lunes, 5 de mayo de 2014

CIEN: LA GRAN ADICCIÓN

Esta es la entrada número cien de estos tránsitos intrusos. Desde el hegemónico sistema métrico decimal su importancia es  incuestionable. Por esta razón voy a aprovechar este cien para presentar una cuestión que, siendo visible, no es entendida desde los mapas cognitivos vigentes. Maffesoli utiliza un concepto que puede ilustrarlo: el de centralidad subterránea. Se trata del automóvil, un objeto que es entendido desde la sociedad oficial como un medio de transporte, pero que en la realidad trasciende esta definición, para conformarse como un fenómeno social que desempeña una centralidad manifiesta en las vidas individuales y también en la social.

Una inteligencia tan perspicaz como la de Ronald Barthes, entiende el automóvil en su libro “Mitologías”, desde una perspectiva que va  mucho más allá del transporte “Creo que el automóvil hoy es el equivalente bastante exacto de las grandes catedrales góticas. Quiero decir una gran creación de la época concebida apasionadamente por artistas desconocidos, consumida en su imagen, si no en su uso, por todo un pueblo que en ella se apropia de un objeto perfectamente mágico”.

La segunda revolución tecnológica, desarrollada en el final del siglo XIX,  significa un salto técnico que genera una nueva industria y el primer consumo de masas. Uno de sus logros más novedosos  es la fabricación en serie de máquinas de uso final e individual. La máquina de coser, la de escribir, la bicicleta y otras abren el camino, ya en el siglo XX,  al automóvil. La industria automovilística, en sus distintas etapas, representa el devenir de la sociedad industrial. Los nuevos conceptos industriales y las instituciones de las sociedades de consumo tienen su origen en la misma. Los nombres de Ford o Sloan evocan a las invenciones conceptuales que nacen en la Ford o la General Motors y se extienden a todo el sistema productivo. La motorización de masas, antes de la segunda guerra en Estados Unidos,  y después de la misma en Europa, para extenderse a escala planetaria, representa uno de los fenómenos  más importantes de las nuevas sociedades contemporáneas.

Esta es una máquina de uso individual que sintetiza todas las contradicciones de la civilización industrial. Representa la movilidad y la relación de dominio del espacio y del tiempo. Su generalización es entendida como un símbolo del progreso. Representa una parte esencial de las pasiones colectivas que se apropian de este objeto para ubicarlo en un lugar privilegiado en sus vidas. Pero esta pasión colectiva,  que lo convierte en el sector industrial más importante, tiene como contrapartida unos efectos negativos que se hacen patentes y que han alimentado distintos discursos críticos.

Sus ventajas plausibles se desvanecen por los efectos derivados de su uso generalizado. El atasco general; la contaminación desbocada y múltiple;  el coste de la gasolina, de las averías, las multas y los aparcamientos; los accidentes; los conflictos derivados del debilitamiento operativo  de las normas, así como  la remodelación de todos los espacios, creando el círculo vicioso de la dependencia del automóvil, que implica la emigración a un espacio en el que se atenúen los deterioros producidos por el mismo, pero que sólo se puede acceder mediante el coche.

Pero tras  la pasión generalizada por el automóvil se encuentran sus verdaderas significaciones y utilidades. No es un medio más de transporte, destinado al desplazamiento,  sino un objeto que tiene la virtud de liberar lo privado de lo estático, al constituirse como un espacio privado y móvil. La concurrencia de estos dos atributos implica para los automovilistas una desactivación provisional de los sistemas sociales cotidianos, así como de las coacciones sociales que se encuentran ancladas en espacios inmóviles. De este modo la movilidad es la posibilidad de fuga eventual de los espacios públicos llenos de coacciones y normas, constituyendo una realidad transitoria en donde los sistemas sociales no se encuentran presentes: la cabina. En su interior se instaura una autonomía imaginaria que proporciona una situación de alivio. La cabina es un mundo individual en el que gobierna el conductor.

 En este espacio cerrado y protegido del exterior, donde las normas se encuentran inoperantes y reina la veleidad subjetiva del conductor, se experimentan dos elementos recombinados: el dominio de una máquina mecánica que obedece a las decisiones individuales y la sensación estimulante debido al deslizamiento por el espacio y al efecto de la velocidad. Estas sensaciones gratificantes, que Edgar Morin unifica y denomina como “la novia mecánica”, constituyen los argumentos bajo los que se produce la expansión del culto al automóvil.

El automóvil es un estado de excepción en una vida cotidiana reglamentada y planificada. Es un momento de distanciamiento de las microsociedades en las que un sujeto se encuentra inserto. Es una experiencia de desanclaje, de errancia sobre el espacio, de una ruptura imaginaria con los sistemas sociales, de maximización del yo, así como de la vivencia de una relación con el mundo exterior a la cabina, que se desliza detrás de los cristales. Así se experimenta lo social desde una perspectiva radicalmente subjetiva e individual.

La experiencia de la conducción es la única posibilidad de autonomía que tienen muchas personas que son víctimas de los múltiples trabajos monótonos, así como de los ocios rutinarios y mecanizados. La vida gris de los  hogares, cada vez con menor espacio disponible, así como del trabajo y de las actividades de lo que se denomina como tiempo libre, definidas por su pasividad, son compensadas por el carácter activo del encierro en la cabina, vivido como una fuga hacia una autonomía ficcional, pero que es una verdadera experiencia activa en relación con la monotonía y la pasividad de otros ámbitos de la vida. En congruencia con esta afirmación no es de extrañar que el automóvil alcance su apoteosis en las sociedades del sur, en el que muchas de sus gentes sólo disponen de ese pequeño espacio privado para compensar las condiciones adversas de sus vidas.

