miércoles, 25 de diciembre de 2013

MI MADRE

En estos días se acrecienta el recuerdo de mi madre, así como el de Carmen y otras personas desaparecidas de mi vida en los últimos años. Con mi madre siempre tuve una relación especial. De niño compartimos un amor mutuo muy intenso, que ambos tratábamos de disimular ante los demás familiares, con escaso éxito. Pero después se produjo un importante desencuentro entre  lo que pensábamos y en nuestra forma de vivir. Este se incrementó a lo largo de la vida. Ella sufría por mí y yo por ella. Con todos estos elementos se tejía una relación muy peculiar.

Mamá era una mujer de su época y de su tierra. Nacida en una familia de clase media valenciana muy conservadora, su vida se encontró severamente limitada por ser mujer. La España católica y tradicional le puso unos límites que no fue capaz de transcender. Su juventud hasta el matrimonio bajo el control riguroso del grupo familiar. En estos años fue preparada para el matrimonio limitando su educación. Tenía una gran vocación musical y una voz de tiple muy notable. Estudió música y actuó en público varias veces, pero la retiraron de ese mundo de artistas sospechosos de veleidades. La guerra civil fue un acontecimiento que alteró el mercado matrimonial prolongando su soltería.

 En los años cuarenta, su matrimonio con un hombre triunfador en los negocios y en la vida, le proporcionó una posición social considerable. Después los años felices de  la crianza de sus tres hijos. Pero, tan sólo doce años después de su exitoso matrimonio, mi padre, se derrumba en los negocios y enferma. Nos desplazamos a Bilbao, donde vivimos sus últimos años arropados por su familia, en los que se gasta toda la fortuna que había acumulado en los negocios. Su muerte, dieciséis años después del matrimonio, tiene una consecuencia terrible sobre ella. La gran señora de los primeros años, experimenta una caída hacia el vacío social, en un momento en el que, la mayoría de las personas de la época, caracterizadas por sus carencias materiales, inician un camino inverso.

Tras la muerte de mi padre, regresamos a Madrid, a casa de su madre. Entonces se suscita la principal encrucijada de su vida. Ella era muy valiosa, inteligente y con iniciativa. Además, era muy buena cocinera. Entonces pide ayuda para poner un restaurante en Madrid a sus acomodados hermanos. Pero estos se la niegan. La derivan al cuidado de su anciana madre, a cambio de una limosna que pasa cada uno de ellos para nuestra manutención. También le hacen saber que sus hijos no tienen porqué ser universitarios y que lo más razonable  es que se pongan a trabajar de inmediato.

La dureza de este golpe anuncia el cambio de su vida. Lo peor no había sido la ruina de mi padre, sino la mala saña de sus propios hermanos, negándole su oportunidad y utilizándola para cuidar a la madre, mi abuela, que era una persona que, utilizando una frase de mi padre, “era más mala que mandada hacer de encargo”. Era una persona, ruin, cruel y vengativa, que hacía siempre visible el catálogo de sus malos sentimientos. Castigó a mamá dura y permanentemente en pequeños actos cotidianos cargados de crueldad. Siempre le hacía saber su desgracia frente al éxito de los demás. Ella había devenido de señora en criada.

Pero se sobrepuso y decidió que estudiáramos los tres. Fueron años tristes, en el convivencial Madrid de los años sesenta, en donde nuestro porte de señores ocultaba nuestra parca vida, financiada por las limosnas familiares. El cuerpo le pasó factura a mamá, primero con una enfermedad digestiva que la llevó al quirófano. Más adelante castigó su corazón. Éramos una familia que se encontraba viajando en una dirección opuesta a la mayoría. La experiencia de aparentar lo que no éramos fue una marca que se fijó sobre todos nosotros.

Ahora voy a contar un acontecimiento de gran impacto en mi persona. Cuando murió mi abuela, mis tíos, todos ocupantes de posiciones sociales muy sólidas, uno de ellos era el segundo arquitecto de España en sus ingresos en aquél momento, decidieron vender el piso en el que vivíamos, para repartirse las ganancias. Mamá  se quedó en la calle, con una infrapensión  y sin el paraguas de la de mi abuela fallecida. Para entonces, mi hermano había concluido sus estudios y había sacado una oposición. Yo era una persona totalmente dedicada a la oposición al franquismo. Mi hermana se acababa de casar.

Mamá fue golpeada terriblemente por los suyos por segunda vez. Tuvo que irse a vivir con mi hermana. Su marido era técnico de Agromán y fue enviado a América. Ella se tuvo que marchar con ellos, teniendo que asumir el papel de suegra indolora e inodora, que aportaba en la crianza de sus nietos y en la producción de los servicios del hogar. Para completar su papel tenía que situarse en segundo plano, para no estorbar. Así pasó muchos años en Santo Domingo, el Salvador, Panamá y Miami. Sin una vida autónoma, sin amistades,  enclaustrada en la casa, como en los años de su juventud o los de matrimonio.

