martes, 27 de septiembre de 2016

MIGUEL RÍOS Y EL SESGO BIOGRÁFICO









El pasado mes de mayo fue investido como doctor honoris causa por la universidad de Granada el cantante Miguel Ríos. En su discurso reivindicó para esta institución la insigne función de formar ciudadanos críticos. He esperado cuatro meses para responder desde una distancia que minimice los sentimientos que suscitó en mí esta reclamación. Porque definir a la universidad como una instancia  que puede estimular la conciencia crítica en el año 2016, es una veleidad superlativa. Mi interpretación del desvarío de Don Miguel radica en que su biografía personal se inserta en varios tiempos históricos muy diferenciados. La complejidad resultante de esta realidad tiene efectos muy importantes en su visión del mundo. En el tiempo de su investidura como doctor honorífico, no cabe duda de que se halla inquietantemente extraviado, afectado por un sesgo asociado a su biografía personal. Así se constituye en una enseña del devenir de su singular generación. 

En los años sesenta se produce una conmoción social de la que existen distintas interpretaciones. Las político-centristas, tienen dificultades para comprender las dimensiones de las transformaciones, que se ubican en la vida, las estructuras sociales, las instituciones y las cosmovisiones. La irrupción del rock en los años cincuenta es la primera señal de una gran mutación que se ubica mucho más allá de lo musical. La alta productividad de la industria, sostenida en un conjunto de tecnologías maduras, genera un consumo de masas sin antecedentes, que disemina la abundancia material entre mayorías sociales. El pleno empleo es su soporte. Pero el rasgo más importante del proceso de esta década es la erosión de las estructuras e instituciones autoritarias tradicionales, que se asocian a una vida regida por la severidad y frugalidad. Estas transformaciones dan lugar al súbito incremento del poder de los jóvenes.

Tras las emergencias musicales, que representan inicialmente los Beatles, late una explosión de lo joven como paradigma del cambio en curso. Lo joven arrasa en todas las esferas. El mercado, el arte, la música, el pensamiento, la cultura y los medios registran este acontecimiento inédito. El poder social de la generación emergente carece de antecedentes en cualquier época anterior. El fundamento de este cambio tiene como referencia el incremento de los ingresos de estos así como su capacidad de consumo y de proporcionar modelos a este. Las mitologías, los símbolos y las culturas juveniles que acompañan este cambio estimulan a las economías mediante la configuración de nuevos mercados.

Aunque en España este proceso es muy diferente, en tanto que el atraso y la dictadura determinan la centralidad política a la oposición, este poderoso movimiento juvenil se hace presente proporcionando una energía muy importante. De este modo, las nuevas músicas son un refuerzo imprescindible para acompañar a la escuálida oposición y para contribuir a debilitar las estructuras e instituciones autoritarias españolas, tan profundamente reaccionarias y arraigadas. Entre ellas se encontraba la universidad de la época.  

Este es el mundo que vive una generación de músicos de ciclo largo entre los que se encuentra Miguel. En sus comienzos, sus músicas representan un imaginario de modernidad, en cuanto que, una vez desaparecidas las estructuras políticas del franquismo, sus élites se perpetúan en las instituciones. Así se genera un fenómeno peculiar: los músicos son algo más, representan una vanguardia en la tarea de demoler las estructuras que fundamentan la vida cotidiana rigorista, característica del viejo régimen. Así, su carisma excede la esfera de la música. En no pocos procesos de cambio, sus canciones abren el camino a la crítica y a la recuperación de la vida por parte, principalmente, de las nuevas generaciones. Se trata del tiempo de oro fundante en los años setenta y ochenta, en el que se conforman los carismas de una generación de músicos. La conexión mágica del rock de Miguel con toda una generación se hace patente.

De este modo, tanto los músicos como los artistas, representan en España un papel insólito, concitando la legitimidad a favor de un cambio abstracto, pero inserto en el imaginario colectivo en la década de los ochenta. Mientras tanto, la novísima democracia española se encalla en lo político y en lo social. En ese vacío se abre paso una vida cotidiana hedonista que remueve los obstáculos históricos fijados por la iglesia y otras instituciones ultraconservadoras. Así, las músicas quedan inscritas en los imaginarios, siendo evocadas en los años siguientes hasta el presente en un contexto radicalmente diferente.