El automóvil es una posibilidad de fuga, un territorio cotidiano sin control, una experiencia individual y un estado de éxtasis menor. Todos estos argumentos convergen en su naturaleza de un verdadero narcótico que compensa los malestares cotidianos de las sociedades del progreso industrial. De este modo el automóvil encarna las aspiraciones sociales a la autonomía individual y la libertad en una marcha sin restricciones. Es el momento en el que muchas personas “se sienten libres”. También es un elemento considerable de igualación social. Una persona de nivel social bajo puede poseer una máquina mecánica, mediante la que se siente provisionalmente un señor. En otros ámbitos de la vida esto no es posible.

Si se acepta el argumento que se presenta hasta aquí, el automóvil representa la máxima tensión entre lo individual y lo social. Las ventajas individuales tienen como reverso la destrucción de los espacios; del medio ambiente; del civismo convencional;  de la decadencia de las iglesias, las organizaciones de masas y de la izquierda;  de la reconfiguración de la vecindad y lo local. También de  la constitución de un nuevo tipo de ciudadanía rigurosamente individual. Así se erosionan severamente las instituciones colectivas. Su generalización ha degradado los espacios públicos, las ciudades, las instituciones políticas, los movimientos de protesta, y los estados de opinión. Es el dispositivo más importante de constitución de una individuación asocial. Su expansión representa el mayor éxito histórico del capitalismo. Junto con el teléfono móvil representa el nacimiento de un nuevo sujeto y una nueva sociabilidad.

Los comportamientos de los sujetos motorizados no son bien comprendidas por las tecnocracias imperantes en la época, desde su interpretación como un medio de transporte. He asistido a  perplejidades múltiples ante las oposiciones de los denominados ciudadanos, ahora motorizados a la creación de espacios peatonalizados. No se entendía que ese pequeño espacio era la posibilidad de una súbita y provisional fuga del prosaico mundo del trabajo y del ocio dirigido.

Tantos años después de la era del automóvil comienza a abrirse camino un fenómeno de signo inverso. Es la emergente expansión de la bicicleta. En otro momento lo analizaré. Pero no están totalmente alienados aquellos automovilistas resistentes a los discursos de racionalización de los usos para la mejora de la movilidad. Porque el automóvil es otra cosa. En mi opinión, lo único factible que se ofrece en esta civilización. Un espacio privado y móvil para huir en una realidad en la que las instituciones y los sistemas sociales están ausentes.

Comparto las obsesiones de un director de cine de culto para mí,  Wim Wenders. Algunas de sus películas son verdaderos monumentos que muestran a la civilización del automóvil,  que remodela drásticamente lo público. En especial “París Texas” y “ Alicia en las ciudades”. No podré evitar volver a esas pelis. El automóvil es una gran adicción. De ahí que los adictos nunca renuncien ante políticas restrictivas. Esta es una de las grandes cuestiones del último siglo que se evidencia ante nuestros ojos en todas las partes, pero que no se encuentra articulada en términos de discurso. Como muchas de las cosas importantes. Se trata de una adicción casi inevitable.

4 comentarios:


  1. Me ha gustado mucho esta entrada. Puede que de sentido a cómo los conductores nos expresamos al conducir. En general, solemos ser más agresivos y maleducados, o esa es mi impresión. Puede que sea esa liberación, ese espacio individual o privado y la colisión con el de los demás.

    Siempre he pensado que hay demasiadas vías de ocio y escape en nuestra sociedad actual. Puede que si no fueran tantas, nos centraríamos en cambiar lo que no nos gusta en vez de tratar de huir de ello.

    Saludos.

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  2. Huir, individualizarse en la masa, tener un espacio privado móvil, ralcionarse tras un cristal...contaminando y empeñándose hasta las cejas en su compra y mantenimiento, cayendo en la trampa recaudadora que ordeña al automovilista por múltiples costados. Por eso en los jóvenes se está produciendo una huída a otros modos de movilidad compartida más baratos y menos sujetos a las presiones recaudadoras del estado y se están pasando en masa a otra forma de individuación "comunicada"; el móvil, verdadero protagonista tecnológio de nuestro siglo XXI e indicador, entre otras cosas, de la ubicación de los centros del desarrollo mundiales; la hegemonía galopante de China y sureste asiático, la decadencia de Europa, incluso signos de agotamiento del impario americano....Da para mucho el tema y espero que nos dediques alguna entrada de tu excelente blog a analizar este fenómeno del móvil, que, como bien dices, junto al automóvil (curiosa la presencia de móvil en ambos artilugios) tanto dicen de nuestra sociedad.

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  3. No hay sometimiento más perfecto que el que tiene apariencia de libertad. Así se hace cautiva
    la propia voluntad.

    Rousseau

    Amador

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  4. Gracias por vuestros comentarios. Lo que he querido decir es que se trata de una máquina individual e individualizante que permite la huida de la realidad y la constitución de una experiencia subjetiva diferente. Por eso es un narcótico. He hecho inventario de algunas de sus ventajas individuales.
    Pero no nos engañemos, su generalización no sólo modifica la sociedad, sino aún más: cuestiona la misma civilización de la razón. Permite tomarse distancia de esta en el espacio privado y móvil donde cada sujeto se constituye como un emperador.
    Si esto es así, se trata de un problema de gran envergadura.
    No es un medio de transporte terrestre sino un medio de transporte a otro mundo. Luego en este se puede salir y entrar. Esto no estaba previsto por Tocqueville, Marx, Durkheim y otros.

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