viernes, 24 de julio de 2015

EL ESPÍRITU DE LAS MANADAS TURÍSTICAS

En varias ocasiones he mostrado mi perplejidad en este blog ante los compactos grupos de turistas que son conducidos por los guías mediante señales visuales que se ubican en la cabeza de la comitiva para orientar a los esforzados cumplidores del estricto programa. Estos días me encuentro en lugares en los que es imposible evitar cruzarse con ellos. Desde la tangente contemplo el espectáculo de la relación entre los turistas, que son agrupados en una forma social que puede definirse, más bien que como grupos, como manadas, puesto que una de las finalidades de la concentración es ser protegidos ante la acción de los depredadores que los asedian, que los pretenden cazar de modo similar a las jaurías. Esta relación la interpreto como uno de los factores fatales de la crisis de la civilización occidental, en su penúltima versión de explosión del mercado. Me refiero a la industrialización de los viajes y su reconversión en segmentos de estilo de vida.

En la naturaleza, las especies que tienen la condición de presas, se agrupan en manadas para protegerse de los depredadores.  Estos desarrollan estrategias muy sofisticadas de ataque a las manadas. En el caso de los lobos, los leones, los perros salvajes africanos y otros, el grupo-jauría se despliega en torno a la manada y la estimula a huir. En la carrera, los depredadores pueden seleccionar a los ejemplares más débiles. Una vez fijado el blanco, tiene lugar un segundo nivel de estrategia para aislarlo, acosarlo y capturarlo. El grupo realiza una caza en común que tiene más posibilidades que en solitario. Otros depredadores como los cocodrilos, esperan el paso inevitable de las manadas por sus territorios para cobrarse víctimas.

En el turismo ocurre algo semejante a esta caza social. En un territorio turístico se conforman grupos de caza de ejemplares escindidos momentáneamente de su manada. Esta adquiere múltiples formas, de modo que la creatividad y el aprendizaje sobre las experiencias adquieren un esplendor inusitado. Esta es una de las razones de la industrialización de los viajes. Cada turista contrata un viaje cerrado que realizará junto a un grupo de tamaño considerable. Este está descompuesto en varios destinos sucesivos  y actividades parciales que el grupo desarrollará colectivamente. Así se protegen de los depredadores. En las poblaciones locales existe un estado de indignación manifiesta por lo que denominan como “todo incluido”. Es decir, que el viaje se encuentra determinado en todos sus detalles, de modo que pocos se arriesgarán a salir de la manada para explorar o realizar alguna actividad que los haga vulnerables a los depredadores, reduciendo así su posible inversión económica. La percepción que tienen los nativos de los turistas es la de unos tipos cargados de euros que han comprado un viaje barato. Así se conforma una rebelión oculta e inexpresada contra el low cost, que adquiere un perfil singular.

Las manadas se forman en los hoteles-fuerte. Se puede denominar así a la multiplicación de los servicios en los hoteles, de modo que compiten con los servicios exteriores. Un turista puede estar recluido una parte muy importante del tiempo en el hotel, en el que puede disponer de piscina, gimnasio, bar y programa de actividades de ocio. Pero las salidas colectivas son inevitables en tanto que forman parte de los móviles del viaje. Aquí es donde se arrejuntan las manadas que son conducidas en autobús a las visitas programadas. En los trayectos a pie existen más oportunidades de ser interceptados, siempre y cuando el viajante se desvíe de la manada.

Porque un turista adscrito a un viaje, tras mantener varios días el programa estricto, puede ser inducido a pedir un complemento del menú del día o cometer cualquier acto de indisciplina por el que será severamente penalizado por los omnipresentes cazadores. Los depredadores de las diversas especies esperan a que los más débiles cometan errores. Por eso los aeropuertos u otros lugares de paso son los lugares más peligrosos para ellos. En los tránsitos y hasta la llegada al hotel las manadas protectoras no funcionan eficazmente. Es menester integrarse en el grupo y seguir estrictamente las directrices de los guías. Por el contrario, el turismo de cruceros es el más codiciado. Los viajeros llegan a tierra durante unas horas, bajando sus defensas por su propensión a la compra compulsiva y la búsqueda de alguna experiencia en espera a la próxima etapa.

