier elemento procedente del exterior, se oculta replegándose al interior de la zona de intimidad. 
Tanto las encuestas como las comunicaciones producidas en presencia de autoridades, no pueden registrar el vigor y la extensión de esta comunidad comunicativa.

Por esta razón, la mediatización de los protagonistas los va a convertir en héroes y mártires de la masculinidad perseguida en los ambientes que frecuentan los finde. Además, entre los próximos se va a reforzar las solidaridades. Su posición les confiere una ventaja esencial: algún conductor televisivo terminará por producir una secuencia que los presente ante la audiencia como abusadores (violadores) de rostro humano. Cualquier deliberación sobre el caso en ausencia de la víctima, favorece incuestionablemente a los violadores. 

La contrapartida es el acrecentamiento de los temores colectivos ante la multiplicación de agresiones sexuales. En este caso su mediatización les otorga la categoría de verdaderas satánicas majestades de la violación. Esta imagen negativa puede derivar en algún incidente en sus tránsitos entre los mundos que habitan. Pero, como se trata de sujetos móviles motorizados pueden eludir las zonas en que puedan ser rechazados.

La víctima se ha encontrado con la institución judicial que ha convertido su sufrimiento en un proceso interminable, filtrando las dudas, sus propios datos personales y suavizando la responsabilidad de los violadores. Pero ahora se encuentra con una segunda institución que la va a escrutar morbosamente, además de proporcionar una rehabilitación simbólica a sus cazadores. Espero en los próximos días acontecimientos negativos para ella. Los ojos de los colaboradores de Ana Rosa Quintana y Susana Griso brillan de un modo especial. Lo peor es que el movimiento feminista no está preparado para actuar como un contrapoder de la televisión. 

Un indicador elocuente de lo que viene es la sugerencia de que pueden ser absueltos por el tribunal supremo. En los platós se refuerza esta hipótesis perversa. En este caso se está configurando una nueva santísima trinidad de instituciones protectoras de los cazadores de hembras: la vieja iglesia –que aporta su modelo de postergar en el tiempo las decisiones-, la institución judicial y la televisión, que muestra la capacidad de suscitar y gestionar las emociones colectivas, generando un espectáculo que solo puede ser contemplado desde una distancia tan lejana, que hace a todo relativo. Lo dicho: la pasión y muerte judicial y mediática de la cazada.

Me pregunto si el movimiento feminista será capaz de realizar algo novedoso, como es rodear físicamente la sede de la televisión que realice la primera entrevista a estos fogosos muchachos. También acerca de la significación de una sociedad que se interesa desmedidamente en las vicisitudes diarias de un grupo de violadores. Las cámaras de las televisiones son un emblema inequívoco de decadencia. Estos son los misterios de las audiencias.