domingo, 12 de abril de 2015

LOS HUTU Y LOS TUTSI: UNA VERSIÓN ESPAÑOLA



Soy un hijo de hutu. En mi infancia escuché en numerosas ocasiones las versiones hutu de las terribles historias de la guerra entre los hutus y los tutsis en los años treinta del siglo pasado. Estos fueron vencidos y condenados a una subalternidad social implacable. Fueron derrotados y humillados mediante la denegación de su identidad y la perpetuación de su estigma. Encerrados en sus pueblos y las sórdidas periferias industriales de las ciudades, permanecieron inmóviles bajo el control hutu. En los años transcurridos hasta mi adolescencia despertaron mi curiosidad, en tanto que se hacía patente el contraste entre su segregación y su sumisión, con las narraciones acerca de su crueldad en el conflicto en el que resultaron perdedores. Siempre me interesaron los tutsis que circularon por mi vida.

Cuando llegué a la universidad apenas había gentes tutsi. Mi curiosidad me condujo a romper con la recomendación familiar reiterada de no visitar los barrios donde se concentraban los vencidos, devenidos en sujetos calificados por ser peligrosos. Al sur de la estación de Atocha comenzaba la transición hacia los barrios tutsi diseminados por la periferia. Mi primer verano universitario trabajé en correos, en la sucursal nº 23, si no me traiciona mi memoria, que estaba ubicada en Vallecas, en la avenida de la Albufera. Allí descubrí verdaderamente al pueblo tutsi. Trabajaba en una ventanilla donde recibía y enviaba cartas certificadas, paquetes, giros y otros intercambios. La demanda era muy intensa, en tanto que en estos años las familias se habían diseminado por territorios lejanos a su origen, lo que determinaba el volumen de comunicaciones y envíos debido a su dispersión. En mis encuentros diarios con muchas gentes tutsi se desplomaron mis prejuicios. Eran personas que habían arribado a la periferia de Madrid después de largos años de silencio, miedo e inmovilidad social. Eran animosos, esperanzados en mejorar sus condiciones sociales, y confiados en un futuro perfectible, sobre todo para sus descendientes.

Recuerdo que mi trabajo era escribir los resguardos, pues la mayoría de los mayores no leían o escribían, de modo que eran dependientes en todos los trámites administrativos y burocráticos. Muchas de  las personas que pasaban por la ventanilla necesitaban de ayuda. Pero mostraban agradecimiento cuando eran auxiliados. Eran muy generosos,  abiertos y sufridos, muchos tenían una especial facilidad para expresar sentimientos positivos y desembarazarse de su adversidad. La verdad es que pronto se ganaron mi consideración, respeto y afecto. Eran muy austeros, sacrificados y su proyecto estaba muy bien definido: esperaban que sus hijos y nietos pudieran mejorar. Estaban esculpidos por su sufrimiento y la dureza de las condiciones en que se desarrollaban sus vidas. Pero este estado era compatible con la cordialidad y el humor.

Terminé por salir con una chica tutsi que trabajaba en la sucursal. Los primeros besos me revelaron sensaciones mejores que las experimentadas con algunas chicas hutu que había conocido.  La relación con su cuerpo era más natural, de modo que neutralizaba las inhibiciones que la educación religiosa de la época determinaba. Además,  era muy inteligente, sensible y cariñosa, expresando sus sentimientos con una espontaneidad desconocida para mí, habitante del mundo hutu de la época, en el que era frecuente simultanear varias caras. Mi madre (hutu) la conoció casualmente y me dijo que era una “ordinaria”, lo que denota que ella, como los hutus de esa época,  se consideraba a sí misma como un ser extraordinario. Este verano tutsi me dejó una huella importante. Desde entonces me gustan las chicas ordinarias. 

En los años siguientes, muchos de los tutsi mejoraron manifiestamente sus posiciones sociales y sus condiciones de vida. En la industria mejoraron las condiciones de trabajo y los salarios; muchos se abrieron camino como emigrantes en Europa; otros llegaron a trabajos que con anterioridad les estaban vedados: administrativos, funcionarios, maestros, y otros similares; también desembarcaron en las profesiones convencionales: abogados, médicos, ingenieros y otras. Así, los tutsi fueron expandiéndose y conquistando posiciones en zonas residenciales mixtas, que resultaban de la expansión de las ciudades, como consecuencia del crecimiento económico. El apartheid social se minimizó y los guettos tutsi se redujeron haciéndose más permeables.