La manada es una formación social que funciona mediante un sistema de relaciones que incluyen simpatías y antipatías. Cada uno mantiene la distancia con los demás, aunque con frecuencia se pueden generan relaciones amistosas selectivas. Pero la manada es un sistema social donde impera el espíritu del viaje, que consiste en ejecutar todo el programa contratado. De ahí resulta la disciplina y la obediencia a los guías. El gregarismo se va reconstruyendo día a día, afectando a todos los componentes, en tanto que no existe ninguna alternativa factible. Las nuevas tecnologías transforman a los turistas en seres translocales, por lo que su actividad comunicativa primordial es comunicar y exhibir sus logros ante los suyos presentes permanentemente en sus pantallas móviles. De ahí la cohesión interna de la manada, fundada en la disgregación de sus componentes ubicados en las redes digitales que se encuentran en el más allá del espacio compartido.

De este modo se conforma un espíritu justamente contrario al de un viaje. Los cuerpos transitan por los territorios turísticos pero la experiencia de relación con el medio físico y  los nativos es nula. Desfilan por los aeropuertos, hoteles y circuitos establecidos, a un ritmo intenso. Es como un mundo paralelo que  se sobrepone a un territorio. Por eso, una buena parte de la experiencia de los viajes turísticos es ficcional. Representa la materialización de las imágenes y las definiciones empaquetadas por los operadores y consumidas en el mundo simbólico de la publicidad. Así se estimula la imaginación que tiene la capacidad de convertir en ensueño una experiencia parca. Me encanta contemplar en estado de viaje a matrimonios con muchos trienios. Sus riñas se reproducen múltiples veces a lo largo del día. Por estas razones, en no pocas ocasiones, se produce un sentimiento de alivio cuando el viaje está próximo a concluir.

Así, el comportamiento de las manadas en los lugares turísticos es insólito. En Lanzarote he podido contemplar la desolación producida por el espíritu de las manadas. Esta es una isla radicalmente singular, donde la naturaleza se presenta en un estado de apoteosis. Su litoral presenta una diversidad y multiplicidad sorprendente. Todas las playas son distintas, no sólo paisajísticamente, sino en las mismas arenas, que presentan una variedad de colores y composiciones inauditos. Los volcanes hacen el resto, configurando un paisaje de una belleza muy singular. La presencia de César Manrique es fundamental. La arquitectura tradicional de la isla, con sus casas blancas y bajas es obligatoria. Así se conforma un conjunto extraordinario de difícil homologación.

Las primeras señales de erosión del proyecto de Manrique son manifiestas. Frente a la uniformidad insólita de Puerto del Carmen, donde todas las casas son blancas y de una planta, con excepciones muy puntuales, los hoteles-fuerte descomunales han proliferado en Playa  Blanca, donde se ubican playas magníficas, así como en otras costas. Allí son conducidas las manadas desde el aeropuerto, el octavo de España en pasajeros. En los mismos permanecen entretenidos en espera de las excursiones a Timanfaya, los Jameos del Agua y la Cueva de de los Verdes, así como a los miradores del norte sobre la Graciosa.

Es precisamente en el Timanfaya cuando tuve que integrarme forzadamente en una manada, perdiendo la perspectiva de la tangente para hacerme presente en su interior. Nunca he sentido un contraste tan intenso como el de la presencia imponente de la naturaleza en estos volcanes y la vivencia de la manada. Los sentidos corporales de la gran mayoría de los excursionistas, permanecen ajenos a la realidad tan apoteósica de los volcanes. Como tal masa generada y entretenida por los operadores, centra su atención en cuestiones triviales como el geyser de agua y otras homologables a un circo. El viaje en el autobús de la empresa por las rutas del parque acrecienta este sentimiento de vértigo. El conductor para cada kilómetro y señala una roca afirmando que es como la cabeza de un león. Todo el mundo lo fotografía e intenta hacer un selfi. Me parece una situación agobiante. Igual me pasó en la cueva de los Verdes o los Jameos del Agua. En esta, una masa de fotógrafos indiferentes a la majestuosidad de la cueva pretendía captar a los cangrejos enanos albinos, en un ambiente festivo de feria, en el que se sobreentendía el entorno como un decorado para obtener la infinita imagen de sí mismo.