Pero la revuelta musical-social de los sesenta y la generación que la protagoniza, es absorbida por el mercado, instaurándose un nuevo tiempo en el que la renovación cultural toca fondo. Las rupturas, las creatividades, los  dinamismos y las anomias que los acompañan, son integrados en el orden social del semiocapitalismo expansivo. El deterioro de las músicas comercializadas y mediatizadas disuelve sus efectos renovadores. Así se conforma una regresión creciente en la que se disipan los efectos regeneradores de las revueltas musicosociales de los sesenta, para inscribirse en un orden social que construye un ocio musical severamente mercantilizado y compatible con una vida regida por la novísima disciplina laboral-educativa, la aceptación de la dualización social, el distanciamiento de lo colectivo, la explosión de una razón pragmática y acrítica y la sacralización del consumo. La fiesta y las músicas que la acompañan son la excepción a una vida regida por la rutina, el conformismo y la adaptación.

Así se va conformando una regresión social en la que los jóvenes se encuentran integrados en un orden social que les relega severamente. Su integración en el sistema productivo es extraordinariamente larga, y sus salarios y condiciones laborales extremadamente deficientes. Los jóvenes son marginados mediante la precarización, la mediatización y la amenaza del endeudamiento. Estos carecen de voz y son silenciados eficazmente mediante su desplazamiento al paraíso de cartón piedra del finde, poblado por las distintas músicas que sustentan un mercado de masas próspero.

En este nuevo contexto, los músicos sobrevivientes del tiempo de la edad de oro, como Miguel y otros, devienen en triunfadores sociales en el mercado. En sus conciertos, se rememoran las viejas canciones del origen, revitalizando las significaciones asociadas a la memoria de un tiempo que es pasado. Estas élites conservan la idea de que el tiempo presente resulta de una evolución positiva del proceso que nace en los sesenta. No. Ahora está naciendo una sociedad radicalmente dual definida por desigualdades de gran calado, así como una nueva sociedad de control que se funda en un poder inédito, caracterizado por su alta productividad. La generación de la transición en España no comprende esta cuestión fundamental. Se puede afirmar que se ha producido una ruptura con respecto a las sociedades keynesianas. De esta solo van quedando los conciertos. De ahí el sesgo de los músicos devenidos en triunfadores del mercado y críticos culturales simultáneamente, que alimentan el imaginario de progreso que se funda en el principio de la evolución. En tanto que avanza inexorablemente una sociedad neoliberal avanzada, los artistas comparecen cíclicamente como portavoces de causas sociales.

En este tiempo de transformaciones múltiples, la universidad representa un símbolo inequívoco. Esta conserva como es común a todos los tiempos un distanciamiento sideral con respecto a la sociedad. Se involucra en lo tecnológico-industrial y se disipa radicalmente en lo convivencial, lo político y lo ético. Los años de postfranquismo representan un silencio de gran densidad de la universidad. La deliberación respecto al proceso social queda encerrada en la producción de las disciplinas. En este tiempo representa el grado cero del compromiso. Así se estimula la imago del progreso mediante el incremento de las cegueras respecto a los procesos sociales que no se pueden inscribir en el progreso. Algunos amigos ingenuos me preguntan por los posicionamientos en las aulas con respecto a los dramas contemporáneos. La respuesta es cero, nada, ni un gesto, ni un átomo crítico. Así la universidad comparte esta ausencia clamorosa con otras élites culturales presentes en los medios, emancipadas de sus propios escenarios históricos.

Esta ambigüedad en la definición del tiempo histórico, así como el predominio de la idea evolucionista simple, constituye las cartas de navegación de las élites musicales nacidas en los sesenta y setenta. Por eso son especialmente patéticas las significaciones del acto de investidura de Miguel. Allí estaban algunos de  los mejores de esta generación: Iñaki Gabilondo, Serrat, Víctor Manuel y otros, celebrando el hito de la aceptación del rock en el sagrado recinto académico. La percepción de progreso era exultante. En ese entorno Miguel propone que la institución forme ciudadanos críticos. Pero, en realidad, lo que se estaba escenificando es su propio éxito como héroes de un nuevo mercado definido por su gran valor económico. Eso sí que es “poner en valor” a esta generación. Lo de integrar el rock en la venerable institución, como un nuevo contenido de la disciplina “musicología”, constituye una fantasía fundada en el sesgo de esta generación.

