domingo, 13 de abril de 2014

MI PADRE

Mi padre fue siempre lo que se entiende por un señor en el tiempo que le tocó vivir. Durante toda su vida  desempeñó este papel en distintas situaciones. Un señor es una persona que se sobrepone a los demás en las relaciones cara a cara. El atributo principal de la condición de señor es saber ejercer este papel. La presencia física, siempre tan cuidada, tiene que ser acompañada por el manejo adecuado de la relación con los demás, que radica en saber ejercer su superioridad social.  Así se configuran distintas formas de relación, en las que el caballero puede ser   desde condescendiente a  extremadamente duro, según la posición que adopte el “Inferior” , que es puesto en su sitio, que se corresponde con su lugar social.

Su infancia en una familia acomodada en el próspero e industrioso Bilbao de los años veinte y treinta, le configuró para ejercer de señor en la sociedad de capitalismo primitivo en la que vivió. Mi abuelo tuvo diecinueve hijos, de los cuales sólo mi padre y mi tío Antonio eran varones. Para preservar su esencia masculina fue enviado con doce años a vivir con unos tíos ricos que no tenían hijos, para evitar la contaminación de las múltiples hermanas que poblaban su domicilio paterno. Allí fue educado en la abundancia y en la convicción de que, para un vástago tan destacado, era fundamental imponerse sobre los demás, entendiendo la vida como una cadena de envites en los que la victoria es la única alternativa.

Estudió en la escuela de comercio para prepararse para la actividad que un señor tiene que desempeñar en esta sociedad española tan atrasada entonces pero  invariable: los negocios. Siempre tuvo muy claro que ser empleado por cuenta ajena significaba una naturaleza de dependencia, cuestión que limitaba la condición de señor. Siendo muy joven comenzó a hacer negocios, avalado por su familia adoptiva. Recuerdo que decía que en España “lo difícil es hacer el primer millón de pesetas, porque después todo es fácil”.

La guerra civil interrumpió sus actividades. Así como su hermano Antonio fue capitán de requetés y murió en la batalla del Ebro, mi padre siempre consideró que las epopeyas reclaman a las personas mediocres. Los auténticos señores con categoría se encuentran por encima de las mismas. Así no participó  en dicha contienda. Era un conservador en grado extremo, pero tenía una visión crítica de los advenidos al movimiento nacional, con los que hizo negocios hasta su brusco declive. Solía contar que en  el Bilbao de los años cuarenta, cuando se rehabilitó el teatro Arriaga, en una reunión de las fuerzas vivas locales, el arquitecto les informó de que las condiciones acústicas no podían ser óptimas por limitaciones del edificio. Entonces, uno de los prohombres de Neguri de ese tiempo,  dijo en un tono contundente “Pues  se traen de Alemania”.

Con respecto a los republicanos su desprecio era mayúsculo. Contaba que el portero de su casa, al que definía como un muchacho servicial, atento, respetuoso y disponible, siempre le saludaba diciendo “buenos días señorito Pedro”. Tras la victoria del Frente Popular, un día le saludó diciendo “Buenos días Pedro”. Él lo vivía como un terrible acontecimiento amenazante,  que apuntaba a la quiebra de un orden social que entendía como natural. Por eso comentaba que al portero “le habían envenenado” las organizaciones obreras de la época. Se reía de las milicias que desfilaban en el comienzo de la guerra. Decía que algunos iban armados con “chimberas”,  que son escopetas de perdigones utilizadas para cazar pajarillos. Sus retóricas amenazantes se contraponían con la inferioridad en el armamento. Nunca habló de Guernica.

Después de la guerra se configura como un triunfador en todos los órdenes. Era un deportista múltiple. Fue campeón de España de salto de altura manteniendo el récord de 1,81 durante veintiún años. También en pelota vasca, motorismo, automovilismo, hípica, caza y otras actividades de aventura. Siempre que contemplo a la familia real me acuerdo de mi padre. El éxito deportivo se acompaña con el de los negocios. Compra y vende en distintos lugares. La carretera de la Coruña en Madrid es su área de negocio preferida en los años cuarenta.