La transición y la constitución de 1978 sancionaron su ciudadanía casi completa. Integrados en el trabajo, la educación, la sanidad universal, el embrión de servicios sociales y los dispositivos del estado de bienestar, las barreras entre los hutus y los tutsi se debilitaron. Los años siguientes fueron testigos de las euforias y los discursos positivos que ratificaban la integración tutsi, que operaba en distintos niveles, principalmente en el territorio de los consumos públicos y privados. Fueron buenos años para las personas ordinarias, como gustaba llamarlos a mi madre. Pero, sobre todo, fue un buen tiempo para sus hijos. No pocos jóvenes tutsi experimentaron un ascenso social, mediante la adquisición de credenciales educativas que los homologaron con los hutu, entremezclándose en las posiciones sociales medias y altas, aunque siempre en proporciones menores a su peso demográfico..

No obstante, en el curso de los años ochenta, comienza a producirse un acontecimiento que entonces pasa desapercibido. Se trata de la desaparición acumulativa de industrias, que inicia una reestructuración productiva que amenaza las posiciones conquistadas por el pueblo tutsi. De este proceso resulta la progresiva desregulación del trabajo y la aparición y expansión de la precariedad. Algunos sectores tutsi son apartados del mercado laboral y comienza a configurarse un nuevo conflicto social, que resulta de la expansión de economías ilegales.  La percepción de inseguridad preside la nueva época y algunas  sociedades hutu comienzan a endurecer sus posiciones con respecto a los tutsi, desenterrando la etiqueta del peligro.

El recién inaugurado siglo XXI es el tiempo en el que se recombinan todos estos factores. Tras los primeros años donde la desindustrialización y el consiguiente desplazamiento de segmentos de población tutsi, se compensa mediante la multiplicación de la construcción de edificios e infraestructuras. Además, no pocos segmentos de la población tutsi son atrapados por los tentáculos de la expansiva institución del crédito, que los convierte pocos años después en víctimas. Así devienen en endeudados, hipotecados y otras formas fatales de dependencia que les empujan a una vida en la que se entrecruzan varias ficciones.

En el final de la primera década del nuevo siglo prodigioso se produce un colapso general que clausura la construcción y termina por bloquear el sistema financiero. Así, muchos de los tutsi que habían experimentado la integración y el progreso, identificándose con un imaginario optimista de crecimiento sin fin, son arrojados al espacio conformado detrás de una gran barrera económica, política, social y cultural, que resulta de la rigurosa reestructuración social. La nueva situación convierte en ficción imaginaria las posiciones alcanzadas por los tutsi después de tres décadas. Pero lo peor es que sus hijos son los más afectados por el huracán global que es presentado como una crisis. Estos son excluidos primero del mercado de trabajo, a pesar de su elevada cualificación. Pero su expulsión de los tramos altos de la educación es más lenta y está teniendo lugar en estos años. Estas asincronías entre la velocidad de estos cambios determina que grandes contingentes de tutsi jóvenes queden atrapados y almacenados en las instituciones educativas, en tránsito hacia un nuevo rol, consistente en reforzar la poderosa frontera social resultante de la nueva economía.

Así se configura una regresión para el pueblo tutsi, cuya ciudadanía total es laminada inexorablemente por un estado controlado por los hutu, ayudados por la complicidad de los segmentos tutsi que han llegado a las instituciones políticas representativas y a las cúpulas de los dispositivos del estado. Expulsados del mercado regulado de trabajo, siendo ubicados en las sórdidas periferias del mismo, sometidos a una precarización severa, desplazados al espacio-mundo en busca de una ubicación, habitando espacios que testifican sociedades en descomposición, violentados como endeudados insolventes, descalificados en los medios de comunicación y los discursos políticos. Esta es la nueva condición de los tutsi, reconvertidos en una masa heterogénea privada de anclaje social.