Mientras tanto, en las aulas, ajenas por completo al mundo presente y sus dramas tan intensos, impera la cadena de montaje de la facturación de méritos para la selección social, en la que cada uno tiene que responder a la programación de las actividades y las tareas que conforman el taylorismo académico. El aula es convertida en una instancia carente de cualquier dimensión social. Es una fábrica de selección de los recursos humanos necesarios para la producción inmaterial, al tiempo que un sistema de eliminación de residuos humanos y reciclaje de los mismos. Esto es así, Miguel.

Cuando comencé como profesor universitario en 1990, un amigo que no había podido estudiar pero que tenía una sólida posición económica por su carrera entre los comerciales de empresas, decidió matricularse en la universidad con sus cuarenta años cumplidos. Me decía que nunca es tarde para aprender y preguntaba por los debates. Tras un mes de presencia en las aulas su perplejidad fue alcanzando niveles de éxtasis que precedían a un estado de ira. Lo que más le impresionó fue la terrible rutina de las clases, la preponderancia de los apuntes y el distanciamiento de sus compañeros con respecto a él mismo. Terminamos discutiendo acerca de la significación de las clases. Él las definía en torno a la palabra “dictar”. Su frustración ilustra el sesgo de mi generación incapaz de comprender los procesos sociales en curso. Cuando preguntaba sobre los equivalentes a Aranguren, Muguerza, Gustavo Bueno y otros, causaba mi hilaridad. De esa generación subsiste principalmente Fernando Savater, que no es ya un filósofo, sino un empresario cultural arraigado en tan próspero mercado. El sesgo biográfico es implacable.

4 comentarios:

  1. Tomado de la "Desfachatez Intelectual" un libro de Ignacio Sánchez Cuenca y a propósito de Savater:
    Fernando Savater intervino en un programa televisivo sobre la tauromaquia y tuvo la ocurrencia de defender las corridas de toros en estos términos:

    Si a algunos de los seis millones de parados que hay en este momento en el país se les ofreciese llevar la vida que lleva un toro bravo, es decir, vivir en uno de los paisajes más hermosos del mundo durante prácticamente toda su existencia, tratado con mimo y con todo tipo de comodidades, perteneciendo a una especie de la que solo una ínfima minoría va a ir a la plaza y, luego, como pago de eso, solamente pasar los últimos quince minutos de la vida malos, que son probablemente muchos menos de los que probablemente pasaremos nosotros en nuestra vida, habría gente, a montones, que por tener esa oportunidad aceptaría la vida del toro bravo.

    Resulta difícil imaginar qué imagen del parado pueda tener Savater. Parece pensar que se trata de un ser desesperado, incapaz de defender su dignidad, que con tal de llevar una buena vida está dispuesto a ser la víctima de una sesión letal de tortura, realizada además en público, a la vista de sus conciudadanos, en medio de un jolgorio. Un argumento como este produciría incomodidad incluso en una discusión de bar. Supongo que hay muchas razones para defender la “fiesta nacional”, pero, de todas ellas, esta es acaso la más mostrenca.

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  2. Ja, ja, ja!!! Me he reído, Miguel Ríos ha sido beneficiario del PCE, del PSOE y finalmente del pacto social ya roto del 78. imagino que PIlar y sus colegas querían hacer el rital triunfante,...

    Savater es todo un magnate de la vida cultural, académica e intelectual.

    Me gustaría preguntarte por una realidad que nos duele y preocupa mucho y es la del trabajo: He leído hoy este texto basado en un informe de DEVOS y da resultados monstruosos, pero bastante esperables.

    http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2016-01-19/los-seis-factores-que-pintan-de-negro-el-futuro-del-trabajo-segun-davos-y-una-sola-solucion_1137474/?utm_source=facebook&utm_medium=social&utm_campaign=button

    Muchas gracias profesor, Dolors.

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  3. Gracias Dolors
    El final de Miguel y otros que resplandecieron tiempo atrás es penoso. Ahora es un monigote que utiliza el poder local para respaldar cualquier proyecto con máscara de progreso, pero que en realidad es congruente con los intereses de las élites. Se encuentra disponible permanentemente para cualquier cosa.
    Lo del trabajo sí que es chungo, como dicen los castizos. La perspectiva es muy dura. Te recomiendo leer uno de los capítulos del libro de CHristian Marazzi, "El sitio de los calcetines". Está publicado por Akal. Es un texto lúcido sobre la mutación presente y el papel del trabajo. La palabra clave es regresión.
    Saludos

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