Su vida personal es congruente con su ascenso social. Vive sólo en Madrid, en un lujoso hotel en la Gran Vía. Distintas personas me han comentado su vida sexual, tan intensa y diversificada, en contraste con la represión generalizada en esos años para los múltiples vasallos. Fue de las primeras personas que tuvo  coche privado y chófer después. La relación con este, que se llamaba Fano, remite a un peculiar modelo aristocrático, en el sentido de que, conservando su rango jerárquico, la relación es compleja en otros órdenes. En otro momento comentaré las extrañas relaciones entre los señores y los chóferes, que conforman un tratado de microsociología.

Con cuarenta y tres años conoce a mi madre. Decide asentarse y se casa con ella a los cuarenta y cuatro años. Tienen tres hijos y viven unos años felices en Madrid,  pero los negocios empiezan a irle mal, comparecen sus primeros problemas de salud,  así como una vida familiar que supone una restricción para un hombre triunfador que ha vivido intensamente, más allá de su juventud,  una vida tan libre de limitaciones.

En los negocios se produjo una ruptura que nadie me ha sabido explicar bien. Por lo visto manifestó objeciones con respecto a algunos negocios sucios y fue apartado de la red de socios. Él mismo se aisló después. Sólo sé por fragmentos algo acerca de su declive económico. Alguna vez comentó que muchas  personas  importantes eran unos sinvergüenzas y ladrones. En una ocasión se refirió a militares y falangistas, en otra, uno de los domingos de mi infancia que fuimos a las carreras de caballos, cuando iba a apostar, le recomendaron un caballo de la cuadra de Gandarias, uno de los oligarcas de Neguri, entonces hizo un comentario despectivo de él. Mi madre, años después, me dijo que habían hecho negocios juntos.

En esos años se desplomó. Fue una caída trágica. Se negó a asumirla y siguió viviendo como un señor consumiendo su capital económico, sin pensar en el futuro ni en su familia. Sus problemas de salud fueron creciendo. Acudió a las consultas de los mejores médicos, entre ellos Marañón y Jiménez Díaz. Durante algún tiempo fue tratado como diabético.  Sin un diagnóstico preciso fue explorado durante varios años sin resultado. Pero sus males no afectaron a su modo de vida ni a su aspecto físico formidable. En la sociedad de entonces era un hombre excepcional en lo que se refiere a su  presencia física.

En los años de mi infancia, todas las mañanas salía cuidadosamente trajeado a la calle Serrano a tomar el aperitivo. Recuerdo que le miraban mucho. Una vez una mujer en una tienda le preguntó si era inglés. Él respondió muy orgulloso “sí, soy inglés de Bilbao”. Su aspecto era imponente. Cuando murió heredamos ciento veinte pares de zapatos y no recuerdo el número de trajes, pero es increíble desde un tiempo como el presente, que para la mayoría se ha convertido en  obligatorio renovar el armario.

Pero en estos años de desplome personal, siguió imponiéndose sobre los demás en todos los órdenes. Conmigo tenía una relación excepcional. Le gustaba ponernos operaciones de aritmética para probar lo que él consideraba como inteligencia. En esos años, yo calculaba como una máquina cuando me ponía una operación. Así construyó la etiqueta de Juan-listo. Cuando alguien venía a casa me hacía exhibir mis capacidades de cálculo. Ahora voy a contar algo insólito. Su alta consideración de mi capacidad para las multiplicaciones, divisiones y raíces cuadradas  le llevó a sacarme del colegio. Me tuvo un año como acompañante y se divertía exhibiéndome como niño-espectáculo. Él no entendía que en el cole, además de aprender a calcular tenía relaciones con otros niños.

Presintiendo su final, nos fuimos a Bilbao, donde vivimos  años felices con su familia, en tanto que su cuenta corriente era más menguante que el mes anterior,  pero menos que el siguiente. Después una trombosis lo tuvo dos años en la cama hasta su muerte. En estos lo tratamos como a un rey. Sus hermanas volcadas, nosotros, las amistades de su infancia, todos conservábamos su imagen de triunfador que le situaba por encima de nosotros. Siguió comportándose como un señor, haciendo patente su superioridad sobre todos en términos de riñas y descalificaciones cuando contraveníamos sus opiniones.

