miércoles, 15 de marzo de 2017

LA UNIVERSIDAD Y LA QUIETUD ABSOLUTISTA



Al principio de la década de los noventa, un sólido y acreditado periodista local, Alejandro Víctor García, escribió un artículo sobre la universidad en uno de los números monográficos que hacen balance del año en un periódico de Granada. El titular de su texto era este “La universidad: La quietud absolutista”. Me pareció una síntesis perfecta de lo que ocurría en tan venerable institución, tanto en esos como en todos los tiempos, con la excepción de los últimos años del franquismo, en los que afectó y fue afectada por las energías al cambio político. Inmediatamente después de la transición, la universidad volvió a su estado de distanciamiento y confortable encierro.

La quietud es una propiedad de las grandes organizaciones que conservan su estructura en los tiempos en los que se suceden transformaciones en su entorno. Esta es la forma óptima de blindarse ante el cambio para minimizar sus efectos sobre su interior. Se trata de una situación de movilidad restringida por la energía retenida, que indica la existencia de unas élites capaces de ejercer eficazmente el control interno. En el orden organizacional de la quietud se disipa cualquier posibilidad de que se pueda producir un acontecimiento no previsto. Cualquier evento espontáneo es neutralizado y reconducido a la secuencia programada de lo instituido. La excepción se encuentra en un estado de imposibilidad, en el que en el caso de que se produzca, es reducida al estado amorfo que define el orden de la quietud.

El estado de calma anestesiada asociado a la quietud, determina inevitablemente un absolutismo que privilegia a un conjunto de castas académicas que comparten el gobierno de la institución mediante un equilibrio de los intereses de los feudos académicos que la conforman, resultantes de la matriz disciplinar. Las instancias directivas de las universidades representan los sucesivos compromisos entre los feudos disciplinares. Las tensiones y los conflictos entre los mismos se resuelven en el espacio privado-íntimo ajeno a las miradas de los distintos sectores que conforman las pirámides de cada feudo académico. Así se constituye una extraña democracia censitaria, que se instala en los claustros y en todos los órganos de gobierno. De esta situación resulta un absolutismo dotado de una eficacia incuestionable, que consigue desposeer a los distintos sectores medios e inferiores de las pirámides, rigurosamente  estratificadas, que conforman los feudos disciplinares.

Las reformas neoliberales tan intensas de los últimos años no han conseguido romper esta dinámica. Por el contrario, las élites académicas tradicionales han controlado los nuevos mecanismos institucionales, en concertación con la institución central de la gestión, que desempeña un papel primordial de enlace con las distintas esferas  productivas. La institución gestión se presenta asociada a un conjunto creciente de agencias que representan a lo transversal en los procesos de constitución de una sociedad neoliberal avanzada.  Así, las reformas reconstituyen una densa trama de feudos académicos disciplinares, agencias, empresas y proyectos, que constituyen una red de vínculos sobre el espacio de sombra desde el que se gobierna la universidad.

Pero la quietud implica principalmente la cristalización de un confín sólido que separa la institución de su entorno exterior. La línea de demarcación de lo interno y lo externo es férrea. Los últimos años, en los que se producen turbulencias de distinta naturaleza e intensidad en la sociedad, estas no consiguen superar la frontera universitaria, que los procesa para acomodarlos en el orden de la quietud. La cotidianeidad académica se libera de los terremotos y convulsiones sociales. La universidad vive orientada a su interior, regida por un tiempo lento y una energía débil. Ni siquiera su propia reconversión neoliberal suscita tensiones. La estratificación creciente de los profesores, que favorece la desposesión de las categorías más vulnerables sometidas a los imperativos de la carrera profesional sin fin, es aceptada de facto como un hecho natural. 

La vida institucional transcurre según el guion establecido de una fábrica de clases, prácticas, evaluaciones e investigaciones regidas por el principio del mérito acreditado. Nada ocurre en el interior de esta extraña factoría gobernada por los acreditadores. Los ciclos temporales se suceden para sustentar la organización de la lista de espera para el acceso al trabajo cognitivo que sustenta la producción inmaterial. La masa de aspirantes se acumula en los últimos ciclos y en las pasarelas entre estos, en la perspectiva de la movilidad inmediata para mejorar el expediente individual sobre el que se sustenta la selección. 

La quietud se define como un estado de inmersión con respecto a lo político, lo social y lo cultural. Pero este es drásticamente selectivo. Por un lado se intensifican los intercambios con los sectores productivos correspondientes a las distintas disciplinas. Estas ponen a su disposición sus recursos de conocimiento e investigación, así como una verdadera fuerza laboral barata resultante de la becarización del trabajo. La proliferación de distintas formas de contratación deviene en un arte contemporáneo que constituye el soporte del modelo neoliberal. Estos intercambios desiguales se fundan sobre la ilusión de la carrera profesional, interiorizada por las nuevas cohortes de estudiantes socializadas en torno a la idea mitológica del proyecto profesional-personal y la subsiguiente carrera laboral. 