Esta misma sensación  la he sentido en el Teide, donde en la cima se produjo una acumulación de autobuses que evocaba un partido de futbol de los llamados derbis. Miles de personas pupulaban por los bares y la tienda turística, en tanto que nadie caminaba por allí para contemplar las vistas, varias, fantásticas. En mi paseo me encontré con un muchacho ecuatoriano al que pregunté sobre los Andes. Este es el lugar en el que me gustaría impartir una clase de sociología compartiendo la visión de las prácticas de los visitantes. Sería inevitable terminar pensando sobre la civilización occidental.

Hoy mismo, en los acantilados de los Gigantes, he vuelto a tener una experiencia de manada, en la que he compartido con un grupo de escoceses festivos y un grupo familiar de Zaragoza un trayecto en una embarcación turística frente y bajo los acantilados. Lo de los escoceses ha sido una experiencia cósmica, pues en el estado en que se encontraban, la seguridad ha primado sobre lo demás. De nuevo la majestuosidad de la naturaleza encontrada con la trivialidad de unos extraños seres cuyos sentidos se encuentran desactivados. Las risotadas y los juegos nos impedían escuchar el sonido de las olas en las rocas.

El viaje en manada es una experiencia negada, un momento en el que se reproducen las rutinas cotidianas, una práctica social dirigida a la alimentación de la socialidad basada en la producción e intercambio de imágenes que componen el álbum de la vida personal, y una manifiesta evidencia de la ausencia o difuminación de un yo interior. No todas las prácticas turísticas son vividas así, de modo que se puede afirmar que las prácticas de los viajes son plurales. Pero un contingente creciente de viajeros huye de su vida mediante su inscripción en el movimiento de las manadas turísticas, que terminan por acumularse formando un flujo social al que se puede denominar como hordas. En los viajes, en los centros comerciales y otros espacios de la vida. Su esencia es el estatuto de sujeto conducido. Estos son uno de los misterios del capitalismo de consumo. Estos días en los que los he contemplado en una distancia tan corta, no he podido evitar compararlos con personajes de tiempo atrás, como Pepe Isbert, Manolo Morán y otros. Y pensar así en los dilemas del progreso.


2 comentarios:

  1. Tus palabras me hacen sonreir (no sin amargura) en estos días cuando Graná es tomada, (más que nunca), por estas hordas y manadas; estoy empezando a idear alguna acción cómica, como vestirme de oveja y pasear a su lado, o simplemente, lo que más me apetece: gritarles que se liberen, que se entreguen a la ciudad y que se pierdan en ella, definitivamente, que la vivan. No quiero tener problemas con los monos (por seguir el símil animal), pero no descarto encontrar la manera de poder actuar pasando desapercibida.
    Por dar un aporte positivo, he podido observar en un par de ocasiones como algunos especímenes jóvenes se apartaban de la manada y empezaban a explorar la ciudad por sí mismos. Desconozco las represalias que sufrirían después, pero al menos es un indicio de iniciativa propia en una actividad tan sometedora. La próxima vez me acercaré a preguntarles por qué deciden descarriarse...

    Un abrazo, Juan, disfruta todo lo que puedas de ese paraíso en el que estás.

    Ángela M.

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  2. Saludos cordiales Angela¡ gracias por tu comentario. Te respondo con retraso porque estoy muy ajetreado. Me imagino las manadas en Granada a las altas temperaturas y cumpliendo los objetivos. Allí los depredadores múltiples comparten el negocio con la mismísima directora de la Alhambra. Eso sí que es emprender y crear riqueza¡
    Todos los días por aquí pienso en Debord y en su mirada sobre el espectáculo. Debord nunca salió de París pero sus ideas permanecen muy vivas a pesar del paso del tiempo.
    Ten cuidado con lo de la oveja que me ha hecho sonreir, pues para las fuerzas locales, me refiero a las emprendedoras claro, este negocio es muy importante y no se andan con chiquitas. En esto sí que hay consaenso político.
    Un abrazo

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