Al tiempo, los hutus intensifican su menosprecio hacia ellos mediante la intensificación de la represión en las protestas que manifiestan la regresión. Son desplazados de las agendas públicas y privados de la ciudadanía total mediante la asignación de un destino que conlleva su concentración en una cola que fluye entre las oficinas de empleo, los breves períodos de trabajo, y el retorno a la cola que es organizada por las actividades de formación en espera del nuevo ciclo. Así, retornan a la periferia de la sociedad, en este caso de la sociedad del bienestar selectivo y fraccionado.

Pero lo peor de este proceso que defino como ensañamiento es la construcción de una imagen negativa, que los entiende como personas responsables de su propia situación, conformando así el umbral de una reconversión en una masa de dígitos, que hace posible su progresiva penalización. De este modo son entendidos más como un problema, negando su potencialidad productiva y social. Así se conforma el umbral en el que se hace coherente la disminución gradual de sus derechos.

Los hutus intensifican su ensañamiento desplazándolos de las agendas de las instituciones y generando un vacío de representación de sus intereses. El nuevo destino que tienen asignado es rotar entre el desempleo y la precariedad, conformando colas humanas que fluyen en la periferia de la sociedad de bienestar fraccionado. Así las instituciones los avasallan mediante la generación de una imagen de población problema. Las maquinarias policiales y judiciales en los últimos años los tratan con un rigor insólito en los tiempos anteriores, denotando la minimización de su condición de ciudadanos. El espectáculo de los deshaucios es pavoroso. No se trata de un acontecimiento aislado sino de un hecho que muestra el rostro del gran disciplinamiento que acontece en el fin de la época de la constitución del 78, que es vaciada de su contenido drásticamente. Las violencias ejercidas sobre la población tutsi son equivalentes a un exterminio ciudadano de baja intensidad, pero acumulativo.

Lo peor de este episodio es la perplejidad del pueblo tutsi que se muestra incapaz de defenderse de este genocidio ciudadano. Sus viejas organizaciones se han disuelto en el magma institucional hutu. Así, carecen de representación efectiva. Hace algunos años, el 15 M puso de manifiesto que algunos hijos de tutsi no aceptaban el destino social que les habían asignado. A partir de entonces se suceden tensiones derivadas de este monumental proceso de segregación social. Pero las maquinarias institucionales de los hutu siguen adelante con este proceso de ensañamiento que revierte el signo del proceso de integración sucedido en el final de los años setenta.

Soy profesor universitario y vivo un mundo donde los tutsi son mayoría, aunque se asemejan poco a aquellos que conocí en mis años de adolescencia. Estos son ajenos a la construcción de la gran barrera social, cuyas obras tienen lugar ante nuestros ojos. La invención de los grados y la reconversión de los máster en un mercado segmentado, en el que los niveles de acceso a las posiciones altas se encuentran determinados por barreras económicas, anticipan un futuro en el que la formación especializada de alto nivel se asemejará, en su composición social, a la universidad de mi juventud. De este modo soy testigo involuntario de la constitución de una gran frontera, que priva de un destino social abierto a muchos de los habitantes de este extraño mundo de las aulas. 

En este singular exterminio ciudadano, las hachas, los machetes y las armas de fuego hutu devienen en discursos, contenidos audiovisuales  y medidas políticas para discriminar al pueblo tutsi. La ley de Seguridad Ciudadana es su última razón para amedrantarlos, como en mis lejanos años de juventud. Esto sí que es peligroso.



4 comentarios:

  1. https://www.youtube.com/watch?v=No53ewaNy4E

    ResponderEliminar
  2. Gracias por el video. Es urgente una sociología de los hijoputa

    ResponderEliminar
  3. Y sí los tutsis buscamos otros lugares y más para unirnos. Interesante articulo. saludos, Marta.
    http://protestantedigital.com/ciudades/35880/Monedero_Podemos_acoge_a_un_Cristo_humano_a_un_Mesias_hecho_gente

    ResponderEliminar
  4. Gracias Marta. Sí, esa es la aspiración de todos los marginados: encontrar una tierra donde ser libres. Por eso siempre termino pensando en Hakim Bey

    ResponderEliminar