Las muertes civiles de mi madre, a manos de los suyos, sobre todo las dos que he narrado, las del trabajo y el piso, han constituido un trauma fundamental para mí. He roto totalmente con toda mi familia, de modo irreversible. También he aprendido con mucho dolor las extrañas violencias internas de los clanes familiares, la ausencia de valores convivenciales del bienestar español y las miserias de las sociedades desarrolladas, en donde el éxito material es el verdadero y único valor real.

Todos estos acontecimientos  marcaron a mamá. Aprendió a ser insignificante; a ser invisible; a hacer un arte del callar; a practicar el precepto cristiano de poner la otra mejilla cuando recibía un golpe; a no aspirar a nada; a vivir en la espera de que a sus hijos y nietos les fuese bien. Había interiorizado su posición inferior. Alguna vez, cuando era invitada a pasar algunos días a Valencia, en una reunión de antiguas amigas de juventud, todas en buenas posiciones económicas, mi tío le decía delante de ellas “tómate otro blanco y negro que pago yo, no te preocupes”. Era capaz de aguantar cualquier humillación. Recuerdo que, cuando venía a vernos a Granada, cuando íbamos a comer por ahí, miraba la carta y pedía lo más barato. Su aspecto de gran señora se contraponía con su forma de estar en el mundo, tan coherente con sus terribles derrotas en la vida.

Alguna vez le sugerí que no debía renunciar al amor, debido a su belleza y cualidades personales, pero había asumido su condición de viuda, suegra, empleada doméstica y la dependencia del clan familiar. Los años felices de su matrimonio habían cerrado su vida. Los dos golpes recibidos de los suyos habían terminado con ella. Siempre me pareció una crueldad absurda y detestable. Mi madre era una fanática conservadora que pagó por ello un precio muy alto.

Para ella fue un golpe terrible mi militancia comunista. Más que por ella misma, por los efectos que tenía sobre sus hermanos-dueños. La primera vez que la policía vino a buscarme a casa les invitó a un café. Cuando me metieron en el coche me pegaron repetidamente diciendo “tu madre es una señora y tu un hijo de puta”. Pero más adelante, en mis sucesivas detenciones y estancias en la cárcel, fue variando su posición. Tuvo que ayudarme superando su imaginario de señora. Iba dos veces a la semana a visitarme y me llevaba sus ricas delicias culinarias entre las que destacaban sus croquetas sublimes. Jamás falló.

En diciembre de 1970 fui detenido en el comienzo de un estado de excepción. Estuve 28 días en la dirección general de seguridad en Sol. Ella no entendía porqué le impedían pasarme ropa y comida. Eran los días de Navidad. Insistió hasta llegar a entrevistarse con Saturnino Yagüe, el jefe de lo que entonces se denominaba Brigada Político-Social. Después fui ingresado en la cárcel. En el mes de mayo se casaba mi hermana. Su marido era sobrino de un banquero célebre en este tiempo.

Sin consultarme se fue a hablar con Yagüe.  Llegó a un acuerdo con él, consistente en dejarme salir para ir a la boda. Después debía marcharme a una ciudad fuera de Madrid, bajo la supervisión de un familiar. Todo terminó en una tragedia, pues al ser excarcelado el día anterior a la boda, me negué a vestirme del modo requerido. Me presenté con un jersey y un pantalón de pana. Para ella fue un drama terrible pues tuvo que vivir compartiendo conmigo  la violencia superlativa con que me trataron. El desprecio y el odio fueron todavía más intensos que  los que tuve que sufrir de los policías en tantas ocasiones.

Con la llegada de la democracia se acrecentó mi disidencia con el partido que terminó en mi salida en 1978. Ella lo entendió como mi retorno a la España conservadora victoriosa.  Lejos de ser así nuestras discusiones se hicieron muy vehementes. Después de 1982 me insistía en que aprovechara mi curriculum de oposición para acceder a un cargo. Decía que yo era un idealista y un memo. Recuerdo, en alguna de sus visitas a Santander, que la llevamos a ver la película Missing, de Costa-Gavras. Terminamos en una encendida discusión, pues no hacía ningún reproche a Pinochet. Nunca varió su posición ultraconservadora.

Con Carmen tuvo una relación especial. Ella hubiera preferido otras novias de mis tiempos jóvenes, con mejores posiciones sociales. Carmen era tan cariñosa con ella… pero siempre la denominó “hippie” y tuvo reservas afectivas, derivadas de su neutralización emocional en una vida en la que se han sucedido  tantas dependencias. El día de nuestra boda lloró muchísimo. Fue en Santander en 1978, por lo civil y yo sin corbata. Nuestra boda fue tan hostil en el exterior, el juez y la familia, pero tan entrañable y tierna en el interior, a la altura de la gran humanidad de Carmen. Pero ella no nos perdonó, en su fuero interno, nuestro matrimonio civil, que consideraba un acto de ruptura.