El verano anterior a su trombosis decidió ir con todos nosotros a pasar un día a Baquio. Entonces era una playa maravillosa carente de cualquier explotación urbanística. Fuimos desde Bilbao en un tren, creo que era a Munguía. Allí cogimos un autobús hasta Baquio. Cuando llegamos preguntó a qué hora y desde dónde salía por la tarde. Le dijeron que desde allí mismo. A la vuelta, después de un día de playa fantástico, al llegar a la calle del autobús,  hacía mucho calor y no había nadie. Pero llegaba gente y entraba en un garaje. Le dijimos que debíamos entrar pero él insistió en que había que esperar donde le habían dicho. Cuando se abrió un portón y salió el autobús, subimos  y ya no había sitio para sentarse. Ejerció como un señor furioso. Fue terrible. Se puso a insultar al conductor y se pasó todo el viaje recriminándole en voz de trueno. Su tono era tal que nadie se atrevió a replicarle y nos cedieron los asientos. En otras ocasiones pude contemplar este espectáculo de un señor furioso que se imponía a los vasallos en aquella sociedad tan estamental.

Me acuerdo de su último tiempo postrado en la cama. Seguía igual de enérgico con los visitantes. Días antes de morir pude percibir movimientos y conversaciones entre mi madre y mis tías. Tuvo una buena muerte, en su casa, rodeado de todos nosotros, ejerciendo de fumador y de marido-dueño propio de la época. Jamás pisó un hospital ni dependió de ningún sistema sanitario.

La muerte de mi padre me dejó en una situación de miseria económica y dependencia familiar. Pero heredé sus zapatos, sus trajes, camisas y corbatas. Eso reforzó mi porte y modales  de señor que acompañaba al apellido. No era un don nadie, sino, nada menos que un Irigoyen. Por el contrario,  no heredé sus valores y formas de ver y estar en el mundo. Por eso terminé abandonando a los vencedores y poniéndome en el lado de los vencidos que tanto despreciaba. Como en muchas ocasiones me pegó, tengo un sentimiento muy acentuado de rebeldía ante la injusticia y ante los señores que ejercen violencias múltiples de alto voltaje. Por eso el espectro de mi padre se hace manifiesto en los últimos años, tras el juego de máscaras de los primeros años del postfranquismo.



4 comentarios:

  1. Qué buen retrato, Juan, de tu padre (casi todos los padres de entonces tenían parecidos con el tuyo) y de aquellos tiempos.

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  2. Iñigo así eran pero este tenía lo que ahora se llama "valor añadido". Este radica en que, encima, era de Bilbao.
    Un abrazo

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  3. Disculpa esta intromisión, Juan. Es la primera vez que me animo a escribirte. He leído el relato sobre tu padre, y hace tiempo leí el que escribiste sobre tu madre. Ambos sinceros e intimistas, aspecto que te agradezco mucho por varios motivos. Siempre me han fascinado las biografía y los relatos íntimos sobre la familia (Los Baroja, un ejemplo). Pero de todo, lo que menos conozco de estos relatos es lo que el autor o autora piensa de sí mismo en relación con sus familiares, es decir, lo que cree que queda en él o en ella de su padre, madre o de aquellas personas que le influyeron. A mí me parece que esos vínculos no siempre desaparecen. ¿Crees que esto tiene sentido, mirar al pasado familiar para saber qué queda de él en cada una y cada uno de nosotros?

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  4. Muchas gracias por tu comentario Victoria. Es todo lo contrario a una intromisión, o una intromisión fantástica. Bienvenida.
    Respecto a lo que planteas estoy de acuerdo en que se "heredan" muchas cosas importantes de la niñez. A veces tengo la sensación de parecerme a mi padre o mi madre en alguna cuestión importante, con independencia de mi distanciamiento crítico de ellos o del mundo que vivo, que es diferente. Incluso alguna vez he tenido la sensación de que estaban dentro de mí y terminan saliendo.
    Las personas no somos lo que pensamos sino algo más. El psicoanálisis aporta la perspectiva desde la que puede conceptualizarse esta cuestión.

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