miércoles, 26 de agosto de 2015

LOS CÍRCULOS CONCÉNTRICOS DE LA FEALDAD

 El territorio metropolitano parece, hoy más que nunca, espacio de la catástrofe permanente. Todo en él parece remitir a figuras de una demolición generalizada; todo él sometido al pulso de construcción –hundimiento y hundimiento-construcción van marcando en el día a día de nuestras ciudades: en el mejor de los casos, para aumentar el valor relativo-valor añadido de lo que entre manos se trae -<>, nos dice el anuncio – seguro, para poder negociar con el devenir prórrogas a su mera viabilidad como mercancía.
                                     Mar Traful. Por una política nocturna.

Uno de los efectos de esta dialéctica de demolición y construcción radica en la proliferación de lo feo, de las arquitecturas deplorables. La lógica de la conversión de lo hermoso en mercancía, determina una nueva relación espacial entre lo bello y lo feo. Se trata de que los edificios o los conjuntos urbanos inscritos en el patrimonio cultural, los paisajes naturales privilegiados, y también los nuevos edificios dotados de un valor estético, son cercados por la fealdad, precisamente como resultado de su explotación mercantil. Pero lo deplorable se suele implementar según una pauta, esta consiste en  construir en torno a cualquier elemento valioso varios círculos concéntricos, en los que la fealdad es acumulativa. Lo bello siempre es singular y lo feo es uniforme.

Esta afirmación es compatible con distintos grados y excepciones. El caso del Guggenheim en Bilbao es una de ellas. Esta idea de los círculos concéntricos de la fealdad se me hizo presente el año pasado en Puerto Mogán, en Gran Canaria. Este es un espacio de costa hermosísimo, rodeado de acantilados y con un pequeño puerto natural complementado con una playa,  que se encuentra rodeado por varias calles de casas tradicionales rehabilitadas llenas de flores. El conjunto se completa con edificios bajos junto al puerto que son hoteles, bares, restaurantes y pubs, todos armoniosos, en tanto que resultan de la rehabilitación de los edificios originales del pueblo de pescadores. Del puerto salen hacia el interior canales, por eso es denominada como la pequeña Venecia.

La armonía visual de este conjunto es bruscamente interrumpida por un cerco que comienza inmediatamente, en torno a la playa, en el que los establecimientos de hostelería y los comercios destinados a explotar el ocio de los visitantes del conjunto  hermoso sitiado. Este espacio es mucho más grande y su espíritu contradice al del núcleo originario, convertido en una marca inmaterial. Pero tras este espacio amorfo se configura un conjunto de urbanizaciones, hoteles, centros comerciales, discotecas y similares, que son portadores de una estética deplorable. En este caso, como el terreno es montañoso,  las urbanizaciones se muestran sobre las laderas rompiendo cualquier hechizo, configurando un campo visual en el que colisionan lo bello y lo feo en grado superlativo.

Así, el conjunto bello actúa como cebo para que los consumidores-visitantes puedan experimentar un momento de ficción que reavive las imágenes mediante las que han sido seducidos por las maquinarias iconográficas de la fabricación de ensueños. El viaje se vive en un espacio radicalmente homologado, que es el de los hoteles, los apartamentos, las tiendas, los bares, restaurantes y discotecas, los paseos sin alma que se construyen inmediatamente cercanos al mar, siempre determinados por los aparcamientos, que es el espacio principal para garantizar el acceso al tráfico de turistas. En estas estéticas deplorables y globalizadas casi siempre se hace presente un Mercadona.

Por eso suelo advertir  a mis amigos acerca del peligro de la oferta de “vistas”. Cuando estas son ofrecidas con énfasis suele ser la señal de que el hotel o apartamento se encuentra en un círculo de la fealdad garantizado. La ciudad que habito es uno de los paradigmas del concepto que estoy exponiendo. Sobre el conjunto de la Alhambra, el Albaicín, el Realejo y la ciudad histórica se configura un círculo de expansión en el que lo hermoso rebaja sus densidades en el tránsito inevitable hacia lo horroroso. Pero más allá, el siglo XX se presenta como barbarie estética. El Camino de Ronda es su emblema y extiende la fealdad hacia la periferia. La segunda ola de destrucción está conformada por las urbanizaciones de los pueblos de la periferia construidos desde los años ochenta en la expansión asociada al bienestar del postfranquismo.