La señal que anunció su final fue, cuando comenzó una demencia, primero leve, pero que se incrementó, de modo que su presencia en la cocina entrañaba algún riesgo. Cuando fue desplazada de las tareas domésticas, se comportó como las grandes amas de casa de esa época, que no aceptaban la jubilación. Su disgusto fue monumental. Le parecía intolerable la situación de ser beneficiaria sin contrapartida.

Su muerte fue una prolongación de la tragicomedia de su vida. Allí se congregaron todos los que se habían aprovechado de su situación  de debilidad para realizar jugadas en beneficio propio en el tablero familiar. En coherencia con lo que había sido mi relación con ella no me presenté. Me he despedido sólo de ella. También la evoco en muchas ocasiones, como esta misma. Recuerdo los momentos fantásticos con ella y, alguna vez,  no puedo evitar llorar su drama.

Meses después me enteré de que me había desheredado de los pocos bienes que poseía, que era una cuenta bancaria a interés fijo, que testamentó a favor de mis hermanos. De este modo, en mi vida se acumulan varias decisiones de desheredarme. Esta es de las cosas que puedo presumir. Pero a Carmen le dolió mucho en esta ocasión porque se había volcado afectivamente con ella y no comprendía bien que mamá no era un ser libre y soberano. Era un emblema de las mujeres sometidas a sangre y fuego por los dispositivos patriarcales de su época. Mamá era una víctima de una guerra oculta contra las mujeres, que a día de hoy continúa, siendo dirigida contra las más débiles.



6 comentarios:

  1. Muy emocionante Juan... Has descrito tan bien una situación tan compleja pero tan real. Un afectuoso abrazo.

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  2. Gracias por tu articulo -reflexión, he pensado en todas las madres de ayer y de hoy que,con o sin dinero/posición social, son anuladas,ninguneadas y invisibilizadas por entorno social y familiar con la unica intención de practicar la prepotencia y la tirania sobre los más débiles para sentirse superiores en sus embrutecidas vidas...
    Soy madre y sé lo que es luchar contra los "elementos" y creo que su actitud en la vida te hizo reaccionar para ser quien eres por lo tanto su influencia y amor en ti fue GRANDE!! si yo consigo lo mismo con mis hij@s seré feliz

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  3. El texto es impresionante. Poca gente tiene el valor de mostrar lo que sustenta su biografía de un modo tan descarnado. Por eso, quizá el mejor comentario sea el ausente, el que supone un respetuoso silencio.
    Me atrevo, no obstante a destacar dos cosas que me ha evocado la lectura de ese precioso y duro texto.
    Una es que muchas veces la familia supone lo peor. Resentimientos, envidias (y se envidia todo: fortuna, trabajo, belleza, inteligencia, buen carácter…), los odios que surgen de esas envidias y las consiguientes venganzas disfrazadas de caridades.
    Otra es que no podemos retornar a un país así, de represión, de segregación de la mujer por el hecho de serlo, del joven capaz de estudiar también por el hecho de serlo y no pertenecer a una pretendida élite.
    El texto nos anima, quizá sin pretenderlo, a sepultar una historia, la de una España trágica, gris, horrenda, a la que no podemos volver … por más que se empeñen ahora tantos.

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  4. Querido Juan y lectores de este blog:
    Ya te escribí en privado lo que pensaba.
    He vuelto a releer el artículo y ahora contesto a Javier. A esa España trágica, gris, horrenda...volvemos de cabeza.

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  5. Impresionante, emotivo. Todo un recordatorio de una época que, por lo que se ve, aún no se ha marchado.

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  6. Muchas gracias por vuestros comentarios. No creo que el presente sea igual que el pasado. Es otra cosa. Por eso me hace pensar el comentario de Ingeborg de "las madres de ayer y de hoy". Lo que no significa el presente es la liberación de los males. Ahora se producen otros sufrimientos y problemas.
    Por eso no creo como plantea Agustín que volvamos al pasado, aunque sí a una situación peor que la actual.
    En el post he tratado de poner de manifiesto la existencia de estructuras y procesos micro, que actúan en el plano de la vida demoledoramente. Esta visión se contrapone a la dominante, que es elaborada por los juristas, que entienden la sociedad desde las leyes y las normas. Así desplazan del campo de visión a estos procesos.
    Por eso en España cambió la Constitución y las leyes, pero las fuerzas subyacentes del pasado están ahí, operando y conquistando espacios.
    El final del post alude justamente a eso: hoy las mujeres más débiles son reconquistadas por las fuerzas del pasado. Pero eso no es el pasado. Me acuerdo que cuando llegué a la universidad complutense, en mi grupo eramos cien y había sólo tres mujeres. No, no es igual. Es imposible que la regresión en este aspecto sea la vuelta al pasado.
    En otros aspectos, como el laboral, incluso es peor.

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