La frontera viva entre la universidad y el entorno, derivada de los intercambios productivos, se reconvierte en un muro infranqueable en lo que se refiere a lo político, lo social y lo cultural. Lo que ocurre en el lejano más allá exterior es neutralizado y confiscado en la aduana de acceso al espacio universitario. Así, las aulas, los departamentos, los grupos  de investigación y los órganos de representación, son liberados de lo político y lo social, resultando un espacio institucional convertido en un limbo. Los temas sociales y políticos son desactivados al ser entendidos como asociados a las ideologías estructurantes en declive. Así son exiliados del espacio institucional, en el que se configura un eficaz contrato que los excluye totalmente. Cualquier persona que vulnere este contrato se encuentra sin respuesta ante el muro de silencio.

Pero lo político, social y cultural no es excluido totalmente. Tan solo es ubicado en los centros fuera de los horarios docentes. Así se conforma un espacio en el que proliferan conferencias, presentaciones de libros y otras clases de actos, que congregan a los adeptos de los distintos convocantes. Estas programaciones implican la movilización de públicos minoritarios a favor de distintos problemas y causas. Pero su dinámica no afecta a la institución rigurosa e intencionalmente desconectada de su entorno. El orden de la quietud se fundamenta sobre la exclusión de los temas controvertidos en el espacio público institucional. Así se construye el mito aceptado de que la universidad es la sede del pensamiento, de la libertad y la pluralidad. La  verdadera pluralidad es la de los intereses de los feudos, que se sobrepone a las ideas.

En mis primeros años como profesor universitario, un amigo que no había tenido la posibilidad de estudiar me consultó sobre su reincorporación a las aulas. Tenía cuarenta años y había desarrollado una carrera exitosa en el campo de las ventas que le había reportado una buena posición personal. Tenía asumido totalmente el mito universitario de la libertad y el pluralismo. En nuestras conversaciones mostraba su ingenuidad. Me decía que quería participar de las discusiones e intercambio en las aulas. A pesar de mis advertencias se matriculó en primero de derecho. En un trimestre terminó en estado de depresión, en tanto que no era capaz de metabolizar su experiencia. Le afectaron particularmente los métodos docentes, la ausencia de cualquier conversación, la segmentación severa del aula formada por grupos cerrados de amistad y robinsones, y, sobre todo, el distanciamiento cósmico de la realidad. Durante los meses siguientes a su abandono, cuando nos encontrábamos, repetía invariablemente esta frase “Lo que hacéis es dictar”.

Me gusta mirar la salida de los estudiantes abandonando el orden de la quietud en transición hacia la vida. Las redes sociales arden tras cada jornada de clases. Se trata de un momento en el que se produce un cambio brusco de energía tras la evacuación del espacio neutro que se define por su baja intensidad. En este momento me viene a la cabeza la controversia de la modernidad y la postmodernidad. Termino por volver al dilema  del libro de Baudrillard “La agonía del poder”.  En mi tránsito hacia el exterior de la institución, esta controversia interna me ayuda a liberarme de la quietud que me atenaza tras varias horas en estado de baja intensidad.



2 comentarios:

  1. Gracias Juan, te contamos el preacuerdo pactado, ¿qué te parece? ¿qué podemos hacer?

    Gracias.

    https://encierrougr.wordpress.com/2017/03/17/preacuerdo-con-el-equipo-de-gobierno-de-la-universidad-de-granada/

    Encerrad@sUGR

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  2. Gracias por aportar vuestro preacuerdo. Me parece muy avanzado en relación a las posiciones y subjetividades que predominan en el estudiantado. Si os parece publico el texto en el blog mañana con un comentario personal por si alguien quiere comentar.
    No estoy dentro de la situación y me es difícil entrar a proponer algo concreto. Me parece importante que la institución acepte este preacuerdo. Pero pienso que ninguna reforma efectiva se puede introducir en una programación tan saturada de asignaturas y fragmentada. El estudiante que habita este sistema no puede recuperar el conocimiento, organizarlo y acomodarlo en estas condiciones. La cuestión de la ratio profesor/alumnos es un prerequisito para otros cambios. La actual programación hace casi imposible la cooperación y la mejora de las relaciones en el aula.
    Lo dicho, mañana lo saco aquí si no me decís lo contrario.
    Un saludo muy afectuoso y reconocido a todas las personas encerradas.

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