Puedo poner múltiples ejemplos de la fealdad y el mal gusto que se asocia con la expansión del bienestar. El paseo marítimo de Palma de Mallorca o el paseo o el de Málaga desde la playa de la Malagueta hacia el exterior de la ciudad constituyen ejemplos de prodigios en los que la colisión entre lo visual y lo auditivo es monumental. Dichos paseos son contiguos a verdaderas autopistas de varios carriles inmediatamente próximas, que proporcionan un catálogo de sensaciones auditivas desagradables que se acumulan. Después de veinte minutos de camino,  el estado del paseante sólo puede ser de crispación. La mejor solución en estos casos es huir hacia la siempre próxima fealdad, en la que nunca estará lejos un Mercadona.

El problema del cerco a lo bello mediante su comercialización y configuración de un círculo de fealdad radica en que no es producto de la casualidad, sino que, por el contrario, expresa el espíritu del tiempo. La clase dirigente de las sociedades de PIB tan considerable y crecimiento constante hace patente la miseria de su alma colectiva y su concepto sórdido de la vida. Esta puede ser reducida a trabajar intensamente en un medio empobrecido estéticamente para poder financiar – a crédito por supuesto- efímeras estancias en medios bellos, caracterizadas por su brevedad, puesto que tras un tiempo rápido en La Alhambra o Puerto Mogán, se regresa velozmente al primer círculo, que conduce a la recuperación de las coherencias con el medio en que se habita. Después de dos horas en la Alhambra y el Albaicín, retorno al hotel del Camino de Ronda o los contiguos a la autovía, para restablecer el estado sensorial habitual, que te hace competente para convivir con lo feo y lo neutro.

Por esta razón, defino Mercadona como una catedral de la época de lo feo. Su espíritu se encuentra registrado en sus arquitecturas, sus materiales, sus colores, sus luces, sus uniformidades, la ausencia de detalles y la profusión de lo neutro. El precio razonable de sus productos y sus calidades legitima el castigo a los sentidos de sus esforzados visitantes. El mensaje es que el producto y el precio es lo único importante para la satisfacción de la función. Por eso sus productos básicos son aceptables pero todos los que lo exceden simulando la excelencia son deplorables. De ahí que los criterios de localización de tal empresa sean determinantes para comprender las lógicas territoriales de las sociedades del presente y el conjunto de sus sentidos.

Lo estético se encuentra desterrado de la cotidianeidad y lo bello facturado como una posibilidad de una efímera aventura para satisfacer los ensueños prefabricados. Tras la aventura sensorial el retorno a los hoteles neutros, los centros comerciales en los que nunca se pone el sol, las oficinas transparentes y las aulas-contenedor. En este contexto comparece ese momento de felicidad que representa la visita a Mercadona, en la que se experimenta la sensación de gozo por adquirir unas ensaladas aceptables, unos pescados manifiestamente baratos, así como otros productos básicos con los que llenar los frigoríficos para nutrirse en las horas de las obligaciones mediáticas.

En las pantallas, tras sucesivos espacios de distintos géneros, comparece lo bello en forma de seducción. Se trata de la emergencia de las factorías de lo hermoso, ahora enlatado y empaquetado como producto en el margen de la vida cotidiana, desarrollada en edificios de estéticas comunes a Mercadona. Así los súbditos del postfordismo son estimulados a salir de lo feo para viajar y disfrutar efímeramente de lo bello. Después retornar a la vida ordinaria en la que el regreso a Mercadona es inevitable. Así se ha constituido un sólido sector productivo sobre el que se asienta el crecimiento, que es el pilar esencial de estas extrañas sociedades en las que coexisten los bienestares materiales y las miserias estéticas, y donde lo bello es aislado y precintado.

Escribiendo este post me he acordado del Algarrobico en Almería. Esta construcción representa el tránsito hacia un grado mayor en la escala del dislate. Se trata de sepultar un sitio bello mediante la construcción de un edificio-mole horrendo. Así se escenifica el relato de la época. Lo importante es producir un patrimonio económico que carece de contrapartidas. Esta es la base para fugarse efímeramente a alguno de los menguantes lugares que conservan su belleza. Pero su explotación los convierte en recintos amurallados frente al agresivo exterior intensamente afeado.


1 comentario:

  1. Tu post me ha recordado a una imagen que me impactó hace años sobre las cataratas del Niágara. Era algo así como la que ahora enlazo (http://www.gothereguide.com/Images/Canada/Niagara/Fallsview_Casino_Resort2.jpg). O a uno de los restaurantes que han abierto en mi pueblo, rompiendo completamente con la arquitectura de casitas blancas típicas de un pueblo andaluz (https://pbs.twimg.com/media/BrsPb4MIMAAt_Te.jpg -y en la imagen no sale el pomo de la puerta que simula un tronco, "menuda catetada" como decimos por aquí-).

    Sin duda la cita de Mar Traful y tu aguda visión sobre el por qué de este desastre arquitectónico son muy acertadas...

    Besos

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